Ayer estuve viendo una película que grabé recientemente de la televisión: "El nombre". Me pareció una magnífica obra, que retrata extraordinariamente las pasiones humanas. Un hecho aparentemente anodino, la elección del nombre del niño que espera uno de los protagonistas, acaba desenvolviéndose en una intensa conversación, donde afloran los rencores reprimidos. Viendo esa película me preguntaba qué nos acerca más a las personas que queremos, olvidar los sucesos que por su medio nos hirieron, o sacarlos a la luz, aunque sea violentamente, para sanarlos o al menos mostrar al exterior nuestras heridas. Personalmente soy más partidario de la primera actitud, recordando quizá aquella frase tan hermosa que leí quizá en algún almanaque: "escribe en la arena las faltas de tu amigo". El rencor no ayuda a resolver los problemas, y además acaba deteriorando a quien lo acumula. Prefiero poner en práctica la frase que repetimos en el Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como nosostros perdonamos a quienes nos ofenden". Es difícil perdonar, perdonar a fondo, olvidando definitivamente la ofensa. Es más asequible perdonar el momento, quizá luego acumulando agravios, que en el fondo suponen que el perdón no es sincero. Pero así somos, nos cuesta borrar el fondo de nuestra alma de las heridas provocadas por quienes más queremos. Si no es posible curarlas realmente, si no conseguimos de Dios el favor de hacerlo a fondo, quizá sea mejor alternativa hablarlas, mostrar nuestro dolor a quien lo ha provocado. Si hay verdadero cariño, acabará aceptándose la reprimenda, aunque en un primer momento se creen situaciones tensas. Cuesta mucho decir las cosas que tenemos en el fondo del corazón, pero si no podemos perdonarlas, mejor contarlas con serenidad, en el momento apropiado, cuando serán más fácilmente aceptadas.
"Una auténtica fe -que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades" (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 2013, n. 183)
domingo, 21 de diciembre de 2014
domingo, 14 de diciembre de 2014
El llanto de Raquel
"Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen" (Mt 2: 16-18). Con estas tremendas palabras describe San Mateo uno de los primeros genocidios de la Historia. La rabieta de un reyezuelo que busca obsesionado a quien considera puede arrebatarle el poder y decide "asegurarse" eliminando a todos los niños de la región. Estamos cerca de la Navidad, cuando volveremos a conmemorar el nacimiento de Jesús y el martirio los Inocentes, de quienes murieron por El sin haberle conocido. Hay muchos Herodes en la Historia de la humanidad, muchos reyezuelos que se siente amenazados y deciden eliminar a quienes consideran una amenaza. Unos intentaron eliminar a quienes eran de otra raza, de otro pueblo, de otra lengua o de otra religión... Otros han intentado, todavía más crueles, eliminar a toda una generación. No estamos hablando de eventos que ocurrieran hace milenios, siglos, décadas, sino de cosas que pasan actualmente, cuando cientos de miles de niños en gestación son eliminados anualmente. La ideología antinatalista está más vigente que nunca. El genocidio más radical es el que atenta contra la naturaleza humana en su conjunto, la que intenta eliminar a los que no han nacido para seguir manteniendo sus privilegios, sus riquezas, su dominio del planeta.
Conocer a fondo las raíces ideológicas de esta postura, sus actores principales y sus más destacados oponentes es el objetivo del libro que ha publicado recientemente la editorial Digital Reasons. El título del libro refleja muy bien su contenido: "¿Superpoblación? La conjura contra la vida humana", ya que se van desgranando las distintas fases de esta auténtica guerra contra la humanidad, desde el malthusianismo del s. XIX, y la ideología eugenésica de inicios del XX, hasta el control generealizado de la natalidad, la revolución sexual y la ideología de género de finales del XX e inicios del presente. El autor, José Alfredo Elía, desgrana los principales actores de estos procesos, que aúnan las ideologías supuestamente más progresistas, con los capitalismos más despiados. No es de extrañar que en esta guerra contra la población estén unidos regímenes comunistas, como el chino, donde ni siquiera esta permitido decidir el tamaño de tu familia, con las fundaciones más representativas del capitalismo norteamericano (Rockefeller, Kissinguer, Clinton...). También revisa quienes se han opuesto a esta ingente maquinaria de autoextinción, desde economistas humanistas como Simon y Clark, hasta demógrafos de la talla de Sauvy, Ahaunu y Boserup. La vida humana también tiene defensores, como Madre Teresa, del Dr. Lejeune o Paul Marx, que se han opuesto tenazmente a la maquinaria ideológica que acompaña a esta verdadera cultura de la muerte. También se detiene el autor en comentar el papel de la Iglesia católica y de otras instituciones religiosas en defensa de la vida humana, desde el inicio hasta su fin natural, con particular relieve en la Humanae Vitae y los escritos de San Juan Pablo II sobre la teología del cuerpo. Un libro muy recomendable para quien quiera conocer las bases y los actores de esta guerra soterrada por el futuro de la población humana.
domingo, 7 de diciembre de 2014
La felicidad sólo es real cuando se comparte
En el marco de un ciclo de cine sobre ética ambiental que he organizado estos días he podido ver de nuevo la película "Into de Wild", traducida en español como "Hacía rutas salvajes". Basada en una historia real, cuenta la trayectoria vital de un jóven norteamericano, Christopher McCandless, que decepcionado por el ambiente familiar y educativo en el que vive, decide dejar todo e iniciar un viaje que le acabará llevando a Alaska, que anhela como el único destino donde finalmente encontrará la felicidad. En ese viaje, Chris tropieza con diversos personajes que le ofrecen la amistad y el cariño que había añorado en su ambiente, pero prefiere no comprometerse con ninguno y continuar su viaje hasta los parajes más solitarios de Alaska. Tras el encuentro con la belleza y la soledad de un entorno natural que le fascina y que parece confirmar esa felicidad perfecta, comienza a descubrir las limitaciones del entorno y las propias para adaptarse a un paisaje muy bello pero también muy hostil. El final resulta trágico, pues cuando se convence que la felicidad no está tanto en el exterior sino en su propio interior y decide volver, se encuentra con la insalvable barrera del río en crecida. Mermadas sus escasas provisiones y en periodo difícil de caza, acaba moriendo famélico e intoxicado por unas plantas que confunde con patatas silvestres.
La película sugiere muchos temas, sirve de reflexión sobre el sentido último de la vida, la búsqueda de la felicidad que todos añoramos, las relaciones humanas, nuestra relación con el entorno... Somos seres sociales y necesitamos a los demás, aunque el protagonista parece no darse cuenta hasta que es demasiado tarde. Sin duda me quedo con la última frase que escribe en su diario: "La felicidad sólo es real cuando se comparte". ¿Quiere esto decir que sólo podemos ser felices cuando estamos con alguien, que la soledad no es fuente de gozo, o incluso que sólo somos felices cuando lo comunicamos a los demás? En mi opinión, lo mas hondo de esa frase es que la felicidad no puede empezar y terminar en nosotros mismos; dicho de otra forma, que sólo quien se abre a los demás puede ser realmente feliz. Quien busca la felicidad sólo para sí mismo, en sí mismo, consigo mismo, seguramente acabará infeliz. La soledad es necesaria en momentos, necesitamos la paz interior que sólo da el silencio, pero es un estado transitorio. ¿Pueden ser felices los ermitaños, quienes eligen vivir solitariamente? Creo que sí, pero no porque vivan solos, sino porque viven con Dios, en Dios, si El les llama por ese camino, que no es naturalmente el de la mayor parte. No es lo mismo vivir solo que ser solitario, no es lo mismo buscar la soledad para remansar nuestro espíritu que buscarla por comodidad o egoísmo. Hay algo de nosotros que está inacabado y necesitamos a los demás para completarlo, primero en nuestro espíritu, en el trato de intimidad con Dios, luego en quienes Dios nos pone cerca. De su felicidad depende la nuestra, de nuestro empeño por hacerles felices, nuestro propio gozo. La generosidad abona la alegría, el egoísmo la neutraliza.
La película sugiere muchos temas, sirve de reflexión sobre el sentido último de la vida, la búsqueda de la felicidad que todos añoramos, las relaciones humanas, nuestra relación con el entorno... Somos seres sociales y necesitamos a los demás, aunque el protagonista parece no darse cuenta hasta que es demasiado tarde. Sin duda me quedo con la última frase que escribe en su diario: "La felicidad sólo es real cuando se comparte". ¿Quiere esto decir que sólo podemos ser felices cuando estamos con alguien, que la soledad no es fuente de gozo, o incluso que sólo somos felices cuando lo comunicamos a los demás? En mi opinión, lo mas hondo de esa frase es que la felicidad no puede empezar y terminar en nosotros mismos; dicho de otra forma, que sólo quien se abre a los demás puede ser realmente feliz. Quien busca la felicidad sólo para sí mismo, en sí mismo, consigo mismo, seguramente acabará infeliz. La soledad es necesaria en momentos, necesitamos la paz interior que sólo da el silencio, pero es un estado transitorio. ¿Pueden ser felices los ermitaños, quienes eligen vivir solitariamente? Creo que sí, pero no porque vivan solos, sino porque viven con Dios, en Dios, si El les llama por ese camino, que no es naturalmente el de la mayor parte. No es lo mismo vivir solo que ser solitario, no es lo mismo buscar la soledad para remansar nuestro espíritu que buscarla por comodidad o egoísmo. Hay algo de nosotros que está inacabado y necesitamos a los demás para completarlo, primero en nuestro espíritu, en el trato de intimidad con Dios, luego en quienes Dios nos pone cerca. De su felicidad depende la nuestra, de nuestro empeño por hacerles felices, nuestro propio gozo. La generosidad abona la alegría, el egoísmo la neutraliza.
domingo, 30 de noviembre de 2014
Idealismo y educación diferenciada
Desde Kant hasta nuestros días, la influencia del idealismo filosófico resulta patente en la manera en que nos acercamos a la realidad. En el lenguaje cotidiano, idealista es el que apunta a metas grandes, quien quiere mejorar la realidad haciéndola más noble y digna del ser humano. Sin embargo, en un sentido filósofico más estricto, idealista es el que interpreta la verdad de las cosas en función de sus categorías mentales. Dicho de manera sencilla, lo que importa no es tanto lo que las cosas son en sí (que nunca puedo saberlo), sino cómo yo las interpreto (lo que son en mí). Esa postura se extiende a cómo juzgamos la realidad que circunda: en lugar de cambiar nuestras opiniones en función de los datos objetivos que nos llegan, intentamos encajar la realidad en nuestros juicios previos (pre-juicios), a base de obviar los datos que no avalan nuestra teoría y subrayar los que la afirman, por muy marginales que sean.
Esto pasa en muchas cuestiones pero quiero hoy centrarme en el mundo educativo. En este país particularmente, la educación es batalla campal de las ideologías, que por encima de los indicadores que una y otra vez apuntan en una determinada dirección, siguen manteniendo su postura monolítica, sin concesiones ni siquiera al más elemento consenso.
El idealismo filosófico afecta generalmente por igual a lo que podemos denominar, usando categorías genéricas, derecha e izquierda. Sin embargo, en el campo educativo, en donde la derecha (lease en este caso PP) parece tener pocas o ninguna idea propia, el idealismo está especialmente marcado en la izquierda, autora de todas las leyes educativas que se han promulgado en España durante nuestra vida democrática, con excepción de la última (que en realidad supone una corrección marginal de planteamientos incluidos en las leyes anteriores). El tema daría para muchos párrafos, pero dada la obligada brevedad de este medio, me centraré hoy en lo que afecta a la educación diferenciada, objeto del último libro que hemos publicado en la editorial Digital Reasons. El libro está escrito por Alfonso Aguiló, con amplísima experiencia en el sector educativo, tanto como profesor, como directivo y gestor de centros docentes. El texto está compuesto por cincuenta preguntas y respuestas que desgranan todos los aspectos que se han discutido sobre la idoneidad de este sistema pedagógico: separar a los niños y las niñas en clases distintas, asumiendo que beneficiará a su rendimiento educativo. El autor incluye una gran cantidad de datos que muestran la crisis del modelo uniforme que actualmente se sigue en España, donde la educación diferenciada es enormemente minoritaria, y el contraste con los buenos indicadores de los pocos colegios diferenciados que existen en nuestro país, en muy distintos estratos sociales y culturales. Además, se incorporan datos sobre la eficacia educativa de este sistema en otros países (EE.UU., Australia, Reino Unido...), donde la discusión ha dejado de ser ideológica (da igual la realidad, lo importante es lo que se pre-juzga), para convertirse en una alternativa que abarca incluso a colegios financiados por las administraciones públicas.
En este terreno, como en otros, el respeto a la realidad, en primer lugar, a las opiniones de quienes ven las cosas de otra manera, en segundo, y a la libertad de quienes van a recibir el servicio que se piensa ofrecer (en este caso, padres y niños), en tercero, sería enormemente beneficioso para garantizar un verdadero progreso.
Esto pasa en muchas cuestiones pero quiero hoy centrarme en el mundo educativo. En este país particularmente, la educación es batalla campal de las ideologías, que por encima de los indicadores que una y otra vez apuntan en una determinada dirección, siguen manteniendo su postura monolítica, sin concesiones ni siquiera al más elemento consenso.
El idealismo filosófico afecta generalmente por igual a lo que podemos denominar, usando categorías genéricas, derecha e izquierda. Sin embargo, en el campo educativo, en donde la derecha (lease en este caso PP) parece tener pocas o ninguna idea propia, el idealismo está especialmente marcado en la izquierda, autora de todas las leyes educativas que se han promulgado en España durante nuestra vida democrática, con excepción de la última (que en realidad supone una corrección marginal de planteamientos incluidos en las leyes anteriores). El tema daría para muchos párrafos, pero dada la obligada brevedad de este medio, me centraré hoy en lo que afecta a la educación diferenciada, objeto del último libro que hemos publicado en la editorial Digital Reasons. El libro está escrito por Alfonso Aguiló, con amplísima experiencia en el sector educativo, tanto como profesor, como directivo y gestor de centros docentes. El texto está compuesto por cincuenta preguntas y respuestas que desgranan todos los aspectos que se han discutido sobre la idoneidad de este sistema pedagógico: separar a los niños y las niñas en clases distintas, asumiendo que beneficiará a su rendimiento educativo. El autor incluye una gran cantidad de datos que muestran la crisis del modelo uniforme que actualmente se sigue en España, donde la educación diferenciada es enormemente minoritaria, y el contraste con los buenos indicadores de los pocos colegios diferenciados que existen en nuestro país, en muy distintos estratos sociales y culturales. Además, se incorporan datos sobre la eficacia educativa de este sistema en otros países (EE.UU., Australia, Reino Unido...), donde la discusión ha dejado de ser ideológica (da igual la realidad, lo importante es lo que se pre-juzga), para convertirse en una alternativa que abarca incluso a colegios financiados por las administraciones públicas.
En este terreno, como en otros, el respeto a la realidad, en primer lugar, a las opiniones de quienes ven las cosas de otra manera, en segundo, y a la libertad de quienes van a recibir el servicio que se piensa ofrecer (en este caso, padres y niños), en tercero, sería enormemente beneficioso para garantizar un verdadero progreso.
domingo, 23 de noviembre de 2014
La alegría del matrimonio (II)
Decía la pasada semana que el adjetivo cristiano añade al matrimonio mucho más que un lugar y unos ritos más solemnes que los de la boda civil: añade un enfoque distinto, donde el amor pleno entre dos personas se funde en el amor pleno a Dios que funda y enriquece el amor de los esposos. ¿Qué características tiene ese amor que está detrás del compromiso matrimonial? Para un cristiano están nítidamente recogidas en la primera carta que escribió San Pablo a los cristianos de Corinto. Me parece muy recomendable que todos los esposos cristianos la lleven a su oración personal y hagan examen sobre aspectos concretos en donde puede haberse metido la rutina en sus vidas:
-“El amor es paciente, benigno; no es envidioso, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambicioso, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace con la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor, 13: 4-7).
Cuando se plantea la unión conyugal con estas notas, cualquier contrariedad en la vida cotidiana será superada. Ciertamente, no es fácil que un matrimonio pueda afirmar con rotundidad que vive estas propiedades en su amor, que sea generoso, paciente, benigno, comprensivo, humilde. Todos somos limitados, y nuestro egoísmo —amor propio— está demasiado presente en nuestra vida, pero seguramente ése es el amor al que deberíamos tender los cristianos, si verdaderamente queremos serlo, y desde luego ése es el amor que nos hará felices. ¿Qué significa un amor generoso? Es un amor que piensa en el otro, en su bien, sin cansarse, sin reivindicar un trato equiparable. El amor excede la justicia. El hoy por ti, mañana por mí no es el fundamento de la donación mutua, sino más bien el siempre por ti. Es difícil pensar siempre en el otro, porque implica relegar los propios gustos, las preferencias más personales. Tal vez esa entrega fue patente en el inicio del amor, cuando la juventud y el idealismo presidían la relación, cuando no se contemplaban los defectos del cónyuge. Novios viene de nuevos, para remarcar que un amor permanente requiere un constante rejuvenecimiento, una sana tensión para evitar que envejezca con el tiempo. “Abrir el corazón a todos es renunciar a la propia casa” , escribió un amigo mío en uno de sus libros de poemas. El amor generoso excluye el apacible rincón de la intimidad, del solo-para-mí, para encontrar un lugar más espacioso, porque caben dos, para empezar, y luego más: los hijos. “Para que en el matrimonio se conserve la ilusión de los comienzos, la mujer debe tratar de conquistar a su marido cada día; y lo mismo habría que decir al marido con respecto a su mujer. El amor debe ser recuperado en cada nueva jornada, y el amor se gana con sacrificio, con sonrisas y con picardía también” (San Josemaría).
El amor es comprensivo. La comprensión incluye los defectos del cónyuge, evidencia sus limitaciones. Nos llevará a pasar por alto tantas pequeñeces, que acaban enturbiando la relación, a callar, cuando no es momento de recriminar, a esperar cuando el cónyuge no tiene su mejor día,
El amor no busca lo suyo, antes bien se entusiasma con los gustos del amado, que pasan a ser propios, hasta disfrutarlos, sin sensación de heroísmo, sin pasar factura por ello. Hace años visitaba la casa de un amigo, por cierto muy espaciosa y bien puesta. Me sorprendió el tamaño de la televisión que tenían, por aquel entonces mucho más grande de lo habitual. Me comentó, con un cierto tono de sorna: “Al principio nos divertíamos mucho, luego nos compramos una televisión”. No deja de ser un tanto triste que el amor inicial se haya cambiado por un aparato. La televisión puede suponer descanso tras una jornada laboral difícil, pero es más eficaz, y más divertido a la postre, jugar con los hijos, escuchar al cónyuge, evadirse de los problemas propios colgándolos de perchas ajenas. El amor es fructífero. Los hijos no son un estorbo. No deben serlo para un matrimonio cristiano, que recibe como una bendición de Dios los hijos que envíe. El amor entre dos se hace entre tres, cuatro, cinco… Se expansiona, se hace fruto.
El amor no es soberbio. La humildad no es claudicación, no es aceptación del dominio ajeno. La humildad nos ayuda a evitar tensiones, a no encasquillarse con cuestiones más o menos anodinas, que sólo magnifica el cansancio o la susceptibilidad. Las discusiones son casi inevitables cuando dos personas conviven de cerca, pero nunca deberían terminar en disputa: intercambiar pareceres sabiendo que podemos estar en el error, y siempre evitar riñas en presencia de los hijos, para evitar que consideren como desavenencias lo que no debería ser más que fruto del cansancio momentáneo.
El amor es sincero, la falta de diálogo puede arruinar el amor, porque es espiritual y requiere riego espiritual. Las situaciones de tensión pueden evitarse con una conversación pausada, cambiando ideas, sinceramente, sin prejuzgar, confiando. El amor también es fiel y es puro. Las relaciones conyugales son corporales, pero no sólo. El lenguaje del cuerpo o se engarza perfectamente en la dinámica del amor, del darse, o se convierte en instinto. La fidelidad conyugal es testimonio de valores espirituales más profundos. Me parece sumamente injusto incluso ponerse en ocasión de infidelidad marital, frecuentando amistades que pueden apartar, en un momento de especial debilidad, del compromiso inicialmente adquirido. No menciono cosas más burdas, por ejemplo las relacionadas con el ocio con ocasión de viajes profesionales, donde pueden producirse situaciones que abochornarían a cualquiera en un momento de serenidad. No se puede jugar con la fidelidad, es demasiado preciosa para arriesgarse bajo la excusa de que no pasa nada, de que ya somos maduros. Uno no va por un barrio peligroso, de noche, con un Rolex de oro, si aprecia ese reloj. Puede que no pase nada, pero es probable que sí pase, y la pérdida sería difícil de reparar: cuanto más se valora lo que uno puede perder, más nos esforzamos en asegurarlo. La prudencia nos lleva a evitar riesgos innecesarios.
El amor finalmente es alegre, optimista. Las dificultades de una vida en común se salvan mejor juntos. Las dificultades también fortalecen, porque afrontar el dolor une a las personas, pues tantas veces somos más próximos cuando somos más débiles. En definitiva, el amor verdadero lleva consigo el sacrificio personal, el olvido de sí, fuente de paz en el hogar.
-“El amor es paciente, benigno; no es envidioso, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambicioso, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace con la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor, 13: 4-7).
Cuando se plantea la unión conyugal con estas notas, cualquier contrariedad en la vida cotidiana será superada. Ciertamente, no es fácil que un matrimonio pueda afirmar con rotundidad que vive estas propiedades en su amor, que sea generoso, paciente, benigno, comprensivo, humilde. Todos somos limitados, y nuestro egoísmo —amor propio— está demasiado presente en nuestra vida, pero seguramente ése es el amor al que deberíamos tender los cristianos, si verdaderamente queremos serlo, y desde luego ése es el amor que nos hará felices. ¿Qué significa un amor generoso? Es un amor que piensa en el otro, en su bien, sin cansarse, sin reivindicar un trato equiparable. El amor excede la justicia. El hoy por ti, mañana por mí no es el fundamento de la donación mutua, sino más bien el siempre por ti. Es difícil pensar siempre en el otro, porque implica relegar los propios gustos, las preferencias más personales. Tal vez esa entrega fue patente en el inicio del amor, cuando la juventud y el idealismo presidían la relación, cuando no se contemplaban los defectos del cónyuge. Novios viene de nuevos, para remarcar que un amor permanente requiere un constante rejuvenecimiento, una sana tensión para evitar que envejezca con el tiempo. “Abrir el corazón a todos es renunciar a la propia casa” , escribió un amigo mío en uno de sus libros de poemas. El amor generoso excluye el apacible rincón de la intimidad, del solo-para-mí, para encontrar un lugar más espacioso, porque caben dos, para empezar, y luego más: los hijos. “Para que en el matrimonio se conserve la ilusión de los comienzos, la mujer debe tratar de conquistar a su marido cada día; y lo mismo habría que decir al marido con respecto a su mujer. El amor debe ser recuperado en cada nueva jornada, y el amor se gana con sacrificio, con sonrisas y con picardía también” (San Josemaría).
El amor es comprensivo. La comprensión incluye los defectos del cónyuge, evidencia sus limitaciones. Nos llevará a pasar por alto tantas pequeñeces, que acaban enturbiando la relación, a callar, cuando no es momento de recriminar, a esperar cuando el cónyuge no tiene su mejor día,
El amor no busca lo suyo, antes bien se entusiasma con los gustos del amado, que pasan a ser propios, hasta disfrutarlos, sin sensación de heroísmo, sin pasar factura por ello. Hace años visitaba la casa de un amigo, por cierto muy espaciosa y bien puesta. Me sorprendió el tamaño de la televisión que tenían, por aquel entonces mucho más grande de lo habitual. Me comentó, con un cierto tono de sorna: “Al principio nos divertíamos mucho, luego nos compramos una televisión”. No deja de ser un tanto triste que el amor inicial se haya cambiado por un aparato. La televisión puede suponer descanso tras una jornada laboral difícil, pero es más eficaz, y más divertido a la postre, jugar con los hijos, escuchar al cónyuge, evadirse de los problemas propios colgándolos de perchas ajenas. El amor es fructífero. Los hijos no son un estorbo. No deben serlo para un matrimonio cristiano, que recibe como una bendición de Dios los hijos que envíe. El amor entre dos se hace entre tres, cuatro, cinco… Se expansiona, se hace fruto.
El amor no es soberbio. La humildad no es claudicación, no es aceptación del dominio ajeno. La humildad nos ayuda a evitar tensiones, a no encasquillarse con cuestiones más o menos anodinas, que sólo magnifica el cansancio o la susceptibilidad. Las discusiones son casi inevitables cuando dos personas conviven de cerca, pero nunca deberían terminar en disputa: intercambiar pareceres sabiendo que podemos estar en el error, y siempre evitar riñas en presencia de los hijos, para evitar que consideren como desavenencias lo que no debería ser más que fruto del cansancio momentáneo.
El amor es sincero, la falta de diálogo puede arruinar el amor, porque es espiritual y requiere riego espiritual. Las situaciones de tensión pueden evitarse con una conversación pausada, cambiando ideas, sinceramente, sin prejuzgar, confiando. El amor también es fiel y es puro. Las relaciones conyugales son corporales, pero no sólo. El lenguaje del cuerpo o se engarza perfectamente en la dinámica del amor, del darse, o se convierte en instinto. La fidelidad conyugal es testimonio de valores espirituales más profundos. Me parece sumamente injusto incluso ponerse en ocasión de infidelidad marital, frecuentando amistades que pueden apartar, en un momento de especial debilidad, del compromiso inicialmente adquirido. No menciono cosas más burdas, por ejemplo las relacionadas con el ocio con ocasión de viajes profesionales, donde pueden producirse situaciones que abochornarían a cualquiera en un momento de serenidad. No se puede jugar con la fidelidad, es demasiado preciosa para arriesgarse bajo la excusa de que no pasa nada, de que ya somos maduros. Uno no va por un barrio peligroso, de noche, con un Rolex de oro, si aprecia ese reloj. Puede que no pase nada, pero es probable que sí pase, y la pérdida sería difícil de reparar: cuanto más se valora lo que uno puede perder, más nos esforzamos en asegurarlo. La prudencia nos lleva a evitar riesgos innecesarios.
El amor finalmente es alegre, optimista. Las dificultades de una vida en común se salvan mejor juntos. Las dificultades también fortalecen, porque afrontar el dolor une a las personas, pues tantas veces somos más próximos cuando somos más débiles. En definitiva, el amor verdadero lleva consigo el sacrificio personal, el olvido de sí, fuente de paz en el hogar.
domingo, 16 de noviembre de 2014
La alegría del matrimonio (I)
"El amor no es sólo una cosa espontánea o instintiva: es una elección que hay que confirmar constantemente. Cuando un hombre y una mujer están unidos por un verdadero amor, cada uno de ellos asume sobre sí el destino, el futuro del otro como si fuera propio, aun a costa de fatiga y de sufrimiento, para que el otro “tenga la vida y la tenga en abundancia” (Jn 10,10). (...). Sólo así se ama en serio, y no por juego ni de forma pasajera. Cuando el otro oiga que le dicen «te amo», entenderá que esas palabras son verdaderas, y también él se tomará en serio la experiencia del amor" (S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes de Lombardía).
Hace unos días asistí a la boda de un familiar cercano. Toda boda es un motivo de alegría, porque dos personas inician una andadura de amor y apoyo mutuo, y se prometen fidelidad permanente. El matrimonio no es un invento cristiano, indidudablemente, pero adquiere en el cristianismo un "sello de distinción", un marcharmo que aplica las gracias propias de un sacramento a la vida conyugal, plena de gozos y alegría, pero no exenta de dificultades. El matrimonio cristiano no es una opción estética (al final y al cabo es más bonita una iglesia que un juzgado), sino una opción trascendental, porque tiene mucho impacto y porque trasciende al amor de dos personas, para que sea de tres, ya que Dios les acompaña de modo especial a partir de ese momento. Un matrimonio feliz puede darse también entre esposos no cristianos, naturalmente, pero la gracia del matrimonio cristiano refuerza el compromiso humano haciendo que tenga una dimensión mucho más sólida y definitiva, que fortalece con la gracia de Dios la entrega mutua de los cónyuges. El matrimonio es camino de santidad para los cónyuges que han recibido esa vocación, tan divina como cualquier otra, que saben fundamentar su amor humano en el amor a Dios, a quien confían la garantía de su mutua disponibilidad. El matrimonio es alianza estable, firme, perfectamente compatible con las dificultades que toda unión íntima entre personas lleva consigo, porque esas dificultades se superan con la gracia sobrenatural y la alegría que acompañan al sacramento. Los cónyuges cristianos encuentran en la convivencia mutua una estupenda ocasión de generosidad, de pensar en el otro, de darse sin medida, como Jesús nos mostró, lo que convierte esa unión en más sólida, más segura y generosa, porque está plagada de detalles de búsqueda de Dios en el otro. Esto es posible, no estoy hablando de una entelequia sacada de un cuento de hadas. Existen matrimonios así, como existen cristianos consecuentes, guiados por una vida de unión con Dios intensa, de oración y sacramentos.
Desde hace unos años, estoy intentando introducirme en el arte de la cocina. En ese aprendizaje, he podido comprobar que no es suficiente con saber los ingredientes y las proporciones, sino que resulta clave, especialmente cuando el plato tiene que pasar por el horno, conocer el tiempo y la temperatura de cocción. Esta modesta experiencia culinaria me lleva a afirmar que la vida cristiana es como un buen asado; si no tiene la temperatura adecuada, no sale bien. Por eso, en la vida conyugal, cuando la temperatura espiritual de los esposos disminuye, cuando Dios queda sólo como una invocación eventual, cuando deja de ser el centro y pasa el individuo —nuestro pobre egoísmo— a ocupar su lugar, las posibilidades de un matrimonio dichoso disminuyen considerablemente, como muestra la sensible correlación entre la pérdida de práctica cristiana y la tasa de divorcios, en todos los países de nuestro entorno. Hay muchos matrimonios de personas sin fe que son también dichosos, y me alegro mucho por ello, pero sería estupendo que ese amor humano tan fuerte se robusteciera mucho más todavía con los vínculos espirituales entre los esposos que da la cercanía a Dios. Un matrimonio donde los esposos tratan de estar muy cerca de Dios, de ponerle en el centro de sus afanes, de sus alegrías y sus penas, y por Él, de pensar constantemente en el otro, está abocado a la felicidad, aun en medio de contrariedades y sinsabores, pues esas circunstancias también serán alimento de la alegría.
Hace unos días asistí a la boda de un familiar cercano. Toda boda es un motivo de alegría, porque dos personas inician una andadura de amor y apoyo mutuo, y se prometen fidelidad permanente. El matrimonio no es un invento cristiano, indidudablemente, pero adquiere en el cristianismo un "sello de distinción", un marcharmo que aplica las gracias propias de un sacramento a la vida conyugal, plena de gozos y alegría, pero no exenta de dificultades. El matrimonio cristiano no es una opción estética (al final y al cabo es más bonita una iglesia que un juzgado), sino una opción trascendental, porque tiene mucho impacto y porque trasciende al amor de dos personas, para que sea de tres, ya que Dios les acompaña de modo especial a partir de ese momento. Un matrimonio feliz puede darse también entre esposos no cristianos, naturalmente, pero la gracia del matrimonio cristiano refuerza el compromiso humano haciendo que tenga una dimensión mucho más sólida y definitiva, que fortalece con la gracia de Dios la entrega mutua de los cónyuges. El matrimonio es camino de santidad para los cónyuges que han recibido esa vocación, tan divina como cualquier otra, que saben fundamentar su amor humano en el amor a Dios, a quien confían la garantía de su mutua disponibilidad. El matrimonio es alianza estable, firme, perfectamente compatible con las dificultades que toda unión íntima entre personas lleva consigo, porque esas dificultades se superan con la gracia sobrenatural y la alegría que acompañan al sacramento. Los cónyuges cristianos encuentran en la convivencia mutua una estupenda ocasión de generosidad, de pensar en el otro, de darse sin medida, como Jesús nos mostró, lo que convierte esa unión en más sólida, más segura y generosa, porque está plagada de detalles de búsqueda de Dios en el otro. Esto es posible, no estoy hablando de una entelequia sacada de un cuento de hadas. Existen matrimonios así, como existen cristianos consecuentes, guiados por una vida de unión con Dios intensa, de oración y sacramentos.
Desde hace unos años, estoy intentando introducirme en el arte de la cocina. En ese aprendizaje, he podido comprobar que no es suficiente con saber los ingredientes y las proporciones, sino que resulta clave, especialmente cuando el plato tiene que pasar por el horno, conocer el tiempo y la temperatura de cocción. Esta modesta experiencia culinaria me lleva a afirmar que la vida cristiana es como un buen asado; si no tiene la temperatura adecuada, no sale bien. Por eso, en la vida conyugal, cuando la temperatura espiritual de los esposos disminuye, cuando Dios queda sólo como una invocación eventual, cuando deja de ser el centro y pasa el individuo —nuestro pobre egoísmo— a ocupar su lugar, las posibilidades de un matrimonio dichoso disminuyen considerablemente, como muestra la sensible correlación entre la pérdida de práctica cristiana y la tasa de divorcios, en todos los países de nuestro entorno. Hay muchos matrimonios de personas sin fe que son también dichosos, y me alegro mucho por ello, pero sería estupendo que ese amor humano tan fuerte se robusteciera mucho más todavía con los vínculos espirituales entre los esposos que da la cercanía a Dios. Un matrimonio donde los esposos tratan de estar muy cerca de Dios, de ponerle en el centro de sus afanes, de sus alegrías y sus penas, y por Él, de pensar constantemente en el otro, está abocado a la felicidad, aun en medio de contrariedades y sinsabores, pues esas circunstancias también serán alimento de la alegría.
domingo, 9 de noviembre de 2014
Sentido y sufrimiento
Uno de los enigmas que más enfrentan la racionalidad human es la experiencia cotidiana del dolor del inocente, del sufrimiento de quienes nada han hecho para merecerlo. La muerte, la enfermedad, el fracaso, el abandono, confrontan nuestro afán de felicidad y hacen patentes nuestras limitaciones. Nuestro dominio de la tecnología, nuestro progreso aparentemente ilimitado, encuentra sus límites en el dolor que no podemos resolver. Un dolor que se amortigua con tranquilizantes pero que no se resuelve, por lo que sigue pendiente la respuesta a la pregunta sobre el sentido de todo ese sufrimiento.
Pensaba en estas cosas al leer el libro que recientemente ha publicado D. Luis de Moya, sacerdote que lleva veinte años anclado a un cuerpo que no le responde. En un accidente de automovil perdió la movilidad de sus extremidades, pero no de su alma, que sigue muy activa. El sabe como nadie lo que significa el dolor continuado, el sufrimiento físico y espiritual. Nos cuenta sus reflexiones en "El sentido del dolor", un libro que recoge tres de sus escritos: un relato del accidente y de cómo adaptó su vida a sus nuevas condiciones; un texto maravilloso del Vía crucis, ilustrando con sus propias reflexiones la contemplación de las últimas escenas de la vida de Jesucristo, y una conferencia más teológica sobre el sentido último del sufrimiento.
Ante la contradicción, la enfermedad, la pérdida de seres queridos el alma se rebela. Esas experiencias han supuesto para muchas personas abandonar la fe, perder la confianza en Dios. Para otras muchas, han sido precisamente medio para afianzarla, para darse cuenta de modo mucho más profundo que los cristianos no adoramos a un Dios victorioso, triunfante, sino a un Dios que muere en un instrumento horrible de tortura. Lo importante no es lo que ocurre, sino por qué ocurre. Jesús muere como un criminal, pero no es un criminal, muere acogiendo en sí a todos los pecados de todos los seres humanos, muere por darnos la Vida. Encontrar el sentido último del dolor es muy complicado cuando no se tiene fe, aunque tampoco para quien la tiene la razón sea evidente, aunque no se llegue a explicar del todo, pero al menos permite "encajar las piezas". La razón del sacrificio no es fácil de entender, pero existe, ningún dolor es absurdo, ningún acontecimiento aleatorio. Por eso, el autor, que sabe muy bien lo que es aceptar lo que para la mayor parte de los seres humanos es inaceptable, e incluso encontrar alegría en esa situación, puede decir"...aunque el sufrimiento siempre cuesta, gracias a que soy capaz de sufrir, finalmente logro más de lo que pierdo"
Pensaba en estas cosas al leer el libro que recientemente ha publicado D. Luis de Moya, sacerdote que lleva veinte años anclado a un cuerpo que no le responde. En un accidente de automovil perdió la movilidad de sus extremidades, pero no de su alma, que sigue muy activa. El sabe como nadie lo que significa el dolor continuado, el sufrimiento físico y espiritual. Nos cuenta sus reflexiones en "El sentido del dolor", un libro que recoge tres de sus escritos: un relato del accidente y de cómo adaptó su vida a sus nuevas condiciones; un texto maravilloso del Vía crucis, ilustrando con sus propias reflexiones la contemplación de las últimas escenas de la vida de Jesucristo, y una conferencia más teológica sobre el sentido último del sufrimiento.
Ante la contradicción, la enfermedad, la pérdida de seres queridos el alma se rebela. Esas experiencias han supuesto para muchas personas abandonar la fe, perder la confianza en Dios. Para otras muchas, han sido precisamente medio para afianzarla, para darse cuenta de modo mucho más profundo que los cristianos no adoramos a un Dios victorioso, triunfante, sino a un Dios que muere en un instrumento horrible de tortura. Lo importante no es lo que ocurre, sino por qué ocurre. Jesús muere como un criminal, pero no es un criminal, muere acogiendo en sí a todos los pecados de todos los seres humanos, muere por darnos la Vida. Encontrar el sentido último del dolor es muy complicado cuando no se tiene fe, aunque tampoco para quien la tiene la razón sea evidente, aunque no se llegue a explicar del todo, pero al menos permite "encajar las piezas". La razón del sacrificio no es fácil de entender, pero existe, ningún dolor es absurdo, ningún acontecimiento aleatorio. Por eso, el autor, que sabe muy bien lo que es aceptar lo que para la mayor parte de los seres humanos es inaceptable, e incluso encontrar alegría en esa situación, puede decir"...aunque el sufrimiento siempre cuesta, gracias a que soy capaz de sufrir, finalmente logro más de lo que pierdo"
domingo, 2 de noviembre de 2014
De la corrupción y el populismo
Mi primer viaje a Latino América fue en 1989, cuando fui invitado a Mérida, Venezuela, para impartir un curso en el seno de un congreso internacional sobre mi especialidad. Desde entonces, y por similares circunstancias profesionales, fui a Venezuela seis veces hasta el año 1997, mi última visita a ese querido país. Me llamaron muchas cosas la atención de la sociedad venezolana, algunas muy positivamente (su carácter abierto y amable, por ejemplo) y otras menos (desorganización e informalidad). Poniendo en una balanza esos inconvenientes y esas ventajas, resultaba un país muy atractivo para el visitante, pleno -por otra parte- de bellezas naturales.
Me viene a la cabeza estos días mis primeros viajes a Venezuela, porque uno de los clamores más repetidos entre ciudadanos de distintas tendencias era la queja sobre la corrupción reinante en el país (era la época de Carlos Andrés Pérez, íntimo de nuestro entonces primer ministro), el derroche de las riquezas nacionales, la falta de eficacia en la gestión de lo público, etc. Supongo que a todos les suena esa cantinela en estos últimos días, ante la desconcertante retahíla de bochornosos quebrantos de la honestidad pública que nos llegan a través de los medios. Me uno al sentimiento de indignación colectivo, pero me permito introducir un matiz, que quiero conectar con mi párrafo introductorio: ese mismo ambiente social condujo en Venezuela a Hugo Chavez y al desastre posterior. Bajo cualquier criterio que se considere, Venezuela ahora tiene mucha mayor corrupción que al inicio de ese ciclo revolucionario que, como bien refleja Orwell en "la Rebelión en la Granja", solo acaba en el desastre de quien lo solicita y en el encumbramiento de quien se aprovecha de esa justa demanda. Y junto a la corrupcion, la ineficiencia, la ruina económica y social de un país que es un ejemplo paradigmático de riquezas naturales. Todos nuestros doctorandos venezolanos (entonces eran bastantes) votaron a Hugo Chavez en las primeras elecciones que ganó, según ellos mismos me dijeron; ahora no conozco a ningún venezolano razonablemente ilustrado que defienda el sistema que ese populismo demagógico ha creado: no solo no ha resuelto los problemas, sino que los ha agravado, creando otros muchos nuevos, como es el caso de la carestía alimentaria o la desorbitada inseguridad ciudadana (según datos de Naciones Unidas en Venezuela murieron por arma de fuego 16.072 personas en 2012).
Comparto plenamente el diagnóstico de Podemos y otros grupos sociales que critican la situación actual, pero no comparto para nada sus recetas: seamos serios, este país tiene muy buenos políticos, sindicalistas, empresarios, pero también tiene unos cuantos golfos que es preciso penen en la cárcel sus fechorías. No puede tomarse el todo por la parte, y no puede confundirse la reforma con la destrucción. Escarmetemos en cabeza ajena: Venezuela, Argentina y un largo etcétera muestran a dónde llega el populismo superficial. Vale la pena releer a George Orwell, él bien sabía a dónde conduce quien se aprovecha del clamor social por la Justicia.
Me viene a la cabeza estos días mis primeros viajes a Venezuela, porque uno de los clamores más repetidos entre ciudadanos de distintas tendencias era la queja sobre la corrupción reinante en el país (era la época de Carlos Andrés Pérez, íntimo de nuestro entonces primer ministro), el derroche de las riquezas nacionales, la falta de eficacia en la gestión de lo público, etc. Supongo que a todos les suena esa cantinela en estos últimos días, ante la desconcertante retahíla de bochornosos quebrantos de la honestidad pública que nos llegan a través de los medios. Me uno al sentimiento de indignación colectivo, pero me permito introducir un matiz, que quiero conectar con mi párrafo introductorio: ese mismo ambiente social condujo en Venezuela a Hugo Chavez y al desastre posterior. Bajo cualquier criterio que se considere, Venezuela ahora tiene mucha mayor corrupción que al inicio de ese ciclo revolucionario que, como bien refleja Orwell en "la Rebelión en la Granja", solo acaba en el desastre de quien lo solicita y en el encumbramiento de quien se aprovecha de esa justa demanda. Y junto a la corrupcion, la ineficiencia, la ruina económica y social de un país que es un ejemplo paradigmático de riquezas naturales. Todos nuestros doctorandos venezolanos (entonces eran bastantes) votaron a Hugo Chavez en las primeras elecciones que ganó, según ellos mismos me dijeron; ahora no conozco a ningún venezolano razonablemente ilustrado que defienda el sistema que ese populismo demagógico ha creado: no solo no ha resuelto los problemas, sino que los ha agravado, creando otros muchos nuevos, como es el caso de la carestía alimentaria o la desorbitada inseguridad ciudadana (según datos de Naciones Unidas en Venezuela murieron por arma de fuego 16.072 personas en 2012).
Comparto plenamente el diagnóstico de Podemos y otros grupos sociales que critican la situación actual, pero no comparto para nada sus recetas: seamos serios, este país tiene muy buenos políticos, sindicalistas, empresarios, pero también tiene unos cuantos golfos que es preciso penen en la cárcel sus fechorías. No puede tomarse el todo por la parte, y no puede confundirse la reforma con la destrucción. Escarmetemos en cabeza ajena: Venezuela, Argentina y un largo etcétera muestran a dónde llega el populismo superficial. Vale la pena releer a George Orwell, él bien sabía a dónde conduce quien se aprovecha del clamor social por la Justicia.
domingo, 26 de octubre de 2014
La verdad y los medios
El periodista británico Malcom Muggeridge escribió sobre su biografiada Teresa de Calcuta: “Tiene la inestimable ventaja de no ver nunca la televisión, de no oír la radio y de no leer los periódicos, por lo que posee una clara visión de lo que sucede en el mundo”. La cita la recoge Antoni Coll en su libro "Dios y los periódicos", que acaba de publicar la editorial Digital Reasons. Se trata de una interesante reflexión personal sobre múltiples factores que afectan a la información que proporcionan los medios: su objetividad, su influencia, sus conexiones con verdades hondas que a veces se camuflan, cuando no se manipulan completamente, al hilo de los intereses que hay detras de quien dirije los grupos de opinión. Vivimos en una sociedad globalizada, donde las fuentes de información son muy variadas, aunque cada vez nos llegan más por un unico canal: nuestra conexión a internet, ya sea con el móvil, la tableta o el ordenador. Ahora es sencillo escapar de quienes convierten su dominio en los medios en un vehículo para difundir su particular visión del mundo como si fuera la única posible. Hay medios en muchos países, en múltiples idiomas, que informan desde distintos ángulos. No es necesario quedarse solo con una versión de los hechos.
Coincidí en mi último vuelo con un estudiante universitario de Barcelona. Como era esperable, salió el tema de la consulta independentista que impulsa el gobierno catalán. Resulta fácil concluir que una de las mejores formas de acercar posiciones sería obligar , si esto fuera posible, y durante un tiempo razonable, a que los partidarios de la consulta leyeran los periódicos, escucharan la radio y vieran la televisión de los medios que la niegan, y viceversa: al menos todos habríamos ganado un poco en entender por qué la gente piensa como piensa. La influencia de la visión que dan los medios es enorme, no voy a descubrirlo yo; también debería serlo su responsabilidad para conocer las consecuencias de esas posturas radicales, ya sea en promover un referendum, en condenar a personas o instituciones antes de que se demuestre su culpabilidad, en propalar rumores infundados o en ocultar hechos que lesionen a quienes sustentan esos medios. El sesgo de los medios es evidente, tanto de los públicos -bastante grave a mi modo de ver- como el de los privados, más legítimo, pero también torticero, pues un medio debería servir en primer lugar a la verdad y luego a quien lo financia. Ante ello, sólo cabe acudir a las fuentes. Por ejemplo, ante el diluvio de disparates, simplificaciones, interpretaciones interesadas, y conclusiones imaginadas que ha rodeado al último sínodo de los obispos sobre la familia, ¿qué mejor que leer las fuentes?
Coincidí en mi último vuelo con un estudiante universitario de Barcelona. Como era esperable, salió el tema de la consulta independentista que impulsa el gobierno catalán. Resulta fácil concluir que una de las mejores formas de acercar posiciones sería obligar , si esto fuera posible, y durante un tiempo razonable, a que los partidarios de la consulta leyeran los periódicos, escucharan la radio y vieran la televisión de los medios que la niegan, y viceversa: al menos todos habríamos ganado un poco en entender por qué la gente piensa como piensa. La influencia de la visión que dan los medios es enorme, no voy a descubrirlo yo; también debería serlo su responsabilidad para conocer las consecuencias de esas posturas radicales, ya sea en promover un referendum, en condenar a personas o instituciones antes de que se demuestre su culpabilidad, en propalar rumores infundados o en ocultar hechos que lesionen a quienes sustentan esos medios. El sesgo de los medios es evidente, tanto de los públicos -bastante grave a mi modo de ver- como el de los privados, más legítimo, pero también torticero, pues un medio debería servir en primer lugar a la verdad y luego a quien lo financia. Ante ello, sólo cabe acudir a las fuentes. Por ejemplo, ante el diluvio de disparates, simplificaciones, interpretaciones interesadas, y conclusiones imaginadas que ha rodeado al último sínodo de los obispos sobre la familia, ¿qué mejor que leer las fuentes?
domingo, 19 de octubre de 2014
Aborto y pensamiento único: a propósito del obispo de Alcalá
Es curioso que se utilice esta expresión: "pensamiento único" para criticar la postura del adversario político, sea del signo que sea, asumiendo que tiene el monopolio de los medios para establecer y comunicar ese pensamiento. Pero más allá de las divergencias políticas, hay cuestiones en las que todos los partidos establecidos, e incluso los que quieren llegar a establecerse y de momento se auto-atribuyen poco menos que la impecabilidad, parecen estar de acuerdo. Son esas cuestiones sociales que se consideran axiomas indiscutibles y a las que la omnitolerante democracia no puede menos que no tolerar. Entre ellas está el aborto, en el que parecen unirse en extraño maridaje polos tan contrarios como Iglesias, Sanchez y Rajoy. La aceptación social del aborto, dijo Julián Marías, es "la gran perversión de nuestro tiempo"; a mi modo de ver, uno de las enfermedades más graves de la civilización occidental. No conozco abolicionistas del aborto que quieran criminalizar a las mujeres, no se trata de una guerra entre hombres y mujeres, ni entre creyentes o ateos. Se trata de una guerra entre seres humanos gestantes y otros que tienen la capacidad de que dejen de serlo: entre quienes ponemos la vida por delante de la libertad, y los que ponen la libertad por delante de la vida cuando se trata de vidas humanas, aunque paradojicamente pongan la vida por delante de la libertad cuando se trata de vidas animales.
Como todo axioma indiscutible, no cabe la disidencia cuando hablamos del aborto. Quien no quiera aceptarlo mejor que se calle y que, en todo caso, aparque su opinión contraria a la esfera de la intimidad casera. ¡Hablar en público va contra la ley!, y eso lo dicen, precisamente, quienes defienden como supremo bien ¡la libertad de expresión! Me gustaría ver a esos devotos del librepensamiento defender con toda energía a quien declara posiciones que no comparten. Un ejemplo, entre otros, el ayuntamiento de Alcalá acaba de aprobar una moción del grupo socialista que nada mas y nada menos, "exige a la Conferencia
Episcopal la destitución del obispo de la localidad, Juan Antonio Reig Plà". Como se dice habitualmente no sabe uno si reirse o llorar. Resulta que un ayuntamiento con los votos de quienes se consideran partidarios de un estado laicista, piden a una organización religiosa que quite o ponga a sus líderes religiosos porque dice -con más o menos fortuna- lo que ese grupo religioso sostiene: en este caso, la defensa de toda vida humana. Ahora resulta que el Vaticano va a tener que enviar una terna al PSOE para ver a quien elige obispo (esto es, como en tiempos del Innombrable).
Si resulta enfermizo que la sociedad actual acepte una barbaridad como el aborto, parece que todavía es más preocupante que el enfermo no quiera saber que lo está, que opte por silenciar a quien apunta la gravedad de los síntomas, el escenario de las consecuencias. Me consta que el obispo de Alcalá es un hombre batallador en éstas y otras cuestiones que no gustan al pensamiento único, pero también que es una persona educada y amable, que critica las conductas y acoge a las personas. Por otro lado, nos guste o no nos guste lo que dice, es un ciudadano como cualquier otro, y si vivimos en una sociedad libre no podemos menos que aplaudir que alguien tenga la gallardía de decir lo que piensa aunque contravenga la corriente dominante. Más aún, cuando está defendiendo la vida de quienes no tienen voz para defenderse.
domingo, 12 de octubre de 2014
La virtud es atractiva
Ayer volví a ver "Carros de Fuego", esa magnífica película de H. Hudson, ganadora de cuatro oscars en 1981. En un momento de la película, el protagonista -un ídolo del rugby escocés- amonesta cariñosamente a un niño porque estaba jugando al fútbol en domingo, violentando la interpretación del descanso dominical que hacen los presbiterianos. Para que el chico no quedara con el amargor de la riña, invita al niño a jugar al día siguiente con él. Justifica ante su hermana, misionera como él, ese nuevo compromiso adquido, indicandole: "Quieres que el chico crezca pensando que Dios es un aguafiestas".
Con mucha frecuencia se pone a Dios como valor para reprender la travesuras de los niños ("Dios no quiere que juegues en el patio"), o incluso para amenazarlos ("si no te portas bien, Dios te va a castigar"), lo que acaba consiguiendo que los niños tengan una imagen muy tosca y desagradable de Dios. La virtud no se estimula afeando el vicio al que sustituye, sino por el propio valor de la virtud. Ser virtuoso no sólo es hacer cosas buenas, sino sobre todo disfrutar con ellas: ser feliz haciendo el bien. En el camino de conseguir una virtud, naturalmente habrá veces que tendremos que rechazar nuestras primeras inclinaciones (al fin y al cabo, el pecado original siga pesando en cada uno de nosotros), pero me parece importante recalcar que es un estadio itinerante hacia la virtud, que nunca es antipática y desagradable. Me parece que una de las claves de la verdadera educación cristiana es precisamente hacer agradable la virtud, estimular que los chicos la consideren algo por lo que realmente vale la pena hacer sacrificios, llevarnos tantas veces la contraria. Aquello de "todo lo bueno en esta vida o es pecado o engorda" no deja de ser una simplificación torticera de la realidad. El pecado no puede ser bueno, puede sernos atractivo por momentos puesto que nuestras pasiones no siempre son nobles, pero en el fondo siempre nos deteriora internamente, nos rompe por dentro. Para eso está la confesión, para reconocer el error, pedirle perdón a Dios y su gracia para recomponernos.
Los cristianos procuramos vivir acordemente con la Ley de Dios no porque temamos el castigo divino, al menos no como causa principal, sino por el placer de agradar a quien sabemos que nos ama. “Hacedlo todo por amor”, recomendaba San Josemaría, y es un consejo que sirve para todos los cristianos. Eso es lo más importante de nuestra existencia, como seres humanos y como cristianos: el amor que hemos dado y el que hemos recibido; y no hemos de perder de vista que Dios no se cansa nunca de querernos, y que de ese amor que recibimos se alimenta el que podamos dar. Nuestro actuar moral no debería estar ligado a la idea de premio y castigo, sino de modo primordial al amor que todo hijo procura a su padre bueno. Esto es perfectamente compatible con la esperanza del Cielo, o el temor al Infierno, que nos ayuda en momentos especialmente delicados de nuestra vida, pues también el ser humano necesita estar seguro de que las piezas acabarán encajando, de que la justicia se cumplirá y alcanzaremos una felicidad sin límites. Lo importante es nuestro amor a Dios, por un lado, y cómo aceptamos el amor de Dios en nuestras vidas, por otro. Lo demás, sólo si nos ayuda en ese objetivo.
Con mucha frecuencia se pone a Dios como valor para reprender la travesuras de los niños ("Dios no quiere que juegues en el patio"), o incluso para amenazarlos ("si no te portas bien, Dios te va a castigar"), lo que acaba consiguiendo que los niños tengan una imagen muy tosca y desagradable de Dios. La virtud no se estimula afeando el vicio al que sustituye, sino por el propio valor de la virtud. Ser virtuoso no sólo es hacer cosas buenas, sino sobre todo disfrutar con ellas: ser feliz haciendo el bien. En el camino de conseguir una virtud, naturalmente habrá veces que tendremos que rechazar nuestras primeras inclinaciones (al fin y al cabo, el pecado original siga pesando en cada uno de nosotros), pero me parece importante recalcar que es un estadio itinerante hacia la virtud, que nunca es antipática y desagradable. Me parece que una de las claves de la verdadera educación cristiana es precisamente hacer agradable la virtud, estimular que los chicos la consideren algo por lo que realmente vale la pena hacer sacrificios, llevarnos tantas veces la contraria. Aquello de "todo lo bueno en esta vida o es pecado o engorda" no deja de ser una simplificación torticera de la realidad. El pecado no puede ser bueno, puede sernos atractivo por momentos puesto que nuestras pasiones no siempre son nobles, pero en el fondo siempre nos deteriora internamente, nos rompe por dentro. Para eso está la confesión, para reconocer el error, pedirle perdón a Dios y su gracia para recomponernos.
Los cristianos procuramos vivir acordemente con la Ley de Dios no porque temamos el castigo divino, al menos no como causa principal, sino por el placer de agradar a quien sabemos que nos ama. “Hacedlo todo por amor”, recomendaba San Josemaría, y es un consejo que sirve para todos los cristianos. Eso es lo más importante de nuestra existencia, como seres humanos y como cristianos: el amor que hemos dado y el que hemos recibido; y no hemos de perder de vista que Dios no se cansa nunca de querernos, y que de ese amor que recibimos se alimenta el que podamos dar. Nuestro actuar moral no debería estar ligado a la idea de premio y castigo, sino de modo primordial al amor que todo hijo procura a su padre bueno. Esto es perfectamente compatible con la esperanza del Cielo, o el temor al Infierno, que nos ayuda en momentos especialmente delicados de nuestra vida, pues también el ser humano necesita estar seguro de que las piezas acabarán encajando, de que la justicia se cumplirá y alcanzaremos una felicidad sin límites. Lo importante es nuestro amor a Dios, por un lado, y cómo aceptamos el amor de Dios en nuestras vidas, por otro. Lo demás, sólo si nos ayuda en ese objetivo.
domingo, 5 de octubre de 2014
Carta abierta al ex-ministro Ruiz Gallardón
Estimado y admirado Sr. Ruíz Galladón:
Hace unos meses incluí como entrada en este blog una carta abierta dirigida a usted, siendo titular del Ministerio de Justicia, animándole en su batalla por reformar una de las leyes a mi juicio mas nefastas aprobadas por el anterior gobierno, que supone un desprecio hacia la vida de los seres humanos en gestación, los más débiles, los más vulnerables, los que, precisamente por eso, deberian ser primordialmente protegidos por la sociedad.
Ahora me siento en la obligación de volver a escribirle para agradecerle sus esfuerzos durante estos años de continuas presiones -lamentablemente no sólo de fuera, sino también y sobre todo de dentro de su partido-, y su dignidad al poner sus convicciones por delante de sus intereses políticos. Pocos, muy pocos, son los políticos españoles que han dimitido por sus ideas (me permito recordar aquí también a Manuel Pimentel, quien dejó el gobierno de Aznar por una ley de inmigración que consideraba injusta). Las escasas dimisiones están asociadas a chanchullos económicos o singulares meteduras de pata: los demás tragan con cualquier cosa, parece que dejaron su dignidad cuando decidieron entrar en la política. A usted la dimisión le honra. Me parece que continúa su brillante carrera política con una coherencia que no le van a reconocer sus críticos de un lado y de otro. Dimitir por las ideas es la más noble forma de confirmar que uno no vende sus principios por un puñado de votos.
Parece que la clase política española está nerviosa con el vuelco electoral que puede producirse en la próxima primavera. No soy amigo de los populismos, me parece que las revoluciones comienzan con el afán de cambiar una sociedad podrida y acaban engendrando una sociedad tiránica, además más podrida aun que la original. No obstante, el triste espectáculo al que todos los días asistimos: Gurtel, Barcenas, EREs andaluces, Banca Catalana, ITVs, herencia de Puyol, tarjetas de Caja Madrid, generan demasiada presión para que la sociedad española acepte que todo siga igual.
A esto se añade, y a mi me parece todavía más grave que lo anterior, la falta de referentes morales de los politicos españoles, el engaño sistemático de pedirnos el voto para unas cosas y hacer las contrarias. En lugar de políticos profesionales parecen humoristas de salón a los que podría aplicarse perfectamente la famosa frase de Groucho Marx: "estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros".
Espero Sr. Ruíz Gallardón que su marcha de la política no sea definitiva, y le animo a que lidere alguna alternativa al desastre ético que suponen hoy por hoy nuestros partidos políticos, para que no sea necesario elegir entre el populismo bananero de Podemos y la casta sinvergonzona a la que justamente critican. Este país se merece algo más.
Hace unos meses incluí como entrada en este blog una carta abierta dirigida a usted, siendo titular del Ministerio de Justicia, animándole en su batalla por reformar una de las leyes a mi juicio mas nefastas aprobadas por el anterior gobierno, que supone un desprecio hacia la vida de los seres humanos en gestación, los más débiles, los más vulnerables, los que, precisamente por eso, deberian ser primordialmente protegidos por la sociedad.
Ahora me siento en la obligación de volver a escribirle para agradecerle sus esfuerzos durante estos años de continuas presiones -lamentablemente no sólo de fuera, sino también y sobre todo de dentro de su partido-, y su dignidad al poner sus convicciones por delante de sus intereses políticos. Pocos, muy pocos, son los políticos españoles que han dimitido por sus ideas (me permito recordar aquí también a Manuel Pimentel, quien dejó el gobierno de Aznar por una ley de inmigración que consideraba injusta). Las escasas dimisiones están asociadas a chanchullos económicos o singulares meteduras de pata: los demás tragan con cualquier cosa, parece que dejaron su dignidad cuando decidieron entrar en la política. A usted la dimisión le honra. Me parece que continúa su brillante carrera política con una coherencia que no le van a reconocer sus críticos de un lado y de otro. Dimitir por las ideas es la más noble forma de confirmar que uno no vende sus principios por un puñado de votos.
Parece que la clase política española está nerviosa con el vuelco electoral que puede producirse en la próxima primavera. No soy amigo de los populismos, me parece que las revoluciones comienzan con el afán de cambiar una sociedad podrida y acaban engendrando una sociedad tiránica, además más podrida aun que la original. No obstante, el triste espectáculo al que todos los días asistimos: Gurtel, Barcenas, EREs andaluces, Banca Catalana, ITVs, herencia de Puyol, tarjetas de Caja Madrid, generan demasiada presión para que la sociedad española acepte que todo siga igual.
A esto se añade, y a mi me parece todavía más grave que lo anterior, la falta de referentes morales de los politicos españoles, el engaño sistemático de pedirnos el voto para unas cosas y hacer las contrarias. En lugar de políticos profesionales parecen humoristas de salón a los que podría aplicarse perfectamente la famosa frase de Groucho Marx: "estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros".
Espero Sr. Ruíz Gallardón que su marcha de la política no sea definitiva, y le animo a que lidere alguna alternativa al desastre ético que suponen hoy por hoy nuestros partidos políticos, para que no sea necesario elegir entre el populismo bananero de Podemos y la casta sinvergonzona a la que justamente critican. Este país se merece algo más.
domingo, 28 de septiembre de 2014
En recuerdo de D. Alvaro del Portillo
Claro está que lo importante no es lo que se ve en la tele, sino lo que se siente estando allí (por eso precisamente hay que estar), compartiendo unas horas muy especiales con personas que, recien conocidos, son casi parte de tu familia. La fraternidad cristiana es algo muy real cuando es real la fe en Cristo; nadie nos resulta indiferente cuando rezamos juntos, cuando compartimos el mismo afán de hacer presente a Jesús en los ambientes en que nos movemos, en la fábrica o en el taller, en la universidad o la escuela, en el hogar, en el campo de deporte. El ambiente de la Beatificación ha sido excelente: una nueva Pentecostés, con personas provenientes de 80 países distintos, un arcoiris de sonrisas, de entrañable cercanía. Os dejo mi pequeña contribución al albúm fotográfico, donde estamos un amigo irlandés, al que conocía desde hacía algunos años, un neozelandés, un libanés y un australiano, a los que acababa de conocer minutos antes de la fotografía. Todos han venido en homenaje a D. Alvaro del Portillo, en agradecimiento a su fidelidad, a su ejemplo, a su entrega a Dios y a todas las almas. Aunque sea excepcional hacerlo -hay muchos más santos de los que es posible declarar- estos eventos nos recuerdan que una vida que se da a Dios es una vida llena de contenido y llena de continuidad porque no se asienta en lo que hagamos aquí, sino más bien en lo que Dios quiera hacer a través nuestro.
domingo, 21 de septiembre de 2014
Natalidad ecológica
Hace unos meses vi una película de Will Smith, creo recordar que se llamaba Soy Leyenda, que me llamó especialmente la atención por incluir una idea de fondo que me parece muy relevante. El protagonista era uno de los pocos supervivientes de una enfermedad que se había propagado por el género humano como consecuencia secundaria de una supuesta vacuna contra el cáncer. Los posibles efectos colaterales de la investigación científica han sido tratados en otras películas y, sobre todo, han sido tratados por profesionales de la ética y la filosofía moral, para los que la innovación debería sujetarse a unos límites éticos. Tal vez el punto de inflexión en la concepción contemporánea de que la ciencia lleva consigo un progreso indefinido vino como consecuencia del lanzamiento de la bomba atómica de Hirosima, cuando se comprobó fehacientemente el enorme poder destructor del ingenio humano. Hoy somos muchos los científicos que admitimos una subordinación de la ciencia a la ética o, dicho de otra forma, que no debería hacerse todo lo que puede hacerse. Esta opinión está compartida por buena parte de la sociedad en lo que afecta a algunos aspectos de la innovación científica y tecnológica, como puede ser la manipulación genética de animales y plantas, la investigación nuclear o el control de las personas a través de las tecnologías de la información. Sin embargo, en el frente biomédico, donde se juega de manera especialmente clara el destino de la dignidad humana, parece que todavía buena parte de la población piensa que cualquier restricción a la ciencia lleva consigo una especie de intolerancia inadmisible, sobre todo si tiene alguna implicación religiosa.
Sirvan estas ideas para introducir el último libro que hemos publicado en la editorial Digital Reasons, que hemos denominado Regulación Natural de la Natalidad, con el significativo subtítulo de "Una alternativa moral y saludable". Curiosamente, convive una creciente vigilancia y regulación sobre las intervenciones biomédicas en animales, mientras en el terreno de la fecundidad humana y los primeros estadios de la vida parecen admitirse otras cada vez más explícitas y agresivas. La contracepción, como bien indica la Dra. Wilson, autora de este libro, es la única intervención médica que se hace para que deje de funcionar algo que funciona naturalmente bien. Todas las demás se orientan a reparar algo que nuestro organismo no realiza adecuadamente, desde una simple operación de cataratas (los ojos no ven como debieran) hasta otra que intenta atajar un tumor maligno. Los métodos anticonceptivos -en sus diversas variantes, que la autora analizar muy bien- pretenden hacer estéril a una persona que es fértil, siendolo como condición natural a esa persona. Hay otros medios naturales para evitar embarazos, por razones suficientemente relevantes, que se apoyan en cómo funciona la fertilidad humana, en entenderla bien. Por esta razón, porque son naturales, son admitidos por la práctica totalidad de las éticas y credos religiosos. Además, porque son naturales, no tienen ningún efecto secundario, y -por si fuera poco- son prácticamente gratuitas, ya que se apoyan en lo que ya tiene nuestra naturaleza.
Como en el caso de la película de Will Smith, cualquier intervención que atenta contra la naturaleza acaba volviéndose contra ella, tiene efectos secundarios que, en algunas ocasiones, pueden ser catastróficos. En el ámbito de la reproducción humana, hay muchos efectos biológicos -poco comentados por las multinacionales de este gran negocio-, que describe bien la autora, pero además hay otros sociales que son difíciles de negar, pues detrás del dominio a voluntad de la fertilidad también está el desastre demográfico de Occidente y su rampante cifra de divorcios, como también comenta con detalle la Dra. Wilson. Un libro, de fácil lectura y magníficamente ilustrado, que a todos recomiendo.
Sirvan estas ideas para introducir el último libro que hemos publicado en la editorial Digital Reasons, que hemos denominado Regulación Natural de la Natalidad, con el significativo subtítulo de "Una alternativa moral y saludable". Curiosamente, convive una creciente vigilancia y regulación sobre las intervenciones biomédicas en animales, mientras en el terreno de la fecundidad humana y los primeros estadios de la vida parecen admitirse otras cada vez más explícitas y agresivas. La contracepción, como bien indica la Dra. Wilson, autora de este libro, es la única intervención médica que se hace para que deje de funcionar algo que funciona naturalmente bien. Todas las demás se orientan a reparar algo que nuestro organismo no realiza adecuadamente, desde una simple operación de cataratas (los ojos no ven como debieran) hasta otra que intenta atajar un tumor maligno. Los métodos anticonceptivos -en sus diversas variantes, que la autora analizar muy bien- pretenden hacer estéril a una persona que es fértil, siendolo como condición natural a esa persona. Hay otros medios naturales para evitar embarazos, por razones suficientemente relevantes, que se apoyan en cómo funciona la fertilidad humana, en entenderla bien. Por esta razón, porque son naturales, son admitidos por la práctica totalidad de las éticas y credos religiosos. Además, porque son naturales, no tienen ningún efecto secundario, y -por si fuera poco- son prácticamente gratuitas, ya que se apoyan en lo que ya tiene nuestra naturaleza.
Como en el caso de la película de Will Smith, cualquier intervención que atenta contra la naturaleza acaba volviéndose contra ella, tiene efectos secundarios que, en algunas ocasiones, pueden ser catastróficos. En el ámbito de la reproducción humana, hay muchos efectos biológicos -poco comentados por las multinacionales de este gran negocio-, que describe bien la autora, pero además hay otros sociales que son difíciles de negar, pues detrás del dominio a voluntad de la fertilidad también está el desastre demográfico de Occidente y su rampante cifra de divorcios, como también comenta con detalle la Dra. Wilson. Un libro, de fácil lectura y magníficamente ilustrado, que a todos recomiendo.
domingo, 14 de septiembre de 2014
Acabar con el otro
"Queremos inquilinos blancos en nuesra comunidad blanca" | ( | Wikipedia) |
tomado del Facebook de Podemos Rivas |
Espero que a algunos escandalice este contastre: sinceramente lo desearía porque cuando uno vive de ideología (de esquemas mentales que intentan interpretar la realidad en lugar de asumirla), sólo puede cambiar cuando algo muy chocante le hace reflexionar. Quien se niega a aceptar al "otro", a quien piensa distinto, a quien actúa distinto, a quien simplemente es distinto, deberían reflexionar hondamente y cambiar su visión estrecha de la vida. Entre otras razones, porque quien ve a los demás como distintos, acabará también siendo distinto para alguien.
domingo, 7 de septiembre de 2014
De los perros y los niños
Acabo de contemplar sentado en un parque cercano a mi casa el notable tráfico de animales domésticos que ocurre en mi barrio. No es una excepción, por otra parte. Vivimos en una sociedad que valora tanto la compañía de los animales de compañía que seguramente le dedica una inversión de tiempo y dinero que, si acumuláramos, nos dejaría bastante helados.
Vaya por delante que me parece estupendo que se trate con cuidado y cariño a los animales, sean del tamaño y características que sean (tanto derecho a vivir y tan útil para el medio ambiente es un perro como un artrópodo). Me preocupa, no obstante, la inmensa atención que se dedica a los animales precisamente en una sociedad que ha cerrado las puertas a la renovación demográfica. Se ve que es más fácil tener perros que hijos, seguramente cuestan más baratos, y quizá algún socarrón diga que hasta dan más alegrías. ¿Por qué esta sociedad no tiene hijos? -Porque no tienen recursos económicos -Porque están ocupados en otras tareas profesionales o sociales; -Porque se casan más tarde y ya no hay forma, -Porque contemplan el futuro como demasiado negro para traer hijos al mundo... Tal vez por una combinación de todas ellas, pero no deja de ser preocupante que España, junto a otros países occidentales, no alcance la tasa de re-emplazo generacional. Dicho en pocas palabras, nuestra población empequeñece. Si hemos aumentado es exclusivamente debido a la inmigración; de otra forma, seguramente habría menos españoles que hace treinta años.
Seguramente detrás de la crisis demográfica de Occidente también hay una falta de Fe, de confianza en Dios y en el hombre. El "multiplicaos y henchid la Tierra" del Génesis parece haber cedido ante la presión del confort, pero en ese cambio de actitud muchas otras cosas se han perdido...
Vaya por delante que me parece estupendo que se trate con cuidado y cariño a los animales, sean del tamaño y características que sean (tanto derecho a vivir y tan útil para el medio ambiente es un perro como un artrópodo). Me preocupa, no obstante, la inmensa atención que se dedica a los animales precisamente en una sociedad que ha cerrado las puertas a la renovación demográfica. Se ve que es más fácil tener perros que hijos, seguramente cuestan más baratos, y quizá algún socarrón diga que hasta dan más alegrías. ¿Por qué esta sociedad no tiene hijos? -Porque no tienen recursos económicos -Porque están ocupados en otras tareas profesionales o sociales; -Porque se casan más tarde y ya no hay forma, -Porque contemplan el futuro como demasiado negro para traer hijos al mundo... Tal vez por una combinación de todas ellas, pero no deja de ser preocupante que España, junto a otros países occidentales, no alcance la tasa de re-emplazo generacional. Dicho en pocas palabras, nuestra población empequeñece. Si hemos aumentado es exclusivamente debido a la inmigración; de otra forma, seguramente habría menos españoles que hace treinta años.
Seguramente detrás de la crisis demográfica de Occidente también hay una falta de Fe, de confianza en Dios y en el hombre. El "multiplicaos y henchid la Tierra" del Génesis parece haber cedido ante la presión del confort, pero en ese cambio de actitud muchas otras cosas se han perdido...
domingo, 31 de agosto de 2014
Manifiesto por la libertad religiosa
Las tremendas noticias que nos llegan todos los días de Siria e Iraq, donde los cristianos -y otras minorías religiosas- son asesinados o expulsados a causa de su Fe, ponen en primera página una tremenda consecuencia del fanatismo religioso, donde unos locos se consideran investidos de la voluntad divina para masacrar a quienes no piensan como ellos. "Nunca se puede matar en nombre de Dios", repetía una vez más el Papa Francisco, siguiendo el eco de Benedicto XVI y Juan Pablo II, y tantos otros Papas a lo largo de la Historia reciente. Ante la atrocidad de lo que vemos en los medios de comunicación, salta la pregunta de quién puede considerarse enviado de Dios para hacer esas barbaridades. ¿No es Dios todopoderoso para acabar con sus enemigos? ¿Quién osa interpretar la voluntad de Dios para cometer crímenes? ¿No han leído que el segundo mandamiento de la Ley de Dios es: "No tomarás el nombre de Dios en vano"?
La noticias saltan en el próximo Oriente, pero la persecución religiosa, principalmente de los cristianos, se produce en otros muchos lugares: Nigeria, Corea del Norte, China, Paquistán, Vietnam y un largo etcétera. Los cristianos han sido perseguidos desde el s. I y lo siguen siendo, en cantidades inmensas, en el actual. Pero necesitamos hacer algo al respecto, al menos levantar nuestra voz, decirle al mundo que esta barbarie tiene que terminar, que nadie puede ser perseguido a causa de sus creencias. Dice el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia. Desgraciadamente este artículo no se respeta en los países que he citado, donde ser cristiano se paga con la exclusión social, donde convertirse al cristianismo -particularmente en los países islámicos- puede poner en peligro la vida. Acabamos de verlo con Meriam Ibrahim, la joven madre sudanesa condenada a flagelación y muerte por convertirse al cristianismo (afortunadamente ahora libre por las presiones internacionales), o es el caso de Asia Bibi, cristiana paquistaní que lleva varios años en la cárcel por declarar su Fe en Jesús. Lo mismo podemos decir de los obispos católicos condenados a la carcel o al ostracismo en Corea del Norte o China, de las niñas cristianas secuestradas en Nigeria, y de tanto dolor y sufrimiento de nuestros hermanos en la Fe.
Estas barbaridades tienen que terminar. No podemos seguir consistiendo que países que forman parte de NN.UU. y han firmado la Declaración, sigan haciendo burla de ella con sus leyes que denigran, excluyen o persiguen a quien honestamente tiene unas determinadas convicciones. No hay ninguna libertad que se llame con ese nombre si no incluye la libertad de sostener las propias creencias.,
Meriam Ibrahim tras su liberación con el Papa Francisco |
Estas barbaridades tienen que terminar. No podemos seguir consistiendo que países que forman parte de NN.UU. y han firmado la Declaración, sigan haciendo burla de ella con sus leyes que denigran, excluyen o persiguen a quien honestamente tiene unas determinadas convicciones. No hay ninguna libertad que se llame con ese nombre si no incluye la libertad de sostener las propias creencias.,
domingo, 24 de agosto de 2014
La libertad del cristiano (y III)
Si Dios quiso correr el riesgo de nuestra libertad, aun costándole su propia vida, es obvio que Dios quiere que le tratemos libremente, quiere contar con nuestras pequeñas fuerzas para agradarle, quiere que pongamos algo, siquiera un poco, de nuestra parte. El trato con Dios debería emanar de una libertad íntima, de un amor libre, que no responde a ninguna presión externa. Tal vez uno de los mejores resúmenes de la vida cristiana venga de la pluma de San Agustín: "Ama y haz lo que quieras". Los dos extremos de esta sencilla frase son imprescindibles para entenderla correctamente. Si amamos de verdad a Dios, haremos libremente lo que Dios quiera, porque nosotros lo querremos con todo convencimiento, como cualquier amor noble de esta tierra tiene por objeto agradar a la persona que ama. Si, por el contrario, hacemos lo que Dios quiere, pero sin amarle, nuestra vida será plana, mero cumplimiento de una normativa, de unos mandamientos impuestos desde fuera. Con esa actitud estaríamos reduciendo el cristianismo a un catálogo de preceptos, convirtiendo los medios en fines. Apagando la libertad, encendemos la rutina y empobrecemos un amor que de suyo está llamado a ser infinito, porque Dios es inconmensurable.
Como consecuencia de ese amor a nuestra libertad en el trato con Dios, tendremos también un profundo respeto a la autonomía de los demás, a su capacidad de decidir, aunque tomen opciones contrarias a lo que Dios les propone. Si Dios acepta esas decisiones que juzgamos equivocadas, ¿por qué nosotros vamos a impedirlas? Forzar la conciencia de nadie, incluso para obligarle a hacer el bien, parece una de las más flagrantes malinterpretaciones del querer de Dios. La conciencia es un santuario íntimo al que sólo podremos acceder si la otra persona nos abre su puerta, pidiendo ayuda.
Como consecuencia de ese amor a nuestra libertad en el trato con Dios, tendremos también un profundo respeto a la autonomía de los demás, a su capacidad de decidir, aunque tomen opciones contrarias a lo que Dios les propone. Si Dios acepta esas decisiones que juzgamos equivocadas, ¿por qué nosotros vamos a impedirlas? Forzar la conciencia de nadie, incluso para obligarle a hacer el bien, parece una de las más flagrantes malinterpretaciones del querer de Dios. La conciencia es un santuario íntimo al que sólo podremos acceder si la otra persona nos abre su puerta, pidiendo ayuda.
domingo, 17 de agosto de 2014
La libertad del cristiano (II)
Dios al crear al ser humano libre ya previó que nuestra capacidad de elegir pudiera volverse contra Él y contra nosotros mismos, que en lugar de conducirnos según sus designios amorosos decidiéramos contradecirle, tomar un camino equivocado. Aun así, Dios ha preferido correr el riesgo de nuestra libertad. La libertad imperfecta origina el mal moral en el mundo, causa la violencia, el rencor, la explotación de unos seres humanos por otros. Si no fuéramos libres, no existirían esos males, pues actuaríamos siempre de acuerdo con la voluntad de Dios, pero tampoco podríamos agradarle, tampoco tendrían ningún mérito nuestras acciones buenas, tampoco habríamos sido creados a imagen de Dios. Sin libertad tampoco habría existido el pecado, por eso la Redención que nos ha ganado Jesucristo, tras una muerte dolorosísima, es también el pago de nuestra libertad. Ésta es la razón más radical del respeto cristiano por la libertad: se trata de un tesoro recibido de Dios Padre, ganado por la muerte de Dios Hijo y que nos asemeja al Dios amor, Espíritu Santo.
Que la libertad implique la posibilidad de errar no quiere decir que requiera el error. Nos recomienda San Pedro en su primera epístola: "Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad" (1 San Pedro 2: 16). La libertad explica el error, pero no lo justifica, porque también tenemos siempre la capacidad de hacer el bien al que nos conduce la verdad. El buen ejercicio de la libertad requiere reconocer la verdad, la realidad externa a nosotros, y el bien. Elegir sin contrastar esa elección con algún criterio de referencia, con algo que sostenga la verdad de nuestra condición humana, no conduce a ninguna parte. Elegir libremente es elegir sin coacción, conscientemente de que ésa es la decisión más adecuada, pero eso no quiere decir que cualquier decisión sea buena sólo porque se haya elegido libremente. “La verdad os hará libres” (San Juan, 8:32) nos dijo Jesús. La libertad, por el contrario, no nos hace verdaderos. La libertad es una
Que la libertad implique la posibilidad de errar no quiere decir que requiera el error. Nos recomienda San Pedro en su primera epístola: "Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad" (1 San Pedro 2: 16). La libertad explica el error, pero no lo justifica, porque también tenemos siempre la capacidad de hacer el bien al que nos conduce la verdad. El buen ejercicio de la libertad requiere reconocer la verdad, la realidad externa a nosotros, y el bien. Elegir sin contrastar esa elección con algún criterio de referencia, con algo que sostenga la verdad de nuestra condición humana, no conduce a ninguna parte. Elegir libremente es elegir sin coacción, conscientemente de que ésa es la decisión más adecuada, pero eso no quiere decir que cualquier decisión sea buena sólo porque se haya elegido libremente. “La verdad os hará libres” (San Juan, 8:32) nos dijo Jesús. La libertad, por el contrario, no nos hace verdaderos. La libertad es una
lunes, 11 de agosto de 2014
La libertad del cristiano (I)
Estamos en Jerusalén, en el cenáculo donde Jesús acaba de
cenar por última vez con sus discípulos. Al ambiente de solemnidad propio de la
fiesta religiosa que celebraban se une el presagio de que algo grande ocurrirá
en las próximas horas. Jesús siente muy cercano el momento definitivo de su
Pasión y comparte con sus apóstoles
confidencias muy entrañables. Tras mostrarles gráficamente hasta dónde tienen
que llegar para ponerse a disposición de los hermanos (les había lavado los
pies, tarea que era propia de esclavos), les hablará del mandamiento del amor,
de la unidad (la vid y los sarmientos), del amor y la prudencia ante el mundo.
En ese contexto, les declara: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a
vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer” (San Juan, 15: 14-15). Jesús nos llama amigos, no siervos,
porque la relación con Dios que Él nos enseña se basa en el amor, y el amor
sólo pueden ejercerlo personas libres. Con una coacción suficientemente grande
pueden obligarnos casi a cualquier cosa, pero nunca podrán imponernos amar a
alguien.
Dios nos ha querido libres para tratarle con la confianza y
el amor que sólo pueden mostrar quienes lo hacen libremente. Podría
perfectamente haber diseñado una especie de robots humanos, que obedecieran
ciegamente sus preceptos, conduciéndose en todo momento como el Creador quisiera.
Pero, entonces, ya no sería el hombre hecho a “imagen y semejanza de Dios”,
como nos indica el Génesis, porque no sería libre, no serían sus acciones fruto
de una elección personal y consciente. La
mayor parte de las criaturas que Dios ha querido crear no tienen esa capacidad de elección y se dejan guiar, de modo más o menos mecánico, por sus instintos. No puede decirse propiamente que un acto de un animal sea bueno o malo, porque no tiene calificación moral lo que no se ha elegido libremente, pero de alguna manera la misma existencia de los animales y las plantas da gloria a Dios, y siguiendo las indicaciones de su naturaleza está cumpliendo su destino eterno.
mayor parte de las criaturas que Dios ha querido crear no tienen esa capacidad de elección y se dejan guiar, de modo más o menos mecánico, por sus instintos. No puede decirse propiamente que un acto de un animal sea bueno o malo, porque no tiene calificación moral lo que no se ha elegido libremente, pero de alguna manera la misma existencia de los animales y las plantas da gloria a Dios, y siguiendo las indicaciones de su naturaleza está cumpliendo su destino eterno.
Jesús pedía un acto de fe a quien le solicitaba alguna
curación: “¿Crees esto?” (San Juan 11: 26) le pregunta a Marta antes de
resucitar a su hermano Lázaro. “Creéis que puedo hacer esto” (San Mateo, 9: 28)
les pregunta a dos ciegos que querían ser curados. A nosotros también nos pide
que mostremos nuestra fe en decisiones concretas, que confiemos en Él y
aprovechemos los medios de gracia que nos concede. Nos recuerda la carta del
apóstol Santiago que “la fe sin obras es una fe muerta” (Santiago 2: 17), que
es preciso ejercer la libertad de hacer el bien para progresar en nuestra vida
cristiana. Eso no significa que nuestras obras generen la fe, como si la gracia
de Dios fuera producida por las obras. Más bien es al revés, si hacemos cosas
buenas es porque Dios nos da su gracia, pero el hombre no es un espectador
pasivo en este proceso. Puede corresponder a esa gracia o rechazarla, siguiendo
su libertad. El Señor es el motor de nuestro vehículo espiritual, pero nosotros
tenemos que llevar el volante, que cambiar las marchas, que pisar el acelerador
o el freno. El conductor no es quien impulsa el coche, pero lo dirige, mejor o
peor, y según esas decisiones el coche avanza por el camino adecuado o se
pierde.
domingo, 3 de agosto de 2014
En la lengua que hablaba Jesús
Católicos huidos de Mosul. Foto: Allen Kakony / Aleteia. |
La desastrosa guerra de Irak, iniciada tras una sarta de medias verdades y marcadas incoherencias, se ha cobrado ya muchas vidas, mucho dolor, en un país que fue referencia de estabilidad y cierto desarrollo en la región. Hoy contemplamos una consecuencia más de esa cadena de desastres que una guerra desencadena: la división práctica del país y la tremenda persecución de la minoría cristiana, arrollada por un nuevo movimiento fanático musulmán, que domina la tercera parte del país.
Los cristianos caldeos de Irak son tan antiguos como el mismo cristianismo, discípulos de los primeros discípulos de Jesús. De hecho, utilizan en su liturgia el arameo, la lengua en que hablaba Jesús. Originariamente procedentes de la histórica Asiria, una extensión de la actual Siria, estaban muy extendidos en el Noroeste de Irak, en el área de influencia de la ciudad de Mosul, donde reside uno de los obispos caldeos-católicos. Tras varios siglos de escisión de origen Nestoriano, retornaron a la Iglesia Católica en el s. XVI, y forman parte de las llamadas iglesias católicas orientales, en el marco de lo que ahora se denomina patriarcado de Babilonia.
Aunque históricamente han sufrido distintas persecuciones, el número de católicos caldeos era muy relevante hasta el inicio de la guerra de 2003, calculándose en torno a 1.4 millones. Actualmente se estima que pueden quedar unos 500.000, ya que muchos han emigrado a otros países, principalmente Canadá, Australia y EE.UU. La violencia contra los cristianos de Irak no ha cesado en los últimos años, principalmente por parte de las milicias extramistas musulmanas, tanto sunies como chiies. El asalto a la catedral de Bagdag en 2010 o el secuestro y asesinato del arzobispo de Mosul Paulos Faraj Rahho en 2008, se consideraron por algunos acciones aisladas, pero escondían un verdadero genocidio silencioso. Ahora ha dejado de ser silencioso en la región del país que controlan las milicias del Estado Islámico, en donde han impuesto la conversión forzosa o la marcha. ¿Qué hacemos los cristianos occidentales para apoyar a esos hermanos mayores que hablan en la lengua que hablaba Jesús? Al menos, rezar por ellos, como nos pedía recientemente el obispo de Bagdag, conocer su historia, hablar de ellos.
lunes, 28 de julio de 2014
¿Podemos crear mentes artificiales?
Acabo de regresar de un curso de verano donde hemos tratado
distintas cuestiones de ética ambiental. En una mesa redonda en donde se
debatía sobre los animales tienen o no derechos y en qué sentido se aplica esta
atribución, uno de los ponentes trazaba la línea del objeto moral en todos
aquellos seres vivos capaces de sentir, esto es los que tienen el sistema
desarrollado suficientemente desarrollado como para experimentar dolor o
placer. Según este ponente, los animales sintientes merecen consideración moral
y por tanto, en sentido amplio, tienen derecho a recibir un trato similar al
que damos a los seres humanos. No voy ahora a comentar esta posición, sino una
de las preguntas que se hicieron a continuación de las intervenciones: si los
límites de la moral se marcan por la capacidad de sufrir, ¿en el futuro también
las máquinas cibernéticas (llámanse robots, androides o replicantes, como más
nos guste) tendrán esa capacidad y por tanto serán objeto de consideración
moral?
Sinceramente me pareció un tanto grotesca esta posibilidad,
y de entrada me pareció un buen ejemplo de lo que los clásicos denominaban
argumentos “por reducción al absurdo”: si existe la posibilidad de que una
máquina tenga consideración moral (esto es merecedora de deberes éticos por
nuestra parte) en caso de que consigamos construir una que sienta dolor o
placer, entonces es que hemos puesto la frontera de la moral en una línea
equivocada.
No voy a entrar ahora a comentar mi posición sobre la
consideración que merecen los animales, sin duda mucho más generosa de lo que
hemos mostrado tras la revolución industrial, sino más bien a centrarme sobre
qué esperamos que produzca el vertiginoso desarrollo de la tecnología en las
próximas décadas: máquinas que hagan todo tipo de labores mecánicas (esto
parece muy probable), con inmensa capacidad de análisis de información muy
variada (también), con el suficiente conocimiento estructural para traducir
fluidamente entre distintos idiomas (casi, casi ya está), con posibilidades de predicción certera de acontecimientos
futuros (caliente, caliente…)… pero ¿seremos capaces de hacer máquinas que
realmente piensen, que reflexionen, que se auto-reconozcan, que tengan memorias
propias (de su actividad), que sean capaces de experimentar alegría o tristeza?
No sé lo suficiente de tecnología para predecir hasta donde
llegará el progreso cibernético, pero se me hace muy poco probable y, sobre
todo, muy poco deseable que lleguemos a crear seres humanos sintéticos. Al
igual que aplicamos el principio de precaución para tomar con mucha cautela los
avances de la tecnología en la solución de los problemas energéticos (energía
nuclear), alimenticios (transgénicos), médicos (clonación humana, investigación
con embriones…), me parece muy relevante que reflexionemos sobre el tipo de
mundo que se crearía si esa dirección de desarrollo llegara a consolidarse. No
me parece un buen camino para hacer más felices las sociedades que vivimos,
siguen sin arreglar –quizá los enturbien mucho más- los más acuciantes
problemas humanos. Esa búsqueda del
superhombre tecnológico tiene un cierto tufillo de ideología eugenésica de
inicios del s. XX, de tan nefasta memoria. Los seres humanos aunque tenemos
capacidades inmensas somos limitados, y es bueno que lo seamos porque eso nos
ayuda a ser dependientes, relacionales: sin “los demás”, no habríamos llegado
muy lejos.
La tecnología, a mi modo de ver, sirve a las necesidades
humanas, pero no es un fin. La revolución ambiental que tantos pensadores
preconizan pasa por volver a nuestras raíces más profundas, que son naturales,
y el equilibrio ecológico pasa, como la propia raíz del término indica, por
cuida nuestra propia casa, por respetar la ecología humana, por escuchar a
nuestra propia naturaleza. Me parece que estamos otra vez intentando jugar al
"seréis como dioses", tan antiguo como la propia humanidad, alterando
lo que naturalmente hemos recibido, asumiendo que somos capaces de hacer un
mejor diseño que el del mismo Creador
domingo, 13 de julio de 2014
Una revolución cultural
Conversaba el pasado viernes con uno de los últimos autores que hemos incorporado a la editorial que estoy promoviendo. En poco tiempo, hemos pasado de la relación formal autor-editor, a la de amigos, que es mucho más humana y más enriquecedora. Hablabamos de las raíces del problema educativo en España, de la baja calidad de la docencia, del escaso interés de los estudiantes, y a veces de sus familias, del bajón de contenidos y de la incompetencia de nuestra clase política para tomar medidas eficaces que contribuyan a aliviarlo. Como es más fácil buscar responsables en los demás que en nosotros mismos, pensábamos también en qué podíamos hacer para que ese estado de cosas comenzar a cambiar.
Ciertamente en la emergencia educativa actual hay causas que poco tienen que ver con la legislación, y son más bien, a mi modo de ver, las más hondas y en las que todos podemos hacer algo por remediar. En mi opinión la más importante es precisamente la crisis de valores y de virtudes que afecta a nuestra sociedad. Educar es transmitir valores y enseñar virtudes, o mejor aún hacer amable la virtud. Los valores son postulados ideológicos que fundamentan una sociedad: qué es bueno y qué es malo. Las virtudes son la capacidad real de hacer el bien o el mal, o dicho de otra forma la consistencia para vivir de acuerdo a los valores que se preconizan.
Sin duda la educación debe incluir como elemento fundamental la transmisión del conocimiento a las generaciones más jóvenes, pero en mi opinión esa labor sería muy parcial sino somos capaces de transmitirles nuestros más excelsos valores: la calidad de una sociedad es la calidad de las metas que desea: una sociedad que sólo se afana por el enriquecimiento económico poco tiene que transmitir. El respeto a toda vida de todas las criaturas, en primer lugar de las humanas, la generosidad, el trabajo bien hecho, la solidaridad con quien nos necesita, la búsqueda de la verdad, la alegría ante el milagro de lo cotidiano y tantas cosas que hacen que nuestra vida tenga sentido.
Eso requiere algo más que un cambio de legislación: es un cambio de mentalidad, una verdadera revolución cultural, muy lejos naturalmente del triste periodo chino que utilizó esta expresión. Una revolución basada en el diálogo entre personas que puedan pensar distinto pero que necesitan anclar lo que piensan en raíces sólidas. Un diálogo que se base en el conocimiento mutuo, más allá de los tópicos, de los prejuicios que cierran cualquier intercambio de ideas. Ese es el objetivo de la editorial que estamos promoviendo. ¿Te animas a colaborar con el proyecto?
Ciertamente en la emergencia educativa actual hay causas que poco tienen que ver con la legislación, y son más bien, a mi modo de ver, las más hondas y en las que todos podemos hacer algo por remediar. En mi opinión la más importante es precisamente la crisis de valores y de virtudes que afecta a nuestra sociedad. Educar es transmitir valores y enseñar virtudes, o mejor aún hacer amable la virtud. Los valores son postulados ideológicos que fundamentan una sociedad: qué es bueno y qué es malo. Las virtudes son la capacidad real de hacer el bien o el mal, o dicho de otra forma la consistencia para vivir de acuerdo a los valores que se preconizan.
Sin duda la educación debe incluir como elemento fundamental la transmisión del conocimiento a las generaciones más jóvenes, pero en mi opinión esa labor sería muy parcial sino somos capaces de transmitirles nuestros más excelsos valores: la calidad de una sociedad es la calidad de las metas que desea: una sociedad que sólo se afana por el enriquecimiento económico poco tiene que transmitir. El respeto a toda vida de todas las criaturas, en primer lugar de las humanas, la generosidad, el trabajo bien hecho, la solidaridad con quien nos necesita, la búsqueda de la verdad, la alegría ante el milagro de lo cotidiano y tantas cosas que hacen que nuestra vida tenga sentido.
Eso requiere algo más que un cambio de legislación: es un cambio de mentalidad, una verdadera revolución cultural, muy lejos naturalmente del triste periodo chino que utilizó esta expresión. Una revolución basada en el diálogo entre personas que puedan pensar distinto pero que necesitan anclar lo que piensan en raíces sólidas. Un diálogo que se base en el conocimiento mutuo, más allá de los tópicos, de los prejuicios que cierran cualquier intercambio de ideas. Ese es el objetivo de la editorial que estamos promoviendo. ¿Te animas a colaborar con el proyecto?
domingo, 6 de julio de 2014
Ciudadanos de primera
Como si se tratara de un mantra oriental, que a base de repetirlo puede convencer hasta al más indiferente, con ocasión y sin ella, los partidarios de que los católicos volvamos a las catacumbras citan para arrinconar nuestra ciudadanía que vivimos en un "estado laico" y que, en consecuencia, cualquier manifestación de lo religioso debería estar aislado de la vida social. De poco sirve recordarles que España no es un estado laico, sino "no confesional", tal y como indica nuestra Constitución (art. 16, n. 3): "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuentalas creencias religiosas de la sociedadespañola y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones".
Algunos aficionados al derecho siguen identificando la no confesionalidad de nuestro país con un supuesto carácter laico, naturalmente en el sentido que ellos lo interpretan, esto es como un estado que evita cualquier manifestación religiosa. Lo que dice la Constitución es más bien lo contrario; reconoce que existen unas creencias en la sociedad española, ancladas en su tradición histórica, que hacen conveniente tener unas relaciones especiales con quien mejor las representa: la Iglesia católica. Por la misma razón que la televisión estatal dedica mucho más tiempo al fútbol que al paddle, por poner un ejemplo, puesto que el fútbol es el deporte que más interesa a la gente, por la misma razón el Estado pone más atención en las creencias que más representadas están en la sociedad española: un argumento limpiamente democrático. Quienes intentan eliminar cualquier presencia social de lo religioso son tan demócratas como quienes intentan eliminar a los partidos políticos, los sindicatos o los periódicos que no les gustan, y quienes callan los argumentos racionales que los católicos presentamos en tantos temas de interés social (matrimonio, defensa de la vida, familia, derechos laborales, conservación de la naturaleza, etc.) son tan racionales como los que convierten un debate de ideas en una cuestión personal: en lugar de responder con argumentos, se desprecia a la persona por ser quien es (esto los clásicos le llamaban argumento "ad hominem", que la wikipedia define como a un tipo de falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ésta).
Sobre estos y otros temas relacionados con la libertad de los católicos en la vida pública se centra el libro que acaba de editar el profesor Andrés Ollero, ahora miembro del tribunal constitucional. El ensayo se denomina Laicismo: Sociedad neutralizada, y está en el marco de la colección que la editorial Digital Reasons está promoviendo para aportar argumentos de peso sobre los grandes temas de controversia social. Muy recomendable.
Algunos aficionados al derecho siguen identificando la no confesionalidad de nuestro país con un supuesto carácter laico, naturalmente en el sentido que ellos lo interpretan, esto es como un estado que evita cualquier manifestación religiosa. Lo que dice la Constitución es más bien lo contrario; reconoce que existen unas creencias en la sociedad española, ancladas en su tradición histórica, que hacen conveniente tener unas relaciones especiales con quien mejor las representa: la Iglesia católica. Por la misma razón que la televisión estatal dedica mucho más tiempo al fútbol que al paddle, por poner un ejemplo, puesto que el fútbol es el deporte que más interesa a la gente, por la misma razón el Estado pone más atención en las creencias que más representadas están en la sociedad española: un argumento limpiamente democrático. Quienes intentan eliminar cualquier presencia social de lo religioso son tan demócratas como quienes intentan eliminar a los partidos políticos, los sindicatos o los periódicos que no les gustan, y quienes callan los argumentos racionales que los católicos presentamos en tantos temas de interés social (matrimonio, defensa de la vida, familia, derechos laborales, conservación de la naturaleza, etc.) son tan racionales como los que convierten un debate de ideas en una cuestión personal: en lugar de responder con argumentos, se desprecia a la persona por ser quien es (esto los clásicos le llamaban argumento "ad hominem", que la wikipedia define como a un tipo de falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ésta).
Sobre estos y otros temas relacionados con la libertad de los católicos en la vida pública se centra el libro que acaba de editar el profesor Andrés Ollero, ahora miembro del tribunal constitucional. El ensayo se denomina Laicismo: Sociedad neutralizada, y está en el marco de la colección que la editorial Digital Reasons está promoviendo para aportar argumentos de peso sobre los grandes temas de controversia social. Muy recomendable.
domingo, 29 de junio de 2014
Custodios de la Creación
He estado toda la semana en el palacio de la Magdalena de Santander, coordinando un curso en la Universidad Menédez Pelayo sobre "¿Por qué conservar la naturaleza? Ha sido una experiencia extraordinaria, tanto por los profesores que han participado en estas jornadas, como por los alumnos y el entorno que se ha creado. No siempre es fácil hablar de temas de fondo que a uno le preocupan, más aún de hacerlo con personas que comparten unos mismos valores, tan alejados ciertamente del común social. La conservación ambiental resulta atractiva para la sociedad contemporánea, pero rara vez pasa ese interés de un asunto meramente "cosmético", bastante alejando de una postura personal y colectiva que evidencie una relación afectiva con nuestro entorno. Los cambios necesarios van mucho más allá de acostumbrarnos a reciclar, a ahorrar agua o energía. Es preciso una verdadera "conversión ecológica", como indicaba Juan Pablo II en su mensaje para la jornada mundial de la paz de 1990. Pocos se han enterado todavía, también entre los cristianos, que parecen seguir considerando que la Creación entera está a su servicio, sin apreciar la belleza, la bondad y la verdad que en todas las criaturas -pensadas por Dios, por eso mismo existentes- se encierra. Los hábitos que esa relación conlleva, las posturas en el uso de los recursos, en nuestra relación con el entorno, en los valores que propugnamos, están todavía lejos de una sociedad verdaderamente acogedora con el medio natural y social que nos rodea. Es mucho lo que nos jugamos. Como siempre es la educación el pilar de cualquier cambio profundo. Acabo recordando unas palabras de San Juan Pablo II en el discurso al que hacía referencia antes:“Hay pues una urgente necesidad de educar
en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los
demás, responsabilidad con el ambiente (…) Su fin no debe ser ideológico ni
político, y su planteamiento no puede fundamentarse en el rechazo del mundo
moderno o en el deseo vago de un retorno al «paraíso perdido». La verdadera
educación de la responsabilidad conlleva una conversión auténtica en la manera
de pensar y en el comportamiento” (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz, , 1990, n. 13).
domingo, 15 de junio de 2014
Emergencia Educativa
A nadie sensato se le escapa que la educación es la base del desarrollo humano de un país. Una educación de calidad, suficientemente extendida como para abarcar a todos los estratos de la población, es un ideal por el que no podemos cansarnos de luchar. Transmitir lo mejor de nuestra cultura, arte, técnica, ciencia y ética a las generaciones futuras es la mejor garantía del progreso. Por estas razones, me preocupa muy especialmente el deterioro de la educación que observamos en las últimas décadas en España. Las explicaciones más socorridas: deterioro de las familias, crisis económica, impacto de la inmigración, etc. no me sirve más que como socorridos argumentos que explican más bien poco. Hay razones mucho más de fondo: desprestigio social del profesorado, desmotivación, legislaciones desorientadas, medios escasos y mal aprovechados y, sobre todo, un cambio profundo en el concepto mismo de educación, que urge repensar.
Para quienes consideren este tema como uno de los más relevantes que es preciso mejorar a corto plazo, recomiendo vivamente el libro del profesor Carlos Jariod: SOS Educativo. Raices y soluciones a la crisis educativa, que acaba de publicar la editorial Digital Reasons. Con una gran brillantez y hondura, el profesor Jariod desgrana las causas últimas del deterioro educativo: el cambio en el paradigma antropológico que supone convertir al profesor de un maestro, guía, modelo, en un mero facilitador de experiencias cognoscitivas, en medio de una crisis relativista que dinamita la base última del aprendizaje: sólo vale la pena esforzarse por aprender lo que se valora. Cuando cualquier conocimiento es igualmente válido, ya sea emitido por un premio Nobel en su ámbito o por el vecino de la esquina, el conocimiento se convierte en un objetivo evanescente. En palabras de Jariod: "El nihilismo escolar hace del hombre un ser huérfano y solitario. Lo despoja –o eso pretende- de su deseo de verdad y de bien. Nuestros jóvenes, muchos de ellos sin referentes, son tan ignorantes que desconocen que lo son". Así, la ignorancia que con creciente preocupación comprobamos en nuestros alumnos, "...no se debe a la escasa inteligencia de los estudiantes actuales, sino a que el sistema educativo promueve él mismo la indiferencia y la falta de conocimiento". Es preciso recuperar entonces el valor del conocimiento depurado por la sabiduría de quienes antes que nosotros han sabido discernir lo realmente sustancial. Conceder la importancia social que merece el profesor, procurando que sean nuestros mejores universitarios quienes se orienten hacia esa labor, porque "...la centralidad del profesor no consiste en que el alumno carezca de importancia, sino al contrario que el docente es el portavoz de una tradición cultural imprescindible; la importancia del maestro de enseñanza elemental y la del profesor de enseñanza media, su función social, consiste en que ser portador ante los jóvenes de lo más preciado de la comunidad: su lengua y su cultura".
No podemos esperar más, ni siquiera a que se pongan de acuerdo los dos partidos mayoritarios, que ciegos al impacto que sus decisiones superficiales y sesgadas, están poniendo en peligro un pilar fundamental de nuestra convivencia social.
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