Católicos huidos de Mosul. Foto: Allen Kakony / Aleteia. |
La desastrosa guerra de Irak, iniciada tras una sarta de medias verdades y marcadas incoherencias, se ha cobrado ya muchas vidas, mucho dolor, en un país que fue referencia de estabilidad y cierto desarrollo en la región. Hoy contemplamos una consecuencia más de esa cadena de desastres que una guerra desencadena: la división práctica del país y la tremenda persecución de la minoría cristiana, arrollada por un nuevo movimiento fanático musulmán, que domina la tercera parte del país.
Los cristianos caldeos de Irak son tan antiguos como el mismo cristianismo, discípulos de los primeros discípulos de Jesús. De hecho, utilizan en su liturgia el arameo, la lengua en que hablaba Jesús. Originariamente procedentes de la histórica Asiria, una extensión de la actual Siria, estaban muy extendidos en el Noroeste de Irak, en el área de influencia de la ciudad de Mosul, donde reside uno de los obispos caldeos-católicos. Tras varios siglos de escisión de origen Nestoriano, retornaron a la Iglesia Católica en el s. XVI, y forman parte de las llamadas iglesias católicas orientales, en el marco de lo que ahora se denomina patriarcado de Babilonia.
Aunque históricamente han sufrido distintas persecuciones, el número de católicos caldeos era muy relevante hasta el inicio de la guerra de 2003, calculándose en torno a 1.4 millones. Actualmente se estima que pueden quedar unos 500.000, ya que muchos han emigrado a otros países, principalmente Canadá, Australia y EE.UU. La violencia contra los cristianos de Irak no ha cesado en los últimos años, principalmente por parte de las milicias extramistas musulmanas, tanto sunies como chiies. El asalto a la catedral de Bagdag en 2010 o el secuestro y asesinato del arzobispo de Mosul Paulos Faraj Rahho en 2008, se consideraron por algunos acciones aisladas, pero escondían un verdadero genocidio silencioso. Ahora ha dejado de ser silencioso en la región del país que controlan las milicias del Estado Islámico, en donde han impuesto la conversión forzosa o la marcha. ¿Qué hacemos los cristianos occidentales para apoyar a esos hermanos mayores que hablan en la lengua que hablaba Jesús? Al menos, rezar por ellos, como nos pedía recientemente el obispo de Bagdag, conocer su historia, hablar de ellos.
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