domingo, 2 de noviembre de 2014

De la corrupción y el populismo

Mi primer viaje a Latino América fue en 1989, cuando fui invitado a Mérida, Venezuela, para impartir un curso en el seno de un congreso internacional sobre mi especialidad. Desde entonces, y por similares circunstancias profesionales, fui a Venezuela seis veces hasta el año 1997, mi última visita a ese querido país. Me llamaron muchas cosas la atención de la sociedad venezolana, algunas muy positivamente (su carácter abierto y amable, por ejemplo) y otras menos (desorganización e informalidad). Poniendo en una balanza esos inconvenientes y esas ventajas, resultaba un país muy atractivo para el visitante, pleno -por otra parte- de bellezas naturales.
Me viene a la cabeza estos días mis primeros viajes a Venezuela, porque uno de los clamores más repetidos entre ciudadanos de distintas tendencias era la queja sobre la corrupción reinante en el país (era la época de Carlos Andrés Pérez, íntimo de nuestro entonces primer ministro), el derroche de las riquezas nacionales, la falta de eficacia en la gestión de lo público, etc. Supongo que a todos les suena esa cantinela en estos últimos días, ante la desconcertante retahíla de bochornosos quebrantos de la honestidad pública que nos llegan a través de los medios. Me uno al sentimiento de indignación colectivo, pero me permito introducir un matiz, que quiero conectar con mi párrafo introductorio: ese mismo ambiente social condujo en Venezuela a Hugo Chavez y al desastre posterior. Bajo cualquier criterio que se considere, Venezuela ahora tiene mucha mayor corrupción que al inicio de ese ciclo revolucionario que, como bien refleja Orwell en "la Rebelión en la Granja", solo acaba en el desastre de quien lo solicita y en el encumbramiento de quien se aprovecha de esa justa demanda. Y junto a la corrupcion, la ineficiencia, la ruina económica y social de un país que es un ejemplo paradigmático de riquezas naturales. Todos nuestros doctorandos venezolanos (entonces eran bastantes) votaron a Hugo Chavez en las primeras elecciones que ganó, según ellos mismos me dijeron; ahora no conozco a ningún venezolano razonablemente ilustrado que defienda el sistema que ese populismo demagógico ha creado: no solo no ha resuelto los problemas, sino que los ha agravado, creando otros muchos nuevos, como es el caso de la carestía alimentaria o la desorbitada inseguridad ciudadana (según datos de Naciones Unidas en Venezuela murieron por arma de fuego 16.072 personas en 2012).
Comparto plenamente el diagnóstico de Podemos y otros grupos sociales que critican la situación actual, pero no comparto para nada sus recetas: seamos serios, este país tiene muy buenos políticos, sindicalistas, empresarios, pero también tiene unos cuantos golfos que es preciso penen en la cárcel sus fechorías. No puede tomarse el todo por la parte, y no puede confundirse la reforma con la destrucción. Escarmetemos en cabeza ajena: Venezuela, Argentina y un largo etcétera muestran a dónde llega el populismo superficial. Vale la pena releer a George Orwell, él bien sabía a dónde conduce quien se aprovecha del clamor social por la Justicia.

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