El trabajo nos ocupa buena parte de nuestro tiempo, es la fuente principal (tantas veces la única) de recursos para mantenernos, nos proporciona relaciones sociales, amplía nuestros conocimientos, permite poner en valor nuestras habilidades, nos aporta experiencias vitales: en resumen, es uno de los ámbitos más importantes de la vida para la mayor parte de los adultos. Ahora bien, ¿por qué trabajamos?, ¿cuáles son las motivaciones últimas detrás del trabajo que realizamos cotidianamente?
Para muchas personas, el trabajo es sólo una cuestión de ganarse los recursos necesarios para vivir. Cuantos más recursos con menos trabajo, la ecuación resulta más satisfactoria. Para otros, el trabajo es un motivo de angustia, ya que la inestabilidad laboral les implica una inquietud sobre el futuro que les resulta complicado sobrellevar, especialmente cuando es la única fuente de ingresos para la familia. Para otros, tal vez los menos, el trabajo es un compromiso personal con la sociedad, una manera de devolverle los servicios (educación, salud, infraestructuras) que nos han permitido aprender las habilidades que ahora desarrollamos.
La productividad laboral de la que tanto se habla en estos días, va a depender en buena medida de cómo esté el trabajo organizado por quien tiene la misión de hacerlo (empresario, administración), y por las motivaciones que el trabajador tenga para desarrollar su tarea. En pocas palabras, uno trabaja por tres razones: por dinero, por miedo o por convicción. En consecuencia, para trabajar más y mejor, es preciso o más incentivos económicos, o más control, o más firmeza en las convicciones.
Para mi desde luego, la tercera es la motivación que más me motiva: cuando uno trabaja por convicción las cosas se ven y se hacen de otra manera. El problema es cuál es el origen de esa convicción: -¿un sentimiento de gratitud con la sociedad que nos ha favorecido previamente?; -¿una certeza ética, tal vez? -¿un vínculo religioso?
La primera actitud me parece poco frecuente; la segunda puede anclarse en una confianza en la bondad de lo que hacemos, que además nos resulta interesante, y eso nos lleva a efectuarlo bien y con la mente puesta en
el servicio que prestamos a los demás. La tercera, que de alguna forma complementa a la anterior, lleva a enfocar el trabajo con una perspectiva moral: es un deber de conciencia cumplir por aquello que estamos siendo retribuidos, independientemente de que esté o no el jefe presente, o de que nuestra labor sea o no valorada externamente.
Con ser de gran interés, estos últimos planteamientos me parecen insuficientes para alguien que tenga como referencia en su vida a Jesucristo. Si somos cristianos, hemos de contemplar todas las fases de la vida de Jesús, también sus años de trabajo oculto en Nazareth, en el taller de San José, quien seguramente le enseñaría su oficio y le dejaría su "cartera de clientes" cuando falleció. Para un cristiano el trabajo es un medio de santidad, de encontrar a Jesús, haciendo lo que él hizo en la Tierra. ¿Cómo sería el trabajo de Jesús? No nos dicen muchas cosas los Evangelios, pero seguramente sería un trabajo bien hecho, con generosidad, con honradez. Si todos los cristianos trabajaremos con la mente puesta en Jesús seguramente este mundo experimentaría un enorme cambio: trabajar bien, las horas debidas, con intensidad, atendiendo con generosidad a nuestros compañeros, procurando crear un ambiente amable en nuestro alrededor, cuidando la justa retribución, la competencia leal, evitando la murmuración y el pesimismo. Así trabajaría Jesús, así podemos encontrarle en el trabajo nosotros, haciéndolo por El, junto a El, encontraremos un nuevo brillo en lo que parece monótono, en lo que otros consideran mecánico, porque para nosotros será un camino hacia el Cielo.
Muy buneo
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