domingo, 6 de julio de 2014

Ciudadanos de primera

Como si se tratara de un mantra oriental, que a base de repetirlo puede convencer hasta al más indiferente, con ocasión y sin ella, los partidarios de que los católicos volvamos a las catacumbras citan para arrinconar nuestra ciudadanía que vivimos en un "estado laico" y que, en consecuencia, cualquier manifestación de lo religioso debería estar aislado de la vida social. De poco sirve recordarles que España no es un estado laico, sino "no confesional", tal y como indica nuestra Constitución (art. 16, n. 3): "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuentalas creencias religiosas de la sociedadespañola y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones".
Algunos aficionados al derecho siguen identificando la no confesionalidad de nuestro país con un supuesto carácter laico, naturalmente en el sentido que ellos lo interpretan, esto es como un estado que evita cualquier manifestación religiosa. Lo que dice la Constitución es más bien lo contrario; reconoce que existen unas creencias en la sociedad española, ancladas en su tradición histórica, que hacen conveniente tener unas relaciones especiales con quien mejor las representa: la Iglesia católica. Por la misma razón que la televisión estatal dedica mucho más tiempo al fútbol que al paddle, por poner un ejemplo, puesto que el fútbol es el deporte que más interesa a la gente, por la misma razón el Estado pone más atención en las creencias que más representadas están en la sociedad española: un argumento limpiamente democrático. Quienes intentan eliminar cualquier presencia social de lo religioso son tan demócratas como quienes intentan eliminar a los partidos políticos, los sindicatos o los periódicos que no les gustan, y quienes callan los argumentos racionales que los católicos presentamos en tantos temas de interés social (matrimonio, defensa de la vida, familia, derechos laborales, conservación de la naturaleza, etc.) son tan racionales como los que convierten un debate de ideas en una cuestión personal: en lugar de responder con argumentos, se desprecia a la persona por ser quien es (esto los clásicos le llamaban argumento "ad hominem", que la wikipedia define como a un tipo de falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ésta).
Sobre estos y otros temas relacionados con la libertad de los católicos en la vida pública se centra el libro que acaba de editar el profesor Andrés Ollero, ahora miembro del tribunal constitucional. El ensayo se denomina Laicismo: Sociedad neutralizada, y está en el marco de la colección que la editorial  Digital Reasons está promoviendo para aportar argumentos de peso sobre los grandes temas de controversia social. Muy recomendable.

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