Estoy convencido que los católicos que vendrán dentro de
varias décadas nos mirarán con sana envidia por haber tenido el privilegio de convivir
con dos pontífices de la categoría de Juan Pablo II y Benedicto XVI. La talla
humana, intelectual, y espiritual de estos Papas es sin duda enorme. No me voy
a dedicar ahora a compararlos, sino simplemente a poner de relieve la
importancia de aprovechar al máximo esos dos regalos que ha dado Dios a la
Iglesia. Centrándonos en el actual Pontífice, no me dejo de admirar de la
capacidad que tiene para comunicar lo más inefable con palabras hondas y
sencillas a la vez. Alguien ha dicho que la gente iba a ver a Juan Pablo II y
ahora va a escuchar a Benedicto XVI. No quiero decir que las palabras del
anterior pontífice fueran menos jugosas, pero ciertamente las de éste son un
tesoro que no deja de entusiasmarme.
Como es lógico, para que un escritor te entusiasme es condición
imprescindible leerlo. Pueden llegarnos comentarios más o menos elogiosos de
éste o aquél, pero un escritor sólo se disfruta realmente cuando se lee. Envié
a una amiga universitaria el discurso que pronunció Benedicto XVI a los jóvenes
profesores en el Escorial, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud. Me
comentó que había quedado impresionada por esas palabras tan profundas y
bellas, y que nunca antes había leído nada del Papa. Ese es el problema, que se
habla mucho del Papa, que se escribe mucho sobre el Papa, pero que bastante menos
gente –incluyendo los propios católicos- le leen directamente.
He introducido este largo prólogo para hacerme eco de un
ejemplo reciente donde se evidencia la distancia inmensa que hay entre lo que
dicen que dice y lo que realmente dice Benedicto XVI. Con motivo de la
publicación de su último libro, “La infancia de Jesús”, la prensa se hizo eco
de dos aspectos, que utilizó como titulares, a modo de resumen de la obra: que el
Papa no recomendaba que pusiéramos el buey y la mula en el Belén, y que los Reyes
magos eran españoles. Este es el lamentable resumen de una obra entrañable,
profunda y sencilla a la vez. Como es lógico, mi primera recomendación es que leáis
el libro directamente: en esos días todavía navideños seguro que ayudará a
muchos a calar más hondo en este Misterio clave del cristianismo. Espero que
esta recomendación sirva para cualquier otro texto de Benedicto XVI: creedme
que siempre es mucho mejor lo que realmente escribe que lo que otros
interpretan –con más o menos torpeza- de sus palabras.
Veamos lo que dice realmente el Papa a propósito de los
famosos titulares de la prensa. De las 138 páginas del libro, dedica una a
glosar las figuras del buey y la mula, concretamente la 76. Dice textualmente: “Como
se ha dicho, el pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen.
En el Evangelio no se habla en este caso de animales. Pero la meditación guiada
por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha
colmado muy pronto esta laguna, remitiéndose a Isaías 1,3: “El buey conoce a su
amo, y el asno el pesebre de su dueño: Israel no me conoce, mi pueblo no
comprende”. En resumen, el Papa afirma que no se cita en los Evangelios la
presencia del buey y la mula en la cueva de Belén. A nadie debería sorprenderle
esa afirmación: basta con haber leído alguna vez el Evangelio de San Lucas o
San Mateo, que son los que narran la infancia de Jesús. A la vez, el Papa,
afirma que la presencia de esos dos animales que siempre ha intuido el pueblo
cristiano, hace referencia a la presencia de toda la humanidad –desprovista de
conocimiento- ante el “Niño, ante la humilde aparición de Dios en el establo”,
concluyendo que ninguna “representación del nacimiento renunciará al buey y el
asno”. De cómo se llega de estas palabras a los titulares de prensa que
mencionaba antes, es tarea que mi modesta imaginación no alcanza a comprender.
Respecto a la atribución hispana de los Reyes, el Papa
escribe en las páginas 101 a 102, que lo más probables es que fueran astrónomos
de Babilonia, pero que el pueblo cristiano ha interpretado la historia de los
Magos a la luz del Salmo 72 e Isaías 60, que mencionan la universalidad de la
adoración a Dios, para considerar a esos Magos como “reyes de los tres
continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa”. ¿De dónde viene la
supuesta asignación española que hace el Papa? Citando los textos antes
mencionados, se lee en el salmo 72: “Ante él se doblará la Bestia, sus enemigos
morderán el polvo; los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes
de Sabá y de Seba pagarán impuestos; todos los reyes se postrarán ante él, le
servirán todas las naciones” (v. 9-11). El Papa hace mención de este salmo para
indicar que el pueblo considera que esos Magos son representantes de todos los
reinos conocidos, hasta el más extremo, que era precisamente Tarsis, lo que hoy
sería Andalucía. Para en ningún momento indica que los tres Magos vinieran de allí, ni siquiera
uno; dice simplemente que los Magos son personajes reales, pero como no conocemos bien sus orígenes, parece razonable también considerarlos como figuras
de la epifanía universal de Jesús.
En resumen, dejando a un lado las anécdotas a las que
nuestra frágil opinión pública nos expone, recomiendo vivamente la lectura de
este libro, precisamente en estos días, en los que la meditación del Misterio
del nacimiento de Jesús enriquecerá enormemente nuestra vivencia de las
fiestas que celebramos.