
En la familia reducida a que parece conducirnos la masificación urbana, y por qué no decirlo también el egoísmo generacional, los abuelos pintan poco. ¿Quién cuenta entonces las historias de la familia? ¿Quién dirá a los niños cómo eran sus padres de pequeños, cuáles fueron sus trastadas, cuáles sus ilusiones, sus esperanzas? Si en el terreno familiar, la marginación de los mayores es un hecho lamentable, en el terreno profesional, la pérdida se va a sentir muy particularmente en aquellos sectores más ligados a las relaciones humanas. Seguramente de redes sociales sabe más alquien de 30 que de 60 años, pero no de trato humano: los seres humanos necesitan tiempo para refinarse.
Por contraste con todo esto, me parece muy emotiva la visita que Benedicto XVI, un anciano encantador, hizo a otros ancianos en su visita pastoral a la Comunidad de San Egidio en Roma, donde se atienden personas mayores que vivían en condiciones precarias. Les decía el Papa: "Vengo
entre vosotros como obispo de Roma, pero también como anciano que
visita a sus coetáneos. Es superfluo decir que conozco bien las
dificultades, los problemas y los límites de esta edad, y sé que estas
dificultades, para muchos, se agravan con la crisis económica. A veces, a
una cierta edad, a veces uno mira al pasado, añorando cuando era joven,
cuando tenía energías frescas, cuando tenía proyectos de futuro. De ese
modo, a veces, la mirada se tiñe de tristeza, considerando esta época
de la vida como el tiempo del ocaso. Esta mañana, dirigiéndome
idealmente a todos los ancianos, aun siendo consciente de las
dificultades que comporta nuestra edad, querría deciros con profunda
convicción: ¡ser anciano es hermoso! En toda edad hay que saber
descubrir la presencia y la bendición del Señor y las riquezas que
contiene. ¡Nunca debemos dejar que la tristeza nos aprisione! Hemos
recibido el don de una vida larga. Vivir es hermoso también a nuestra
edad, a pesar de algún "achaque" y de alguna limitación. Que siempre
haya en nuestro rostro la alegría de sentirnos amados por Dios, y no la
tristeza". Son las palabras de fe de un anciano lleno de vitalidad, porque está lleno de Dios. El Papa les recordaba también que "nadie puede vivir solo y
sin ayuda; el ser humano es relacional", y acababa agradeciendo a los jóvenes que atienden a esos ancianos, que comparten con ellos su tiempo para enriquecerse mutuamente, mostrándose como un ejemplo vivo del amor de Dios a todos y cada uno, independientemente de su edad, de su estado físico, porque Dios, como buen padre y madre, sabe querer a cada uno como es, con las condiciones concretas que en un momento y lugar determinado de su historia tiene.
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