Hace unos días conversaba con un vecino que trabaja en AENA. Me comentaba que están en medio de un proceso de masiva reducción de empleados, parece que como consecuencia de la situación económica y las pésimas inversiones -muchas de contenido político- que se hicieron hace unos años, consiguiendo casi quebrar una empresa pública que antes resultaba muy rentable. Lo que más me llamó la atención de su relato fue que el único criterio que ha elegido la empresa para reducir personal es la edad de sus trabajadores. Parece que no importa si el puesto de trabajo es más o menos relevante, si la persona ha demostrado o no profesionalidad en su puesto, si ha contribuido o no a expandir la empresa en el pasado... el único criterio es haber cumplido una cierta edad. Tras esa medida entiendo que se esconde más bien la posibilidad de conseguir jubilaciones anticipadas, abaratando así lo que de otro modo serían despidos improcedentes. No obstante, el relato de mi amigo me ha dado que pensar estos días, pues me parece fruto de una tendencia más profunda en la sociedad actual, que no aprecia los valores de quienes nos han precedido. Parece que éste no es un país para viejos, como titulaban una de sus más conocidas películas los hermanos Coen. Una sociedad que no valora la experiencia es una socieda enferma. La sabiduría de cualquier pueblo se manifiesta en sus mayores. Un pueblo necesita juventud, vitalidad, renovación, sí, pero ¿a dónde va la vitalidad si no se conduce desde la sabiduría? Va rápido, pero a ningún sitio. Por otra parte, el mensaje de fondo no puede ser más desalentador para quien se encuentra en sus cuarenta: da igual lo que hagas, cuando tengas 55 años te van a prejubilar o a despedir, simplemente porque tienes esa edad. Parece que explícitamente el argumento sólo es económico, pero a mi modo de ver las cosas son más profundas.
En la familia reducida a que parece conducirnos la masificación urbana, y por qué no decirlo también el egoísmo generacional, los abuelos pintan poco. ¿Quién cuenta entonces las historias de la familia? ¿Quién dirá a los niños cómo eran sus padres de pequeños, cuáles fueron sus trastadas, cuáles sus ilusiones, sus esperanzas? Si en el terreno familiar, la marginación de los mayores es un hecho lamentable, en el terreno profesional, la pérdida se va a sentir muy particularmente en aquellos sectores más ligados a las relaciones humanas. Seguramente de redes sociales sabe más alquien de 30 que de 60 años, pero no de trato humano: los seres humanos necesitan tiempo para refinarse.
En la familia reducida a que parece conducirnos la masificación urbana, y por qué no decirlo también el egoísmo generacional, los abuelos pintan poco. ¿Quién cuenta entonces las historias de la familia? ¿Quién dirá a los niños cómo eran sus padres de pequeños, cuáles fueron sus trastadas, cuáles sus ilusiones, sus esperanzas? Si en el terreno familiar, la marginación de los mayores es un hecho lamentable, en el terreno profesional, la pérdida se va a sentir muy particularmente en aquellos sectores más ligados a las relaciones humanas. Seguramente de redes sociales sabe más alquien de 30 que de 60 años, pero no de trato humano: los seres humanos necesitan tiempo para refinarse.
Por contraste con todo esto, me parece muy emotiva la visita que Benedicto XVI, un anciano encantador, hizo a otros ancianos en su visita pastoral a la Comunidad de San Egidio en Roma, donde se atienden personas mayores que vivían en condiciones precarias. Les decía el Papa: "Vengo
entre vosotros como obispo de Roma, pero también como anciano que
visita a sus coetáneos. Es superfluo decir que conozco bien las
dificultades, los problemas y los límites de esta edad, y sé que estas
dificultades, para muchos, se agravan con la crisis económica. A veces, a
una cierta edad, a veces uno mira al pasado, añorando cuando era joven,
cuando tenía energías frescas, cuando tenía proyectos de futuro. De ese
modo, a veces, la mirada se tiñe de tristeza, considerando esta época
de la vida como el tiempo del ocaso. Esta mañana, dirigiéndome
idealmente a todos los ancianos, aun siendo consciente de las
dificultades que comporta nuestra edad, querría deciros con profunda
convicción: ¡ser anciano es hermoso! En toda edad hay que saber
descubrir la presencia y la bendición del Señor y las riquezas que
contiene. ¡Nunca debemos dejar que la tristeza nos aprisione! Hemos
recibido el don de una vida larga. Vivir es hermoso también a nuestra
edad, a pesar de algún "achaque" y de alguna limitación. Que siempre
haya en nuestro rostro la alegría de sentirnos amados por Dios, y no la
tristeza". Son las palabras de fe de un anciano lleno de vitalidad, porque está lleno de Dios. El Papa les recordaba también que "nadie puede vivir solo y
sin ayuda; el ser humano es relacional", y acababa agradeciendo a los jóvenes que atienden a esos ancianos, que comparten con ellos su tiempo para enriquecerse mutuamente, mostrándose como un ejemplo vivo del amor de Dios a todos y cada uno, independientemente de su edad, de su estado físico, porque Dios, como buen padre y madre, sabe querer a cada uno como es, con las condiciones concretas que en un momento y lugar determinado de su historia tiene.
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