Hace unos días escuchaba un seminario sobre Ciencia y Fe. Hablaba el ponente de la compatibilidad entre ambas, pues son dos formas de conocimiento que se apoyan mutuamente, aunque estrictamente tratan de esferas distintas. Me pareció interesante el hilo de la exposición, hasta que salió el caso Galileo, que parece imprescindible en estas ocasiones. El ponente indicó que lejos de ser ciertas las atrocidades que, como comúnmente se cree, sufrió el gran científico italiano a manos de la Inquisición, en realidad la condena había sido un asunto de poca importancia, que poco afectó a la vida y la reputación de Galileo. He de reconocer que me indigné al escuchar esta afirmación, de la misma manera que me indigno cuando escucho, en el extremo contrario, las exageraciones o manifestas falsedades que se propagan sobre el caso por parte de los enemigos de la Iglesia. En ambos casos, se hace poca justicia a la verdad histórica: ni es cierto que la condena fuera algo menor, ni tampoco que llevara a la hoguera, al tormento o ni siquiera a la cárcel a Galileo. El tribunal romano que condenó a Galileo no sólo cometió una injusticia grave contra el científico italiano, aunque su integridad física no fuera alterada, sino también un error desastroso que ha proyectado a través de los siglos una imagen sobre la Iglesia de aversión a la Ciencia e intolerancia, tan tópica como errónea.
En éste, como en tantos campos, es preciso ir más allá de los tópicos. La lectura amplía los moldes mentales, ensancha la mente y, sobre todo, la acerca a la verdad de las cosas, sobre todo cuando está avalada por expertos de prestigio internacional en sus respectivos campos. Los autores de la obra que ahora se publica acumulan más de un centenar de libros, más de dos mil artículos científicos y un sin fin de menciones honoríficas y reconocimientos internacionales. Son todos científicos de primer nivel en sus respectivos campos y todos mostraron un sincero interés por la Religión, por las vías para estimular su diálogo con la Ciencia, de cara a hacer este mundo más comprensible, no sólo en el orden material, sino también en sus implicaciones espirituales.No es cierto que sean dos ámbitos contrapuestos, sino complementarios; no es cierto que los científicos sean por defecto ateos, sino más bien son excepción; no es cierto que la Ciencia avale el ateísmo, aunque tampoco es un argumento para la fe; no es cierto que la Iglesia haya perseguido a la Ciencia, más bien la ha estimulado fundando universidades, academias y contando entre sus miembros más comprometidos, científicos de primer nivel: desde Copérnico hasta Lemaitre, desde Pascal o Descartes hasta Mendel, desde Pasteur hasta Lejeune. En todos los ámbitos, de todas las épocas.
Me he puesto a leer el libro. Por el momento, interesantísimo. Saludos.
ResponderEliminarLeído. Mi impresión es que hay de todo. Desde el magnífico ensayo sobre el caso Galileo, donde agradezco la profusa documentación y fuentes hasta otros que, sinceramente, me parecen deficientes como "Cerebro y alma: nuevas formas de mirar a un viejo problema". En cualquier caso enriquecedor. He comentado el ensayo de Jennifer Wiseman en mi blog. Un abrazo.
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