Me ha escrito estos días un buen amigo re-enviándome una noticia aparecida en el boletín de su parroquia. Se refiere a un figura pública muy conocida, Alfonso del Corral, jugador de baloncesto primero, médico deportivo después, ligado por muchos años al Real Madrid. Creo que es mejor ver directamente su testimonio para saber cómo un padre puede encarar la muerte de un hijo de seis años, y lo que supone eso para la vida de una padre joven: o la desesperación o el fortalecimiento en una fe que antes parecía difusa.
Sus palabras indican la calidad humana de quien muchos conocíamos solo como un jugador excelente y una buena persona: Alfonso del Corral también es un cristiano convencido, que ancló su fe en el dolor más profundo. Te recomiendo que veas su testimonio, o leas un resumen aquí.
La historia personal de Alfonso del Corral es la experiencia de muchas otras personas a las que el dolor les hace madurar. Ciertamente la existencia del dolor, de la muerte, del sacrificio escandaliza a muchos. ¿Dónde está Dios cuando ocurre el mal? ¿Dónde está cuando sufre el inocente, cuando afecta la enfermedad o el dolor a quienes más queremos? El dolor escandaliza, como escandalizó la muerte de Jesús, en la Cruz, a quienes no comprendieron lo que significaba. Para una persona sin fe, el dolor es incomprensible: sólo cabe desesperarse o aceptarlo estoicamente, como algo que ocurre, sin ningún significado. Pero para una persona con fe, el dolor transforma, los hace mejores. Como decía Lewis, el dolor es el altavoz que usa Dios para hacernos saber que somos humanos. Pero nosotros somos cristianos, creemos en un Dios que ha muerto en una Cruz. Así todo cambia. Como nos dijo Benedicto XVI en su visita a la Fundación Instituto San José, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud del pasado año, "...Desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece". Si ante una persona que sufre, estamos convencidos de que es Jesús quien sufre en ella, de alguna manera ese dolor se asocia al dolor de Jesús, que siempre está acompañándola. Pero el dolor de Jesús no es la respuesta defnitiva, luego hubo Resurrección; el dolor no es el fin de todo, fue un medio para conquistar la Alegría definitiva.
Sus palabras indican la calidad humana de quien muchos conocíamos solo como un jugador excelente y una buena persona: Alfonso del Corral también es un cristiano convencido, que ancló su fe en el dolor más profundo. Te recomiendo que veas su testimonio, o leas un resumen aquí.
La historia personal de Alfonso del Corral es la experiencia de muchas otras personas a las que el dolor les hace madurar. Ciertamente la existencia del dolor, de la muerte, del sacrificio escandaliza a muchos. ¿Dónde está Dios cuando ocurre el mal? ¿Dónde está cuando sufre el inocente, cuando afecta la enfermedad o el dolor a quienes más queremos? El dolor escandaliza, como escandalizó la muerte de Jesús, en la Cruz, a quienes no comprendieron lo que significaba. Para una persona sin fe, el dolor es incomprensible: sólo cabe desesperarse o aceptarlo estoicamente, como algo que ocurre, sin ningún significado. Pero para una persona con fe, el dolor transforma, los hace mejores. Como decía Lewis, el dolor es el altavoz que usa Dios para hacernos saber que somos humanos. Pero nosotros somos cristianos, creemos en un Dios que ha muerto en una Cruz. Así todo cambia. Como nos dijo Benedicto XVI en su visita a la Fundación Instituto San José, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud del pasado año, "...Desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece". Si ante una persona que sufre, estamos convencidos de que es Jesús quien sufre en ella, de alguna manera ese dolor se asocia al dolor de Jesús, que siempre está acompañándola. Pero el dolor de Jesús no es la respuesta defnitiva, luego hubo Resurrección; el dolor no es el fin de todo, fue un medio para conquistar la Alegría definitiva.
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