domingo, 13 de marzo de 2016

En defensa de la vida

Hace unos días tuvimos un seminario en mi departamento sobre la consideración moral de los animales, un tema que está ganando interés en los últimos años. No voy ahora a comentar esta cuestión, a la que me referiré en próximas entradas, sino la base ética que el conferenciante aducía para respaldar su postura favorable a esa consideración. Los animales superiores tienen un sistema nervioso suficientemente desarrollado como para sentir placer y dolor, por lo que infringirles dolor supone un atentado a su dignidad intrínseca.
Independientemente de la solidez ética del argumento, no cabe duda que lo mismo cabe afirmar también de los embriones humanos, que a partir de pocas semanas de vida tienen un desarrollo fisiológico incuestionable. Así las cosas, cualquier animalista debería ser contrario al aborto, simplemente por pura coherencia con su argumento de base, aunque me temo que no es el caso de muchos de ellos.
Como decía, no quiero ahora extenderme en ese argumento, sino reflexionar sobre los distintos planteamientos que justifican una defensa integral de la vida humana. Por un lado, estarían los que piensan que se basa en ser creado a imagen y semejanza de Dios, por tanto dotado de un valor espiritual único. Por otro, los que consideran que los derechos humanos son aplicables universalmente, siendo el más básico el derecho a la vida. Por otro, los que aman la vida en todas sus manifestaciones, por tanto también la humana. Por otro, los que consideran que causar la muerte directamente nunca es legítimo jurídicamente, ya sea por ser fruto de un posible fallo judicial -que sería no enmendable en la pena capital-, ya por ser una forma de venganza inaceptable en un estado de derecho.
Ese enfoque jurídico es el meollo del libro que ha publicado recientemente Manuel Iglesias en la editorial Digital Reasons. El libro se denomina:"En defensa de la vida. Alegato contra la pena de muerte", y supone una reflexión lúcida sobre la historia de la pena capital, sus partidarios y detractores, para culminar mostrando las bases jurídicas y éticas que aconsejan abolir esta pena extrema, que todavía se aplica en varios países del mundo. Un libro de indudable interés, que fundamenta un consenso bastante generalizado en las sociedades occidentales (excepción hecha de EE.UU, donde algunos estados la mantienen), y augura una pronta eliminación universal de una práctica que debería haber ya desaparecido. Ojalá que también lo haga el aborto, que también supone -desde el punto de vista biológico y ético- la eliminación de un ser humano amparada por la ley.

domingo, 6 de marzo de 2016

Políticos y Filósofos

Hace unos meses fue noticia los lapsus culturales de dos de nuestros políticos emergentes, que un debate universitario parecían no haber leído a Kant. No sé si ciertamente no lo habían leído, o fue un olvido propio de quien tiene la cabeza en muchos sitios. Lo cierto es que lo hayan leído o no, ambos políticos, y me atrevo a afirmar que el resto de los que sientan hoy en el congreso de los diputados, están muy influidos por el pensamiento del filósofo aleman, al menos en lo que atañe al idealismo
que tiñe sus comportamientos. Filosóficamente hablando, ser idealista no es tener grandes valores, sino asumir que nuestra mente intepreta la realidad, ya que nuestro conocimiento requiere que esa realidad sea iluminada por las ideas que pre-existen a la misma realidad. Diciendolo de manera sencilla, en contraste con el realismo filosófico, que postula que el conocimiento es fruto de cómo el exterior impacta en nuestra mente, el idealismo interpreta el exterior a partir de nuestra mente. Lo real viene de fuera o de dentro, respectivamente. Por eso digo que nuestros políticos son principalmente idealistas, porque no juzgan el exterior sino con sus ideas pre-concebidas. Por eso no dialogan, discuten; no se escuchan, se contestan; no piensan en las posturas de los demás, porque los demás conocen otra realidad que no es la nuestra.
Si hubieran leído algo más a Kant también habrían descubierto su razón práctica, que establece como principio universal la responsabilidad ética. Desde luego, a buena parte de los políticos les vendría muy bien recordar que su conducta debería servir como ejemplo para el resto de la sociedad, y quizá así sea, aunque desde luego el ejemplo que dan -insultos, descalificaciones gratuitas, falta de interés por el bién común, deshonestidad, etc.-  dista mucho de los ideales éticos.
Remontándonos algo más en la historia de la Filosofía, tampoco les vendría mal a los políticos del momento leer a Platón o a Aristóteles, para quienes el gobernante ideal es aquel que busca únicamente la sabiduría, el bien de la República y de sus ciudadanos, por encima de cualquier otra consideración personal. Pueden empezar con un breve diálogo de Platón, Critón o del Deber, donde el genial discípulo de Sócrates cuenta la defensa que hace su maestro de la Ley (del ordenamiento del bien común), que considera por encima incluso de su propia vida: "es preciso morir aquí o sufrir cuantos males vengan, antes que obrar injustamente", dice Sócrates antes de ser condenado injustamente, rechazando huir o burlar la condena para no violar el respeto a la Ley.
Aquí y ahora estamos muy lejos de la excelencia ética de Sócrates o de Kant, estamos muy lejos del  bien común cuando importa más ocupar cargos que resolver problemas, figurar que dar soluciones, criticar que construir, hundir que colaborar.

domingo, 28 de febrero de 2016

Lotería de refugiados

Asistimos con asombro a una interminable cadena de reuniones en el seno de la Unión europea para discutir qué hacer con las personas que intentan refugiarse de bárbaras guerras que recorren Oriente Medio y el norte de Africa. Resulta vergonzante que los países más prósperos del mundo lleven cinco meses "repartiendose" una cantidad ridícula de los cientos de miles de desplazados por conflictos bélicos que no hemos sabido o querido parar, o quizá que hemos de alguna manera ocasionado. Países mucho más pobres que los nuestros, como Jordania o el Líbano, acogen con generosidad a los refugiados sirios, desbordando sus ya precarios servicios sociales. Mientras, en Europa seguimos con los cruces de acusaciones, las disputas nacionales y las prevenciones para no resolver un conflicto humanitario de proporciones descomunales. Campamentos improvisados, con mínimas condiciones de higiene y salubridad en países con economías de despilfarro. Mirar a otro sitio. Acusar al vecino. Incluso alentar el miedo a una "invasión". Cualquier cosa sirve para vestir con el derecho internacional lo que deja de ser un simple atentado a la justicia. ¿Qué pasa mientras con esos miles de hombres y mujeres y niños que bagan desesperadamente hacia un lugar que les haga olvidar los horrores de meses de un conflicto que nadie allí entiende? ¿Dónde están los miles de niños que han desaparecido? ¿Dónde los que han perdido a sus padres y fluyen como sonámbulos? ¿Dónde, en última instancia, esta Europa, la que ha dado al mundo el derecho y la ciencia, el estado moderno, la democracia?

domingo, 21 de febrero de 2016

Cristianofobia

Parece que estos días se pone de actualidad la cuestión del respeto a la libertad religiosa, con motivo del juicio de la actual portavoz del ayuntamiento de Madrid por la invasión de una capilla católica de la universidad complutense hace ahora cuatro años. Es curioso la poca objetividad que se evidencia en los medios de comunicación, que subrayan aspectos parciales del problema, cada uno los suyos, con escaso interés por informar de la realidad. Ahora resulta que un ataque directo a la libertad de conciencia de las personas -que de eso estamos hablando- es un ejercicio de la libertad de expresión, o incluso, para algunos, un acto heroíco en defensa de la laicidad del Estado. La legislación española ampara la libertad religiosa, el derecho de todas las personas -¡incluso de los católicos!- a profesar la fe religiosa que estimen oportuno, sin ser por ello discriminados ni molestados en modo alguno. Si un bárbaro ataca a un judío ortodoxo, porque va vestido con traje negro y tirabuzones en el pelo, cualquier persona de un estado moderno y avanzado declarará aquello como un asalto a un derecho básico del creyente judío. Lo mismo cabe decir de quienes practican otras religiones menos extendidas en nuestro país, como los Hare Krishna o las mujeres musulmanas, a las que también se reconoce fácilmente.
Que cada uno piense lo que quiera es un postulado que parece haber inventado la izquierda, que siempre se muestra como adalid de la libertad individual: ¿siempre? No, no siempre, el postulado no aplica cuando estamos hablando del cristianismo, en donde los ataques solapados o directos a las opiniones de los demás se vestirán de cualquier otra etiqueta moralmente elevada para justificar lo injustificable. Ya me he referido en este mismo blog al vandalismo que vivimos con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011, donde energúmenos insultaron a jóvenes de diveros países del mundo que venían a Madrid, simple y llanamente, a vivir alegremente su fe.
Cuando pensamos en la persecución de los cristianos, es preciso referirse a los países totalitarios que obvian el derecho básico a la libertad religiosa, discriminando, encarcelando, torturando o matando a las personas que no siguen la ideología dominante: Corea del Norte, China, Pakistán, Arabia Saudí, Irak, Siria y un largo etcétera en donde actualmente las minorías religiosas sufren sólo porque su conciencia les lleva a seguir otra fe distina a la que los tiranos de turno quieren imponer. Entre esas minorías, sin duda los más perseguidos en el mundo son los cristianos, nuestros hermanos en la fe. No podemos callar ante esas tropelías, ahora tristemente de actualidad con los crímenes del autoproclamado estado islámico.
Pero también conviene levantar nuestra voz ante los mismos planteamientos de totalitarismo religioso en los países de tradición cristiana como el nuestro. Bajo la excusa de una falsa laicidad (confunden la neutralidad religiosa del Estado con la obsesión laicista), se profanan símbolos religiosos con la pobre excusa de un arte innovador, se marginan tradiciones porque tienen sentido religioso (a veces, ¡hasta amparándose en la defensa de otros credos!) o se intenta expulsar a los católicos de la vida pública bajo la sospecha de que imponen sus ideas (¡es paradójico!). Para una visión más amplia de esta cuestión, recomiendo la lectura del reciente libro de Luis Antequera, que trata extensamente de la persecución de los cristianos, incluido el hostigamiento y acoso al que a veces somos sometidos en las sociedades cristianas. Los cristianos no podemos silenciar el sufrimiento de nuestros hermanos en los países donde pagan con su vida o su emigración su fe en Jesucristo, pero tampoco deberiamos callar en nuestro país ante flagrantes incumplimientos del respeto que toda conciencia merece.

domingo, 14 de febrero de 2016

Reinventar la Historia

He estado esta semana en Barcelona, donde me habían invitado a impartir una conferencia sobre la encíclica Laudato si a unos empresarios de la ciudad, antiguos alumnos del IESE. Como acabó tarde en la noche, me quedé allí a dormir y aproveché para visitar la Sagrada Familia, que no había visto desde su inaguración. Supongo que sobran las palabras para exaltar las maravillas de ese templo, quizá el más emblemático del arte religioso contemporáneo. Es difícil combinar en una sola obra la excelsitud artística y la hondura religiosa: hay artistas creyentes que han ofrecido un mensaje espiritual de gran envergadura; hay agnósticos que han hecho obras de arte muy bellas, quizás alguna de índole religioso, pero unir y superar ambas dimensiones parece reservado solo a artistas geniales con una fe muy profunda. Gaudí es un personaje excepcional, no voy yo a descubrirlo, y su mensaje sigue tan vivo y actual como en el momento en que propuso sus grandes obras, singularmente este templo al que dedicó lo mejor de su creatividad y su espiritualidad.
Tras visitar con detalle el templo, abarrotado de turistas de todas las lenguas y colores, me entretuve en el museo, donde se narran las distintas fases de la construcción, los promotores de la obra, su sentido último (en honor a San José, inicialmente, luego a la familia de Jesús, y en última instancia a toda la Iglesia), y sus avatares históricos. Es bien sabido que la terminación de la Sagrada Familia ha chocado con muchas dificultades; una de las más destacadas es la falta de información sobre algunas de las soluciones arquitectónicas propuestas por Gaudí, ya que su estudio fue atacado e incendiado al inicio de la Guerra Civil española, especialmente virulenta en Barcelona, donde se combinaron la guerra entre bandos y los conflictos internos en el bando republicano. En el museo se indica que fueron "turbas incontroladas" quienes provocaron la destrucción. No voy a entrar ahora en el detalle histórico de lo que allí ocurrió, pero me hizo pensar en quién pone en marcha un proceso que acaba en que un grupo de seres humanos considera un progreso destruir un monumento religioso, en última instancia la expresión de la cultura de un pueblo, del mismo pueblo al que pertenecen esas "turbas incontroladas". No es necesario indicar que ese tipo de acciones "incontroladas" fue tristemente célebres en el inicio y en el fin de la II República española. Tampoco es necesario recordar el ingente daño que produjo a nuestro patrimonio artístico, sumado al que ya se había producido en la mal llamada desamortización (ahora diríamos "expropiación indebida") de los bienes eclesiásticos en el s. XIX. Pero sí es preciso recordar lo ocurrido, para evitar que vuelva a ocurrir. Nunca puede considerarse progreso la destrucción: Nunca. Destruir obras de arte religiosas no es desgraciadamente patrimonio de un determinado sector de la izquierda española, también lo vemos ahora nítidamente en las acciones del Daesh. Ellos saben bien que destruir los restos artísticos es destruir la cultura de un pueblo, aniquilarlo también en sus raíces.
Al terminar mi visita al museo, vi un documental que narraba en imágenes la construcción del templo y simulaba las fases que quedan por constuir. También hacía referencia el vídeo a la destrucción del estudio de Gaudí, pero en este caso se decía literalmente: "La iglesia se quemó durante la Guerra Civil española". El matiz me resultó chocante, y me parece que tergiversa la verdad de los hecho. No, la iglesia no se quemó, como podría haberse quemado cualquier edificio por accidente o infortunio. La iglesia fue quemada intencionalmente, como manifestación del odio a la religión católica que movía a esas "turbas incontroladas", el odio que alguien atizó en años previos, el mismo odio que sigue presente en algunos estratos de la sociedad española. Hace unos días pusieron en mi parroquia una pintada con el conocido lema: "La iglesia que mejor ilumina es la que arde". Es terrible la pérdida de la memoria histórica, porque estamos siempre aprendiendo de nuevo, porque no nos aprovecharán los errores del pasado. Ignorar la historia es tremendo, pero peor todavía es interpretarla a conveniencia propia, o peor aún inventarla.

domingo, 7 de febrero de 2016

Cambiar el clima depende de ti

En estos días preparo un par de conferencias relacionadas con la encíclica Laudato si, una dirigida a empresarios y otra a educadores. Desde que se publicó la encíclica, en el pasado mes de junio, me han tenido bastante entretenido hablando sobre ella en muy distintos foros, desde parroquias hasta universidades, pasando por foros de debate más o menos informales. Cada vez que preparo mis intervenciones soy el primero en aprender más de este texto, tan rico en posibilidades. Me parece que todavía nos queda mucho estudio del texto para hacerle la justicia que merece. En esto, como en otras cosas, la actualidad nubla la hondura, y la urgencia acaba marchitando la inteligencia. Al final se reduce un texto que merece horas de estudio a unos pocos titulares.
Uno de los aspectos en los que estoy profundizando estos días es en la responsabilidad personal a la que, de una forma u otra, conduce la encíclica. En los temas ambientales, y singularmente en los relacionados con el cambio climático, lo más sencillo es "echar balones fuera" como se dice popularmente; esto es, pensar que la cuestión es tan amplia, tan global, que no podemos hacer nada por solucionarla. Pero eso suele ser, en este y en otros muchos temas, un refugido socorrido de nuestra pereza. Quién piensa que no puede hacer nada, en el fondo no está dispuesto a hacer nada. Pero no es cierto. Ante cualquier problema, por más global o distante que parezca, siempre podemos hacer algo. Seguramente no podremos directamente, por ejemplo, parar la muerte de cristianos en Siria o en Iraq, pero al menos podemos rezar por ellos, hablar de ellos, o quizá dejar de consumir el petróleo que financia a sus asesinos.
En las cuestiones ambientales también podemos pensar que "alguien debería hacer algo", sin hacer nada nosotros mismos. Pero no hemos de olvidar el tremendo impacto que tienen nuestras decisiones personales: qué hacemos, cómo nos transportamos, qué consumimos, qué usamos o reusamos, cómo procesamos o reducimos nuestros desechos... Además, si estamos verdaderamente convencidos de esa "conversión ecológica" a la que nos insta la encíclica del Papa, no sólo cambiarán esos hábitos, sino que también exigiremos que los cambien quienes nos gobiernan, desde la comunidad de vecinos en la que vivimos, la empresa en la que trabajamos o el ayuntamiento en el que vivimos, hasta el gobierno de la nación. Es una cuestión de valores, y la encíclica del Papa nos invita a incluir entre nuestros valores morales la custodia de la Creación. Ese es el núcleo de un texto que merece una lectura meditada.

domingo, 31 de enero de 2016

Los políticos que necesitamos

Digital Reasons acaba de publicar el último libro del profesor Enrique San Miguel, catedrático de Historia del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos. Versa sobre el papel fundamental de los políticos cristianos en la construcción de la Unión Europea. Líderes de la talla de Adenauer, De Gasperi, Schuman o Aldo Moro, que supieron superar los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y una larga historia de enfrentamientos entre las naciones europeas, para vislumbrar un futuro común, basado en los valores que han hecho nuestro continente referencia social para el resto del planeta. El respeto a la libertad individual, conjugada con la búsqueda del bien común y de la justicia social, la solidaridad como principio básico del orden social, un estado donde rige el derecho basado en la justicia son valores a los que no podemos renunciar, sea cual sea la situación económica o política. Pero esos valores se sustentaron en una concepción del mundo de la que ahora parece avergonzarse Europa, y esa es -en mi opinon- la clave de la crisis política en la que nos encontramos en nuestro continente. Se ha perdido la visión cristiana de la existencia, y se quieren mantener unos valores sin la base que les sustenta. ¿Qué queda del bien común, cuando no se acepta que existan verdades universales? ¿Qué de la generosidad y la apertura al otro, cuando no hay principios morales compartidos? ¿No nos sonroja el triste espectáculo que dan los políticos europeos ante la crisis de la inmigración en Siria o en Libia? ¿Cómo puede el conjunto más rico de países del mundo negar asilo a refugiados de una guerra, que además en buena parte ha sido causada o consentida por esos países? ¿Hemos olvidado los millones de europeos que emigraron a América en el s. XIX? ¿No somos conscientes de la herencia moral con países que han sufrido nuestro colonialismo hasta hace apenas unas décadas? ¿Dónde está la vitalidad europea para exportar su cultura, sus valores, su ciencia al resto del mundo?
Si enfocamos la situación en España, el libro del profesor San Miguel no puede ser más oportuno. ¿Dónde están los políticos inspirados por principios cristianos? No hablo naturalmente de los "católicos oficiales" (a Dios gracias ya van quedando pocos), sino de líderes con un auténtico sentido de la justicia, el bién común, la honestidad, o la política como servicio. En medio de las conversaciones (¿o mejor decir reyertas?) entre partidos por conseguir el ansiado sillón, resulta consolador conocer mejor la Historia, entender que es posible hacer política de otra manera, descubrir otras referencias en líderes que, con un auténtico sentido cristiano, supieron mirar más allá, perdonar y construir juntos, sociedades que han sido -me atrevo a afirmar- culmen de una concepción verdaderamente integral del progreso.

domingo, 24 de enero de 2016

Educación y empatía

Ayer volví a ver "Begin Again", una película de John Carney de 2013, que además de tener una magnífica banda sonora y una puesta en escena alegre y desenfada, toca muchos temas de gran calado humano. Una de las escenas que me resulta más interesante es el encuentro entre Gretta, la compositora recien traicionada por su novio cuando éste alcanza la fama musical, y Violet, la hija de Dav, el productor musical que consigue convencerla de grabar sus canciones.Violet es una adolescente con inseguridades y anhelos, desgarrada por la separación de sus padres. Viste de manera provocadora para llamar la atención del chico que le gusta en el instituto. Su padre se sorprende por lo que entiende es una desfachatez y culpa de ello a su madre, que tampoco es capaz de comunicarse bien con ella. A Gretta, en cambio, le bastan unos instantes para conectar. Lo primero que le pregunta es por el chico al que miraba (solo ella se da cuenta, no su padre que también presencia la escena). "-Le quieres", "-Sí, pero no tengo oportunidades, no se fija en mí", responde Violet. Gretta le asegura que no es así, y le hace pensar sobre su imagen ante él: "-Y quieres dar la impresión de que eres facilona". Acaba la escena proponiéndole ir de compras, y en las siguientes Violet ha cambiado su actitud y su seguridad (también su forma de vestir), y hasta acaba tocando la guitarra y mostrando ante su padre su talento.
Me parece que es una escena muy sugerente de la importancia de conectar con las personas a quienes se dirige nuestra labor educativa. Me parece que es una experiencia universal que sólo nos dejamos ayudar por quien percibimos que nos entiende, que intenta ayudarnos desde nuestra posición y no impornernos la suya. Por tanto, sólo puede educar quien es capaz de ponerse entender el punto de partida de la persona a quien se dirige. Dice un proverbio indio que para entender a alguien hay que andar con sus mocasines durante tres lunas. Es una manera hermosa de decir que no podemos juzgar a quien no entendemos. Los griegos clásicos acuñaron una palabra excelente para expresar esa disposición: empatía, que indica, literalmente, entrar "en el sentimiento" de otra persona, en su sentido, en lo que una determinada situación realmente significa para la persona. Sin ponernos en el lugar del otro es difícil transmitir nada, o serán sólo cosas muy superficiales. Con mucha frecuencia los docentes nos limitamos a eso, a transmitir conocimientos. No es poco, desde luego, si son relevantes y precisos, pero, tras muchos dedicado a la enseñanza, se me hace un objetivo algo estrecho. Me parece mucho más importante transmitir valores, ideales, sentido, motivaciones. Ayudar a elevarse por encima de sus propias limitaciones, en entendimiento del mundo, pero también en calidad de su trabajo, generosidad con los demás, sobriedad de vida, apertura mental.  En definitiva, solo con empatía, que nace en el fondo del cariño por nuestros alumnos, podemos recuperar el concepto platónico de educación: extraer de un alma todo el amor, el bien y la belleza que lleva dentro.

domingo, 17 de enero de 2016

El capitalismo no es suficiente

Aunque parece que la tremenda crisis económica que ha azotado a nuestro país y -en menor medida- al conjunto del mundo occidental va amainando, la sacudida social sigue haciendo muy penosos estragos, lo que ha llevado a diversos intelectuales a plantearse la vigencia de un modelo económico que se considera ya obsoleto. Ciertamente, el capitalismo -en sus diversas acepciones- está detrás de buena parte de nuestro desarrollo económico, que ha conseguido facilitar un nivel de vida razonablemente alto para una gran mayoría de la población de nuestras sociedades, particularmente si lo comparamos con cualquier otro periodo de la Historia. Ahora bien, observamos que el modelo no cumple muchas de las expectativas iniciales, que ha crisis de fondo que llaman a una reconsideración del modelo. No se trata de que haya paro coyuntural, por ejemplo, sino de un sistema que margina sistemáticamente a una buena parte de la población más vulnerable. No se trata de que haya crisis bancaria, sino de que se considere el instrumento como un fin, sirviendo a unos pocos en lugar de servir de lubricante de la economía. No se trata de que haya problemas ambientales, sino de que no podemos vivir a un ritmo que consumo más recursos del planeta de lo que éste es capaz de regenerar. En suma, no es una crisis de un país o de una región, sino más bien de un sistema que es preciso reconsiderar.
Este es el tema central del libro que recientemente ha publicado el profesor José Luis Fernández: "El Capitalismo" en la editorial Digital Reasons. El libro se subtitula, muy significativamente: ¿Bastan las leyes de mercado para regular la economía?, ya que plantea una de las cuestiones más fundamentales de este sistema económico. El ensayo es un lúcido análisis de los fundamentos de este sistema económico y social, de sus logros y carencias, para presentar algunas sugerencias que permitan reformarlo. La base de la doctrina social de la Iglesia se presenta como herramienta de enorme proyección para que esa reforma sea verdaderamente eficaz y sirva a los intereses del bien común. El profesor José Luis Fernández es catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (ICADE) y Director de la Cátedra de Ética Económica y Empresarial, por lo que indudablemente es una voz muy autorizada para realizar esa crítica y proponer alternativas acordes con una visión antropológica integral del ser humano. Analiza con especial cuidado las bases éticas del capitalismo, sus carencias (individualismo, materialismo), planteando algunas ideas que permitan armonizar el desarrollo económico con otras facetas tanto o más trascendentes, que permitan lograr un progreso más armónico, que integre no sólo a todas las personas, sino también al resto de los seres vivos.

miércoles, 13 de enero de 2016

Reforma y Ruptura

Estos días estaba buscando en internet la cita bibliográfica de un poema de Santa Teresa que me gusta especialmente: "Nada te turbe, nada te espante...". Como la red es el refugio de todo tipo de escritos, paradójicamente a veces es mas difícil encontrar la fuente de una cita muy conocida que de otras menos usadas. Me llamó la atención que una de las páginas que el buscador sugería para mi búsqueda estaba tomada de un medio protestante. Leí con atención la referencia que hacían, precisamente de una de las santas que más eficazmente reformó la Iglesia, casi en el mismo periodo que Lutero se empeñaba en separarla.
Tengo varios amigos evangélicos, de los que admiró su fe y su vida de oración. En modo alguno, este escrito pretende ofenderles, pero realmente me resulta curioso que en un medio protestante se alabe a una santa católica, asumiendo -y eso es lo que me resultó más curioso- que santa Teresa era tan reformadora como ellos. El único argumento que se daba es que Teresa fue denunciada a la Inquisición, como sospechosa de herejía. Acabo de leer una magnífica biografía de la santa, que muestra en múltiples referencias de sus obras y sus cartas, que la reformadora del Carmelo no simpatizaba para nada con el supuesto reformador alemán, y que se sintió en todo momento hija de la Iglesia. Sus problemas con la Inquisición no pasaron a mayores, como sí ocurrió con otros eclesiásticos y seglares por razones que no siempre tenían que ver con la ortodoxia católica. Ahora bien, el elemento más llamativo de la supuesta vinculación protestante de santa Teresa de Jesús es considerar que cualquier reformador de los abusos o los vicios de la Iglesia de la época tenía el espíritu de Lutero. En realidad, Lutero contribuyo más bien poco a la reforma de la Iglesia. En una película que se estrenó hace unos años, el mentor espiritual de Lutero, el prior del monasterio agustino donde vivía, le comenta al final de su vida: "Yo te pedí que reformaras la Iglesia, no que la destruyeras". Efectivamente, de la supuesta reforma protestante no se concluyó más mejoras para la Iglesia que la reacción a que dio lugar, pero las iglesias separadas: luterana, calvinista, anglicana, baptista, y un larguísimo etc. lo siguen estando, tras cinco siglos de las tesis de Wittenberg. La ruptura que inició Lutero desgarró Europa en las siguientes décadas, tanto en el terreno religioso como en el político y cultural. Hoy, la separación de los que seguimos a Jesucristo sigue siendo ocasión de escándalo para los no creyentes.
Ciertamente la reforma de la Iglesia era necesaria en aquellos tiempos -y siempre, porque el trigo está asociado a la cizaña como nos indica Jesús en el Evangelio-, pero la actitud y los medios de santa Teresa, san Ignacio, san Francisco Javier o san Francisco de Sales son bien distintos de los que emplearon Lutero, Calvino o Zwinglio. Solo se puede reformar algo desde dentro, cambiando lo que sea preciso, no inventando una institución paralela.

domingo, 3 de enero de 2016

Desconectarse

He pasado unos días de retiro espiritual, aprovechando las vacaciones navideñas. Leer, pasear, contemplar, meditar, revisar, planear, reflexionar son verbos que forman parte básica del actuar humano, pero que parecen sujetos a una especie de gripe tecnológica que ahora los reduce, en algunas personas, a la mínima expresión. Vivimos en la sociedad de la comunicación; de todo se informa, a la mayor brevedad, todo interesa, todo se divulga, desde lo más relevante a lo más nimio, desde lo más trascendente a lo más superficial. Como somos limitados para asumir lo que nos llega del exterior, nos desborda esa ingente corriente de datos y acaban convirtiéndose en ruido. El ser humano necesita remansar lo que recibe, filtrar lo que es realmente importante, separar el grano de la paja, y para eso es preciso que desconectemos esas antenas exteriores y nos centremos, al menos en algunos momentos al día, al mes, al año, en lo que realmente está en nuestro interior. Para conectar con nosotros mismos, es preciso desconectarnos del barullo exterior.
Decía Einstein que información no es lo mismo que conocimiento. Sin información externa no podemos conocer, pero conocer no es un mero ir acumulado más y más información: o se asume-medita-reflexiona, o pasa sobre nosotros como un rio caudaloso, arrastrando sedimentos a otro lugar sin dejar nada en nuestro lecho.
Ayer leía en la prensa la relación de las 50 empresas con mayor valor bursátil del mundo. Entre las 10 primeras había cuatro tecnologícas. La tecnología atrae extraordinariamente; es muy difícil resistirse a consultar la prensa digital, ver videos en youtube, revisar el último mensaje en twitter o contestar los mensajes de whatsapp que acaban de llegar. Como estos medios están permanentemente funcionando, la conexión es constante y también lo es el barullo al que me refería antes. Me parece que es preciso desconectarse periodícamente, vivir la realidad presencial, en lugar de estar permanentemente enganchados a la virtual. ¿No es más sencillo hablar con una persona que tenemos delante que contestar a otra situada no-se-sabe-dónde, interrumpiendo la conversación que teníamos con la primera? Junto a la falta de cortesía que eso supone, el problema más de fondo es nuestra creciente incapacidad para contemplar, meditar, revisar, planear, reflexionar sobre nuestra vida, nuestra relación con con Dios y con los demás, o nuestras metas profesionales. No es tan difícil, basta, simple y llanamente, apagar el aparato, quizá dejarlo estar en nuestra casa, por unas horas al menos, liberarnos de un cable invisible que nos tiene permanentemente enganchados a una realidad que no es nuestra, que nos ayuda en muchas ocasiones, pero en otras nos empequeñece, nos debilita, nos desconecta de lo que realmente es valioso.

viernes, 25 de diciembre de 2015

El cumpleaños de Jesús

Recibí hace unos días un mensaje en el móvil, que incluía una carta de Jesús a un amigo, señalando su contrariedad porque hubiera tantas fiestas en honor de su cumpleaños (eso es la Navidad), y fueran tan pocos los que le invitaban a esas fiestas.
Sí, la Navidad se ha convertido para muchas personas en una celebración de no-se-sabe-qué. Hay que estar contentos, hay que regalar, hay que tirar petardos, hay que decorar, hay que poner luces, hay que comer y beber más de la cuenta, hay que cantar, hay que reunirse con la familia, hay que viajar... pero no sé sabe bien por qué. ¿Qué hace que estos días sean tan entrañables? ¿Cuál es su sentido? ¿Por qué hacemos extras que no nos permitimos en otros periodos del año?
No voy a meterme ahora en los detalles históricos sobre desde cuándo se celebra la Navidad y por qué se instauró el 25 de Diciembre. Lo importante es que la Tradición cristiana, que abarca toda Europa, América, muchos países de Africa y Oceanía, y algunos de Asia, celebra -algunos desde hace muchos siglos- que en estos días nació Jesús de Nazareth, Dios que quiso hacerse hombre, como nosotros, para "redimirnos del pecado y darnos ejemplo de vida", como decían los viejos catecismos: en suma, para morir por nuestras culpas y para darnos un maravilloso testimonio de una vida que nadie en la Tierra, en la Historia, ha podido superar. Si hubieramos sido atrapados por un grupo terrorista, secuestrados y encarcelados en condiciones durísimas, y alguien se hubiera ofrecido para liberarnos de esa prisión, intercambiandose por nosotros, ¿cómo le estaríamos agradecidos? ¿qué haríamos en su recuerdo? Si ese alguien fuera además un príncipe, con una enorme fortuna, que perdería completamente por liberarnos; si fuera muy poderoso y perdiera toda su influencia para ocultarse en una cárcel por nuestra libertad... Pues mucho más que so hizo Jesús por nosotros, y por eso, y por esa luminaria de su vida y sus palabra que no puede apagarse, celebramos la Navidad, su cumpleaños. ¿Vamos a seguir celebrándolo sin El? ¿Vamos a reir, a cantar, a comer, a bailar sin acordarnos cuál es el motivo último de esa alegría?

domingo, 20 de diciembre de 2015

En el año de la misericordia

El pasado día 8 iniciaba el Papa Francisco solemnemente el año de la misericordia, un año jubilar en la Iglesia católica para conmemorar el 50 aniversario del fin del Vaticano II, marcado por una virtud que le resulta especialmente cercana al actual Pontífice. "Dios no se cansa nunca de perdonar", ha repetido en muchas ocasiones, y nos invita ahora a considerarlo con una renovada fuerza, y a darlo a conocer a quienes, por una u otra razón, se han apartado de Dios y de la Iglesia.
Dice el conocido aforismo, que Dios perdona siempre, el hombre algunas veces y la naturaleza nunca. En mi reciente viaje a Emiratos, nos invitaron a visitar la gran mezquita Sheikh Zayed en Abu Dhabi. En una de las paredes del interior figuran los calificativos que los musulmanes atribuyen a Dios: el segundo de ellos es "El Compasivo con toda la creación"; el tercero "el Misericordioso con los creyentes". También los musulmanes reconocen la misericordia de Dios, aunque lamentablemente algunos no la practiquen. Para los cristianos, el nombre propio de Dios es Creador (Padre), Palabra (Hijo) y Amor (Espíritu Santo), todo en la íntima unión de la Trinidad. No puede separarse ningún atributo de Dios del ser Padre-Palabra-Amor. A eso nos llama el Papa Francisco en este año de gracia, a reflexionar de nuevo sobre ese Amor que explica la Creación y la Redención.
Si Dios ha querido crearnos para el amor y ha querido redimirnos para recuperar el amor perdido por nuestra propia soberbia, el año de la misericordia es principalmente un periodo para recuperar el amor a Dios y para ahondar en ese amor a través del amor a sus criaturas, a todas. Recuperar el amor perdido es reflexionar sobre el sacramento del perdón. Me preguntaba un amigo hace unos meses hablando de la confesión: "¿Pero ese sacramento no lo habían quitado en el Vaticano II?"; no, no lo han quitado. Sería tremendo que los católicos perdieramos ese tesoro: un Dios que perdona, que nos manifesta ese perdón hasta físicamente, cuando escuchamos "yo te absuelvo de tus pecados". Es El, aunque actué a través de una imagen suya, de un sacerdote, que siempre nos recibirá con corazón paternal, como el buen padre de la parábola del hijo pródigo. (Para quienes hace tiempo que no se confiesan, hay una guía didáctica muy sencilla en el siguiente enlace)
Un año también para, recuperando ese amor, entregarlo a los demás. Misericordia significa "misere cor dare": dar el corazón al mísero, a quien necesita esa compasión, ese sentir con. Ser misericordioso es mirar más allá de nosotros mismos, ver personas necesitadas de nuestro cariño, de nuestra atención, de nuestro tiempo, quizá de nuestros recursos, aunque no sólo. Leía hace tiempo uno testimonio de un voluntario que trabajó junto a la Madre Teresa de Calcula (pronto la llamaremos Santa). Al llegar al hospital, le dejó en brazos un niño pequeño que estaba agonizando. No pudo hacer nada. Murió poco después. Ella le dijo que sí había hecho mucho, mostrar a ese niño que había sido querido, servir de imagen de Dios para entregar un amor visible a quien ya no tenía nada.

domingo, 13 de diciembre de 2015

¿Qué celebramos en Navidad?

Ayer regresé de Emiratos Arabes, un país de reciente creacion (nació en 1971), pero de gran empuje cultural y económico. Heredero de las tradiciones nómadas de la península arábiga, la gran riqueza petrolífera primero y la perspicacia de los líderes tribales (jeques) después han convertido a este país en referente del mundo árabe, además uno de los más abiertos a Occidente.  En Emiratos conviven el inglés y el árabe como lenguas cooficiales, amparando a una enorme diversidad de trabajadores de distinos sectores que buscan en el afluencia economica del país una mejor vida. El rápido desarrollo de sus dos principales ciudades, Dubai y Abu Dhabi, las convierte en eje económico, comercial y turistico del golfo pérsico.
Estos días celebraba el país su día nacional, el 44 aniversario de su nacimiento, y las calles de Al Ain, donde me he alojado, se engalanaban con luces y motivos decorativos referentes al evento. Me invitaron a visitar una feria cultural que organizan con este motivo donde recuerdan sus tradiciones, su artesanía y gastronomía, sus danzas y canciones, su destreza en la doma de caballos y camellos. Aparentemente, conviven bien el fomento de esas tradiciones con la apertura a las nuevas tendencias, principalmente tecnológicas. Choca un poco ver a mujeres y hombres ataviados con sus trajes tradicionales manejando móviles de última generación. Parece que la tecnología, muy presente en la vida cotidiana del país, no les resulta contradictoria con sus propias raíces culturales: la tablet y el móvil conviven con el velo o el turbante. Por ejemplo, la directora del departamento de Geografía de la Universidad más importante del país me recibió con cordialidad, pero excusó darme la mano indicando que no era costumbre (diferencias culturales dijo), y no parece que sintiera contradicción entre dirigir trabajos de sus alumnas sobre imágenes de satélite mientras iba vestida, al menos en el exterior, con el mismo estilo de ropa que podría haber llevado su bisabuela.
Me dio que pensar esta cuestión por contraste con cuestiones que vemos todos los días en nuestro país, que en apenas 30 años ha cambiado tan drásticamente hasta olvidar las costumbre sociales y las tradiciones culturales que había acumulado en su larga historia. Desde luego no pienso que cualquier cosa sea buena por el hecho de ser antigua, pero también me parece un error despreciar una tradición por el hecho de serlo. Confundir una tradición, en el modo de hablar, de vestirse, de comportarse, de valorar ciertas cosas, con el atraso es actitud de nuevos ricos, que piensan con orgullo pasar por encima de sus antepasados como si fueran deficientes mentales, cayendo por eso en los mil tropiezos que ellos ya superaron.
Hay muchos frentes donde esta actitud esta presente. Ahora se puede observar claramente en la tradición navideña. A base de obviar lo que no puede obviarse, porque es el núcleo de lo que celebramos estos días, se acaba por caer en la más ridícula estulticia. Ya no se felicita la Navidad, sino "las fiestas", pero parece que nadie se pregunta de qué son esas fiestas, qué celebramos exactamente y por qué deberíamos felicitarnos. Para obviar el recuerdo del nacimiento de Jesús, (Navidad = Nacimiento), intentan identificar la Navidad con las cosas más absurdas, como los osos polares, la nieve, o las luces de no-se-sabe-qué. Naturalmente el árbol es más representativo que el Belén, porque lo usan los nórdicos o los estado-unidenses, y ese señor gordo vestido de rojo (que por cierto es una imagen de San Nicolás, obispo de Mira en la actual Turquia) más generoso que nuestros Reyes Magos. Me parece que más allá de los símbolos el asunto es de más calado, pues supone el abandono de una tradición cultural propia para cambiarla por algo mucho menos sólido, de menos calado y, además, foráneo, extrinseco a nuestras raíces. No parece que tenga mucha lógica.

domingo, 6 de diciembre de 2015

¿A qué ha ido el Papa a Africa?

Un perspicaz analista de la situación internacional se quedaría perplejo ante el reciente viaje del Papa a Africa. Ha visitado tres países: Kenia, Uganda y Republica Centro-africana. Ninguno de ellos cuenta con relevancia internacional, ninguno cuenta para los planes de los poderosos: no tienen grandes recursos naturales, ni excesivo petroleo, ni una gran población... Tampoco deberían ser objetivos prioritarios de una Iglesia católica que trata de recuperar su presencia social en Occidente, de seguir avanzando en Oriente y de reducir el envite de las sectas en América. Visto desde fuera, no es un viaje muy razonable, pero la cuestión de fondo es que la Iglesia no se mueve por ninguna de las motivaciones que se mueven las grandes potencias: no busca los recursos, ni las grandes masas, ni la influencia política o económica. La Iglesia sólo pretende, nada más y nada menos, que vivir como Jesús vivió, continuar su labor de anunciar la "buena nueva " (el Evangelio), a todas las personas, a cada una a cada uno, independientemente de su condición social o económica, de su situación geográfica, de su influencia. Dijo un escritor francés que Dios sólo sabe contar hasta uno; para Dios cada uno es importante, cada uno merece toda la sangre de Cristo, todo el tesoro de la Redención. El viaje del Papa Francisco no puede ser más ilustrador de esta actitud: va a visitar a quien necesita su calor humano y sobrenatural, a quien requiere consuelo, cariño, coraje, oracion. Unos pueblos duramente castigados por la violencia, por enfrentamientos crueles, casi siempre producto de intereses foráneos.
Mejor que nadie expresa la alegría de quien recibe al Papa sin tener nada que ofrecerle, salvo su cariño filial, el obispo español de una de las regiones que visitó Francisco,  Bangassou, Juan José Aguirre. Con palabras emocionadas de gratitud, nos indicaba el enorme valor de quien recibe la visita de un padre, de un padre para quien cada hijo es valioso, independiente de los juicios humanos que sobre él o ella se hagan. Recomiendo su carta, llena de pasión por la vida y de esperanza pese al dolor que viven cotidianamente: "Gracias porque nos has dado valor y esperanza, porque no te callaste, porque miraste a la cara a los pobres, porque abriste la Puerta Santa de la Misericordia enseñándonos un carril prioritario, diferente del resto de la Iglesia, para ir más rápido hacia Sus Manos, experimentar su amor, y nos pediste que lo repartiéramos después, en forma de gestos de reconciliación. Nos enseñaste un camino, nos mostraste cómo salir de hoyo, del laberinto en el que estamos... Cuando, después de la foto ritual en la Nunciatura, te cogiste a mi brazo para subir los escalones, sentí tu fuerza, no tanto física, sino sobre todo humana y espiritual. Bromeamos contigo en la comida con los Obispos cuando te enseñamos dos palabras en sango: ndoyé y siriri. Las repetiste a los jóvenes de la vigilia de oración 3 horas después: " Empapad vuestra vida de amor y paz"