Hace unos meses fue noticia los lapsus culturales de dos de nuestros políticos emergentes, que un debate universitario parecían no haber leído a Kant. No sé si ciertamente no lo habían leído, o fue un olvido propio de quien tiene la cabeza en muchos sitios. Lo cierto es que lo hayan leído o no, ambos políticos, y me atrevo a afirmar que el resto de los que sientan hoy en el congreso de los diputados, están muy influidos por el pensamiento del filósofo aleman, al menos en lo que atañe al idealismo
que tiñe sus comportamientos. Filosóficamente hablando, ser idealista no es tener grandes valores, sino asumir que nuestra mente intepreta la realidad, ya que nuestro conocimiento requiere que esa realidad sea iluminada por las ideas que pre-existen a la misma realidad. Diciendolo de manera sencilla, en contraste con el realismo filosófico, que postula que el conocimiento es fruto de cómo el exterior impacta en nuestra mente, el idealismo interpreta el exterior a partir de nuestra mente. Lo real viene de fuera o de dentro, respectivamente. Por eso digo que nuestros políticos son principalmente idealistas, porque no juzgan el exterior sino con sus ideas pre-concebidas. Por eso no dialogan, discuten; no se escuchan, se contestan; no piensan en las posturas de los demás, porque los demás conocen otra realidad que no es la nuestra.
Si hubieran leído algo más a Kant también habrían descubierto su razón práctica, que establece como principio universal la responsabilidad ética. Desde luego, a buena parte de los políticos les vendría muy bien recordar que su conducta debería servir como ejemplo para el resto de la sociedad, y quizá así sea, aunque desde luego el ejemplo que dan -insultos, descalificaciones gratuitas, falta de interés por el bién común, deshonestidad, etc.- dista mucho de los ideales éticos.
Remontándonos algo más en la historia de la Filosofía, tampoco les vendría mal a los políticos del momento leer a Platón o a Aristóteles, para quienes el gobernante ideal es aquel que busca únicamente la sabiduría, el bien de la República y de sus ciudadanos, por encima de cualquier otra consideración personal. Pueden empezar con un breve diálogo de Platón, Critón o del Deber, donde el genial discípulo de Sócrates cuenta la defensa que hace su maestro de la Ley (del ordenamiento del bien común), que considera por encima incluso de su propia vida: "es preciso morir aquí o sufrir cuantos males vengan, antes que obrar injustamente", dice Sócrates antes de ser condenado injustamente, rechazando huir o burlar la condena para no violar el respeto a la Ley.
Aquí y ahora estamos muy lejos de la excelencia ética de Sócrates o de Kant, estamos muy lejos del bien común cuando importa más ocupar cargos que resolver problemas, figurar que dar soluciones, criticar que construir, hundir que colaborar.
que tiñe sus comportamientos. Filosóficamente hablando, ser idealista no es tener grandes valores, sino asumir que nuestra mente intepreta la realidad, ya que nuestro conocimiento requiere que esa realidad sea iluminada por las ideas que pre-existen a la misma realidad. Diciendolo de manera sencilla, en contraste con el realismo filosófico, que postula que el conocimiento es fruto de cómo el exterior impacta en nuestra mente, el idealismo interpreta el exterior a partir de nuestra mente. Lo real viene de fuera o de dentro, respectivamente. Por eso digo que nuestros políticos son principalmente idealistas, porque no juzgan el exterior sino con sus ideas pre-concebidas. Por eso no dialogan, discuten; no se escuchan, se contestan; no piensan en las posturas de los demás, porque los demás conocen otra realidad que no es la nuestra.
Si hubieran leído algo más a Kant también habrían descubierto su razón práctica, que establece como principio universal la responsabilidad ética. Desde luego, a buena parte de los políticos les vendría muy bien recordar que su conducta debería servir como ejemplo para el resto de la sociedad, y quizá así sea, aunque desde luego el ejemplo que dan -insultos, descalificaciones gratuitas, falta de interés por el bién común, deshonestidad, etc.- dista mucho de los ideales éticos.
Remontándonos algo más en la historia de la Filosofía, tampoco les vendría mal a los políticos del momento leer a Platón o a Aristóteles, para quienes el gobernante ideal es aquel que busca únicamente la sabiduría, el bien de la República y de sus ciudadanos, por encima de cualquier otra consideración personal. Pueden empezar con un breve diálogo de Platón, Critón o del Deber, donde el genial discípulo de Sócrates cuenta la defensa que hace su maestro de la Ley (del ordenamiento del bien común), que considera por encima incluso de su propia vida: "es preciso morir aquí o sufrir cuantos males vengan, antes que obrar injustamente", dice Sócrates antes de ser condenado injustamente, rechazando huir o burlar la condena para no violar el respeto a la Ley.
Aquí y ahora estamos muy lejos de la excelencia ética de Sócrates o de Kant, estamos muy lejos del bien común cuando importa más ocupar cargos que resolver problemas, figurar que dar soluciones, criticar que construir, hundir que colaborar.
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