A la vez, es creciente la impresión de que necesitamos algo más que mero consumo, que más y más cosas no son suficientes. La ciencia explica el cómo, pero no el por qué, y necesitamos algo que trascienda lo cotidiano, que nos aporte un poco de misterio, del sentido sagrado que todo ser humano necesita. De ahí se conduce a ver con simpatía manifestaciones más o menos exotéricas de la fe: religiones orientales, quiromancia, magías de distinto color, mientras despachamos con desprecio nuestro legado religioso, variadísimo y ubérrimo, como si se tratara de cuatro simplezas.
Voy a intentar presentar dos aspectos de la fe cristiana que me parecen especialmente olvidados en nuestra sociedad. Por un lado, que la fe es razonable, que hay muchos argumentos sólidos y profundos, para soportar los que creemos los seguidores de Jesús. Por otro, que vivir la fe no es un “rollo”; antes al contrario, que ofrece una felicidad honda, mucho mayor que la que ofrecen las cosas materiales, porque está en nosotros mismos, donde Dios reside, si le aceptamos. Nuestro Dios no es un ser alejado, indiferente, que un día nos creó, echó a andar la evolución biológica y nos espera en el día del juicio final. Los cristianos creemos que Dios nos ama infinitamente, que está junto a nosotros, es más que se hizo hombre, Jesucristo, para mostrarnos de cerca múltiples caminos que conducen a la plenitud. Cada uno tiene el suyo, pensado para él o ella desde la eternidad de Dios.
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