Nuestra sociedad es especialista en la denuncia. Buena parte de los programas de noticias se centran en conflictos legales de distinto tipo, en los que la reivindicación de derechos individuales son parte protagonista. Aunque este enfoque puede dar lugar a exageraciones, creo que debemos felicitarnos que seamos cada vez más sensibles a las injusticias y que tengamos una creciente tendencia a reparar aquéllas que ocurren en medio de nosotros. Pero al igual que sucede en otros aspectos, nuestras denuncias no siempre son equilibradas. Hay temas que resultan más “de moda”, donde parece que reivindicar un derecho va a ser fácilmente aceptado por todos, mientras en otros aspectos la injusticia se acompaña de un cierto silencio de complicidad.
Me parece que un ejemplo claro de esta actitud en occidente es la defensa de la libertad religiosa. Nada hay más íntimo al ser humano que sus propias creencias. Nada más radicalmente totalitario que imponer las creencias de un grupo –sea o no mayoritario- a otro. Lamentablemente, a lo largo de la Historia en numerosas ocasiones se han producido este tipo de presiones, en muchas ocasiones violentas, que han cercenado la vida o la libertad de tantas personas que sentían su fe suficientemente fuerte como para brindarse al martirio. Si bien ha habido siglos y países donde los cristianos hemos sido los perseguidores, lo cual nos llena de estupor y arrepentimiento, conviene recordar que han sido muchos más frecuentes los casos de hermanos nuestros en la fe que han perdido la vida o la libertad por significarse en su fe. No estoy hablando de episodios que se remontan a un pasado arcano, a las películas de “romanos” que vemos como relleno televisivo en Semana Santa, sino al siglo XX, donde –como ya señalaba Juan Pablo II- se ha producido la sucesión más violenta de persecuciones a cristianos desde el nacimiento de Jesús. Un buen resumen puede encontrarse en la obra de Royal: Catholic Martyrs of the Twentieth Century: A Comprehensive World History, publicada en el año 2000 por Cross Road Pu. Co. Desde las revueltas de los cristeros en México o la guerra civil española, hasta los campos de exterminio nazis, los Gulags soviéticos o los campos de concentración chinos y camboyanos, la lista de mártires cristianos del siglo XX es abrumadora.
Ciertamente las tremendas dictaduras del s. XX han pasado ya a mejor vida, salvo la China o la norcoreana que todavía mantienen un férreo control de las conciencias de sus ciudadanos, y se ha vislumbrado un nuevo amanecer de los cristianos en los antiguos países del Este europeo o en la misma Rusia. Sin embargo, no podemos aún dar por concluida la lista de mártires. Sigue habiéndolos en tantos países que nuestra esfuerzo por extender la libertad religiosa en todo el mundo no debe cejar. Así nos lo ha recordado el papa Benedicto XVI en su último mensaje en la jornada mundial de la Paz, del pasado 1 de enero. El papa nos recuerda que “Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe”. Inicia su alocución revisando los tristes sucesos de los atentados de islamistas radicales en Iraq, singularmente el asalto a la catedral católica de Bagdag, en la que perdieron la vida más de 50 personas cuando asistían a la Santa Misa. Otros países islámicos marginan o intimidan a los cristianos, convirtiéndose en ciudadanos de segunda categoría, como ocurre en Egipto con los coptos, o les prohíben sus actos de culto, como ocurre en otros estados árabes. Esto, como señala el Papa, “no se puede aceptar, porque constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral”. La denuncia del Papa no sólo se dirige hacia el próximo oriente, sino también hacia los países de vieja tradición cristiana, “especialmente en Europa, para que cesen la hostilidad y los prejuicios contra los cristianos, por el simple hecho de que intentan orientar su vida en coherencia con los valores y principios contenidos en el Evangelio”. El mensaje papal denuncia estas situaciones y anima, a la vez, a los cristianos, a no perder la confianza en el Señor, a sentirse acompañados por los demás cristianos, mientras les conmina a no ceder a la tentación de la venganza: “La violencia no se vence con la violencia. Que nuestro grito de dolor vaya siempre acompañado por la fe, la esperanza y el testimonio del amor de Dios”.
La paz no puede fundamentarse únicamente en un equilibrio militar, nos recuerda Benedicto XVI, sino que debe fundarse en unos valores morales, pues “es el resultado de un proceso de purificación y elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es respetada plenamente”. En ese ámbito, la libertad religiosa se constituye en una pieza básica de convivencia.
Enhorabuena por tu blog. Está muy interesante. Respecto a este tema, realmente es muy dura y complicada la situación en los paises árabes. Gracias por tus reflexiones.
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