lunes, 28 de julio de 2014

¿Podemos crear mentes artificiales?

Acabo de regresar de un curso de verano donde hemos tratado distintas cuestiones de ética ambiental. En una mesa redonda en donde se debatía sobre los animales tienen o no derechos y en qué sentido se aplica esta atribución, uno de los ponentes trazaba la línea del objeto moral en todos aquellos seres vivos capaces de sentir, esto es los que tienen el sistema desarrollado suficientemente desarrollado como para experimentar dolor o placer. Según este ponente, los animales sintientes merecen consideración moral y por tanto, en sentido amplio, tienen derecho a recibir un trato similar al que damos a los seres humanos. No voy ahora a comentar esta posición, sino una de las preguntas que se hicieron a continuación de las intervenciones: si los límites de la moral se marcan por la capacidad de sufrir, ¿en el futuro también las máquinas cibernéticas (llámanse robots, androides o replicantes, como más nos guste) tendrán esa capacidad y por tanto serán objeto de consideración moral?
Sinceramente me pareció un tanto grotesca esta posibilidad, y de entrada me pareció un buen ejemplo de lo que los clásicos denominaban argumentos “por reducción al absurdo”: si existe la posibilidad de que una máquina tenga consideración moral (esto es merecedora de deberes éticos por nuestra parte) en caso de que consigamos construir una que sienta dolor o placer, entonces es que hemos puesto la frontera de la moral en una línea equivocada.
No voy a entrar ahora a comentar mi posición sobre la consideración que merecen los animales, sin duda mucho más generosa de lo que hemos mostrado tras la revolución industrial, sino más bien a centrarme sobre qué esperamos que produzca el vertiginoso desarrollo de la tecnología en las próximas décadas: máquinas que hagan todo tipo de labores mecánicas (esto parece muy probable), con inmensa capacidad de análisis de información muy variada (también), con el suficiente conocimiento estructural para traducir fluidamente entre distintos idiomas (casi, casi ya está), con posibilidades  de predicción certera de acontecimientos futuros (caliente, caliente…)… pero ¿seremos capaces de hacer máquinas que realmente piensen, que reflexionen, que se auto-reconozcan, que tengan memorias propias (de su actividad), que sean capaces de experimentar alegría o tristeza?
No sé lo suficiente de tecnología para predecir hasta donde llegará el progreso cibernético, pero se me hace muy poco probable y, sobre todo, muy poco deseable que lleguemos a crear seres humanos sintéticos. Al igual que aplicamos el principio de precaución para tomar con mucha cautela los avances de la tecnología en la solución de los problemas energéticos (energía nuclear), alimenticios (transgénicos), médicos (clonación humana, investigación con embriones…), me parece muy relevante que reflexionemos sobre el tipo de mundo que se crearía si esa dirección de desarrollo llegara a consolidarse. No me parece un buen camino para hacer más felices las sociedades que vivimos, siguen sin arreglar –quizá los enturbien mucho más- los más acuciantes problemas humanos.  Esa búsqueda del superhombre tecnológico tiene un cierto tufillo de ideología eugenésica de inicios del s. XX, de tan nefasta memoria. Los seres humanos aunque tenemos capacidades inmensas somos limitados, y es bueno que lo seamos porque eso nos ayuda a ser dependientes, relacionales: sin “los demás”, no habríamos llegado muy lejos.
La tecnología, a mi modo de ver, sirve a las necesidades humanas, pero no es un fin. La revolución ambiental que tantos pensadores preconizan pasa por volver a nuestras raíces más profundas, que son naturales, y el equilibrio ecológico pasa, como la propia raíz del término indica, por cuida nuestra propia casa, por respetar la ecología humana, por escuchar a nuestra propia naturaleza. Me parece que estamos otra vez intentando jugar al "seréis como dioses", tan antiguo como la propia humanidad, alterando lo que naturalmente hemos recibido, asumiendo que somos capaces de hacer un mejor diseño que el del mismo Creador

domingo, 13 de julio de 2014

Una revolución cultural

Conversaba el pasado viernes con uno de los últimos autores que hemos incorporado a la editorial que estoy promoviendo. En poco tiempo, hemos pasado de la relación formal autor-editor, a la de amigos, que es mucho más humana y más enriquecedora. Hablabamos de las raíces del problema educativo en España, de la baja calidad de la docencia, del escaso interés de los estudiantes, y a veces de sus familias, del bajón de contenidos y de la incompetencia de nuestra clase política para tomar medidas eficaces que contribuyan a aliviarlo. Como es más fácil buscar responsables en los demás que en nosotros mismos, pensábamos también en qué podíamos hacer para que ese estado de cosas comenzar a cambiar.
Ciertamente en la emergencia educativa actual hay causas que poco tienen que ver con la legislación, y son más bien, a mi modo de ver, las más hondas y en las que todos podemos hacer algo por remediar. En mi opinión la más importante es precisamente la crisis de valores y de virtudes que afecta a nuestra sociedad. Educar es transmitir valores y enseñar virtudes, o mejor aún hacer amable la virtud. Los valores son postulados ideológicos que fundamentan una sociedad: qué es bueno y qué es malo. Las virtudes son la capacidad real de hacer el bien o el mal, o dicho de otra forma la consistencia para vivir de acuerdo a los valores que se preconizan.
Sin duda la educación debe incluir como elemento fundamental la transmisión del conocimiento a las generaciones más jóvenes, pero en mi opinión esa labor sería muy parcial sino somos capaces de transmitirles nuestros más excelsos valores: la calidad de una sociedad es la calidad de las metas que desea: una sociedad que sólo se afana por el enriquecimiento económico poco tiene que transmitir. El respeto a toda vida  de todas las criaturas, en primer lugar de las humanas, la generosidad, el trabajo bien hecho, la solidaridad con quien nos necesita, la búsqueda de la verdad, la alegría ante el milagro de lo cotidiano y tantas cosas que hacen que nuestra vida tenga sentido.
Eso requiere algo más que un cambio de legislación: es un cambio de mentalidad, una verdadera revolución cultural, muy lejos naturalmente del triste periodo chino que utilizó esta expresión. Una revolución basada en el diálogo entre personas que puedan pensar distinto pero que necesitan anclar lo que piensan en raíces sólidas. Un diálogo que se base en el conocimiento mutuo, más allá de los tópicos, de los prejuicios que cierran cualquier intercambio de ideas. Ese es el objetivo de la editorial que estamos promoviendo. ¿Te animas a colaborar con el proyecto?

domingo, 6 de julio de 2014

Ciudadanos de primera

Como si se tratara de un mantra oriental, que a base de repetirlo puede convencer hasta al más indiferente, con ocasión y sin ella, los partidarios de que los católicos volvamos a las catacumbras citan para arrinconar nuestra ciudadanía que vivimos en un "estado laico" y que, en consecuencia, cualquier manifestación de lo religioso debería estar aislado de la vida social. De poco sirve recordarles que España no es un estado laico, sino "no confesional", tal y como indica nuestra Constitución (art. 16, n. 3): "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuentalas creencias religiosas de la sociedadespañola y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones".
Algunos aficionados al derecho siguen identificando la no confesionalidad de nuestro país con un supuesto carácter laico, naturalmente en el sentido que ellos lo interpretan, esto es como un estado que evita cualquier manifestación religiosa. Lo que dice la Constitución es más bien lo contrario; reconoce que existen unas creencias en la sociedad española, ancladas en su tradición histórica, que hacen conveniente tener unas relaciones especiales con quien mejor las representa: la Iglesia católica. Por la misma razón que la televisión estatal dedica mucho más tiempo al fútbol que al paddle, por poner un ejemplo, puesto que el fútbol es el deporte que más interesa a la gente, por la misma razón el Estado pone más atención en las creencias que más representadas están en la sociedad española: un argumento limpiamente democrático. Quienes intentan eliminar cualquier presencia social de lo religioso son tan demócratas como quienes intentan eliminar a los partidos políticos, los sindicatos o los periódicos que no les gustan, y quienes callan los argumentos racionales que los católicos presentamos en tantos temas de interés social (matrimonio, defensa de la vida, familia, derechos laborales, conservación de la naturaleza, etc.) son tan racionales como los que convierten un debate de ideas en una cuestión personal: en lugar de responder con argumentos, se desprecia a la persona por ser quien es (esto los clásicos le llamaban argumento "ad hominem", que la wikipedia define como a un tipo de falacia que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de ésta).
Sobre estos y otros temas relacionados con la libertad de los católicos en la vida pública se centra el libro que acaba de editar el profesor Andrés Ollero, ahora miembro del tribunal constitucional. El ensayo se denomina Laicismo: Sociedad neutralizada, y está en el marco de la colección que la editorial  Digital Reasons está promoviendo para aportar argumentos de peso sobre los grandes temas de controversia social. Muy recomendable.

domingo, 29 de junio de 2014

Custodios de la Creación

He estado toda la semana en el palacio de la Magdalena de Santander, coordinando un curso en la Universidad Menédez Pelayo sobre "¿Por qué conservar la naturaleza? Ha sido una experiencia extraordinaria, tanto por los profesores que han participado en estas jornadas, como por los alumnos y el entorno que se ha creado. No siempre es fácil hablar de temas de fondo que a uno le preocupan, más aún de hacerlo con personas que comparten unos mismos valores, tan alejados ciertamente del común social. La conservación ambiental resulta atractiva para la sociedad contemporánea, pero rara vez pasa ese interés de un asunto meramente "cosmético", bastante alejando de una postura personal y colectiva que evidencie una relación afectiva con nuestro entorno. Los cambios necesarios van mucho más allá de acostumbrarnos a reciclar, a ahorrar agua o energía. Es preciso una verdadera "conversión ecológica", como indicaba Juan Pablo II en su mensaje para la jornada mundial de la paz de 1990. Pocos se han enterado todavía, también entre los cristianos, que parecen seguir considerando que la Creación entera está a su servicio, sin apreciar la belleza, la bondad y la verdad que en todas las criaturas -pensadas por Dios, por eso mismo existentes- se encierra. Los hábitos que esa relación conlleva, las posturas en el uso de los recursos, en nuestra relación con el entorno, en los valores que propugnamos, están todavía lejos de una sociedad verdaderamente acogedora con el medio natural y social que nos rodea. Es mucho lo que nos jugamos. Como siempre es la educación el pilar de cualquier cambio profundo. Acabo recordando unas palabras de San Juan Pablo II en el discurso al que hacía referencia antes:“Hay pues una urgente necesidad de educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad con el ambiente (…) Su fin no debe ser ideológico ni político, y su planteamiento no puede fundamentarse en el rechazo del mundo moderno o en el deseo vago de un retorno al «paraíso perdido». La verdadera educación de la responsabilidad conlleva una conversión auténtica en la manera de pensar y en el comportamiento” (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, , 1990, n. 13).

domingo, 15 de junio de 2014

Emergencia Educativa


A nadie sensato se le escapa que la educación es la base del desarrollo humano de un país. Una educación de calidad, suficientemente extendida como para abarcar a todos los estratos de la población, es un ideal por el que no podemos cansarnos de luchar. Transmitir lo mejor de nuestra cultura, arte, técnica, ciencia y ética a las generaciones futuras es la mejor garantía del progreso. Por estas razones, me preocupa muy especialmente el deterioro de la educación que observamos en las últimas décadas en España. Las explicaciones más socorridas: deterioro de las familias, crisis económica, impacto de la inmigración, etc. no me sirve más que como socorridos argumentos que explican más bien poco. Hay razones mucho más de fondo: desprestigio social del profesorado, desmotivación, legislaciones desorientadas, medios escasos y mal aprovechados y, sobre todo, un cambio profundo en el concepto mismo de educación, que urge repensar.

Para quienes consideren este tema como uno de los más relevantes que es preciso mejorar a corto plazo, recomiendo vivamente el libro del profesor Carlos Jariod: SOS Educativo. Raices y soluciones a la crisis educativa, que acaba de publicar la editorial Digital Reasons. Con una gran brillantez y hondura, el profesor Jariod desgrana las causas últimas del deterioro educativo: el cambio en el paradigma antropológico que supone convertir al profesor de un maestro, guía, modelo, en un mero facilitador de experiencias cognoscitivas, en medio de una crisis relativista que dinamita la base última del aprendizaje: sólo vale la pena esforzarse por aprender lo que se valora. Cuando cualquier conocimiento es igualmente válido, ya sea emitido por un premio Nobel en su ámbito o por el vecino de la esquina, el conocimiento se convierte en un objetivo evanescente. En palabras de Jariod: "El nihilismo escolar hace del hombre un ser huérfano y solitario. Lo despoja –o eso pretende- de su deseo de verdad y de bien. Nuestros jóvenes,  muchos de ellos sin referentes, son tan ignorantes que desconocen que lo son". Así, la ignorancia que con creciente preocupación comprobamos en nuestros alumnos, "...no se debe a la escasa inteligencia de los estudiantes actuales, sino a que el sistema educativo promueve él mismo la indiferencia y la falta de conocimiento". Es preciso recuperar entonces el valor del conocimiento depurado por la sabiduría de quienes antes que nosotros han sabido discernir lo realmente sustancial. Conceder la importancia social que merece el profesor, procurando que sean nuestros mejores universitarios quienes se orienten hacia esa labor, porque  "...la centralidad del profesor no consiste en que el alumno carezca de importancia, sino al contrario que el docente es el portavoz de una tradición cultural imprescindible; la importancia del maestro de enseñanza elemental y la del profesor de enseñanza media, su función social, consiste en que ser portador ante los jóvenes de lo más preciado de la comunidad: su lengua y su cultura".

No podemos esperar más, ni siquiera a que se pongan de acuerdo los dos partidos mayoritarios, que ciegos al impacto que sus decisiones superficiales y sesgadas, están poniendo en peligro un pilar fundamental de nuestra convivencia social.

domingo, 8 de junio de 2014

Serenidad, Valor, Sabiduria

Hace muchos años lei una oración que me viene muchas veces a la mente ante situaciones diversas de la vida.
"Señor Dios, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
Valor para cambiar las cosas que sí puedo 

y sabiduría para conocer la diferencia"

En su momento pensé que era de Sto. Tomás Moro (le pega mucho, considerando su pensamiento), pero parece que es de un teólogo estadaounidense evangélico, Reinhold Niebuhr, que falleció en 1971.  En cualquier caso, me parece una frase que deberíamos enmarcar en nuestra alma, e incluso quizás en una de nuestras paredes para recordarnos con frecuencia como afrontar situaciones que, mal elegidas, pueden llevarnos a la ansiedad o a la mediocridad. Porque si intentamos cambiar cosas que no podemos cambiar, que no dependen de nosotros, es posible que acabemos frustados, pensando que no hacemos bien las cosas, que nuestra tarea no tiene frutos ni, quizás, sentido. Pero si no cambiamos nada, ni siquiera lo que podemos fácilmente cambiar, habremos caído en un adocenamiento vital, en un conformismo que supone pactar con nuestra propia debilidad. Por eso es tan importante pedir a Dios que nos ilumine con su sabiduría, para que sepamos distinguir entre lo que podemos -y, en el fondo, sabemos que debemos- cambiar, y lo que no depende de nosotros, lo que está sujeto a otros factores que se nos escapan: la libertad de los demás, las circunstancias imprevisibles, los medios que no podemos conseguir, y un largo etcétera. Una idea nuclear del cristianismo es la lucha ascética, la tensión interior por ser mejores, por parecernos más a Jesús -nuestro único modelo-, aunque sepamos que es una meta imposible, a la que ni siquiera podemos tender con solo nuestras propias fuerzas. Ser más humildes, más generosos, más honestos, más optimismas, más diligentes, más laboriosos depende -casi siempre- de nosotros mismos; que los demás lo sean, casi siempre no. Podemos ayudarles, pero son ellos quienes toman las decisiones; no podemos responsabilizarnos de las conductas de otros, aunque dependen, de alguna manera, de nosotros mismos: familiares, colegas de trabajo, amigos... Serenidad, valor y sabiduría, tres actitudes vitales para afrontar tantas situaciones cotidianas que evitan la complacencia mediocre o a la ansiedad insoluble.

domingo, 1 de junio de 2014

¿Quo Vadis Europa?

Al margen del socorrido comentario sobre la difícil extrapolación de los resultados de  las elecciones europeas del pasado domingo a otras elecciones que el común de los electores considera "más serias", me parece que sería un error menospreciar lo ocurrido. No voy a añadir mucho a los sesudos comentarios que se han hecho estos días, pero realmente no deja de inquietar el enorme desgarro que se percibe en Europa. La falta de fe de los ciudadanos en el proyecto de cooperación trasnacional que hemos construido a lo largo de décadas y que no tiene precedente en la historia de la Humanidad.
Si bien las mayorías siguen favoreciendo la construcción de esa realidad multinacional, son también muy relevantes los grupos que, con un signo u otro, apuestan por la ruptura del sistema: privilegiar a los locales, echando a los inmigrantes o a otros europeos, cerrar las fronteras, recuperar el nacionalismo, poner patas arriba la economía... y un largo etcétera. No es fácil encontrar un denominar común, pues las tendencias en cada país parecen muy divergentes, pero me atrevo a indicar que lo común es la crítica a lo establecido, la deconstrucción de la realidad instituida, la utópica visión de que lo por-venir es mejor que lo realizado. Me pregunto si está fundamentado el desencanto de los ciudadanos europeos. Muchos dicen que sí, que las injusticias son tremendas, que la crisis ha arrasado a muchas personas, que es preciso empezar otra vez desde cero... Pero no olvidemos, que son las mismas palabras que han alumbrado los peores populismos del último siglo, desde el nazismo hasta la revolución rusa, la china, la cubana o la norcoreana... las demagogias que sumen en el caos a sociedades antaño razonablemente desarrolladas como la venezolana o -aunque espero que no se consume- la argentina.
Europa pierde la perspectiva de que, pese a los muchos problemas, a las muchas personas que están en una situación muy delicada, somos un continente privilegiado, sin duda el que disfruta de mayor libertad, de mayor estabilidad económica, de mejores servicios sociales del mundo (incluyo ahí también a Norteamerica, donde he vivido tres años). Ciertamente no somos ya los que lideramos el desarrollo industrial o tecnológico, pero sin duda no hay servicios sociales comparables a los europeos. Un ciudadano europeo en la peor de las situaciones -obviamente no se la deseo a nadie- es seguramente mucho más afortunado que uno africano, americano o asiático de clase modesta. Tendrá, con casi toda probabilidad, atención médica de calidad, educación para sus hijos, libertad de pensamiento y una sociedad que -pese a los crecientes egoísmos- en buena medida intentará protegerlo. Todo eso ocurre porque Europa es un continente que pese a sus defectos ha nacido y crecido con unos ideales de solidaridad, de desarrollo compartido, de derechos humanos, que no tienen parangón en el mundo: en pocas palabras porque ha sido -y todavía sustancialmente lo es- una sociedad cristiana. No podemos cerrarnos a eso. No sería justo arrancar nuestras raíces solo para dejarnos huérfanos de valores. Ciertamente es preciso seguir trabajando para aliviar las desigualdades en Europa, pero todavía es mucho lo que el modo de ser y de vivir europeo puede enseñar al mundo.

sábado, 24 de mayo de 2014

Te imaginas lo que pasaría si...

En un país de mayoría musulmana, pero con una región donde buena parte de la población no lo es, un grupo radical cristiano secuestra doscientas niñas musulmanas para convertirlas forzadamente al cristianismo, para evitar que sigan educándose, pues piensan que el cristianismo prohíbe que las niñas estudien, que Jesús mandó que las niñas se dedicaran exclusivamente al trabajo del hogar. En varios países musulmanes algunas personas protestan, pero los gobiernos apenas levantan la voz, ni aprovechan el momento para exigir de una vez por todas libertad religiosa en todo el mundo cristiano, en donde los radicales cristianos están llevando una verdadera limpieza religiosa. Lo importante es seguir comprando su petróleo. Ninguna autoridad cristiana relevante condena esa barbarie. Ninguno explica que Dios no puede ser excusa para ejercer la violencia, que el Evangelio en ningún momento justifica la conversión forzosa. La prensa de los países musulmanes tampoco clama radicalmente contra el secuestro. Apenas tímidas manifestaciones en la calle. Los medios y los intelectuales de los países musulmanes, por su parte, indicarían que se trata de grupos radicales y seguirían defendiendo que el cristianismo es muy tolerante, y que es el Islam quien tiene un pasado lleno de intolerancia religiosa. Además, lo importante ahora es la final de un torneo de fútbol, mucho más relevante que la suerte de doscientas niñas musulmanas...
¿Te imaginas todo esto? ¿Te imaginas qué ocurriría si fueran musulmanas las niñas secuestradas? ¿Qué pasa en Occidente? ¿Tanto hemos perdido que no somos capaces ni de defender los principios más básicos? ¿Qué pasa con los creyentes musulmanes? ¿cómo pueden estar callados cuando alguien usa el nombre de Alá para justificar la violencia? "No tomarás el nombre de Dios en vano", es un precepto que sirve para las tres religiones monoteístas, para cualquier religión en realidad, pues invocar a Dios para matar a quienes El ha creado es un sacrilegio de inmensa irreverencia. Reaccionad, hermanos que creeis en Alá; reaccionemos, hermanos que creemos en Dios... El mundo se equivoca cuando considera que los excesos de los radicales religiosos se corrigen eliminando la religión: sólo pueden corregirse con una religión verdaderamente cercana a Dios, una religión pura que busca amarle y amar a todas las criaturas, particularmente a las que creó a su imagen y semejanza. Cuando se utiliza a Dios para justificar los fines propios, la religión acaba convirtiéndose en una ideología: un esquema mental que intenta adaptar la realidad a unas ideas preconcebidas. Como señalaba Benedicto XVI: "Éste es un punto que se ha de reafirmar con claridad: nunca es aceptable una guerra en nombre de Dios. Cuando una cierta concepción de Dios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido ya en ideología" (Mensaje en la jornada mundial de la paz, 2007).

sábado, 17 de mayo de 2014

Como Internet nos está cambiando

No hace falta ser un analista social para darse cuenta que Internet supone una revolución cultural, además de económica y de otros órdenes. Por revolución entiendo lo que se entiende en los libros de Historia, un cambio radical, una nueva orientación de las cosas. Hasta qué punto esto es así resulta difícil de precisar, pues estamos metidos de lleno en el inicio de esa revolución y todavía solo atisbamos algunas de sus múltiples consecuencias. Lo más obvio es darse cuenta que Internet está cambiando nuestra forma de buscar y recibir información, pero requiere algo más de reflexión darnos cuenta de que está cambiando también otros aspectos mucho más básicos de nuestro modo de ser, desde la forma en que nos educamos o nos divertirnos, hasta los modos en que nos relacionamos con los demás (o no nos relacionamos). Resulta curioso, y a mi modo de ver lamentable, observar esas parejas sentadas en una cafetería, con un refresco todavía frío, una enfrente del otro, contestando freneticamente sus "guasaps", viendo vídeos de no se sabe qué estupidez mediática o escuchando música (naturalmente descargada lo más pirata posible). ¿De qué hablan dos jóvenes cuando se encuentran? Casi nada entre ellos, porque hay que contestar a otros que se encuentran virtualmente encerrados en una máquina que reclama su plena atención. Y no sólo son jóvenes, también mucho menos jóvenes que se desligan de una conversación colectiva para contestar mensajes, ver el periódico y los resultados del "partido del siglo", porque todo tiene que ser "en tiempo real", curiosamente sacrificando la realidad que vivimos en cada momento, que queda aparcada por la tensión de una comunicación frenética que tantas veces está solo cargada de nimiedades.
Quien observe las tendencias sociales no puede menos de analizar qué está haciendo con nosotros Internet, qué enormes ventajas nos proporciona y a qué otros desastres nos conduce. Cómo nos ayuda o nos obstaculiza las relaciones humanas, la capacidad de reflexión, de aprender críticamente, de crecer en madurez, en libertad y en responsabilidad.
Pensaba en estos temas mientras leía el último libro publicado por la editorial Digital Reasons, que titula Homo Interactivo: Como Internet nos está cambiando, un magnífico análisis de los impactos de Internet en nuestras vidas cotidianas, y particularmente en la forma en que aprendemos y nos relacionamos con los demás. El autor, con amplia experiencia en tareas educativas, presenta los avances tecnológicos que han permitido el desarrollo actual de la red y reflexiona sobre sus principales impactos, sus fortalezas y sus debilidades, para ayudarnos a pensar con más detalle en qué medida nos enriquece como personas, pero también en qué otros supone una pérdida en nuestros valores potencialmente muy sustancial.

domingo, 11 de mayo de 2014

¿Para que sirve un colegio católico?

El pasado viernes me invitaron a una graduación de alumnos de segundo de bachillerato en un colegio católico. No tengo mucha experiencia de este tipo de ceremonias, que parecen haberse convertido ya en tradición, no sólo en la enseñanza media sino incluso en la primaria. En el primer caso parece más justificado, porque supone rendir homenaje a una parte muy esencial de la vida de cualquier estudiante, la que cubre su infancia y adolescencia, en muchas ocasiones compartida con los mismos compañeros y en el mismo centro escolar.
La referencia explícita a Dios en distintos momentos de la ceremonia me hizo pensar sobre la impronta que marcaría en las vidas de esos chicos y chicas su paso por una escuela católica. ¿Cuántos de quienes estaban allí sentados vivirían con entusiasmo su fe? ¿Cuántos la mantendrían durante y después de sus estudios universitarios? ¿Qué influencia tendrían esos jóvenes en conformar una sociedad cristiana? ¿Hastá qué punto serían fermento de otros valores o se dejarían arrastrar por los imperantes?
Sin ánimo de ser pesimista (ninguna persona con Fe puede serlo, pues Dios es, en última instancia, el Señor de la Historia), a primera vista resultan poco aleccionadores los resultados del ingente esfuerzo que hacen las instituciones católicas en la educación de la juventud de este país. Se estima que un 35% de los chicos y chicas de este país se educan en colegios con ideario católico. A juzgar por los valores imperantes en la sociedad española, a juzgar por lo que uno observa en la Universidad, a juzgar por la actuación de personas singulares que estudiaron en colegios católicos (no voy a citar ejemplos concretos, pero hay sobrados en la vida política, social y cultural), ese ingente esfuerzo no parece dar los frutos esperados. Naturalmente, la educación católica no es adoctrinamiento, como no puede serlo ninguna buena educación, y respeta la libertad de las personas, que pueden en última instancia aceptar o no los valores que se le proponen. No obstante, parece razonable que la educación recibida durante una parte tan significativa de la formación de los referentes éticos de cualquer persona debería implicar un impacto más hondo en su visión de la cultura, la ciencia y la técnica, en sus valores y virtudes, que llevaría en su conjunto a construir una sociedad más acorde con el Evangelio, esto es, más digna del ser humano, más honesta, más generosa, más profesional, más abierta a la vida, más espiritual.
No soy quien para señalar los factores de este aparente fracaso de la escuela católica en España, de su escaso impacto en conformar los valores de la sociedad contemporánea, pero se me antoja que debería ser una preocupación central de todos aquellos que promueven, dirigen o participan activamente en estas escuelas. Como indicaba Benedicto XVI en su visita a los alumnos de un centro escolar católico del Reino Unido en 2010, "...una buena escuela educa integralmente a la persona en su totalidad. Y una buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar a todos sus alumnos a ser santos". Bien está que una escuela católica sea reconocida por su prestigio educativo, por su nivel de idiomas o de práctica deportiva, pero si no ayuda en última instancia a conformar mentes y corazones católicos no está cumpliendo bien su misión. La meta que señalaba Benedicto XVI era muy ambiciosa: ser santos. Y ser santos es estar muy cerca de Jesús, querer ser como El, vivir su mensaje en plenitud, sin renunciar a ninguno de los valores hondamente humanos. Ser santo es estar entusiasmado y entusiasmar a otros, ser consecuentes con unos valores (amistad, familia, amor, generosidad, alegría) aunque sean anómalos en los ambientes en los que vivimos, aunque sean ridiculizados u hostigados, porque nos darán una felicidad duradera, que no depende del exterior sino de nosotros mismos, de nuestra relación con Dios y con los demás.

domingo, 4 de mayo de 2014

Mas tonto que un católico del PSOE

Recuerdo haber visto en mi adolescencia, cuando vivíamos tiempos de cambio político, una pintada en mi barrio que me llamó especialmente la atención. Decía algo así como: "Eres más tonto que un obrero de derechas". Lo que se entendía en España por ser de derechas hacía esa sentencia bastante verosimil, pues resultaba casi obvio que los intereses de un trabajador de pocos recursos eran muy poco compatibles con quienes tendían por definición al beneficio exclusivo de las clases pudientes. No voy ahora a entrar en si esa imagen tópica que asocía el capitalismo opulento a "ser de derechas" es o no justa; aunque ciertamente parece una simplificación abusiva de la realidad, pues imagino que habrá muchos políticos de derechas que tienen tanta o más preocupación social que otros que se apropian en exclusiva de ese calificativo.
En cualquier caso, lo que me interesa comentar ahora es que una frase similar me vino a la cabeza escuchando ayer a una dirigente destacada de nuestro principal partido socialista. Criticando el mensaje de recuperación económica que lanza el gobierno, decía la Sra. Valenciano que aquí lo único que se recupera son "los catecismos en los colegios y los abortos clandestinos". Esta "sesuda" afirmación no merecería mayor comentario, sino fuera por lo que implica: a falta de reivindicaciones verdaderamente sociales y progresistas, los dirigentes socialistas se dedican a fundamentar su supuesto progresismo en el insulto permanente a la Iglesia y en defender su proyecto de ingeniería social, basado en buena parte en el aborto y en la ideología de género. En pocas palabras, como parece que en las recetas económicas no aportan nada al neocapitalismo vigente (y si no, que se lo digan al primer ministro socialista francés, con los tremendos recortes sociales que está poniendo en marcha), nuestro socialismo sigue anclado en darle coces a la Iglesia con ocasión y sin ella.
Sinceramente no entiendo esa actitud. En Italia el primer ministro de izquierdas es católico practicante; en Alemania hay muchos católicos entre la socialdemocracia; mientras en EE.UU., los católicos han sido tradicionalmente el sustento del partido demócrata... En suma, no veo porque se empeña el PSOE en ponerse enfrente de quienes podriamos admitir muchos de sus planteamientos, simplemente por seguir dando una imagen de modernidad que no deja de estar trasnochada. ¿Es tan difícil entender que un niño gestante es un ser humano y que el aborto es una tragedia que nada tiene que ver con el progreso? ¿Es tan anómalo considerar que los católicos hemos leído las encíclicas sociales de la Iglesia y que por tanto estamos tan de acuerdo con la protección a los trabajadores, con los sindicatos, con una economia social, con la conservación ambiental o con la ciencia como cualquiera que se empeñe en atribuirse en exclusiva el calificativo de progresista?
Empeñándose en ese discurso el PSOE se ancla en crearse enemigos donde no tendría por qué tenerlos, y sólo me viene a la cabeza la incongruencia de que los católicos apoyemos esas actitudes con nuestros votos. Señores y señoras del PSOE, estamos en el s. XXI, no sigan ustedes con actitudes que son más propias del jacobinismo francés del s. XVIII que de la postmodernidad.

domingo, 27 de abril de 2014

La Iglesia de los Papas Santos

 Los católicos estamos convencidos que la Iglesia es mucho más que lo que vemos. Personas que no entienden bien la Iglesia tienden a pensar que es simplemente una estructura humana donde es difícil encontrar los principios del Evangelio. Una sociedad formada por personas que muchas veces no han mostrado bien el verdadero rostro de Jesús, que no han llevado vidas ejemplares. Ciertamente en la historia de la Iglesia ha habido periodos oscuros, donde incluso los principales líderes de la Iglesia han evidenciado carencias humanas, comportamientos poco consecuentes con las palabras de Jesús. Un análisis más profundo del pasado también debería considerar los millones de personas que han sido mejores personas gracias a su Fe, más entregados a los demás, más justos, más honestos, más felices... Los ejemplos nefastos han sido y son noticia porque son una inmensa minoría. No es noticia que un mafioso cometa atrocidades, sí lo que es que sea un sacerdote u obispo lo haga, y nos resulta escandaloso ciertamente, pero no puede juzgarse a millones de personas por la conducta de unos cientos.
En la historia de la Iglesia encontramos periodos donde ni siquiera los Papas mantenían una conducta ejemplar, particularmente en el periodo previo a la Ruptura protestante, lo que ciertamente fue una de las causas del cisma que aún separa a millones de cristianos. En un libro que recogía la correspondencia epistolar entre Ronald Knox, un católico converso inglés, y Arnold Lunn, intelectual protestante amigo suyo que finalmente acabó también siendo recibido en la Iglesia Católica, comentaba el primero que no deberíamos escandalizarnos de esas conductas inmorales, pues la Iglesia no es sólo para los perfectos, sino para quienes tenemos defectos."Desde hace bastante tiempo pienso que la diferencia real entre la visión católica y protestante del cristianismo es que mientras nosotros pensamos que la Iglesia es una especie de cajón de sastre, con buenas y malas prendas, con gente que se salvará junto a otros que no, los protestantes siempre piensan que la Iglesia es una asamblea de elegidos. No sé bien cómo un cristiano puede conjuntar esa visión con las parábolas del Señor (…) A mi me parece que una de las razones por las que el Señor eligió a Judas como apóstol fue porque quería prepararnos, desde el principio, contra cualquier posible escándalo de nuestras conciencias. Si Judas puede considerarse como un apóstol de Cristo, no veo por qué Alejandro VI (uno de los Papas menso ejemplares) no puede ser su vicario".
Me sirve estos párrafos de introducción -quizá excesivamente larga- a la gran fiesta que celebramos hoy los católicos, con la canonización de dos Papas ciertamente muy ejemplares y muy cercanos a nosotros. Curiosamente, son ahora mayores las críticas a la Iglesia cuando es difícil encontrar otra época en donde hayamos tenido una sucesión tan continuada de Papas excepcionales (también incluyo aquí a Benedicto XVI y a Francisco), por sus dotes personales, por su cercanía a una vida radicalmente evangélica. Se sigue viviendo de tópicos del pasado -casi siempre mal documentados- y no se aprecía el rastro de bien, verdad y amor que han sembrado quienes han liderado la Iglesia en las últimas décadas. San Juan Pablo II y San Juan XXIII movieron el mundo, movieron la Iglesia también, hacia un lugar más digno del ser humano y del resto de las criaturas, supieron defender a los más débiles, clamar por la paz, estar al lado de quienes sufren, sufrir ellos mismos con un sentido más hondo, darse a todos. 

domingo, 20 de abril de 2014

¿A quién buscas?

Celebramos hoy los cristianos la fiesta más importante de nuestro calendario: la Resurrección de Jesús. Iniciamos a su vez el tiempo de Pascua, en el que nos gozaremos especialmente con este hecho, que como indica San Pablo, es el fundamento de nuestra Fe.
Entre los pasajes del Evangelio que meditaremos en estos días de Pascua me resulta especialmente entrañable el que recoge San Juan entre las primeras apariciones de Jesús resucitado. Nos cuenta la visita que hace María Magdalena al sepulcro, de madrugada, su sorpresa al encontrar la piedra removida y su recurso a San Pedro y San Juan para que verificaran lo que había ocurrido. Ambos corren hasta el sepulcro y observan "las vendas en el suelo, el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte".  Debio de estar colocado de tal manera que esa simple vista del vacío les llevó a creer en la Resurrección (cfr S.Juan 20:9), tal vez por la forma en que estaban dispuestas esas telas que envolvieron el cuerpo de Cristo muerto. Sigue relatando el Evangelio que ambos volvieron a casa, pero María se quedó junto al sepulcro llorando. Allí dialoga con unos ángeles que la consuelan, todavía convencida que habían robado el cuerpo de Jesús ("se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto"), para finalmente ver a Jesús, al inicio sin reconocerle, "pensando que era el encargado del huerto", y repetirle la misma petición: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré." Jesús, que sabía muy bien quién era y por qué estaba allí, le dijo unas palabras que me parecen resumen lo esencial de la fiesta que hoy celebramos: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (S. Juan, 20: 15). También a nosotros, al cabo de los siglos, nos hace Jesús esas mismas preguntas, ¿por qué lloramos? y ¿a quién buscamos? Ambas van de la mano, llorar, sufrir, sentir el abandono, el vacío, va de la mano de plantearnos hondamente a quién buscamos. ¿Cuál es nuestra meta última? ¿Cuál es la base de nuestra felicidad? ¿Sobre qué/quién asentamos el sentido de nuestra vida? La vida es una continua búsqueda, un viaje  en medio del claroscuro, no tenemos la certeza, pero no podemos perder la esperanza. Si pasamos nuestra vida buscando una meta equivocada, de poco habrá servido el afán. Sólo buscando aquello (más bien Aquel) que llene completamente nuestra vida, el esfuerzo no habrá sido en valde: ¿a quién buscas?

domingo, 13 de abril de 2014

No es bueno que el hombre esté solo

Me comentaba ayer un amigo su sorpresa ante una cifra que había leído en la prensa: en España existen más de 4 millones de personas que viven solos. A mi modo de ver, esta multitud de hombres y mujeres aislados denota una enfermedad social que tal vez no alcancemos todavía a valorar en su justa medida. Que una persona viva sola puede ser consecuencia de muchas cosas, ciertamente. Puede tratarse de una situación temporal, por ejemplo porque trabaja eventualmente en una ciudad distinta a donde reside, o permanente. En este segundo caso, a su vez, puede ser fruto de distintas situaciones: alguien que nunca se casó, que está divorciado o que ha enviudado, y que decide -o así se lo imponen las circunstancias- vivir solo.
¿Qué problema tiene la soledad? Ciertamente todos los seres humanos necesitamos momentos de reflexión, de intimidad, donde solo dialoguemos con nosotros mismos (o con Dios, que está muy cerca si somos capaces de apreciarlo). Pero no podemos olvidar que somos, por naturaleza, seres sociables: estamos hechos para estar con los demás. En un libro que leí recientemente sobre evolución humana se mostraba el papel trascendental que había tenido en nuestro desarrollo biológico la cooperación social: en pocas palabras, nuestros antepasados no hubieran progresado individualmente, no seríamos la especie más capaz intelectual y técnicamente, sin el concurso de un grupo social cohesionado. Un grupo que permite mantener a los menos "aptos" en la lucha por la vida (los niños, los ancianos), que garantiza la transmisión intergeneracional del progreso, incorporando a los más jóvenes el conocimiento de los más ancianos.
Vivir en soledad puede ser fruto de las circunstancias o quizá de una elección egoísta ("me lo monto como me plazca"), de una concepción negativa de los demás ("más vale solo que mal acompañado"), o de un cierto autismo social ("que paren el mundo que me quiero bajar"). Pero no podemos olvidar que antes o después necesitaremos el auxilio de los demás: ya sea en la atención médica, en el apoyo sicológico o espìritual. Me parece muy importante recordar que todos necesitamos de alguien que una relación recíproca, atender y ser atendido, escuchar y ser escuchado, dar y recibir. Aunque menos relevantes, pero también es importante considerar otros aspectos, como el mayor coste de casi todos los servicios cuando son solo para una persona (vivienda, energía, agua, etc.).
Por todo ello, me parece que conviene recordar la frase de la Biblia que me ha servido para titular esta entrada: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gen 2:18). La respuesta de Dios a la soledad del hombre es crear alguien de su misma especie, igual pero complementario, la mujer. Quien vive solo, puede considerar que hay muchas personas a nuestro alrededor que compensan el esfuerzo de salir de nosotros mismos. Sea o no elegida esa situación, puede complementarse abriéndonos a las personas de nuestro entorno familiar o profesional, dedicando tiempo a nuestros amigos, inviritiendo nuestras energías en ayudar a tantas personas que nos necesitan y a las que -quizá sin darnos cuenta- necesitamos. Salvando las distancias, me parece que viene bien recordar aquí una frase que leí hace años a Juan Pablo II hablando del sacerdocio, un ejemplo nítido de soledad elegida, pero que no se cierra en sí misma, porque el sacerdote: "es un hombre que está solo para que los demás no lo estén".

domingo, 6 de abril de 2014

Rayar la cancha

Hace años, durante una visita de trabajo al Sur de Chile, conversaba con unos forestales sobre una serie de cuestiones que se suscitaban en la gestión de la madera en la región. Uno de ellos comentó algo así como: "Bueno, en primer lugar vamos a rayar la cancha para ver dónde estamos". Me hizo gracia la expresión, muy futbolística, pues para jugar al fútbol (o a cualquier otro deporte) es preciso saber cuáles son los límites de la zona de juego.
Pensaba en esta idea hace poco cuando hablaba con unos amigos sobre la moral cristiana. Con frecuencia, se considera que los principios morales son como las líneas de la cancha de fútbol, que indican los límites donde uno puede jugar: en definitiva los umbrales de lo que está bien y está mal. Si el partido de fútbol es coloquial, se juega en un campo abierto, por lo que hay que pintar primero las líneas ("rayar la cancha"). En la moral, cada uno juega en su propio campo, y pone los límites morales donde estima oportuno, aunque existe una entidad de referencia (el Magisterio de la Iglesia en el caso de la moral, la Federación de Fútbol en el caso del balompie) que nos indica qué limites son razonables y cuáles no. Podemos hacer la cancha más grande o más pequeña, pero al final es uno mismo el que sabe si los límites son los "reglamentarios", o en el fondo nos estamos engañando a nosotros mismos moviéndolos. Una moral autónoma en el fondo se acerca mucho al auto-engaño, aunque naturalmente cualquier moral tiene que ser propia, la vivimos nosotros, como fruto de nuestra libertad; de otro modo, no habría decisiones morales.
No puedo terminar este simil futbolístico, sin indicar que la moral no es en realidad una cuestión de límites, de la misma forma que la meta del futbolista no es conseguir que la pelota esté dentro de la línea de juego, sino jugar bien, marcar goles o defenderlos. La moral implica el ejercicio de las virtudes: como conseguimos ser mejores, y no la delimitación de los umbrales: como no caer en pecado. Con demasiada frecuencia en el pasado este segundo aspecto ha sido excesivamente protagonista, y  cuando se pierde la perspectiva de la moral como vida plena, como la forma mejor de ser feliz, acaba convirtiéndose en puro fariseismo: se puede o no se puede hacer esto o lo otro, interpretando -casi siempre benignamente para uno y estrechamente para los demás- unos principios morales que solo son referencia, pero no meta. La meta, para un cristiano al menos, está muy clara: vivir la vida de Jesucristo, vivir como El, parecernos a El.