Hace muchos años lei una oración que me viene muchas veces a la mente ante situaciones diversas de la vida.
"Señor Dios, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
Valor para cambiar las cosas que sí puedo
y sabiduría para conocer la diferencia"
En su momento pensé que era de Sto. Tomás Moro (le pega mucho, considerando su pensamiento), pero parece que es de un teólogo estadaounidense evangélico, Reinhold Niebuhr, que falleció en 1971. En cualquier caso, me parece una frase que deberíamos enmarcar en nuestra alma, e incluso quizás en una de nuestras paredes para recordarnos con frecuencia como afrontar situaciones que, mal elegidas, pueden llevarnos a la ansiedad o a la mediocridad. Porque si intentamos cambiar cosas que no podemos cambiar, que no dependen de nosotros, es posible que acabemos frustados, pensando que no hacemos bien las cosas, que nuestra tarea no tiene frutos ni, quizás, sentido. Pero si no cambiamos nada, ni siquiera lo que podemos fácilmente cambiar, habremos caído en un adocenamiento vital, en un conformismo que supone pactar con nuestra propia debilidad. Por eso es tan importante pedir a Dios que nos ilumine con su sabiduría, para que sepamos distinguir entre lo que podemos -y, en el fondo, sabemos que debemos- cambiar, y lo que no depende de nosotros, lo que está sujeto a otros factores que se nos escapan: la libertad de los demás, las circunstancias imprevisibles, los medios que no podemos conseguir, y un largo etcétera. Una idea nuclear del cristianismo es la lucha ascética, la tensión interior por ser mejores, por parecernos más a Jesús -nuestro único modelo-, aunque sepamos que es una meta imposible, a la que ni siquiera podemos tender con solo nuestras propias fuerzas. Ser más humildes, más generosos, más honestos, más optimismas, más diligentes, más laboriosos depende -casi siempre- de nosotros mismos; que los demás lo sean, casi siempre no. Podemos ayudarles, pero son ellos quienes toman las decisiones; no podemos responsabilizarnos de las conductas de otros, aunque dependen, de alguna manera, de nosotros mismos: familiares, colegas de trabajo, amigos... Serenidad, valor y sabiduría, tres actitudes vitales para afrontar tantas situaciones cotidianas que evitan la complacencia mediocre o a la ansiedad insoluble.
"Señor Dios, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
Valor para cambiar las cosas que sí puedo
y sabiduría para conocer la diferencia"
En su momento pensé que era de Sto. Tomás Moro (le pega mucho, considerando su pensamiento), pero parece que es de un teólogo estadaounidense evangélico, Reinhold Niebuhr, que falleció en 1971. En cualquier caso, me parece una frase que deberíamos enmarcar en nuestra alma, e incluso quizás en una de nuestras paredes para recordarnos con frecuencia como afrontar situaciones que, mal elegidas, pueden llevarnos a la ansiedad o a la mediocridad. Porque si intentamos cambiar cosas que no podemos cambiar, que no dependen de nosotros, es posible que acabemos frustados, pensando que no hacemos bien las cosas, que nuestra tarea no tiene frutos ni, quizás, sentido. Pero si no cambiamos nada, ni siquiera lo que podemos fácilmente cambiar, habremos caído en un adocenamiento vital, en un conformismo que supone pactar con nuestra propia debilidad. Por eso es tan importante pedir a Dios que nos ilumine con su sabiduría, para que sepamos distinguir entre lo que podemos -y, en el fondo, sabemos que debemos- cambiar, y lo que no depende de nosotros, lo que está sujeto a otros factores que se nos escapan: la libertad de los demás, las circunstancias imprevisibles, los medios que no podemos conseguir, y un largo etcétera. Una idea nuclear del cristianismo es la lucha ascética, la tensión interior por ser mejores, por parecernos más a Jesús -nuestro único modelo-, aunque sepamos que es una meta imposible, a la que ni siquiera podemos tender con solo nuestras propias fuerzas. Ser más humildes, más generosos, más honestos, más optimismas, más diligentes, más laboriosos depende -casi siempre- de nosotros mismos; que los demás lo sean, casi siempre no. Podemos ayudarles, pero son ellos quienes toman las decisiones; no podemos responsabilizarnos de las conductas de otros, aunque dependen, de alguna manera, de nosotros mismos: familiares, colegas de trabajo, amigos... Serenidad, valor y sabiduría, tres actitudes vitales para afrontar tantas situaciones cotidianas que evitan la complacencia mediocre o a la ansiedad insoluble.
No hay comentarios:
Publicar un comentario