domingo, 8 de abril de 2012

Sin Resurrección, no se entiende nada

¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!
Para los cristianos se trata de la fiesta más importante del año, la que muestra de manera más evidente que la esperanza cristiana no es ilusa, sino que está anclada en una roca firme, tan firme como el sepulcro que quedó vacío. "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe", nos dice San Pablo. En definitiva, si todo hubiera acabado en el Calvario, los cristianos estaríamos siguiendo a un gran hombre, un excelso predicador, un sabio sin parangón, que acabó fracasando, traicionado por casi todos, abandonado por su propio pueblo, a quien solo miró con cariño.
Pero la realidad no es ésa: Cristo ha resucitado, ha salido del sepulcro para mostrarnos que la muerte no es el final, que estamos destinados a la eternidad, y que sin la eternidad no se entiende nada. Si nos empeñamos en que la ecuación cuadre aquí, que todo sea razonable, dificilmente encontraremos razones de nuestra esperanza. La fe es razonable, pero las razones no son sólo terrenas: la existencia del mal en el mundo sería absurda sin la dimensión eterna; las piezas no encajan sólo si miramos desde la Tierra. Si no admitimos a Dios, seguramente concluiremos que no encajan porque el mundo es ininteligible, porque estamos aquí por una mera casualidad que no tiene por qué ser razonable. Si eso fuera así, estaríamos encerrados en una permanente contradicción: ¿por qué nuestro espíritu demanda la justicia si casi todo en este mundo es injusto?, ¿vivimos de una ilusión fatua o de un fundamento que reclama la eternidad, donde la justicia será plena? Para mi es obvio que no somos fruto de una automanipulación masoquista: si demandamos la justicia es porque tendremos justicia, pero no aquí, o no siempre aquí. La Resurrección de Jesús nos abre una dimensión que de alguna manera demanda toda persona, porque todos necesitamos mirar más allá de nuestra propia existencia. Todos necesitamos anclar nuestra alegría sobre algo más sólido que el placer de este mundo, tan estupendo, pero tan pasajero.  Demandamos signos de credibilidad, pero, como nos advierte Benedicto XVI: "...el único "signo" es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En Él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Éste es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado..., nace una existencia marcada por el amor" (Homilía 26-III-2006).
De esa experiencia, mana la alegría y el afán de comunicar a otros ese entusiasmo. "Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio." (Juan Pablo II, Mane Nobiscum, 2004, n. 24)

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