Vigilia de oración en Londres, 18.09.2010 |
sigue siendo, la principal institución educativa mundial. Su papel clave en la transmisión del legado clásico, en el inicio de las lenguas modernas, en la creación de universidades y centros de enseñanza primaria y media es indiscutible.
Algunos achacan ese papel predominante al propio carácter religioso de la sociedad del momento. La iglesia, dicen, ocupaba un peso central en toda la organización social y, como consecuencia, también en la educación. Podemos argüir que también la nobleza ocupaba un papel preeminente y que nunca tuvo similar protagonismo en la creación de centros docentes. También podemos argüir que la Iglesia ha sido líder de actividades educativas también en países donde nunca ha tenido un papel social predominante, como es el ejemplo de muchos países orientales o africanos.
A mi modo de ver, ese empuje de la Iglesia se relaciona con su visión integral del ser humano, donde alma y cuerpo, espíritu y materia, inteligencia y corazón están presentes. La Iglesia considera que la " educación no es y nunca debe considerarse como algo meramente utilitario. Se trata de la formación de la persona humana, preparándola para vivir en plenitud" (palabras de Benedicto XVI en el saludo a los alumnos del Saint Mary College de Twickenham, al que antes me refería). La educación es un don que se transmite, es edificar con la arquitectura del alma de quien nos escucha, es un tesoro que -en contra de los materiales- te enriquece cuando lo entregas, pues lo que antes sabe uno sólo, lo saben muchos más después. El Papa animaba a los alumnos a ser magnánimos, a no dejarse contentar con menos que la propia verdad: "recordad siempre que cuando estudiáis una materia, es parte de un horizonte mayor. No os contentéis con ser mediocres". Cuántos de nuestros jóvenes están atrapados en "ir tirando", tienen horizontes pequeños, no se dan cuenta las muchas puertas que ellos mismos se cierran por su apatía, tal vez para siempre, por no querer abrirlas ahora.
La educación contempla todas las facetas, no sólo la intelectual, también la afectiva, también la moral. Hacer de nuestros alumnos "mejores personas" puede tal vez sonar un poco cursi, pero cada vez veo más claro que si no llegamos a eso, la educación se convierte en transmitir información, pero no transmitir valores. De poco sirve tener conocimientos, sino se interiorizan en un progreso integral de la persona. Esto, en una referencia abierta al espíritu, es lo que los católicos llamamos santidad: tender a parecernos a quien es nuestro modelo, Jesucristo. Por eso, indicaba también Benedicto XVI en su discurso a los jóvenes: "Una buena escuela educa integralmente a la persona en su totalidad. Y una buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar a todos sus alumnos a ser santos".
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