domingo, 5 de junio de 2011

¿Se enfrentan la Ciencia y la Religión? (I)


Francis Collins, director del proyecto Genoma Humano
El debate sobre el supuesto carácter contradictorio del conocimiento científico y el religioso resulta ya casi tópico en la intelectualidad europea, que sigue heredando de la Ilustración una visión enfermiza de la fe, como opuesta a todo progreso. Como ahora el progreso lo encarna el desarrollo científico, hay que concluir que la ciencia contraría a la religión, que los grandes científicos son, casi por definición, ateos, y que las instituciones religiosas, singularmente la Iglesia, han obviado, cuando no perseguido, el avance de la ciencia.
Como en otros ámbitos, también aquí conviene ir más allá de los tópicos y centrarse en algunos hechos. Conviene recordar que ciencia y fe son dos formas de conocer las cosas que utilizamos cotidianamente. La primea implica conocer por causas, la segunda, conocer por la confianza. Incluso quienes no se consideran
religiosos, conocen por fe, ya que muchas de las cosas que opinan están basadas en la autoridad de quienes se las han comunicado, ya que ellos ni las han experimentado, ni tienen la base para conocerlas científicamente.
Por otro lado, con ser de gran ayuda al ser humano, conviene recordar que la ciencia empírica no proporciona la solución a todos los problemas humanos, ya que no todos ellos son de orden material. ¿Con qué experimento científico podemos demostrar que alguien nos quiere? ¿Con cuál, que las Meninas son una obra genial de arte? ¿Con que instrumento, en suma, podemos averiguar cuál es el sentido de nuestra vida, por qué estamos aquí, cuál es el significado de lo que vivimos, qué cosas son buenas…? Hay muchas preguntas que requieren otros marcos de referencia, en los que la ciencia no va a entrar, porque la ciencia se preocupa de cómo funciona el mundo material, no de por qué funciona así. La finalidad, en el fondo, no es una pregunta científica.
Como ciencia y religión están en dos planos distintos, no tienen por qué contraponerse, salvo que una u otra mezclen sus campos y acaben concluyendo cosas que están fuera de su ámbito. Eso pasó hace cuatro siglos con el famoso, y lamentable por sus consecuencias, caso Galileo (del que hablaré en otra ocasión), y ocurre actualmente cuando algunos científicos extraen conclusiones de su trabajo que son realmente metacientíficas. El controvertido tema de los multiversos (de la teoría que postula la existencia de universos más allá del nuestro, de los que no tenemos ninguna evidencia empírica), sería un buen ejemplo de esto.
Para un cristiano convencido, la ciencia no supone ningún obstáculo a su fe, puesto que ninguna verdad científica va a contradecirla. Al contrario, será un entusiasta del desarrollo científico, ya que cuanto más conozcamos el universo que nos rodea, más conoceremos a quien lo ha Creado, y podremos darle gracias por ese tesoro con mayor conciencia.  Porque, en definitiva, saber más siempre nos acerca a Dios que es la Sabiduría. Como decía recientemente Francis Collins, director del proyecto Genoma Humano: “...como científico, uno de las experiencias más gozosas es aprender algo que ningún ser humano ha entendido antes. Tener la oportunidad de ver la gloria de la creación, su complejidad, su belleza, es realmente una experiencia única. Los científicos que no tienen una fe personal en Dios también indudablemente experimentan el gozo del descubrimiento, pero tener la alegría de descubrir algo, uniéndolo a la alegría de dar culto a Dios, es verdaderamente un momento grandioso para un cristiano que es también un científico”.

2 comentarios:

  1. Hola Emilio, este tema es muy importante, especialmente en estos tiempos donde los avances en medicina hacen que la "bioética" esté al orden del día. Por dar una visión alternativa a la tuya, te pongo a continuación algo que escribí hace un tiempo. Lo pongo en dos partes porque no me cabe en un solo comentario, espero disculpes la extensión:

    En "Ciencia versus religión", Stephen Jay Gould propone una visión de las relaciones entre ciencia y religión que difiere claramente a la de Richard Dawkins en "El espejismo de Dios". La idea central de Gould es que convivencia pacífica es posible si se realiza y respeta una nítida separación de ámbitos de competencia, lo que él llama "magisterios que no se superponen" —non-overlapping magisteria—. En resumen y sin matizar, un "zapatero a tus zapatos" donde las religiones se limitarían a actuar en el ámbito religioso sin interferir en aquellos otros donde la ciencia genera conocimiento objetivo y la ciencia iría a lo suyo sin meterse en camisas de once varas.
    Gould se limita a las religiones cristianas en sus diversas variantes, católicos, protestantes de ramas diversas, Testigos de Jehová... y aborda a lo largo del libro debates históricos relacionados principalmente con el caso Galileo, los primeros debates darwinistas y la más actual corriente creacionista en los EE.UU.

    La solución de Gould parece estupenda pero, en mi opinión, es tan bienintencionada como inexistente. Por un lado, es muy difícil definir los ámbitos de ambos magisterios sin superposición. Hay que tener en cuenta que las Iglesias se ocupan no sólo de la fe sino de la moral y en este último campo la injerencia es difícil de evitar. Véase, sólo por poner un par de ejemplos, la oposición al uso del preservativo en las relaciones sexuales o a la vacuna del papiloma humano en las niñas. En ambos casos, el argumento es que incita a la promiscuidad sexual, uno de las obsesiones morales de la Iglesia Católica, mientras que desde la ciencia está claro que preservativo y vacuna reducen la prevalencia de un conjunto no despreciable de enfermedades.

    Refiriéndose al creacionismo y afines, Gould mantiene que el problema no es tan profundo como aparenta porque, en realidad, los literalistas bíblicos son una minoría y la inmensa mayoría de cristianos está abierta al avance de la ciencia. Ojalá tenga razón aunque recientes estadísticas sobre las creencias creacionistas/evolucionistas en los EE.UU. no son tranquilizadoras. De todas formas no se trata del número de fundamentalistas sino de su capacidad para influir en la sociedad, algo mucho más importante.

    Tampoco tengo nada claro que la principal oposición venga de minorías fundamentalistas —que también y además arman más escándalo— sino que hay principios, al menos en la ortodoxia católica, que son claras injerencias en el papel de la razón en general y de la ciencia en particular. Estas injerencias pueden tener una repercusión enorme a pesar de ser aplicadas con sordina y sin la algarabía característica de los extremistas.

    Gould recoge algunos de estos casos a través de citas de los documentos generados en el Concilio Vaticano I (1869-1870) convocado por el Papa Pío IX. He confirmado la corrección de esos párrafos porque su redacción, tal como aparece en el libro, deja muy pocas esperanzas de convivencia relajada entre el catolicismo y la ciencia.

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  2. Segunda parte ( y última :-)

    El Concilio Vaticano I se conoce principalmente por hacer dogma de fe la doctrina de la infalibilidad papal pero hubo bastante más. Entre otras cosas, se quiso dejar clara la oposición a las corrientes racionalistas de la época, que ponían en entredicho tanto el poder terrenal del Papado, ya muy deteriorado respecto a los siglos anteriores, como la propia autoridad de la Iglesia en cuestiones que antes eran aceptadas sin más. Para solucionar estos problemas hubo una intensa dedicación a definir claramente "los errores del racionalismo, materialismo y ateísmo modernos" (1).

    Se utilizó para ello un listado de proposiciones que terminaban, todas, en "sea anatema". Roma locuta est causa finita est. Asunto resuelto y a otra cosa, los católicos ya tienen una guía para sus relaciones con las razón. Gould incluye tres en su libro y yo he rescatado cinco que estoy seguro considerarán sugerentes; piensen si caen en alguno de estos errores, mi preferido es el cuarto:

    Si alguno fuere tan osado como para afirmar que no existe nada fuera de la materia: sea anatema.
    Si alguno dijere que la razón humana es de tal modo independiente que no puede serle mandada la fe por Dios: sea anatema.
    Si alguno dijere que todos los milagros son imposibles [...] o que los milagros no pueden ser nunca conocidos con certeza, ni puede con ellos probarse legítimamente el origen divino de la religión cristiana: sea anatema.
    Si alguno dijere que las disciplinas humanas deben ser desarrolladas con tal grado de libertad que sus aserciones puedan ser sostenidas como verdaderas incluso cuando se oponen a la revelación divina, y que estas no pueden ser prohibidas por la Iglesia: sea anatema.
    Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema.

    No tengo noticia de que estos cánones hayan sido revisados en los últimos ciento treinta años pero mi impresión es que si se desea una convivencia armónica entre ciencia y religión católica, algunos de estos párrafos lo dificultan. La otra opción es que no haya demasiados científicos católicos porque recordemos que anatema conduce a excomunión. Menos mal que la mayor parte de los católicos desconoce la religión que dice profesar.

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