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Mar de Galilea, junto a Cafarnaum |
Tan larga y agitada ha sido la historia de los lugares en los que vivió Jesús que es hoy muy difícil imaginarse cómo serían hace 2000 años. Invasiones, construcciones y destrucciones de todo tipo han transformado el paisaje original: sirios, persas, árabes, cruzados, egipcios, turcos, ingleses y finalmente israelíes han dejado su impronta o han eliminado la del precedente en una tierra que parece predestinada al conflicto. Hace bastantes años oí comentar con cierta ironía a un diplomático vaticano, que había sido nuncio de la Santa Sede en Israel: "cuando llegue al Cielo, si Jesucristo me concede esa gracia, lo primero que le voy a preguntar es por qué quiso nacer en Palestina en lugar de en Suiza, que parece un lugar más propicio para el
principe de la paz".
Pero, pese a todo, sigue habiendo rincones en la Tierra de Jesús que recuerdan la serenidad de su presencia. Para mi, ese lugar fue Cafarnaúm, a orillas del lago Tiberiades (o Mar de Genesaret o Mar de Galilea,
nombres alternativos que concede el Evangelio a este lago interior del norte de Israel, muy cerca de la frontera con Siria y el Líbano).
Cafarnaúm fue el lugar donde más tiempo pasó Jesucristo durante los tres años de su vida pública, después de abandonar Nazareth. Allí reunió a sus apóstoles y desde allí inició su predicación a los lugares del entorno, primero, y luego al resto de Palestina. De Cafarnaúm o sus inmediaciones eran la mayor parte de los apóstoles, pescadores del lago, como Pedro, Juan, Santiago o Andrés (Mt 4). En la sinagoga de Cafarnaum dirigió uno de sus discursos más importantes, en el que promete dejarnos su cuerpo como alimento(Jn 6); allí camina sobre las aguas (Jn, 4), cura a la suegra de Pedro (Lc 4), a un endemoniado (Mc 1), al siervo del centurión (Lc 7), o al paralítico (Mc 2).
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Con nuestro amigo franciscano |
En Cafarnaúm todavía puede apreciarse la quietud del lago, la belleza del paisaje, la cercanía de quienes dejaron todo lo que tenían para seguir a Jesús. Quedan las ruinas del pueblo, diseminadas en un espacio no muy grande, con muros de piedra junto al lago. Destaca un edificio singular, de planta octogonal, que la Tradición asegura fue la casa de Pedro. Sobre ella han construido los franciscanos una iglesia en volandas, que permite desde arriba ver las ruinas de la casa y al fondo el mar de Galilea. Allí nos encontramos con un fraile, testigo de la sacralidad del lugar y de la universalidad de la Iglesia. Un franciscano de origen indonesio, de familia budista, converso a miles de kilómetros de allí y que lleva más de una década en la zona. Su gesto amable y la paz que irradiaba, completaron un entorno que siempre estará en mi memoria.
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Grabado en un escalón, junto a Cafarnaúm |
Ya se ve que a todos aquellos que visitan Jerusalén les marca la visita. Es el viaje de su vida, incluso en personas muy viajadas por todo lo que significa Tierra Santa. Esperemos algún dia poder visitarla. Luis María
ResponderEliminarAlgún día nos tocará verlo también. (No sabía que el bueno de Carlos también asistiera a congresos de geógrafos...es broma)
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