No, no es que me esté confundiendo de estación; ya sé que no estamos en Navidades. Estoy felicitándoos la mayor festividad del cristianismo, la !!Pascua de Resurrección!! Ciertamente la celebración del nacimiento de Jesús nos llena de enorme alegría, pues inicia la presencia de quien vino a mostrarnos su amor y enseñarnos un camino de alegría y entrega, pero todavía es más importante la celebración de hoy,
pues muestra cómo Jesús ha vencido a la muerte. Su sacrificio real, extremadamente doloroso, que hemos recordado estos días, no fue el final, sino el principio. No se acabó todo en el sepulcro, sino que ahí empezó todo. "He aquí que yo hago nuevas todas las cosas", había dicho Jesús, y aquí se muestra con plena luz qué quería indicarnos. No es una vana ilusión nuestra esperanza: estamos destinados a la eternidad; no estamos limitados a una vida mortal, frágil, limitada, alegre pero quizá también dolorosa, a veces sin sentido, que convive con la enfermedad, con el desamparo, con tantas cosas que no entendemos. Jesús nos ha mostrado que no es ése el destino último, sino sólo una estación. El tren seguirá su camino, hacia un itinerario final que dependerá de nuestras propias elecciones. El no quiere forzarnos, pero nos ha indicado cuál (o mejor quién) es el Camino, quién es la Verdad y quien es la Vida. Alegrémenos con su Resurrección, pues en él todos resucitaremos; nuestro cuerpo será, algún día parte del destino de nuestra alma, se unirá también a la eternidad... para siempre, para siempre.
¡Felices Pascuas!
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