Capilla de la Crucifixión |
La Iglesia del Santo Sepulcro es una imagen de la grandeza y la miseria del cristianismo: de su larga
tradición, de su ambiente multicultural y, sobre todo, del Amor que llevó a Jesús a entregar hasta la última gota de su sangre por nosotros.
Anástasis, el santo sepulcro en el interior |
Pero también es reflejo de la división de los cristianos, de esas rencillas históricas que todavía no hemos sido capaces de reparar. La iglesia está meticulosamente dividida en capillas e incluso altares que pertenecen a distintas iglesias cristianas: los ortodoxos griegos ocupan la parte principal del edificio, que comparten en distintos horarios con los franciscanos (verdaderos guardianes del cristianismo latino en Tierra Santa), con armenios, coptos, y sirios. La falta de unión implica también un deterioro en el edificio en sí, necesitado a todas luces de reformas adicionales que permitan darle mayor esplendor y, sobre todo, facilitar la visita al sepulcro de Jesús, que en su actual construcción es muy complejo de visitar.
El calvario y el sepulcro son las dos piezas culmen del edificio, por su significación histórica y teológica. Al primero se accede por una pequeña escalera a la derecha de la puerta de entrada. Se sube a una amplia capilla, donde se sitúan varios altares. El más importante se sitúa encima de la roca donde la Tradición localiza la Crucifixión del Señor. Está gestionado por los ortodoxos, pero todos los fieles pueden venerarlo, besando la losa de mármol que recubre el suelo. A la izquierda hay otro altar donde los franciscanos celebran misas a primeras horas de la mañana.
El sepulcro se encuentra a la izquierda de la entrada. No es visible al exterior, puesto que se encuentra rodeado de un edificio de época cruzada, denominado Anástasis, que protege el interior. Este templete se ha reconstruido varias veces, deteriorado por diversos terremotos y destrucciones. Aunque otras partes de la iglesia han sido restauradas en las últimas décadas, este templete presenta un aspecto deteriorado y necesita una estructura metálica externa para sujetarlo. El acceso es complicado. Si uno tiene la suerte de acoplarse a algún pequeño grupo que celebre la Sta. Misa en el interior (entre las 6 y las 8 de la mañana), puede disfrutar un poco más de la estancia en un lugar tan sagrado para los cristianos, testigo de la Resurrección de Jesucristo, tras ocuparlo entre el viernes santo y domingo de Pascua. Fuera de ese horario, la visita requiere una larga espera y el tiempo de estancia es muy corto, minuciosamente controlado por alguno de los popes ortodoxos que regulan la entrada. Yo apenas pude estar unos segundos en el interior, lo suficiente para besar la losa de mármol que recubre la piedra donde depositaron el cuerpo muerto de Jesús, donde se produjo el mayor milagro de los que conocemos. Sin el calvario no habría habido Redención; sin el sepulcro, sin la Resurrección, Jesús sólo hubiera sido un predicador idealista.
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