Evidentemente no soy el primero, y espero que no sea el último, en señalar el enorme interés que tiene la reciente exhortación apostólica del Papa Francisco: "La alegría del amor". Me parece que es una de las reflexiones más lúcidas y atractivas realizadas en las últimas décadas sobre el matrimonio y la familia, verdadera columna vertebral del tejido social. Aprendemos a convivir con otros en la familia, aprendemos a querer y a ser queridos, a ayudar y ser ayudados, a enriquecer nuestras potencialidades y a conocer nuestros límites. La familia es el nicho ecológico del desarrollo humano.
Por eso es tan preocupante la enorme crisis actual del matrimonio, fundamento de la familia. Sin un matrimonio estable, no hay una familia estable. Sin un padre y una madre, no hay hermanos o abuelos, o son fruto de situaciones previos que raramente funcionan. Ciertamente la muerte de uno de los cónyuges puede dar lugar a familias de varios orígenes, pero cuando esa mezcla es fruto de la desunión, tantas veces teñida de rencor y odio, la huella sobre los niños (y los propios cónyuges) es difícil de reparar.
Es preciso preguntarnos qué ha ocurrido, por qué el matrimonio es ahora tan débil. Sin duda hay razones muy diversas. En cualquer caso, intentar explicarlo no puede llevarnos a considerar el divorcio como un beneficio. Su impacto social es tremendo, tanto en las vidas de los más pequeños -los más afectados y vulnerables- como en la de quienes experiementan esa separación. Quizá una de las raíces más claras del aumento de las crisis matrimoniales, y eventualmente de los divorcios a que dan lugar, sea la falta de diálogo, de generosidad, entre los cónyuges. El Papa Francisco incluye un bellísimo comentario al himno del amor que recoge la primera carta de San Pablo a los Corintios: "La caridad (el amor) es paciente, la caridad es benigna; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace con la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Cor. 13). Qué bueno sería que los esposos dialogaran sobre este texto más a menudo. Un amor vivido a sí por ambos cónyuges es muy difícil que se rompa, está sellado con enorme fuerza y además está bendecido por el amor a Dios.
Como había hecho en su primera exhortación, vuelve el Papa a proponer la alegría como núcleo del mensaje cristiano. Como él mismo indica, es mucho más importante proponer la concepción cristiana del matrimonio que debatir sobre las situaciones de crisis, que habrá que atender con el equilibrio propio entre la fidelidad al mensaje de Jesucristo y su infinita misericordia con todos.
El amor entre los esposos se apoya en una generosidad abierta al otro. No es una cuestión de sentimientos, más o menos volátiles, sino de una voluntad de construir un proyecto de vida. Lo dice muy bienel Papa cuando afirma: "No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y vivir siempre una rica intimidad" (n. 163). Por encima incluso de la afectividad está la voluntad: querer querer, y ese amor será mucho más fuerte que los sentimientos, no para negarlos lógicamente, sino para hacerlos más hondos, menos dependientes del humor cambiante. Eso permitirá un matrimonio estable y, por tanto, una familia estable, donde crezcan los hijos en un ambiente de alegría y generosidad.
Por eso es tan preocupante la enorme crisis actual del matrimonio, fundamento de la familia. Sin un matrimonio estable, no hay una familia estable. Sin un padre y una madre, no hay hermanos o abuelos, o son fruto de situaciones previos que raramente funcionan. Ciertamente la muerte de uno de los cónyuges puede dar lugar a familias de varios orígenes, pero cuando esa mezcla es fruto de la desunión, tantas veces teñida de rencor y odio, la huella sobre los niños (y los propios cónyuges) es difícil de reparar.
Es preciso preguntarnos qué ha ocurrido, por qué el matrimonio es ahora tan débil. Sin duda hay razones muy diversas. En cualquer caso, intentar explicarlo no puede llevarnos a considerar el divorcio como un beneficio. Su impacto social es tremendo, tanto en las vidas de los más pequeños -los más afectados y vulnerables- como en la de quienes experiementan esa separación. Quizá una de las raíces más claras del aumento de las crisis matrimoniales, y eventualmente de los divorcios a que dan lugar, sea la falta de diálogo, de generosidad, entre los cónyuges. El Papa Francisco incluye un bellísimo comentario al himno del amor que recoge la primera carta de San Pablo a los Corintios: "La caridad (el amor) es paciente, la caridad es benigna; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace con la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Cor. 13). Qué bueno sería que los esposos dialogaran sobre este texto más a menudo. Un amor vivido a sí por ambos cónyuges es muy difícil que se rompa, está sellado con enorme fuerza y además está bendecido por el amor a Dios.
Como había hecho en su primera exhortación, vuelve el Papa a proponer la alegría como núcleo del mensaje cristiano. Como él mismo indica, es mucho más importante proponer la concepción cristiana del matrimonio que debatir sobre las situaciones de crisis, que habrá que atender con el equilibrio propio entre la fidelidad al mensaje de Jesucristo y su infinita misericordia con todos.
El amor entre los esposos se apoya en una generosidad abierta al otro. No es una cuestión de sentimientos, más o menos volátiles, sino de una voluntad de construir un proyecto de vida. Lo dice muy bienel Papa cuando afirma: "No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y vivir siempre una rica intimidad" (n. 163). Por encima incluso de la afectividad está la voluntad: querer querer, y ese amor será mucho más fuerte que los sentimientos, no para negarlos lógicamente, sino para hacerlos más hondos, menos dependientes del humor cambiante. Eso permitirá un matrimonio estable y, por tanto, una familia estable, donde crezcan los hijos en un ambiente de alegría y generosidad.
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