Hace ya bastantes años, en uno de mis primeros viajes a EE.UU., entré en una librería bastante grande y empecé a curiosear las distintas secciones. Me llamó mucho la atención que la sección de libros religiosos estuviera dividida en dos grandes grupos, por un lado lo que etiquetaban como Religions, y por otro, lo que denominaban Spirituality. Me llamó la atención esta división, porque yo entendía como libros de espiritualidad aquellos que han escrito los santos (Sta. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz o S. Pedro de Alcántara, por citar algunos), o autores contemporáneos que comentan esas obras o la propia Sagrada Escritura. Sin embargo, allí calificaban como espiritualidad libros dedicados a las cosas más variadas: desde la autoayuda y el New Age, hasta cuestiones esotéricas diversas. Pensé que el concepto de espíritu se había desgajado de alguna forma de la concepción religiosa, para calificar todo aquello que se considera metamaterial, aunque sean las cosas más peregrinas. De alguna forma, esto puede explicarse por la insistencia, de casi dos siglos, en ahogar el concepto de Dios en la cultura occidental, y en la resistencia natural de los seres humanos a cerrar todo en el horizonte material. En pocas palabras, esas formas de espiritualidad sin Dios indican que tenemos una necesidad innata de lo espiritual que, al margen de Dios, puede conducir a posiciones verdaderamente extravagantes.
Sin llegar a esos extremos, la atracción de muchos contemporáneos por el Budismo y otras filosofías orientales me parece que encaja bien en esa tendencia. Se buscan caminos que enriquezcan el espíritu ante la evidencia que el consumismo material no colma nuestro afán de felicidad: el hastío ante una sociedad vacía de valores da paso a cultivar el espíritu, por vías que se consideren alternativas al modelo cultural dominante. El problema es que esa apertura a espiritualidades nuevas se hace al margen de la espiritualidad occidental (la cristiana, para entendernos), como si el modelo materialista fuera parte de ella. Poco tiene que ver el consumismo con el cristianismo, poco la búsqueda del placer material con la tradición de oración cristiana, pero parece ahora que para tener una vida espiritual intensa haya que irse al Tibet. Ya Ghandi se admiraba de la riqueza espiritual del cristianismo, y de la pobreza de quienes lo practicaban, asi que parece que vendrán de Oriente a descubrirnos nuestro patrimonio espiritual perdido.
Por esta razón, me parece que es sumamente interesante conocer mejor estas filosofías orientales, que sin duda suponen una revalorización de elementos imprescindibles en al ser humano: meditación, armonía, paz, interioridad, sobriedad de vida, etc. Analizar su origen y contenido, sus propuestas y su relación con la visión cristiana de la vida es el objetivo del libro que acaba de publicar Daniel Barcala: LA SENDA DEL ILUMINADO. INTRODUCCIÓN AL BUDISMO, en la editorial Digital Reasons. El libro supone un texto básico, pero suficientemente amplio, para entender el origen e implicaciones de esta filosofía que tanto atrae ahora en occidente y de la que tanto podemos aprender. No creo que haya de concebirse como competidora del cristianismo o de otras religiones, aunque haya puntos en los que parte de una concepción del mundo muy diversa a la nuestra. En cualquier caso, su sabiduría milenaria nos ayudará a reconducir los valores morales que esta sociedad ha olvidado, rescatando lo mejor de una visión más espiritual y profunda de la realidad que nos circunda.
Sin llegar a esos extremos, la atracción de muchos contemporáneos por el Budismo y otras filosofías orientales me parece que encaja bien en esa tendencia. Se buscan caminos que enriquezcan el espíritu ante la evidencia que el consumismo material no colma nuestro afán de felicidad: el hastío ante una sociedad vacía de valores da paso a cultivar el espíritu, por vías que se consideren alternativas al modelo cultural dominante. El problema es que esa apertura a espiritualidades nuevas se hace al margen de la espiritualidad occidental (la cristiana, para entendernos), como si el modelo materialista fuera parte de ella. Poco tiene que ver el consumismo con el cristianismo, poco la búsqueda del placer material con la tradición de oración cristiana, pero parece ahora que para tener una vida espiritual intensa haya que irse al Tibet. Ya Ghandi se admiraba de la riqueza espiritual del cristianismo, y de la pobreza de quienes lo practicaban, asi que parece que vendrán de Oriente a descubrirnos nuestro patrimonio espiritual perdido.
Por esta razón, me parece que es sumamente interesante conocer mejor estas filosofías orientales, que sin duda suponen una revalorización de elementos imprescindibles en al ser humano: meditación, armonía, paz, interioridad, sobriedad de vida, etc. Analizar su origen y contenido, sus propuestas y su relación con la visión cristiana de la vida es el objetivo del libro que acaba de publicar Daniel Barcala: LA SENDA DEL ILUMINADO. INTRODUCCIÓN AL BUDISMO, en la editorial Digital Reasons. El libro supone un texto básico, pero suficientemente amplio, para entender el origen e implicaciones de esta filosofía que tanto atrae ahora en occidente y de la que tanto podemos aprender. No creo que haya de concebirse como competidora del cristianismo o de otras religiones, aunque haya puntos en los que parte de una concepción del mundo muy diversa a la nuestra. En cualquier caso, su sabiduría milenaria nos ayudará a reconducir los valores morales que esta sociedad ha olvidado, rescatando lo mejor de una visión más espiritual y profunda de la realidad que nos circunda.
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