Uno de mis doctorandos, belga, me comentó hace unos días con gran satisfacción la concesión del premio Nobel de Física de este año a uno de sus compatriotas, François Englert, proponente junto a Higgs de la famosa partícula que finalmente se nombró con el apellido del científico escocés. Me alegró la alegría de mi amigo, y su razonable orgullo por que otra persona más en su país haya conseguido tan alta distinción científica. He revisado estos días la distribución por países de los 853 premios Nobel que han sido concedidos hasta el momento. Si nos centramos únicamente en los de Ciencias (Física, Química, Medicina) y Economía, que de alguna manera son consecuencia del nivel académico e investigador de los países donde trabajan los candidatos premiados, la posición de España resulta realmente lamentable, ya que sólo contamos entre nuestros compatriotas con un premio Nobel, Ramón y Cajal, nada más y nada menos que en 1906. Severo Ochoa, premiado en 1959, también en Medicina, sólo podemos considerarlo como español por el origen, puesto que su trayectoria investigadora se realizó mayoritariamente en EE.UU., donde emigró en 1942. ¿A qué se debe esta carencia de talentos científicos? Uno puede aludir a cuestiones de desarrollo económico, pero se enfrentará con el hecho de que países de menor desarrollo que el nuestro cuentan con recientes galardonados, como México (Mario Molina, Química, 1995), Corea del Sur (Pedersen, Química, 1987) o Polonia (Hurwicz, Economia, 2007; Charpak, Física, 1992). Si atenemos a tamaño de los países y nivel de actividad económica, las comparaciones con Holanda, Austria, Suecia o Bélgica resultan sonrojecedoras. Otro caso, el de Noruega, que con apenas 5 millones de habitantes, cuenta con 6 premios Nobel desde 1968 hasta ahora (2 en Química, 3 en Economía y 1 en Física). Si se trata de entorno cultural, podemos compararnos con Italia, que tiene 7 premios Nobel desde 1969 (4 de Medicina, 2 de Física y 1 de Economía).
En suma, ¿por qué no tenemos investigadores de primer nivel? A mi modo de ver, porque fallamos por la base. Para tener deportistas de élite hace falta que haya una buena educación física, que haya interés en la población por esos temas y que los padres consideren muy relevante que sus hijos se dediquen al deporte. Por supuesto, son necesarias además infraestructuras para practicarlo y soporte económico para que las personas más capaces tengan ingresos que les permitan mantenerse. Soy consciente de que en nuestro país eso se aplica, casi en exclusiva, al fútbol, y en particular al fútbol profesional de primera y segunda división. El resto de los deportes tienen realmente un rendimiento mayor que la inversión.
Si aplicamos todo ese símil a la Ciencia, a la innovación y al desarrollo, entendemos qué está pasando en España. Cuando ningún gobierno se toma en serio la educación de base, cuando no hay una reforma a fondo de la Universidad, cuando la inversión en I+D es cosmética, poco o nada articulada con la industria, cuando no hay incentivos reales para que nuestros mayores talentos trabajen en nuestro país, cuando el reconocimiento social es tan mediocre, no podemos extrañarnos de los resultados. Si gastarse 90 millones de euros en un futbolista es rentable en nuestro país, y no lo es contratar a un premio Nobel por una fracción de esa cantidad, algo debemos reflexionar. No se trata de una cuestión de "orgullo patrio", sino de aprovechar mejor nuestro ingenio, volcandolo además en beneficio de la sociedad, que pase de la "cultura del pelotazo", de la que todavía vivimos sus secuelas, a un nuevo modelo económico, basado en el esfuerzo, la dedicación, el talento, y la inventiva.
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