Me disculpo por el retraso en este compromiso semanal de compartir con vosotros mis reflexiones. Estoy ahora en EE.UU., y varios compromisos profesionales me han dificultado cumplir este agradable hábito de escribir en esta especie de diario a la vez íntimo y público.
Paseaba el otro día por Nueva York en busca de la catedral de San Patricio, por cierto ahora en restauración. Dicen que en este país hay dos tipos de personas: los que odian y los que aman Nueva York. Es ciertamente una ciudad muy singular, no sólo por su arquitectura, arquetipo de lo que ha llamado "modo de vida americano", sino sobre todo por su vida interna, por el ritmo de las gentes que la habitan. Me comentaba una amiga que trabaja aquí desde hace unos años, que para sobrevivir en Nueva York es preciso, dijo casi literalmente, "ponerse los guantes de boxeo a las 7 de la mañana, pues ya solo entrar en el metro es una lucha por la supervivencia". Lo cierto es que a ella le gusta la ciudad, y que ha sido capaz de superar o al menos de convivir con ese carácter agresivo.
Una de las primeras cosas que saltan a la vista aquí es la cantidad de gente que está sola, que come sola, que se divierta sola, que trabaja sola, que vive sola. Es paradójico que en una ciudad tan abigarrada se dé tanta soledad. Pero no deja de ser reflejo de una sociedad, que se propone como modélica en muchos aspectos, y que en buena medida se basa en la exaltación de lo individual. La competencia, el afán de superación personal, la auto-ayuda, la capacidad de resolver autónomamente los problemas está en la raíz más íntima de ese "modo de vida americano" al que me referia antes. Todo eso puede ser un valor positivo, pero cuando se acentúa hasta casi olvidar que el ser humano, por naturaleza, es un ser social, que depende de otros, se acaba generando un ambiente muy aislado, donde la marginalidad convive cotidianamente con el éxito casi estrafalario. La misma sociedad que construye rascacielos de 100 pisos, observa con parsimonia a cientos de personas sin hogar, abandonados en las calles. La misma que construye inmensos puentes, imposibles sin el concurso de miles de personas, alimenta el aislamiento, el individualismo casi intransigente, que en razón de respetar la intimidad parece conducir a la indiferencia. Me dio que pensar el sentido de esta convivencia abigarrada entre extraños, que nos acostumbremos a la falta de vínculos, que pretendamos crear sociedades minusculas, de una persona consigo mismo, que a la postre nos conducen a estar muy solos, aunque no quepamos en un vagón de metro.
Paseaba el otro día por Nueva York en busca de la catedral de San Patricio, por cierto ahora en restauración. Dicen que en este país hay dos tipos de personas: los que odian y los que aman Nueva York. Es ciertamente una ciudad muy singular, no sólo por su arquitectura, arquetipo de lo que ha llamado "modo de vida americano", sino sobre todo por su vida interna, por el ritmo de las gentes que la habitan. Me comentaba una amiga que trabaja aquí desde hace unos años, que para sobrevivir en Nueva York es preciso, dijo casi literalmente, "ponerse los guantes de boxeo a las 7 de la mañana, pues ya solo entrar en el metro es una lucha por la supervivencia". Lo cierto es que a ella le gusta la ciudad, y que ha sido capaz de superar o al menos de convivir con ese carácter agresivo.
Una de las primeras cosas que saltan a la vista aquí es la cantidad de gente que está sola, que come sola, que se divierta sola, que trabaja sola, que vive sola. Es paradójico que en una ciudad tan abigarrada se dé tanta soledad. Pero no deja de ser reflejo de una sociedad, que se propone como modélica en muchos aspectos, y que en buena medida se basa en la exaltación de lo individual. La competencia, el afán de superación personal, la auto-ayuda, la capacidad de resolver autónomamente los problemas está en la raíz más íntima de ese "modo de vida americano" al que me referia antes. Todo eso puede ser un valor positivo, pero cuando se acentúa hasta casi olvidar que el ser humano, por naturaleza, es un ser social, que depende de otros, se acaba generando un ambiente muy aislado, donde la marginalidad convive cotidianamente con el éxito casi estrafalario. La misma sociedad que construye rascacielos de 100 pisos, observa con parsimonia a cientos de personas sin hogar, abandonados en las calles. La misma que construye inmensos puentes, imposibles sin el concurso de miles de personas, alimenta el aislamiento, el individualismo casi intransigente, que en razón de respetar la intimidad parece conducir a la indiferencia. Me dio que pensar el sentido de esta convivencia abigarrada entre extraños, que nos acostumbremos a la falta de vínculos, que pretendamos crear sociedades minusculas, de una persona consigo mismo, que a la postre nos conducen a estar muy solos, aunque no quepamos en un vagón de metro.
si, somos individualistas pero no entiendo muy bien cual es la relacion individualismo y soledad.
ResponderEliminarCreo que el origen del individualismo esta en la competitividad: estamos creando una sociedad cada
vez mas competitiva y eso nos aisla del resto, a los que vemos como competidores, "amenazas"
de alguna manera. Alguna otra explicacion?
Con respecto a la soledad, que pasa cuando es deseada? no parece en ese caso dolorosa,
pero es sintoma de alguna "desviacion"? Y como es posible que haya soledad o nos sintamos solos
cuando tenemos 300 amigos en el facebook? Es precisamente un sustituto?
Me comentaba alguien que tenia perro, que estos son muy sociales, gregarios, les gusta estar en
manada y que el mayor castigo que un perro puede sufrir es que la manada le rechace y le deje solo.
Eso le hace sufrir mucho. No se si es verdad, nunca he tenido perro. Pero somos nosotros
tambien gregarios? y si hay algun biologo por ahi, estamos geneticamente predispuestos a estar
en compania? originariamente, cuando eramos nomadas, antes de crear las primeras sociedades, viviamos
solos??
En respuesta a anónimo: nunca hemos vivido solos, somos primates sociales y no estamos adaptados a vivir aisladamente. Se sabe sin ningún tipo de duda que el aislamiento social tiende a generar problemas psicológicos importantes.
ResponderEliminarVa ser falta de oxitocina! Y resulta que esta molecula, la soledad y la moral estan relacionadas tambien.
ResponderEliminarVer la descripcion en Amazom del libro (copio abajo):
"
Braintrust: What Neuroscience Tells Us about Morality
What is morality? Where does it come from? And why do most of us heed its call most of the time? In Braintrust, neurophilosophy pioneer Patricia Churchland argues that morality originates in the biology of the brain. She describes the "neurobiological platform of bonding" that, modified by evolutionary pressures and cultural values, has led to human styles of moral behavior. The result is a provocative genealogy of morals that asks us to reevaluate the priority given to religion, absolute rules, and pure reason in accounting for the basis of morality.
Moral values, Churchland argues, are rooted in a behavior common to all mammals--the caring for offspring. The evolved structure, processes, and chemistry of the brain incline humans to strive not only for self-preservation but for the well-being of allied selves--first offspring, then mates, kin, and so on, in wider and wider "caring" circles. Separation and exclusion cause pain, and the company of loved ones causes pleasure; responding to feelings of social pain and pleasure, brains adjust their circuitry to local customs. In this way, caring is apportioned, conscience molded, and moral intuitions instilled. A key part of the story is oxytocin, an ancient body-and-brain molecule that, by decreasing the stress response, allows humans to develop the trust in one another necessary for the development of close-knit ties, social institutions, and morality.
A major new account of what really makes us moral, Braintrust challenges us to reconsider the origins of some of our most cherished values."
Gracias Eusebio, otro día haré una entrada sobre estos temas, pero, así a bote pronto, la relación biología del cerebro y cultura (entendiendo por ello cualquier tema meta-material), es estrecha, pero va a ser muy complicado demostrar que sea causal. Si una impresora tiene las "teclas" mal, no escribe un determinado caracter, pero no es la impresora quien escribe: es la persona y el software que codifica ese código y lo transmite a la impresora. La impresora no crea la escritura, sólo la reproduce.
ResponderEliminarSaludos cordiales.