He leído estas últimas semanas un libro que recomiendo vivamente para los últimos días de vacaciones. La traducción española del libro es "La ética de la Tierra", en edición de Jorge Riechmann, que se publicò en 2000. El titulo original que le dio su autor, Aldo Leopold, era: "The Sand County Almanac", el diario del condado arenoso, refiendose a la comarca en donde se situaba la finca que sirvio de esparcimiento a su familia en las décadas que trabajo en el estado de Wisconsin. En un lenguaje sumamente evocativo, el autor nos cuenta en doce capítulos -dedicados a cada uno de los doce meses del año- sus experiencias y sensaciones en esa granja, mostrandonos un magnífico ejemplo de lo que significa contemplar la naturaleza, mirarla con interés, asombrarse de su belleza, conocerla mejor, aprender de ella.
Completa este diario, unos capítulos sobre otras vivencias campestres de Leopold durante sus largos años de servicio en el Servicio Forestal de EE.UU., y un capítulo a modo de conclusión, en donde el autor propone unas reflexiones que permitan establecer una nueva relación con la naturaleza. Esta breve sección da, de alguna forma, título a la obra en su versión española, ya que ahí Leopold enuncia las bases de una nueva dimensión ética: la que nos liga al resto de las criaturas vivas. Como escribe el mismo autor, "la ética de la tierra, sencillamente, extiende las fronteras de la comunidad para incluir los suelos, las aguas, las plantas y los animales; dicho de otro modo, la tierra" (p. 135). Hasta mediados del s. XX todo el mundo consideraba que las relaciones éticas sólo afectan a los seres humanos; a partir de esta obra, con algunos antecedentes en el movimiento conservacionista estadounidense, comienza un nuevo debate sobre nuestras conexiones éticas con otras criaturas no humanas. ¿Tenemos deberes con los animales, las plantas? ¿Esos deberes son consecuencia de su propio valor o de la necesidad de otros seres humanos de disfrutarlos? No es fácil responder a esa cuestión desde la perspectiva de Leopold. Sus comentaristas más biocéntricos (caso de Calicott, por ejemplo) abogan más bien por la primera postura, que definiría una nueva dimensión ética, ya que los seres vivos no humanos también serían sujeto de derechos. En mi opinión, esa conclusión está más allá de lo que sugiere Leopold, pero no cabe duda que nos estimula a reflexionar en esa línea, y sobre todo nos aporta una nueva perspectiva sobre los valores que la contemplación natural ofrece al ser humano, más allá del valor puramente económico que esos recursos naturales puedan tener para nosotros. Como él mismo afirma: "El pivote que hay que mover para poner en marcha el proceso de evolución que conduciría a una ética de la tierra es simplemente éste: dejar de pensar que el uso adecuado de la tierra es sólo un problema económico. Examinar cada cuestión en términos de lo que es correcto desde el punto de vista ético y estético, además de lo que conviene económicamente". Y concluye, indicando un criterio que suena ciertamente como un a priori moral: "Algo es correcto cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es incorrecto cuando tiende a otra cosa" (p. 155).
Aprovecho para recomendaros el enlace a una cátedra de ética ambiental que hemos iniciado recientemente en la Universidad en la que trabajo:
Completa este diario, unos capítulos sobre otras vivencias campestres de Leopold durante sus largos años de servicio en el Servicio Forestal de EE.UU., y un capítulo a modo de conclusión, en donde el autor propone unas reflexiones que permitan establecer una nueva relación con la naturaleza. Esta breve sección da, de alguna forma, título a la obra en su versión española, ya que ahí Leopold enuncia las bases de una nueva dimensión ética: la que nos liga al resto de las criaturas vivas. Como escribe el mismo autor, "la ética de la tierra, sencillamente, extiende las fronteras de la comunidad para incluir los suelos, las aguas, las plantas y los animales; dicho de otro modo, la tierra" (p. 135). Hasta mediados del s. XX todo el mundo consideraba que las relaciones éticas sólo afectan a los seres humanos; a partir de esta obra, con algunos antecedentes en el movimiento conservacionista estadounidense, comienza un nuevo debate sobre nuestras conexiones éticas con otras criaturas no humanas. ¿Tenemos deberes con los animales, las plantas? ¿Esos deberes son consecuencia de su propio valor o de la necesidad de otros seres humanos de disfrutarlos? No es fácil responder a esa cuestión desde la perspectiva de Leopold. Sus comentaristas más biocéntricos (caso de Calicott, por ejemplo) abogan más bien por la primera postura, que definiría una nueva dimensión ética, ya que los seres vivos no humanos también serían sujeto de derechos. En mi opinión, esa conclusión está más allá de lo que sugiere Leopold, pero no cabe duda que nos estimula a reflexionar en esa línea, y sobre todo nos aporta una nueva perspectiva sobre los valores que la contemplación natural ofrece al ser humano, más allá del valor puramente económico que esos recursos naturales puedan tener para nosotros. Como él mismo afirma: "El pivote que hay que mover para poner en marcha el proceso de evolución que conduciría a una ética de la tierra es simplemente éste: dejar de pensar que el uso adecuado de la tierra es sólo un problema económico. Examinar cada cuestión en términos de lo que es correcto desde el punto de vista ético y estético, además de lo que conviene económicamente". Y concluye, indicando un criterio que suena ciertamente como un a priori moral: "Algo es correcto cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es incorrecto cuando tiende a otra cosa" (p. 155).
Aprovecho para recomendaros el enlace a una cátedra de ética ambiental que hemos iniciado recientemente en la Universidad en la que trabajo:
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