Los líderes del grupo ecologista XX recriminan al partido YY, a la sazón en el gobierno, por no cumplir con su programa electoral, cerrando las centrales nucleares más antiguas. A todo el mundo sensato esto le parece razonable, independientemente de que a uno le guste o no que se cierren las centrales nucleares, pues demuestra la libertad que todo colectivo tiene de manifestar sus propias convicciones. Además, casi todo el mundo está de acuerdo en que se trata de un asunto muy serio, en el que estén en juego potenciales riesgos para la vida humana.
Ahora cambiemos grupo ecologista por Iglesia católica, líderes por obispos y cierre de las nucleares por reforma de la ley del aborto que, saltándose cualquier protección jurídica del niño no nacido, promulgó el anterior gobierno. También se trata de mostrar las propias convicciones, y de un asunto potencialmente muy serio para la vida humana (de hecho se están perdiendo casi 100.000 al año en nuestro país). Sin embargo, en este caso, no; parece que muchos no pueden admitir una expresión tan obvia de opiniones que no compartan.
Me vino esto a la mente al leer el sábado el periódico donde se vertían toda clase de improperios contra los obispos que, simple y llanamente, vuelven a expresar sus convicciones en defensa de la vida de cualquier niño concebido, y urjan al gobierno a que cambie una ley que el partido que ahora gobierna dijo que cambiaría si llegaba al gobierno. Lindezas del tipo de "chantaje", "volver a la caverna" y otras frases hechas, basadas en el eslogan más que en el razonamiento, salpicaban la sesuda contestación de los políticos que ampararon la reforma anterior del aborto. No se trata ahora de decir si estamos a favor o en contra del aborto (obviamente yo estoy en contra mientras alguien no me demuestre que un feto es un quiste y no un ser humano), sino simplemente de admitir que cualquier persona que piensa de forma distinta, incluso si es obispo, pueda manifestarlo en público con toda normalidad. Parece que no es pedir mucho, pero también parece que algunos representantes de la izquierda se empeñan en negar la palabra a los líderes religiosos, bajo la sospecha de que cualquier cosa que sugieran atenta contra la laicidad del Estado. ¿Sugieren entonces que los expulsemos, como ya se hizo en el s. XVIII con los jesuítas? Esto es lo que yo llamaría una política de progreso, basada en un
a admiración inconfesable por los siglos pasados!!
Ahora cambiemos grupo ecologista por Iglesia católica, líderes por obispos y cierre de las nucleares por reforma de la ley del aborto que, saltándose cualquier protección jurídica del niño no nacido, promulgó el anterior gobierno. También se trata de mostrar las propias convicciones, y de un asunto potencialmente muy serio para la vida humana (de hecho se están perdiendo casi 100.000 al año en nuestro país). Sin embargo, en este caso, no; parece que muchos no pueden admitir una expresión tan obvia de opiniones que no compartan.
a admiración inconfesable por los siglos pasados!!
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