domingo, 30 de diciembre de 2012

El Belén del Papa



Estoy convencido que los católicos que vendrán dentro de varias décadas nos mirarán con sana envidia por haber tenido el privilegio de convivir con dos pontífices de la categoría de Juan Pablo II y Benedicto XVI. La talla humana, intelectual, y espiritual de estos Papas es sin duda enorme. No me voy a dedicar ahora a compararlos, sino simplemente a poner de relieve la importancia de aprovechar al máximo esos dos regalos que ha dado Dios a la Iglesia. Centrándonos en el actual Pontífice, no me dejo de admirar de la capacidad que tiene para comunicar lo más inefable con palabras hondas y sencillas a la vez. Alguien ha dicho que la gente iba a ver a Juan Pablo II y ahora va a escuchar a Benedicto XVI. No quiero decir que las palabras del anterior pontífice fueran menos jugosas, pero ciertamente las de éste son un tesoro que no deja de  entusiasmarme.
Como es lógico, para que un escritor te entusiasme es condición imprescindible leerlo. Pueden llegarnos comentarios más o menos elogiosos de éste o aquél, pero un escritor sólo se disfruta realmente cuando se lee. Envié a una amiga universitaria el discurso que pronunció Benedicto XVI a los jóvenes profesores en el Escorial, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud. Me comentó que había quedado impresionada por esas palabras tan profundas y bellas, y que nunca antes había leído nada del Papa. Ese es el problema, que se habla mucho del Papa, que se escribe mucho sobre el Papa, pero que bastante menos gente –incluyendo los propios católicos- le leen directamente.
He introducido este largo prólogo para hacerme eco de un ejemplo reciente donde se evidencia la distancia inmensa que hay entre lo que dicen que dice y lo que realmente dice Benedicto XVI. Con motivo de la publicación de su último libro, “La infancia de Jesús”, la prensa se hizo eco de dos aspectos, que utilizó como titulares, a modo de resumen de la obra: que el Papa no recomendaba que pusiéramos el buey y la mula en el Belén, y que los Reyes magos eran españoles. Este es el lamentable resumen de una obra entrañable, profunda y sencilla a la vez. Como es lógico, mi primera recomendación es que leáis el libro directamente: en esos días todavía navideños seguro que ayudará a muchos a calar más hondo en este Misterio clave del cristianismo. Espero que esta recomendación sirva para cualquier otro texto de Benedicto XVI: creedme que siempre es mucho mejor lo que realmente escribe que lo que otros interpretan –con más o menos torpeza- de sus palabras.
Veamos lo que dice realmente el Papa a propósito de los famosos titulares de la prensa. De las 138 páginas del libro, dedica una a glosar las figuras del buey y la mula, concretamente la 76. Dice textualmente: “Como se ha dicho, el pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen. En el Evangelio no se habla en este caso de animales. Pero la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna, remitiéndose a Isaías 1,3: “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño: Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”. En resumen, el Papa afirma que no se cita en los Evangelios la presencia del buey y la mula en la cueva de Belén. A nadie debería sorprenderle esa afirmación: basta con haber leído alguna vez el Evangelio de San Lucas o San Mateo, que son los que narran la infancia de Jesús. A la vez, el Papa, afirma que la presencia de esos dos animales que siempre ha intuido el pueblo cristiano, hace referencia a la presencia de toda la humanidad –desprovista de conocimiento- ante el “Niño, ante la humilde aparición de Dios en el establo”, concluyendo que ninguna “representación del nacimiento renunciará al buey y el asno”. De cómo se llega de estas palabras a los titulares de prensa que mencionaba antes, es tarea que mi modesta imaginación no alcanza a comprender.
Respecto a la atribución hispana de los Reyes, el Papa escribe en las páginas 101 a 102, que lo más probables es que fueran astrónomos de Babilonia, pero que el pueblo cristiano ha interpretado la historia de los Magos a la luz del Salmo 72 e Isaías 60, que mencionan la universalidad de la adoración a Dios, para considerar a esos Magos como “reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa”. ¿De dónde viene la supuesta asignación española que hace el Papa? Citando los textos antes mencionados, se lee en el salmo 72: “Ante él se doblará la Bestia, sus enemigos morderán el polvo; los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones” (v. 9-11). El Papa hace mención de este salmo para indicar que el pueblo considera que esos Magos son representantes de todos los reinos conocidos, hasta el más extremo, que era precisamente Tarsis, lo que hoy sería Andalucía. Para en ningún momento indica que los tres Magos vinieran de allí, ni siquiera uno; dice simplemente que los Magos son personajes reales, pero como no conocemos bien sus orígenes, parece razonable también considerarlos como figuras de la epifanía universal de Jesús.
En resumen, dejando a un lado las anécdotas a las que nuestra frágil opinión pública nos expone, recomiendo vivamente la lectura de este libro, precisamente en estos días, en los que la meditación del Misterio del nacimiento de Jesús enriquecerá enormemente nuestra vivencia de las fiestas que celebramos.

domingo, 23 de diciembre de 2012

¿Qué celebramos en Navidad?

Vuelven, como cada año, las luces, los regalos, la lotería, los árboles adornados, los petardos, los reclamos publicitarios, las comidas extraordinarias, las reuniones familiares... Con los matices de la crisis, con los recortes, parece que estamos en un tiempo diferente: !estamos en Navidad! Pero, deberíamos preguntarnos, ¿a qué se debe lo extraordinario? ¿por qué celebramos? En una sociedad neopagana conviene recordar lo más básico: la Navidad es la celebración del cumpleaños de Jesús. Así de simple. En el 25 de Diciembre celebramos los cristianos el nacimiento de quien fundamenta nuestra fe, nuestra alegría, nuestro amor. Como cualquier cumpleaños de alguien a quien queremos, es propio celebrarlo, regarlarle cosas. Parece, sin embargo, hacerlo según a El le gustaría. Los regalos los hacemos en función de quien los recibe, no de quien los hace: se trata de complacer a quien celebra, no a quien se une a la celebración. ¿Cómo quiso Jesús celebrar su cumpleaños? ¿Cómo fue su propio nacimiento? Jesús ha sido la única persona que ha elegido cuándo, cómo y dónde nacer, que ha escogido quién sería su madre, que ha preparado las circunstancias que para nosotros son fruto del designio de otros. Precisamente por eso, es tan importante meditar sobre lo que nos cuenta el Evangelio de su nacimiento. Lo hacen San Mateo y San Lucas. El primero, de manera muy breve, solo indica su concepción milagrosa, el lugar de su nacimiento (Belén) y la presencia de los magos de Oriente. San Lucas, de modo mucho más detallado, nos narra la ocasión del viaje de José y María a Belén (el censo de Augusto), el nacimiento de Jesús en un lugar propio del ganado, porque no encontraron alojamiento, y la visita de los pastores, alertados por un ángel. ¿De qué nos habla todo esto? ¿Qué nos enseña Jesús siendo un recién nacido, en brazos de María, protegidos por el cuidado amoroso de José? ¿Qué tiene todo esto que ver con la Navidad que buena parte de la sociedad occidental celebra? ¿Dónde están los excesos, los regalos excéntricos, los ruidos estentóreos? En Belén, Jesús nos muestra que Dios prefiere la sencillez, la sobriedad, la familia unida, la cercanía de las personas humildes, la generosidad de quien todo lo da... Ojalá estos días, mirando un Belén, consigamos aprender las lecciones de Dios-Niño.

   

domingo, 16 de diciembre de 2012

El uniforme del sacerdote

He pasado esta segunda semana de mi periplo americano en Ecuador, impartiendo un curso de postgrado en la ciudad de Cuenca, ejemplo muy relevante de arquitectura colonial, y, como su homónima española, patrimonio de la Humanidad. Asistiendo a la misa dominical, escuché en la homilia una expresión que me resultó llamativa. El sacerdote pretendía subrayar la importancia de practicar una religión más honda, sin centrar la importancia en cosas que son derivadas de una raíz más importante, desenfocando así la práctica del cristianismo. Hasta ahí estaba de acuerdo con el celebrante, pero en su discurso, para ilustrar lo que él consideraba externo y de poca importancia, indicó casi textualmente que los sacerdotes y las religiosas no podían ser tan mojigatos como para pensar que su vocación consistía en llevar un distintivo externo de su condición (el hábito o la sotana), que además ahora ya no llevaban. Me quedé algo perplejo, pues no entendí la relación entre ser mojigato y llevar hábito. En el diccionario de la Real Academia, que parece ser el criterio más universal para conocer el sentido real de las palabras, indica que mojigato es un "Beato hazañero que hace escrúpulo de todo". Supongo que a esta acepción se refería el predicador a quien escuchaba, pues, la otra que incluye el diccionario ("Que afecta humildad o cobardía para lograr su intento en la ocasión") no parecía muy cercana a su discurso. El caso es que la primera de las acepciones tampoco le pega mucho al discurso, pues no veo la relación que puede haber entre ser escrupuloso y llevar sotana, clerigman, o cualquier otra señal de que se tiene una profesión religiosa. ¿Os imaginais que llamaramos mojigatos a los médicos, enfermeras, bomberos, policías o militares, por el simple hecho de que vistan su uniforme? ¿Para qué sirve un uniforme? En el mundo profesional, básicamente para mostrar la condición de quien lo lleva. Para un sacerdote o una religiosa, ir con uniforme tiene el enorme interés de que los demás les reconoceremos, y eventualmente podremos pedir sus servicios espirituales. Un policia o un bombero visten su uniforme mientras están de servicio. Los sacerdotes y religiosos lo están permanentemente, pues esa es su elección vocacional, así que no veo por qué tienen que dejar de vestir el distintivo que les permite dar testimonio de quienes son. "El hábito no hace al monje" indica bien el refrán popular, pero tampoco le deshace. Como dicen los matemáticos es una condición necesaria, pero no suficiente: ayuda, pero no es lo único, tampoco lo más importante, pero no por eso ha de despreciarse, pues a los demás nos recuerda que existe algo sagrado en el ajetreo cotidiano, que existen quienes se dedican enteramente a ese algo santo, y que están a nuestro permanente servicio espiritual. La mojigatería sería pensar que vestirse de una determinada manera hace ya a la persona santa, pero de eso a abandonar esos vestidos parece mediar un intento de desacralizar lo que de suyo es sagrado.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Sin Hogar

He estado esta semana en San Francisco, asistiendo a un congreso de mi especialidad profesional. Tenía cierta ilusión en volver a esta zona de EE.UU., en la que estuve viviendo durante mi estancia postdoctoral, hace ya 25 años. Voy a destacar dos cosas que me han llamado especialmente la atención estos dias. Por un lado, la enorme cantidad de personas sin hogar (homeless) que encuentra uno por las calles de la ciudad, particularmente en los barrios más próximos al centro. Muchas personas conocen San Francisco por el Golden Gate, el puente más famoso del mundo, o el Cable Car, el tranvía que recorre las empinadas cuestas de la ciudad, pero lo que más salta a la vista cuando uno pasea por la ciudad, es observar tantas personas que están fuera completamente del llamado "sueño americano". Ya sea por trastornos mentales, ya por fracaso económico, ya por elección propia (en algunos casos, los sin hogar forman un movimiento antisistema, continuación de la tradicción hippy tan viva en California), la cantidad de vagabundos que encuentra uno por la calle da que pensar sobre una sociedad que sigue figurando como el modelo a imitar por el resto del mundo. Se calcula que más de 1.5 millones de personas en USA viven en las calles o en dormitorios públicos. El problema no es sólo de este país, ya que se estima que hay más de 100 millones de personas sin hogar en el mundo. ¿Qué sociedad hemos construido, capaz de vivir indiferente ante la suerte de millones de personas que no tienen nada, si siquiera un modesto hogar?
Me dejo especialmente impactado el cartel que mostraba un joven de apenas veinte años, que mendigaba en la calle: "I am broken and hungry" (estoy roto y hambriento). ¿Cómo una sociedad puede alumbrar a un joven que en la época más dorada de su vida se encuentra roto? ¿Cómo recuperar a estas personas?

domingo, 2 de diciembre de 2012

El bautismo de los niños (I)

Tengo una buena amiga que acaba de tener su tercer hijo. Tanto ella como su marido son buenos cristianos, entusiastas de su fe. Sabiendo eso, me sorprendió sobremanera que decidieran no bautizar a su primera hija, ni a los siguientes, indicando que no querían imponer su fe a sus hijos, pero que serían muy felices si ellos la acogían libremente y se bautizaban cuando pudieran elegirlo de modo consciente.
Como no son católicos, cuando hablamos de este tema no he podido emplear la amplia lista de argumentos que la Iglesia da para aconsejar a los padres que bauticen a sus hijos pequeños. Así las cosas, centremonos por el momento en los que tienen raíz en la Sagrada Escritura, que sirvan para cualquier cristiano:
1. Pocos o ningún cristiano dudará que el Bautismo es necesario para la salvación, lo dice en muchas ocasiones Jesucristo, así como los demás escritos neotestamentarios. El mismo Jesucristo, que lógicamente no necesita del Bautismo ni de ningún otro sacramento, se hace bautizar por San Juan en el Jordán. Sus últimas palabras en esta tierra, según nos relata San Mateo, fueron precisamente para animar a los discípulos a que bautizaran en su nombre: "Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (San Mateo, 28: 18-20).
2. Los primeros cristianos tenían claro que la conversión al cristianismo llevaba consigo el Bautismo. Tras el primer discurso de S. Pedro en Jerusalén, poco después de Pentecostés, los que le escuchaban le preguntaron qué tenían que hacer para salvarse, les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión  de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hechos 2:38). Tras la labor apostólica de S. Felipe entre los samaritanos, nos cuenta también el libro de los Hechos: "Pero cuando creyeron a Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, empezaron a bautizarse hombres y mujeres" (Hechos 8:12). Lo mismo cabee decir con la conversión del centurión Cornelio (Hechos 10), o con la del carcelero que custodiaba a San Pablo (Hechos 16).
3. Como dicen mis amigos, ciertamente en ningún sitio se indica explícitamente que los cristianos bautizaran a los niños pequeños. Tampoco se indica en ningún sitio que no se haga, por lo que cabría considerarse algo optativo. Ahora bien, si leemos el Nuevo Testamento con más atención vemos cómo la conversión de los primeros que abrazan la fe se hace, con cierta frecuencia, por familias enteras, en donde parece lógico asumir que se incluían los niños. Los dos casos que he citado antes son especialmente claros. Narrando la conversión del carcelero, nos dice el libro de los Hechos que pregunta al Apóstol: "«Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?» Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa.»Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos" (Hechos 16: 29-33). Todos los suyos, a mi modo de ver, incluye implícitamente a sus hijos de todas las edades. Lo mismo cabe decir de la familia de Cornelio, que fue bautizada por San Pedro, en un episodio muy significativo del Nuevo Testamente, pues el primer gentil que recibe la gracia del Espíritu Santo.
4. Ciertamente Jesucristo se bautizó en el Jordán al inicio de su vida pública, cuando tendría unos 30 años, pero fue circundidado al octavo día de su nacimiento, como nos narra San Lucas (cap. 2), poco después de citar la de su primo San Juan Bautista. Esa ceremonia litúrgica tiene similitudes con el bautismo cristiano, puesto que incorpora al niño al pueblo elegido, como nos incoporaba el bautismo a la Iglesia, por lo que puede asumirse que los cristianos bautizarían a sus hijos en temprana edad. Tenemos testimonios de ello, que comentaré en otra entrada.


Los argumentos que he indicado sirven para cualquier cristiano, católico o no, puesto que todos respetamos con igual cariño la Sagrada Escritura, y me parece que dan sobrados criterios para no retrasar innecesariamente el Bautismo de los niños. En este año de la Fe, sería una pena no facilitar que nuestros hijos la reciban de modo explícito con el Bautismo. Es una semilla; a nada obliga, puesto que luego ellos tendrán que confirmarla con su propia libertad. Los padres toman decisiones sobre el futuro de sus hijos que les transmiten sus valores (con el colegio que eligen, con la alimentación que les dan, con las amistades que frecuentan...) y nada de eso se considera ofensivo de su libertad. No veo por qué ha de serlo transmitirles su fe a través del sacramento que la inicia.