En la última de mis cuatro escalas en el viaje de vuelta de Australia, he han dado el periódico de hoy, el País para más señas, en la línea Iberia, para más señas. La verdad es que no han dado otra cosa, ni agua, que ahora todo lo cobran en el ánimo de competir con el bajo coste, aunque el coste siga siendo el mismo. Los otros tramos, desde Melbourne, pasando por Sidney, Singapur y Frankfurt, han sido más generosos en cuanto a comida y bebida se refieren, lo que ha paliado un poco las casi 30 horas de viaje que supone volver de ese lejano país.
He estado ojeando el periódico para volver a sumergerme en el devaneo político y los avatares económicos propios de nuestro país, tras quince días de apartado destierro en el otro lado del mundo. Me he entretenido especialmente en una página doble que dedicaba el periódico a hablar de los incendios forestales, tema obligado en un cualquier verano que se tercie. Como hace más de veinte años que trabajo en estos temas, he leído la noticia con interés. Parece ya casi un tópico, pero casi siempre se cumple que cuando uno lee en el periódico algo que conoce con cierta profundidad, acaba con una cierta decepción: nunca las noticias son consistentes con la realidad. En este caso, lo curioso del asunto es que tampoco las noticias eran consistentes entre sí, ya que los titulares indicaban una cosa y los datos que incluía el mismo artículo otra. Por ejemplo, decían los titulares: "Arden 153.000 hectáreas en el peor año de las dos últimas décadas". En fin, a poco que uno reflexione sobre este titular, parece claro concluir que no se quemaba esa superficie desde 1992. En la página siguiente a este titular se indicaban las cifras de superficie quemada desde 1961, y resulta que en 1994, 2000, y 2005 se quemó más superficie que este año. El título general de la página es: "Catástrofe ecológica". Seamos serios, solo pueden calificarse como catástrofes ecológicas las derivadas de instalaciones tecnológicas, porque son ajenas a la ecología del lugar (por ejemplo, explosiones nucleares o vertidos petroleros), pero el fuego es un agente natural de la vegetación mediterránea. Hay incendios en nuestro país desde hace muchos miles de años. Otra cosa sea los daños que provocan sobre la población y las viviendas: eso no es una catástrofe ecológica, sino social. Las áreas quemadas en 1994, donde casi se alcanzó la fatídica cifra de 500.000 hectáreas quemadas, están ya bastante recuperadas. Los mismo ocurre con los grandes incendios que azotaron el estado de Victoria, en Australia, a inicios de los años 2000, que he tenido ocasión de visitar recientemente. El problema grave no es que haya fuegos, sino que sean mucho más intensos o más frecuentes que en condiciones naturales.
Pero no es el asunto ahora hablar de incendios, sino de titulares. Estaría bien que quien los ponga al menos se lea el artículo que quiere titular; teniendo en cuenta que tantas veces los lectores sólo leen los titulares, se ve de esta forma cuanta desinformación podría evitarse. Todavía mejor sería que leyeran también lo que dicen los expertos sobre el tema, incluso los que piensan de otra manera. Eso sería lo que podríamos llamar una prensa razonablemente competente.
He estado ojeando el periódico para volver a sumergerme en el devaneo político y los avatares económicos propios de nuestro país, tras quince días de apartado destierro en el otro lado del mundo. Me he entretenido especialmente en una página doble que dedicaba el periódico a hablar de los incendios forestales, tema obligado en un cualquier verano que se tercie. Como hace más de veinte años que trabajo en estos temas, he leído la noticia con interés. Parece ya casi un tópico, pero casi siempre se cumple que cuando uno lee en el periódico algo que conoce con cierta profundidad, acaba con una cierta decepción: nunca las noticias son consistentes con la realidad. En este caso, lo curioso del asunto es que tampoco las noticias eran consistentes entre sí, ya que los titulares indicaban una cosa y los datos que incluía el mismo artículo otra. Por ejemplo, decían los titulares: "Arden 153.000 hectáreas en el peor año de las dos últimas décadas". En fin, a poco que uno reflexione sobre este titular, parece claro concluir que no se quemaba esa superficie desde 1992. En la página siguiente a este titular se indicaban las cifras de superficie quemada desde 1961, y resulta que en 1994, 2000, y 2005 se quemó más superficie que este año. El título general de la página es: "Catástrofe ecológica". Seamos serios, solo pueden calificarse como catástrofes ecológicas las derivadas de instalaciones tecnológicas, porque son ajenas a la ecología del lugar (por ejemplo, explosiones nucleares o vertidos petroleros), pero el fuego es un agente natural de la vegetación mediterránea. Hay incendios en nuestro país desde hace muchos miles de años. Otra cosa sea los daños que provocan sobre la población y las viviendas: eso no es una catástrofe ecológica, sino social. Las áreas quemadas en 1994, donde casi se alcanzó la fatídica cifra de 500.000 hectáreas quemadas, están ya bastante recuperadas. Los mismo ocurre con los grandes incendios que azotaron el estado de Victoria, en Australia, a inicios de los años 2000, que he tenido ocasión de visitar recientemente. El problema grave no es que haya fuegos, sino que sean mucho más intensos o más frecuentes que en condiciones naturales.
Pero no es el asunto ahora hablar de incendios, sino de titulares. Estaría bien que quien los ponga al menos se lea el artículo que quiere titular; teniendo en cuenta que tantas veces los lectores sólo leen los titulares, se ve de esta forma cuanta desinformación podría evitarse. Todavía mejor sería que leyeran también lo que dicen los expertos sobre el tema, incluso los que piensan de otra manera. Eso sería lo que podríamos llamar una prensa razonablemente competente.
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