Our Lady, Queen of Peace, en Singapur |
En todos los países que visito hay personas en las iglesias de toda edad y condición, pero siempre las mujeres son mayoría, a veces muy abultada. ¿Por qué? Me permito dar una sencilla explicación, que naturalmente no he contrastado con ningún experto en la materia, si es que alguno hay. Me parece que las mujeres son más religiosas por naturaleza porque son más generosas, porque están más abiertas a la vida (ellas, por naturaleza, reciben la vida y dan la vida), porque saben mirar a los demás con cercanía, con cariño maternal, porque son más espirituales, porque disfrutan con regalos que no tienen ninguna utilidad (las flores), porque necesitan sentirse queridas y necesitan querer.
Tantas veces se dice, recogiendo uno de los múltiples tópicos poco meditados sobre la Iglesia, que la mujer no tiene ninguna importancia, porque no puede mandar, porque no puede ser obispo o sacerdote, como si el liderazgo en la iglesia viniera solo por la autoridad. ¿Quién tiene más liderazgo, quien es más reconocido por el pueblo cristiano, la Beata Teresa de Calcuta o el Papa Pablo VI? ¿Quién ha tenido más influencia, la Virgen María, Madre de Jesús, o cualquiera de los múltiples Papas o fundadores de órdenes religiosas? ¿Por qué, si no tienen ningún protagonismo, incluimos en nuestras plegarias diarias a las primeras mártires: Perpetua
y Felicidad, Agueda, Lucia, Inés, Cecilia y Anastasia? ¿Por qué veneramos con cariño y acudimos a la intercesión de Santa Brígida, Santa Edit Stein, Santa Catalina de Siena , Santa Teresa de Ávila, o Santa Teresa de Lisieux?
Si, ciertamente, la mujer tiene un papel fundamental en la Iglesia, también en el retorno de quienes la han abandonado: a la mujer cristiana corresponde mostrar el rostro amable de Dios en tantos
ambientes, evitando a la vez ser cómplice de la degradación moral y humana que
ciertas estructuras perversas intentan imponer en el mundo. Creo que es clave extender
una visión más maternal de las relaciones humanas, sociales y económicas, para
hacer este mundo más humano. La familia, en casi todos los países del mundo, es
la institución más valorada en las encuestas, por encima de cualquier grupo
religioso, deportivo, político o social. Una razón clave, a mi modo de ver, es
la primacía del amor en las relaciones familiares. Por encima de otros
intereses, cada uno es valorado en su familia simple y llanamente por lo que
es, y no por lo que tiene o lo que sabe, y cada uno es amado de modo personal,
con sus peculiaridades. No cabe duda que el núcleo de la familia es la madre,
bien lo experimentamos los que hemos perdido la nuestra, porque ellas saben
siempre unir, suavizar discordias, aliviar la polémica. Subrayar
ese papel maternal en todas las relaciones humanas nos hará concebirlas en un
tono más positivo, más generoso.
El individualismo de la sociedad occidental, que lleva a la
exclusión de los menos capaces; el materialismo, que pone por encima el
beneficio del bien último de la persona; el uso de la fuerza en las relaciones
internacionales, por encima del derecho y la justicia, son síntomas de una
civilización que requiere nuevos resortes. Imbuirla de un sentido más
solidario, más maternal, puede ser parte de la nueva cultura cristiana que es
preciso construir. Por ejemplo, la amplísima
mayoría de mujeres en tareas de voluntariado da testimonio de esta capacidad de
darse a otros, de atender a quien más lo necesita, de concretar los grandes
proyectos en personas singulares, que tanto necesitamos para cambiar los
patrones económicos y culturales de nuestra sociedad occidental.
Una madre no abandona a un hijo menos capaz, sino que sabe
sacar de cada uno lo mejor de sí mismo, sabe perdonar y a la vez mostrar
justicia, sabe animar sin ser imprescindible, sabe rezar y enseñar a rezar. El
testimonio de las mujeres cristianas, tan vivo en las figuras de Teresa de
Calcuta, Teresa de Lisieux, Francisca Javiera Cabrini, o Josephina Bakkita,
sigue alentando a la Iglesia, con una fuerza vital insustituible. Ojalá lo siga siendo, ojalá sepamos escuchar ese mensaje y hacerlo más presente en nuestras vidas.
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