Hoy estamos celebrando los católicos la fiesta del Corpus Christi. Para los que tienen algo olvidado el latín, es la fiesta que celebra de modo especialmente solemne la Presencia de Jesucristo en las especies sacramentales, en el pan y el vino. La Fiesta del cuerpo de Cristo, de su estar con nosotros.
Se habla con frecuencia de los tesoros de la Iglesia para referirse a lo que no suele ser más que patrimonio artístico o herencias acumuladas. El verdadero tesoro de la Iglesia es sin duda la Presencia corporal de Jesucristo en la Eucaristía. El mismo Jesús que vivió en Palestina hace más de 2000 años, el mismo que predicó un mensaje que todavía resulta nuevo a nuestros oídos, el mismo que curó a los enfermos, que consoló a los fatigados, que sonrió a los niños, que amonestó a quienes habían convertido la religión en un conjunto de prescipciones vacías de espíritu... Ese mismo Jesús está en cada sagrario de cada iglesia de cada pueblo, también del más recóndito, también del más olvidado. Allí está, desde hace muchos años, esperándonos a cada uno. A veces muy solo, apenas acompañado por una lámpara roja que alumbra tenuemente. Allí está, esperándo nuestra visita, nuestra compañía, nuestra oración, nuestra adoración. Está ahí, aunque tantas veces nuestra fe sea pequeña, aunque nos cueste verle, sentirle cerca, allí está. Escribió la madre Teresa de Calcula en una carta al padre Sebastian: "El Sagrario es el signo más hermoso que pueda mirar cuando se sienta solo. No tema. El está allí, a pesar de la oscuridad y el fracaso".
Hoy queremos sacarle a la calle, a la Tierra que creó, que redimió, que santificó, para que todos puedan sentirle más cerca. Para que todos crezcan sus ojos de fe y puedan saber que Dios no está allá lejos, donde brillan las estrellas, sino también a nuestro lado, en nuestras calles, en nuestros trabajos, en nuestras alegrías y nuestras penas, aquí está.
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