He estado hace unos días en Viena, una capital que todavía recuerda su pasado imperial, con edificios y avenidas majestuosas, y una oferta cultural envidiable. No voy a comentar hoy la variedad de esa oferta, pues tan solo tuve oportunidad de visitar uno de sus múltiples museos (es lo que tiene no ir de turista). Quería hoy resaltar algunas de las cosas que nos diferencian de los austriacos y, si se permite, de la mayor parte de los habitantes del norte de Europa. Ciertamente tenemos muchas cosas estupendas, tanto en nuestra organización social como en nuestro carácter, pero no es precisamente una de esas virtudes la honestidad pública. En Viena no hay control de acceso a los transportes públicos. Se supone que cada uno es responsable de pagar para sostener un servicio que sirve a todos. En Viena no hay candados para proteger los periódicos que se venden en la vía pública: quien quiere leer un periódico, deposita una moneda en una pequeña caja cercana al montón disponible y coge uno. Nada impide "colarse" en los transportes públicos; nada coger todos los periódicos y ni siquiera pagar uno; nada. Sólo la dignidad personal de cada uno, sólo el respeto a los bienes públicos, que son de todos, que todos pagamos, explica que no sean necesarios controles o vigilancias para cumplir funciones elementales. Son dos pequeños detalles, pero me parecen muy significativos.
Si comparamos esta actitud con la prevaleciente en nuestro país, y por extensión en otras sociedades mediterráneas, me parece que nos acercamos a un factor clave en el detonante de esta crisis, que a mi modo de ver no sólo es económica. En nuestro entorno se consideraría casi estúpido quien pueda beneficiarse de algo público y no lo haga: quien se cuela en el metro es un lince, quien se inserta en el último momento en una larga fila de automóviles burlando a los demás es un conductor hábil, quien se queda con libros de la biblioteca es un lector apasionado, quien descarga libros o películas pirata es un consumado informático, quien copia en los exámenes es un prodigio de ingenio y quien defrauda a Hacienda un héroe de la libertad. Hay gente que hasta se vanagloria de haber robado material público: me averguenza reconocer que en mi universidad hayan tenido que poner sistemas de protección para evitar que se lleven... !el papel higiénico! Desgraciadamente, esa actitud está muy generalizada, incluso entre personas con inquietudes morales o éticas, y explica, entre otras cosas, el enorme peso que la llamada economía sumergida tiene en nuestro país.
En medio de la dureza de la crisis, me esperanza pensar que pueda servir para cambiar alguna de esas actitudes. Tal vez la escasez de recursos sirva para ser más conscientes de que los bienes públicos los pagamos entre todos y que si alguno abusa de ellos, nos está robando a cada uno; así de sencillo. No evitaremos que algunos "ingeniosos" se aprovechen de los bienes comunes, pero al menos les convertiremos de héroes en villanos y no encontrarán motivo de gloria estafarnos a todos. La honestidad no sólo se debe a los políticos; también a todos y cada uno de los ciudadanos. Si somos conscientes de eso, primero seremos mejores ciudadanos nosotros, y luego exigiremos con más vehemencia a quien gestiona esos bienes públicos un cuidado esquisito de lo que es nuestro y, además ahora, muy limitado.
Es probable, que la mala gestión de los gobiernos mediterráneos, sea una de las causas más importantes de la crisis actual. Dicha gestión, refleja la falta de conciencia social por parte de individuos que anteponen su propio beneficio al de sus semejantes.
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