Estamos a punto de iniciar una nueva campaña de la renta, este año
marcada por un tunel económico del que pocos parecen ya librarse. En
situación generalizada de recortes y escaseces cualquier gasto se
contempla con lupa, y es fácil dar argumentos para considerarlo
prescindible.
Como
era previsible, ese caldo de cultivo ha vuelto a traer a primer plano
el debate sobre la financiación de la Iglesia católica. Con ocasión y
sin ella, pero esta vez realmente con ocasión, muchos consideran que se
encuentra en situación de privilegio, y que no parece razonable mantener
subvenciones a un ente religioso, cuando otras cosas que parecen más
esenciales se están eliminando. Los más radicales consideran que un
estado laico no debería en modo alguno subvencionar a ninguna entidad
religiosa, pues eso vulnera el principio de neutralidad consagrado en la
constitución.
Vayamos por partes. En primer lugar, no es cierto
que la constitución española sea laica. Una vez más, hay que afirmar que
vivimos en un estado no confesional, que es muy distinto de un estado
laico y poco tiene que ver con un estado laicista u oficialmente ateo.
Que yo sepa, muy pocos paises en el mundo son oficialmente ateos, tal
vez China, Cuba y Corea del Norte, ejemplos que me imagino ni los más
entusiastas del laicismo consideraran modelos de libertades públicas.
Nuestro país es constitucionalmente no confesional; esto es, no
considera ninguna religión como oficial del estado (como ocurre en
países tan civilizados como Reino Unido, Dinamarca o Noruega, por
ejemplo), pero eso no significa que no valore la importancia de la
religión en la sociedad, y especificamente del catolicismo, con el que
la misma constitución, asegura relaciones especiales (art. 16). En este
marco, volvamos al debate sobre las subvenciones a la Iglesia católica.
Por un lado, cabe decir que el estado español como tal no subvenciona
directamente a la Iglesia, sino a través de lo que los ciudadanos
quieran asignarle, con la famosa X en su declaración de la renta. Sería
estupendo que me permitieran decidir si doy o no un porcentaje de mis
impuestos a otras muchas cosas que el gobierno de turno decide por mi,
desde el deporte hasta el cine, el ejército, los medios de comunicación o
los partidos políticos. En suma, a la Iglesia va sólo el dinero que los
españoles, católicos o no, deciden explícitamente.
Tercera idea.
Hay muchas instituciones relacionadas con la Iglesia a las que sí se
subvenciona directamente (colegios, hospitales, ONGs...), pero sólo en
la medida en que cumplen la función social para la que reciben esa
ayuda, en igualdad de condiciones con cualquier otra institución,
independientemente de su titularidad. Si la Iglesia estimula la atención
de enfermos, inmigrantes, víctimas de violencia de género, si crea y
atiende comedores sociales, centros para la reinserción de exdrogadictos
o la búsqueda de empleo, colegios de todo tipo, es algo que deberían
valorar positivamente cualquier ciudadano que esté de acuerdo con esas
labores sociales. A mi me da igual que a un drogadicto lo atienda
cáritas o una institución musulmana u otra fundada por un ideario
socialista: lo importante es que ayuden a esa persona a salir del abismo
en que se encuentra.
Hay muchos datos contrastados que muestran
la impresionante labor social que realiza la Iglesia católica en nuestro
pais. Tantos que seguir atacando a la Iglesia en este terreno es sólo
propio de personas ignorantes o muy sectarias. Solo en educación, los
colegios concertados de la Iglesia católica atienden a 1,3 millones de
alumnos y ahorran a
las administraciones públicas más de 3.500 millones de euros. Cáritas ha
atendido en 2010 a 950.000 personas, la tercera parte de las cuales lo
hacía por primera vez. Lo importante no es la inversión económica, sino
los miles de voluntarios que intentan mantener la esperanza a cientos de
miles de familias que tienen ya poco que perder. Baste un dato para
indicar cómo trabajan los voluntarios católicos: el tiempo para
concertar una entrevista inicial en los servicios sociales públicos,
como media, es de un mes, frente a los cuatro días de los servicios de
acogida de Cáritas. El tiempo medio de respuesta para los servicios
públicos es de 65 días; de 7 días en Cáritas.
Es tan evidente esa
labor que muchas personas poco o nada favorables a la Iglesia no tienen
inconveniente en marcar la X en su declaración de la renta. El año
pasado lo hicieron casi 7,5 millones de contribuyentes, unos 200.000 mas
que en 2010, pero aún son muchas las necesidades que cubrir. Está en tu
mano colaborar.
"Una auténtica fe -que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades" (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 2013, n. 183)
domingo, 29 de abril de 2012
sábado, 21 de abril de 2012
En defensa de la educación
Me quedo en esta entrada con un lema que se viene repitiendo estos días, al hilo de las protestas que se producen contra los recortes del nuevo ejecutivo. Sin embargo, no le pongo calificativo, pues la educación debe defenderse en cualquier caso, ya sea pública, ya concertada o privada. Si de verdad queremos una educación mejor, debe darnos igual quien la dirija, aunque -a mi modo de ver- la educación nunca es privada, pues la imparta quien la imparta siempre es un servicio al público, a quien recibe nuestras clases. Toda educación debe defenderse, pero puestos a poner un adjetivo, prefiero ponerle el "de calidad". Mi lema sería "en defensa de la educación de calidad", venga de donde venga. Sinceramente me parece deplorable que centremos el recorte de nuestro maltrecho presupuesto en educación, incluso más que en sanidad, no porque piense que es más importante estar instruido que estar sano, sino porque va a contribuir con más eficacia a sacarnos del hoyo económico en el que estamos metidos. La actual crisis, a mi modo de ver, tiene un carácter coyuntural (el déficit) que no es la raíz del problema, sino sólo su manifestación. El problema clave es mucho más estructural y tiene que ver con la falta de innovación, el acomodamiento, la parsimonia, la noñez, la flojera, o incluso la ignorancia manifiesta con la que muchos de nuestros estudiantes acaban su ciclo educativo. No es razonable que estemos (aún, no sé por mucho tiempo) entre las primeras diez economías del mundo y tengamos el nivel de indicadores educativos que nos asigna, un año tras otro, el informe PISA. No es razonable que no tengamos ninguna universidad entre las 150 mejores del mundo. No es sensato que nuestros héroes sean deportistas o, lo que es peor, personajes de la farándula que no aportan nada al bienestar social, mientras nuestros cerebros más brillantes se consumen abandonados de las autoridades que les desprecian o decidan marcharse a países que les valoren como merecen. Estamos en apuros económicos, no cabe duda, pero la solución que se escoge no requiere de ningún talento; recortar lo puede hacer todo el mundo; plantear soluciones originales, ilusionantes, que nos lleven a salir de la cutrez educativa en la que nos han metido entre unos y otros, es tarea que no parece del alcance de quienes tienen la batuta de mando. Tal vez porque su educación tampoco fue la que merecían. Desde luego no es la que merece este país, que sólo puede salir adelante si formamos en contenidos, en valores y en hábitos de trabajo. Si enseñamos a nuestros alumnos a pensar por sí mismos, a plantear sus propias soluciones y a tener el coraje de llevarlas adelante, sin consignas externas, por si mismos. Este país se merece una educación de calidad, me da igual de donde venga.
viernes, 20 de abril de 2012
Ya estoy en Kindle!!
Permitidme que me haga un poco de propaganda en esta entrada menor, pero me ha hecho cierta ilusión ver qué mi último libro lo acaban de colgar en Amazon y pasar a formato digital. Como es un libro más bien poco conocido, pero al que me siento muy cercano porque refleja muchos pensamientos íntimos, me permito aquí recomendarlo:
Se títula, como este blog, Entusiásmate, y lo teneis disponible en Amazon. Lo llamé así, porque hace unos años un amigo que estudiaba clásicas me comentó que entusiasmo viene del griego: "en-theos", que significa literalmente "estar en Dios". Llenarse de Dios y mostrar alegría por ello: ¿no te parece que es estupendo estar entusiasmado?
domingo, 15 de abril de 2012
El pecado del señor obispo
En España hay aproximadamente 74 obispos, que seguramente predicarían en alguno de los casí 23,000 templos en los que se ha celebrado la Semana Santa en nuestro país. Los temas sobre los que han predicado parece que no interesan mucho a los medios de comunicación pública, con excepción de la homilia -o mejor dicho una pequeña parte de la homilia- que pronunció el obispo de Alcalá de Henares el Viernes Santo y que ha sido objeto de magro escandalo para unos cuantos. Como vivimos en un mundo donde la información es muy accesible, la primera cosa que deberíamos hacer antes de emitir una opinión sobre algún asunto es conocerlo de primera mano. He visto alguno de los vídeos que se han publicado sobre el "pecado" del obispo de Alcalá, que nada más y nada menos que se atrevió a utilizar la televisión pública para supuestamente atacar a los homosexuales. La mayor parte de los vídeos que están colgados se limitan a los 23 segundos que duró su referencia al tema, naturalmente sin hacer alusión al hilo conductor de su homilia, y sazonados con múltiples escarnios a tales palabras. Inserto en mi comentario uno de esos videos, un poco más largo (4 minutos) que los citados, pero que permite situar mejor de qué estaba hablando el obispo de Alcalá. Juzga por ti mismo.
A mi modo de ver, es obvio que el obispo no estaba hablando de la homosexualidad, sino del pecado, y que entre los muchos ejemplos que puso de pecado social (la infidelidad matrimonial, la avaricia de algunos empresarios, la falta de responsabilidad de algunos trabajadores, el aborto...) también citó la homosexualidad. Me ahorro las lindezas que le han dedicado al bueno de D. Juan Antonio, persona afable donde las haya, naturalmente sin citar el entorno de sus palabras, y asumiendo que considerar la homosexualidad como inmoral es equivalente poco menos que a quemar en la hoguera a los homosexuales. Sentir atracción por alguien del mismo sexo es una cosa, y tener relaciones homosexuales, otra. Para el cristianismo, sólo es inmoral la segunda actitud, con la misma distancia entre las dos situaciones que media entre que un casado sienta la atracción por la mujer de otro y que se fugue con ella. Por otro lado, que un cristiano esté en desacuerdo con la homosexualidad no quiere decir que no pueda tratar con afecto y amistad a los homosexuales.
Entonces, el pecado del señor obispo fue más bien hablar del pecado, algo que la sociedad postmoderna rechaza como propio del periodo de los dinosaurios, pero que está tan enraizado en la conciencia humana que acaba venciendo cualquier tendencia a ponerlo entre paréntesis. Sentirse mal por hacer cosas que no son correctas es tan natural a la condición humana como el deseo de mejorarlas. Sin pecado no hay arrepentimiento ni deseos de enmendar actuaciones equivocadas. Quien diga que no yerra es un arrogante o ingenuo, que le falta recordar la máxima inscrita en el oráculo de Delfos: "conócete a ti mismo".
Algunos piensan que la educación se basa en evitar cualquier tensión, principalmente las que llevan a reprimir nuestras tendencias negativas y reforzar las positivas. La represión se vende mal en nuestros tiempos; parece que sólo sirve para crear complejos. Me parece que nos pasa como a los ríos: si el agua corre sobre un valle sin límites, no profundiza; necesita estar encajado, tener limites claros. Asumir que cualquer tendencia natural del ser humano es buena, es seguir en el rousonismo del siglo XVIII, que tan nefasto se ha mostrado. Sin un sentido de lo que es bueno y malo, es imposible mejorar. Una sociedad sin valores objetivos de lo que es bueno (virtud) y malo (pecado) acaba convirtiéndose en una tribu urbana.
domingo, 8 de abril de 2012
Sin Resurrección, no se entiende nada
¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!
Para los cristianos se trata de la fiesta más importante del año, la que muestra de manera más evidente que la esperanza cristiana no es ilusa, sino que está anclada en una roca firme, tan firme como el sepulcro que quedó vacío. "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe", nos dice San Pablo. En definitiva, si todo hubiera acabado en el Calvario, los cristianos estaríamos siguiendo a un gran hombre, un excelso predicador, un sabio sin parangón, que acabó fracasando, traicionado por casi todos, abandonado por su propio pueblo, a quien solo miró con cariño.
Pero la realidad no es ésa: Cristo ha resucitado, ha salido del sepulcro para mostrarnos que la muerte no es el final, que estamos destinados a la eternidad, y que sin la eternidad no se entiende nada. Si nos empeñamos en que la ecuación cuadre aquí, que todo sea razonable, dificilmente encontraremos razones de nuestra esperanza. La fe es razonable, pero las razones no son sólo terrenas: la existencia del mal en el mundo sería absurda sin la dimensión eterna; las piezas no encajan sólo si miramos desde la Tierra. Si no admitimos a Dios, seguramente concluiremos que no encajan porque el mundo es ininteligible, porque estamos aquí por una mera casualidad que no tiene por qué ser razonable. Si eso fuera así, estaríamos encerrados en una permanente contradicción: ¿por qué nuestro espíritu demanda la justicia si casi todo en este mundo es injusto?, ¿vivimos de una ilusión fatua o de un fundamento que reclama la eternidad, donde la justicia será plena? Para mi es obvio que no somos fruto de una automanipulación masoquista: si demandamos la justicia es porque tendremos justicia, pero no aquí, o no siempre aquí. La Resurrección de Jesús nos abre una dimensión que de alguna manera demanda toda persona, porque todos necesitamos mirar más allá de nuestra propia existencia. Todos necesitamos anclar nuestra alegría sobre algo más sólido que el placer de este mundo, tan estupendo, pero tan pasajero. Demandamos signos de credibilidad, pero, como nos advierte Benedicto XVI: "...el único "signo" es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En Él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Éste es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado..., nace una existencia marcada por el amor" (Homilía 26-III-2006).
De esa experiencia, mana la alegría y el afán de comunicar a otros ese entusiasmo. "Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio." (Juan Pablo II, Mane Nobiscum, 2004, n. 24)
Para los cristianos se trata de la fiesta más importante del año, la que muestra de manera más evidente que la esperanza cristiana no es ilusa, sino que está anclada en una roca firme, tan firme como el sepulcro que quedó vacío. "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe", nos dice San Pablo. En definitiva, si todo hubiera acabado en el Calvario, los cristianos estaríamos siguiendo a un gran hombre, un excelso predicador, un sabio sin parangón, que acabó fracasando, traicionado por casi todos, abandonado por su propio pueblo, a quien solo miró con cariño.
Pero la realidad no es ésa: Cristo ha resucitado, ha salido del sepulcro para mostrarnos que la muerte no es el final, que estamos destinados a la eternidad, y que sin la eternidad no se entiende nada. Si nos empeñamos en que la ecuación cuadre aquí, que todo sea razonable, dificilmente encontraremos razones de nuestra esperanza. La fe es razonable, pero las razones no son sólo terrenas: la existencia del mal en el mundo sería absurda sin la dimensión eterna; las piezas no encajan sólo si miramos desde la Tierra. Si no admitimos a Dios, seguramente concluiremos que no encajan porque el mundo es ininteligible, porque estamos aquí por una mera casualidad que no tiene por qué ser razonable. Si eso fuera así, estaríamos encerrados en una permanente contradicción: ¿por qué nuestro espíritu demanda la justicia si casi todo en este mundo es injusto?, ¿vivimos de una ilusión fatua o de un fundamento que reclama la eternidad, donde la justicia será plena? Para mi es obvio que no somos fruto de una automanipulación masoquista: si demandamos la justicia es porque tendremos justicia, pero no aquí, o no siempre aquí. La Resurrección de Jesús nos abre una dimensión que de alguna manera demanda toda persona, porque todos necesitamos mirar más allá de nuestra propia existencia. Todos necesitamos anclar nuestra alegría sobre algo más sólido que el placer de este mundo, tan estupendo, pero tan pasajero. Demandamos signos de credibilidad, pero, como nos advierte Benedicto XVI: "...el único "signo" es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En Él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Éste es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado..., nace una existencia marcada por el amor" (Homilía 26-III-2006).
De esa experiencia, mana la alegría y el afán de comunicar a otros ese entusiasmo. "Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio." (Juan Pablo II, Mane Nobiscum, 2004, n. 24)
domingo, 1 de abril de 2012
¿Es santa tu semana santa?
Comenzamos la semana más importante para los católicos, en la que conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Es una semana de intenso contenido religioso, que justifica su carácter festivo, vigente en buena parte de los países católicos, al menos desde el jueves. Como es bien sabido, las fechas de la Semana Santa cambian cada año, pues se ajustan al calendario lunar que regía entre los judíos en tiempos de Cristo. La fiesta de la Pascua, que para el pueblo hebrero significaba el recuerdo de la liberación de sus antepasados de la esclavitud en Egipto, de convierte para los cristianos en la celebración de la liberación que Jesús nos consigue a través del ofrecimiento de su vida por nosotros. Como la celebración de la Pascua cristiana coincide con el domingo inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de primavera, se celebra en fechas distintas cada año (no antes del 22 de marzo, ni más tarde del 25 de abril). Para muchos se trata simplemente de un descanso laboral o escolar; para otros muchos, una ocasión de entrar en contacto con tradiciones culturales de nuestro país (procesiones, oficios, velas...), que tantas veces no alcanzan a comprender; para los cristianos, debería ser una ocasión de conocer mejor los momentos clave de la vida de nuestro Señor, de agradecer su entrega por nosotros, de crecer en deseos de tratarle con mayor intensidad, de acompañarle en su oración en Getsemaní, de consolarle ante las burlas y el desprecio de quienes un día le aclamaron, de estar junto a María para sentir con ella... Ojalá que sean para ti unos días de encuentro, de revisar si nuestra vida es coherente con nuestra fe, si podemos hacer más por Dios y por quienes nos rodean, de ir más allá de las imágenes para llegar a lo que significan. Ojalá que sea muy santa tu Semana Santa, ojalá que no abandones a Jesús, como lo hicieron casi todos, ojalá que estés cerca de El, como Simón de Cirene, ayudándole con su Cruz.
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