Presenta Woods una revisión histórica de las grandes contribuciones de la Iglesia en diversos aspectos que consideramos clave para entender el marco cultural de la sociedad occidental. En primer lugar, presenta algunos tópicos comúnmente aceptados por los estudiantes europeos o norteamericanos, que raramente dejan a la Iglesia en buena posición, considerando la época medieval, donde se muestra con más claridad su presencia cultural, como una época de regresión social, un paréntesis intelectual entre el esplendor clásico y el Renacimiento, que comenzaría a librarse del supuesto yugo que la Iglesia habría puesto al desarrollo cultural y científico.
La realidad histórica, lejos de esa concepción simplista, muestra que precisamente es en la Edad Media donde se encuentran los gérmenes, cuando no ya algunos desarrollos maduros, que alumbrarían posteriormente a la sociedad más avanzada científica, técnica, cultural y socialmente que ha existido hasta el momento en la Tierra.
En primer lugar sitúa Woods el contexto histórico del inicio de la Edad Media, la difícil transición entre la Roma clásica y el dominio de los pueblos germánicos que acabaron con su Imperio. Este cambio supuso un vacío político y cultural, que poco a poco iría llenando la Iglesia, primero a través de sus monjes, luego de sus universidades, sus catedrales y su presencia territorial. En sucesivos capítulos, repasa Woods el papel de los monjes católicos –singularmente los benedictinos- en la preservación del legado cultural clásico; el papel del Papado en la creación y tutela de las Universidades, garantizando su independencia intelectual; el impacto de la concepción cristiana del mundo para explicar que sea en Europa –y no en cualquier otra civilización- donde nace la ciencia, tal y como la conocemos actualmente; el liderazgo artístico de la Iglesia; la importancia de las controversias teológicas en la creación del derecho internacional, especialmente a propósito de la colonización de América por la corona española; la aportación de la Iglesia a la economía, a la creación de una red de protección social (hospitales, asilos, orfanatos…); y finalmente al establecimiento de valores morales de vigencia universal.
Como en cualquier obra de estas características, algunos capítulos son más brillantes y otros más ligeros, pero en su conjunto la obra de Thomas Woods aporta una gran cantidad de material sobre el que conviene reflexionar. Me parece urgente que fortalezcamos el rigor histórico a la hora de juzgar la aportación católica a la creación de lo que hoy conocemos como Europa (y, por extensión, los países que colonizó más hondamente). Con sombras, que como en toda obra de hombres existen, el balance al que nos guían los hechos es sin duda muy positivo.
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