En un campaña electoral que se preveía insulsa y convencional, han aparecido los chicos del movimiento 15-M, que han capitalizado los titulares de los principales medios de comunicación, restando protagonismo a los políticos oficiales.
Esta mañana me he pasado por allí. He visto mucha gente joven, con rostros algo cansados por la semana de acampada, pero también con la ilusión que da sentirse pionero, iniciador de algo nuevo.
Mucho se ha dicho en los medios -depende de en cuáles, unas cosas u otras- sobre el sentido último de este movimiento de protesta ciudadana, pero no cabe duda que ha servido para avivar la conciencia colectiva, trayendo a primer plano los puntos más oscuros de nuestro actual modelo social y económico. Uno puede legítimamente estar de acuerdo o no con las formas y con los contenidos, pero no cabe duda que ha supuesto un punto de inflexión en un sistema político que, pese a ser tan joven, da ya signos de estar muy gastado. El tremendo impacto de la crisis económica, que ha dejado a familias enteras al borde de la desesperación, la falta de perspectivas laborales, la carencia de liderazgo efectivo de nuestros representantes, junto a la pervivencia de estructuras palmariamente injustas, nos impele a repensar dónde estamos, cómo hemos llegado hasta aquí y qué forma de sociedad queremos exactamente. Cuando la clase política sigue más pendiente de sus rencillas que de arreglar los graves problemas que afligen al país (una economía débil, una educación en la cola de Europa, una crisis energética de hondo calado...), algo nuevo tiene que alumbrarse. No podemos organizar un país sobre los egoísmos personales o colectivos; sobre la búsqueda exclusiva del beneficio; sobre un consumismo que no conduce a ningún sitio. Es preciso revitalizar los metavalores, construir sobre fundamentos dignos del ser humano, que la economía sea para el hombre y no el hombre para la economía, que el progreso se ancle más sobre la solidaridad que sobre la competencia, que el oficio político se convierta en una búsqueda del bien común más que del beneficio propio.
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