domingo, 25 de octubre de 2015

El sentido del mal

En la narración de la Creación del mundo, el libro del Génesis nos señala con reiterada insistencia que Dios se complacía en todas las obras de sus manos: hasta siete veces repite el texto sagrado: “Y vio Dios que estaba bien”. Naturalmente es un modo de decir, pues no parece razonable que Dios hiciera un mundo maligno, pero resulta interesante que se insista tantas veces en la bondad intrínseca de la Creación. ¿Cómo se conjuga esto con nuestra experiencia cotidiana del mal, manifestado en la injusticia, el egoísmo, la soberbia, el sufrimiento del inocente?, ¿cómo compaginar esto con la Omnipotencia y la Misericordia infinita de Dios? ¿Si Dios es nuestro Padre, y desea para nosotros lo mejor, por qué consiente la injusticia? ¿Por qué Dios está callado?, "¿por qué sigue impotente?, ¿por qué reina tan débilmente, crucificado, como un fracasado?”.
El mal siempre es ausencia de un bien esperable. No es un mal que no podamos volar, pero sí que alguien no pueda ver o andar, porque es propio de nuestra naturaleza hacerlo. La existencia de desastres naturales que afectan a millones de personas nos recuerda que estamos sujetos a unas leyes que nos exceden: podemos intentar entenderlas para prevenir sus efectos, pero estamos por encima del funcionamiento natural del mundo. Si se vive junto a una zona sísmica, será mas probable sufrir los efectos de un terremoto; si cerca de una zona árida, los de una sequía, si en una llanura aluvial, los de una inundación, y así sucesivamente.
Junto a los males naturales están los humanos, los que origina la actuación perversa de los hombres: guerras, comercio de esclavos, pederastia, hambre…, son consecuencia de la libertad mal elegida, de la naturaleza humana imperfecta. También ahí puede haber un mensaje de Dios para el mundo, también ahí puede haber un sentido último de las cosas, que no apreciamos fácilmente. La existencia de contrariedades, nos recuerda que nuestra naturaleza no es perfecta, y a la vez es altavoz para darnos cuenta que no somos autosuficientes, que necesitamos la ayuda de otros. En el libro del Génesis se nos cuenta la historia de José, uno de los hijos más jóvenes de Jacob, que es vendido como esclavo por sus hermanos, a consecuencia de su envidia. Incluso de algo tan horrible como el comercio de esclavos salió un bien a largo plazo, ya que José varios años después acaba siendo intendente del Faraón egipcio, y salvando del hambre a su padre y hermanos. El mismo José acierta a ver en su inicial desgracia el diseño providente de Dios: "No fuisteis vosotros, los que me enviasteis acá, sino Dios... aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso” (Génesis, 45: 8).
El mal en el mundo tiene un carácter enigmático tal vez porque nos falta perspectiva para verlo en su totalidad. A veces, pasados los años, una situación desgraciada produce efectos positivos, o un suceso que calificamos como desgracia nos hace descubrir bienes mayores. Quizá la muerte prematura de un amigo, de un familiar, nos hace madurar como personas, supone una mayor unión en la familia. Tal vez en ocasiones, nunca entendamos en la Tierra porque ocurrió esa situación desgraciada, pero no podemos dudar de que las cosas ocurran porque Dios las consiente, y por tanto todas tienen un sentido, aunque no toda justicia se cumple aquí en nuestra vida mortal. No hemos de perder de vista que Dios es infinitamente justo, pero que la justicia de Dios tiene una dimensión eterna. Para nosotros el escenario se interrumpe en unas pocas décadas, para Dios no existe el tiempo, y por tanto todo es un permanente presente, una activa contemplación. El éxito o fracaso no tiene una valoración temporal y, por tanto, no podemos juzgar como definitivo lo que observamos en este mundo. Mirar las cosas a la luz del destino eterno del hombre también nos ayudará a entender mejor lo que aquí nos parece injusto, por que "sin la perspectiva de un más allá, la justicia es imposible" (Giussani, 1987: 164).

domingo, 18 de octubre de 2015

La soberbia es antipática

Dicen algunos que los ciudadanos de cierto país tienen como principal negocio comprar a una persona por lo que vale y venderla por lo que se cree que vale. No creo que sea patrimonio exclusivo de ese país, ya que la capacidad de engrandecer nuestros méritos es bastante común a todo el género humano.
Frente a esa soberbia, que aparece de forma más o menos larvada en buena parte de lo que hacemos o decimos, la humildad, como cualquier virtud, nos enriquece por dentro, nos hace más plenos, más serenos, más capaces de dar y aceptar a los demás. También nos hace más alegres, afianza nuestra felicidad en la tierra y es camino seguro para el cielo. Así proclama la Virgen en su encuentro con su prima Isabel: “…porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre” (San Lucas, 1: 46-49). Porque vio su humildad, por eso María se hizo grata a Dios, por eso fue elegida para desempeñar el papel más importante que un ser humano ha realizado en la Historia.
“Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago 4: 6) nos dice el apóstol Santiago, porque Dios no concede sus dones a quien se empeña en no solicitarlos, a quien considera que ya tiene todo. El soberbio, si podemos hablar así, ata las manos a la misericordia divina, porque ni siquiera se considera necesitado de ella. San Pablo en su carta a los cristianos de Roma pone en la soberbia humana la causa principal del paganismo, ya que bloquea la mente para descifrar el sencillo mensaje que se contiene en la Creación:  “Lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron sus razonamientos, viniendo a obscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles" (San Pablo, Romanos 1: 19-23).
El soberbio no sólo es ingrato a Dios, sino que también resulta desagradable a los demás hombres. Una persona que siempre quiere llevar la razón, imponer su criterio, centrar la atención, ser admirado, es un candidato casi seguro a la soledad. Tendrá muy pocos amigos quien se considere el centro de todo, quien sea incapaz de ver las necesidades de los demás porque sólo atiende a las propias, quien no admita sus errores.
Hace varios años estuve en un seminario con un premio Nobel, cuyo nombre no recuerdo. El tema no era de mi especialidad, pero me hacía ilusión conocer a un científico eminente, aunque no lograra entender todo lo que dijera, como así fue de hecho. Sin embargo, valió la pena acudir a ese seminario, ya que me dio una enseñanza que no he olvidado con el paso de los años. Tras presentar los resultados de sus últimos trabajos, se abrió un debate con los asistentes, expertos también en esa materia. Me llamó mucho la atención que respondiera a una de las preguntas con un sencillo: “No lo sé, le agradezco la pregunta y pensaré sobre ese asunto”. Con el paso de los años, he asistido a muchas conferencias y seminarios sobre mi especialidad, impartidos por personas mucho menos eminentes que el científico al que me he referido, y muy pocas veces he escuchado una respuesta parecida. Admitir que uno no sabe algo es tan grande y hermoso como contestar certeramente, pero parece que nos cuesta admitir ante los demás nuestras propias carencias. Ese verdadero sabio dio su mejor lección al admitir su ignorancia, en lugar de improvisar una respuesta que tal vez hubiera satisfecho a la audiencia, pero no a la verdad más honda.
Por contraste con esta imagen, viene a mi memoria otra que me pasó años más tarde. Habíamos invitado a un tribunal de tesis a un profesor conocido en la materia que se juzgaba, con bastante prestigio en ese campo. La autora de la tesis, una profesora chilena que tenía especial admiración por los escritos de ese profesor, quedó tan decepcionada como yo cuando le tocó comentar la tesis a ese profesor, ya que en lugar de hablar de ella se puso a contarnos sus viajes por Chile, su conocimiento de la geografía chilena y las investigaciones que había hecho él en ese campo. En definitiva, en lugar de hablar del trabajo que venía a juzgar, se puso a conversar del suyo propio, como si fuera él el sujeto principal del acto. Ni que decir tiene que no le hemos vuelto a invitar a un tribunal de tesis, deseándole, eso sí, que siga realizando una investigación muy fructífera en ése u otros países.

domingo, 11 de octubre de 2015

Los perros y el compromiso

Estuve el pasado miércoles comprando unos peces para mi acuario doméstico. Mientras me atendían, vi un cartel grande que indicaba algo así como: "No se admite la devolución de las mascotas bajo ningún concepto. No son juguetes, sino seres vivos. Si no estás dispuesto a comprometerte a cuidarla, no la compres". Pensé en la gran cantidad de mascotas que circulan por nuestras calles, al menos por las de mi barrio, y el grado de compromiso que llevan consigo. Imagino que en muchas ocasiones los niños que han promovido la compra le pasan el encargo al sufrido padre o madre, que pasea al perro a las 7 de la mañana, pues no parece que los que me encuentro a esas horas estén especialmente entusiasmados con la idea del paseo, al menos a esa hora. Tener un animal a nuestro cargo es ciertamente un compromiso, implica cuidarlo, proveerle de lo necesario para que viva, al menos, con una elemental comodidad: darle de comer, pasearlo, vacunarlo, asearlo, curarlo si es preciso y un largo etcétera.
Es curioso que una sociedad que huye cada vez más del compromiso con otras personas (!desde el matrimonio hasta las relaciones laborales!), esté dispuesta a asumir el compromiso con otros seres vivos. Parece que la ética del cuidado, tan necesaria en los tiempos que vivimos, la aplicamos más a otros animales que a nuestras relaciones humanas. Ciertamente el cuidado implica compromiso, sacrificio, hacer cosas que no nos apetecen. Sacar al perro a las 7 de la mañana no es tarea de gusto, no al menos todos los días, también los del crudo invierno, pero quien lo hace se apoya en su cariño por un animal que acoge en su casa. ¿Dedicamos el mismo tiempo a, por ejemplo, las relaciones familiares? ¿Cuantas veces llamamos, visitamos, atendemos, escuchamos, mostramos interés por quienes comparten nuestra misma sangre: hermanos, padres, tíos, primos...? ¿Cuánto a quienes trabajan con nosotros?
Cada vez nos quejamos más de las distancias y la dificultad de encontrar tiempo para estar con los demás; pero todo es cuestión de prioridades. El cariño requiere dedicación, vencer nuestro egoísmo, quizá la pereza. La ética del cuidado es hoy más necesaria que nunca, implica ponerse en el lugar del otro, serle útil, compartir, mostrar afecto. En inglés cuidado se traduce por care, y la expresión I don't care viene a significar "no me importa": no poner cuidado, no tener cuidado, de quienes nos rodean, indica que mi aprecio por ellos es muy bajo, que me resultan irrelevantes. La "ética del cuidado", con los animales que acogemos, pero sobre todo con las personas que nos rodean, que conviven profesional o familiarmente con nosotros hará que nos importen más, y a la postre que nuestra vida tenga mucho más significado.

domingo, 4 de octubre de 2015

Cristianismo líquido

Hace algunos años hablaba con un amigo sobre las consecuencias de la fe en la vida ordinaria. Me contestó algo así como: "Oye, que yo también soy católico, aunque no soy tan fanático como para ir a misa todos los domingos". El comentario me dejó perplejo, pues mi interlocutor consideraba como un exceso lo que para un católico, simple y llanamente, es el umbral mínimo de la práctica religiosa. Ir a misa los domingos no es práctica para unos pocos católicos superdevotos, sino para todos; de tal manera que se atenta contra el tercer mandamiento si no se asiste ese día. Claro está que para un católico que realmente se da cuenta de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, ir a misa no se considera un precepto (algo obligatorio), sino una manifestación elemental de amor a Dios.
Me venía esto a la cabeza cuando en estos días se está discutiendo sobre lo que deberían acordar los asistentes al sinodo sobre la familia que comienza hoy. Desde unos medios y otros se alecciona a la Iglesia para que cambie su posición moral, como si aceptar el divorcio o el matrimonio homosexual fuera a llenar los templos de fieles. En el muy improbable caso de que así fuera, no es ése desde luego el criterio para decidir sobre cuestiones tan delicadas, ya que el cristianismo no es un movimiento sociológico (que vira según las tendencias sociales), sino el seguimiento de una Persona, Jesucristo, que propuso un modo de vida que hace más féliz al ser humano.  Ciertamente hay una gran cantidad de divorciados casados de nuevo, que les gustaría comulgar y estar en un contacto más vivo con la Iglesia. Nada les prohibe esto último. Como bien a dicho el Papa, una cosa es no poder comulgar y otra estar excomulgado, por lo que son bienvenidos a participar en los sacramentos, aunque no puedan recibirlos mientras sigan en esas circunstancias.
El tema de fondo es si la Iglesia puede cambiar lo que millones de cristianos han creído y vivido en los últimos dos mil años de historia. "La democracia de los muertos", como le gustaba expresar a Chesterton. No es cuestión solo de ser fiel al mensaje de Jesucristo, sino también al legado de quienes nos han precedido en la fe. No es necesario recordar que ha habido cristianos que han perdido la vida por defender el matrimonio indisoluble (Sto. Tomás Moro y una gran cantidad de mártires ingleses, por ejemplo), como para que ahora frivolicemos sobre este asunto.
Me parece importante convencerse que la difusión del Evangelio no implica distorsionarlo para que nuestros contemporáneos lo acepten, sino más bien presentarlo de un modo que lo entiendan y, con la gracia de Dios, lo vivan libremente. No se trata de que cambiemos el Evangelio para adaptarlo a los tiempos, sino de que cambiemos los tiempos para que sean más acordes con el Evangelio. Sabemos que el mundo es cada vez más individualista, pero no podríamos renunciar al mandato del amor cristiano para que los egoístas entiendan mejor la fe: se trata más bien de convencerles que el egoísmo les hace más infelices que la generosidad.
En suma, no podemos presentar el cristianismo como algo flácido, adaptable a cualquier molde como una masa de repostería. El cristianismo es exigente (a Jesús le costó morir en la Cruz), pero llena de felicidad y sentido en la vida. Predicar otra cosa puede hacer el mensaje más asequible a muchos, pero hará que pierda toda su eficacia.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Consumo y ecología

Todas las personas tienen, en mayor o menor medida, una tendencia a buscar un ideal, un marco que consideran idóneo para afrontar una determinada situación que perciben como problemática. En pocas palabras, casi todos queremos mejorar el mundo. Hay personas que son más idealistas y se enfrentan a grandes problemas, y otros que se conforman con intentar mejorar lo que les rodea; también, hay quien ha "tirado la toalla" y considera que no puede hacerse nada, o incluso quien ha cambiado de opinión y lo que antes consideraba desdeñable ahora le parece de lo más aceptable.
Uno de los frentes donde ese "cambiar el mundo" se ofrece ahora como más atractivo es el ambiental. Casi todos queremos hacer de este planeta un entorno más limpio, más acogedor, más sostenible para las generaciones actuales y futuras. Sin embargo, en la práctica, muchos de estos "idealistas ambientales" acaban por pensar que la solución de los problemas les excede tan grandemente que su contribución es irrelevante y, por tanto, acaban por no hacer nada. Me parece que en todos los frentes, y principalmente en el ambiental, esa actitud no conduce a ningún sitio, y que la única solución de los problemas mundiales es implicarse, ser mucho más activos. En las cuestiones ambientales tenemos varias razones de peso. Por un lado, algunos problemas ambientales tienen ciertamente una dimensión global (cambio climático, biodiversidad, contaminación del océano...), pero otros son mucho más locales (residuos, infraestructuras, contaminación local del aire o del agua), y ahí la excusa de que el problema nos excede es mucho menos justificable. Por otro lado, incluso en problemas globales nuestra contribución es muy importante para conseguir mover a otras personas en esa dirección, y en última instancia para presionar con nuestras reclamaciones a quienes ostentan el poder para cambiar la raíz de las causas de la degradación. Nos ha recordado la importancia de esta actitud pro-activa el Papa Francisco en su última encíclica: todos tenemos la capacidad de cambiar el "estado de cosas".
Una manifestación clara de ese cambio es revisar nuestros hábitos de consumo. Qué y cuánto consumimos indica una cierta actitud ante la vida. Si pensamos que consumir nos dará la felicidad, que seremos más dichosos cuanto más poseamos, tenemos una visión bastante pobre de los valores humanos. Como bien dice el Papa: "Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir" (Papa Francisco, Laudato si, 2015, n. 204). Poseer es un sucedáneo de ser: tener más no es lo mismo que ser más. No se es más generoso, amable, alegre, honesto o trabajador porque se tengan más cosas: es más, precisamente teniéndo más cosas es mayor la probabilidad de que esas cosas nos "tengan" a nosotros. Basta echar una ojeada a las horas que la gente emplea en móviles o en video-juegos para darse cuenta la diferencia entre consumir y ser, entre disfrutar del tiempo y agotarlo. Es cuestión de voluntad y de motivación interior, de valores., cada uno los que le parezcan más sólidos. También los cristianos tenemos enormes razones para ese cambio en el patrón de consumo, para entender de otra forma nuestra relación con lo que somos y tenemos: "La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo" (Papa Francisco, Laudato si, 2015, n. 222).

domingo, 20 de septiembre de 2015

Nacionalismo y generosidad

Llegue el jueves de un viaje a Rumanía, un país muy interesante desde diversos puntos de vista, y muy cercano a nuestro país ahora, ya que contamos con una notable comunidad rumana viviendo en nuestras ciudades. Hablaba con unos profesores de la Universidad de Bucarest, con los que hice un salida de campo, de las diversas circunstancias sociales y económicas de la historia reciente de ese país, y les pregunté si había movimientos internos que abocaran por la separación en las regiones históricas que lo forman. Conviene recordar que Rumanía solo existe desde 1881, y fue formada principalemnte con tres regiones de características biogeográficas y sociales bien distintas: Transilvania (incluye la mayor parte de los Cárpatos), Valaquia (al sur del País, en la llanura del Danubio), y Moldavia (al Este, buena parte de esta región es ahora un país independiente). Es curioso que un país que apenas cuenta con 140 años de vida no tenga tensiones separatistas. Tampoco parece tenerlas Alemania o Italia (el asunto de la Padania no deja de ser más bien anecdótico), que existe como tales desde 1870.
Pensaba en esta cuestión ante el bombardeo informativo que llevamos padeciendo en los últimos meses (años?) con el tema de la posible independencia de Cataluña. Hablando con amigos catalanes este verano, parece que el sentir de las calles es bastante favorable a la separación, sobre argumentos que parecen muy endebles, pero que han conseguido calar en la sociedad hasta llegar a un punto de tensión muy notable. Que una determinada región de un país tenga un idioma o una cultura propia es muy de alegrarse, ya que un país no puede ser monolítico. Que esas diferencias justifiquen la separación cuando hay una historia compartida de más de 500 años resulta llamativo. Las mismas diferencias entre Cataluña y el resto de España tiene la Cataluña francesa con el resto de Francia. Lo mismo cabe decir del país vasco francés. ¿Como pueden tirarse por la borda 500 años de convivencia pacífica en el seno de un país diverso? ¿Que pasará con las familias que tienen distintos puntos de vista? ¿Qué con las que tienen raíces en otras regiones?
Aparentemente, el arguemento de fondo para la posible separación es que "todos los males vienen de Madrid", o dicho de otra forma, "la independencia resolverá todos los problemas". Cando seamos independientes, no habrá listas de espera, la educación mejorará, los impuestos bajarán, la vivienda será más accesible, las empresas serán más competitivas,... ¿Realmente puede pensar eso una persona razonablemente inteligente? Parece que sí, a juzgar por el apoyo que reciben los partidarios de la independencia. Visto desde fuera, solo veo en el fondo razones de un cierto egoísmo social. Pagamos más de lo que recibimos, porque producimos/trabajamos más. No importa cómo se ha conseguido esa riqueza, sus raíces históricas, la importancia de la migración o del comercio interior. Pero en cualquier sociedad moderna, aceptamos pacíficamente que paguen más los que más tienen para que los que menos tienen tengan lo suficiente. Es una cuestión de generosidad, de estar convencido que cuando el barco tiene problemas tenemos que remar todos, no de cambiar de barco quien tiene recursos para hacerlo.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Involución humana en el matrimonio

Hace unos meses leí un libro de un buen amigo, Ignacio Martínez-Mendizabal, paleontólogo de gran prestigio que lleva muchos años trabajando en Atapuerca. Hacía una revisión en su obra de los grandes hitos en la historia de la evolución humana, desde los primeros homínidos al homo sapiens actual. Indicaba en su obra que la evolución no es ni única, ni principalmente siquiera, un proceso biofísico, sino una mezcla entre mutaciones genéticas y progreso cultural. En otras palabras, los avances de nuestros antepasados hasta lo que entendemos por hombre moderno son fruto de patrones culturales que han permitido que la especie tuviera una pervivencia inimaginable por sus propias características fisiológicas. Es obvio que si no hubieran sido seres sociales, los primeros homínidos hubieran sucumbido ante especies mucho más grandes, más fuertes y más veloces que ellos, conviertiéndose de cazadores en presas.
Uno de esos saltos evolutivos de origen cultural que comentaba Ignacio era el monoparentalismo. Los primeros homínidos tenían poca capacidad reproductiva porque las hembras tenían que cuidar de las crias y alimentarlas simultáneamente, además de transportarlas y evitar depredadores. Cuando consiguieron que el padre de la criatura buscara los alimentos para ambos, la tasa de supervivencia infantil aumentó mucho y eso permitió expandir las poblaciones. Eso suponía claro está la monogamia, esto es, la formación de parejas estables. En pocas palabras, lo que hoy podríamos llamar la fidelidad conyugal supuso una ventaja muy considerable para nuestros antepasados, al permitirles tener más hijos y que pervivieran.
Todo lo que digo hasta aquí parece obvio, tan obvio como para que resulte difícil de discutir. Y, sin embargo, a lo que estamos asistiendo en las últimas décadas es precisamente a lo contrario: estamos destruyendo la unión conyugal sobre la que se funda la base del desarrollo humano. La aceptación social del divorcio supone, a mi modo de ver, un paso hacia la autodestrucción de la especie humana, que está directamente ligado, por otro lado, con la drástica reducción en las tasas de natalidad. Ciertamente, algunas de las funciones que antaño sólo podía hacer el nucleo conyugal, ahora se trasladan a los servicios sociales que poseen los estados más consolidados, pero ciertamente otros muchos no. Llama la atención la frivolidad con la que se observan estadísticas que resultan sumamente preocupantes (las últimas que leí indicaban que en España 7 de cada 10 matrimonios se rompen), por los impactos sociales, educativos y sanitarios que tienen. No estoy juzgando ningún caso concreto, obviamente, sino una tendencia. Tendríamos que reflexionar como sociedad sobre este problema; en primer lugar identificarlo como tal, y buscar su origen y analizar sus consecuencias, recuperando el valor del compromiso y la estabilidad vital, en bien de la sociedad, de cada familia y de cada persona.

domingo, 6 de septiembre de 2015

La mirada de la Ciencia no basta

El relativismo se ha implantado en la sociedad contemporánea como un forma estándar de acercarnos a la realidad; casi todo es fruto del punto de partida de quien enjuicia las cosas y no tanto de cómo son las cosas en sí, lo que dificulta encontrar un sólido terreno sobre el que edificar cualquier intercambio de ideas. Casi todo es discutible, opinable, fruto de la interpretación que cada uno haya elegido... Pero ese planteamiento mina el conocimiento humano; si todo depende del punto de partida, no podemos entender la realidad, sino solo interpretarla. La excepción a ese estado mental es el método científico, que aparentemente asegura que podamos hablar objetivamente. Solo la ciencia empírica es capaz de conocer la realidad, de medirla y modificarla. Parece que solo la Ciencia proporciona garantía de veracidad: si los datos medibles confirman una hipótesis, podemos darla por buena, y ése es el único medio de avanzar en el conocimiento: todo lo demás es opinión de cada uno, y ni siquiera vale la pena discutir sobre su veracidad.
Naturalmente que ese planteamiento es muy simplificador. Por un lado, se desconoce que la Ciencia tiene muchas limitaciones; para empezar la propia de su método, pues sólo mide la realidad material. Hay muchas cuestiones que nos preocupan día a día y que no son medibles científicamente, desde el amor de una madre, hasta los valores éticos o las fluctuaciones de la economía. Que la Ciencia es limitada lo saben en primer lugar los propios científicos, que conocen las incertidumbres asociados a cualquier medición de la realidad, la fragilidad de las hipótesis, la dificultad de establecer principios inmutables.
El Dr. Alejandro Serani tiene la virtud de compartir un perfil científico y filosófico. Es un especialista en neurofisiología que ha sabido completar las carencias de la Ciencia con la Filosofía para proporcionarnos una visión mucho más integrada de qué somos y cómo se relacionan esos dos principios, mente y cerebro, que forman nuestro yo. En su último libro: Mente y cerebro. Una comprensión biofilosófica del viviente animal, el profesor Serani proporciona una visón muy interesante sobre las relaciones entre nuestra estructura fisiológica y nuestro conocimiento. El supuesto dilema entre mente y cerebro, un principio espiritual y otro material, que han intentado eliminar removiendo la parte espiritual o la material, sólo se resuelve mediante la unión personal, ya que son parte de la realidad de cada ser humano. La Ciencia es un instrumento maravilloso de conocimiento, pero no es suficiente; no toda la realidad es científica. Es preciso conocer otros enfoques, otras visiones de la realidad que nos permiten entenderla en toda su riqueza.

domingo, 30 de agosto de 2015

Por qué cuidar la Tierra según la "Laudato si"

Salió hace unos días una noticia sobre el incremento observado (y previsible) en el nivel del mar, a partir de un estudio realizado por científicos de NASA. Si estoy de suficiente humor, a veces me entretengo leyendo los comentarios que realizan en la versión digital del periódico a este tipo de artículos científicos, que en el caso de los relacionados con el cambio climático rozan con frecuencia el esperpento. Los sesudos "comentaristas" aportan sus datos incontestables que echan por tierra las conclusiones del estudio en portada, datos que naturalmente los científicos autores de dicho estudio no citan, ya que están financiados por no sé sabe qué multinacional ecologista que es quien realmente promueve el cambio climático. Algunos en su delirium tremens atribuyen tal confabulación climática al "zapaterismo", o incluso al recien erigido ayuntamiento de Madrid.
En fin, la cuestión sería divertida si no fuera porque esta politización estúpida de un tema de enorme calado científico, que centra el trabajo de centros de primer nivel mundial (Max Planck, NOAA, NASA, Meteo France, Hadley Center, PIK y muchos otros), está detrás del cierto escepticismo que ante el cambio climático se observa entre personas que solo lo conocen por los medios. Extendiendo el asunto, podemos decir que algo parecido ocurre con otras cuestiones ambientales, que un cierto tipo de personas -influidas por su orientación política o cultural- considera de poca importancia, fruto de la exageración de quienes quieren, en el fondo, introducir otras cuestiones.
He observado esta misma actitud en algunas personas que reciben cordialmente las palabras y los escritos del Papa, pero que todavía andan desconcertados con la Laudato si, que o bien critican abiertamente o al menos consideran como un texto muy circunstancial, particularmente en la primera parte de la encíclica, cuando habla precisamente de los principales problemas ambientales del Planeta. Se me ocurren algunas consideraciones para estas personas:
1. No es la primera vez que un Papa habla de estas cuestiones. Hay muchos textos de S.Juan Pablo II y Benedicto XVI en terminos muy similares a los que usa la Laudato si.
2. La encíclica no apoya una visión extremista de la cuestión ambiental, sino que realiza un juicio muy ponderado de lo que actualmente se sabe sobre los principales problemas. En el caso concreto del cambio climático, hay algunos temas en discusión, pero la posición de los científicos sobre esta cuestión es bastante unánime y la encíclica la recoge con bastante ecuanimidad.
3. Todavía más importante que las anteriores, las razones de fondo para cuidar la naturaleza no son fruto de los problemas observados. Aunque la encíclica introduzca la importancia de cuidar el planeta sobre la costación de los grandes problemas ambientales que estamos generando, la razón última del cambio que propone la encíclica (de la conversión ecológica, como textualmente indica) es el reconocimiento del valor intrínseco de las demás criaturas creadas. No se trata de que cambiemos nuestra actitud de depredación ambiental hacia el cuidado porque esté en juego nuestra supervivencia (que lo está), sino porque es lo que Dios ha querido al diseñar la Creación. En pocas palabras, hubiera o no problemas ambientales, el mensaje final de la encíclica sería muy similar: ¿qué papel jugamos en la Creación?, ¿qué relaciones deberíamos tener con las demás criaturas?. ¿qué derecho a usar los recursos que compartimos con ellas? Además, a esta razón teológica, se añade otra social, fruto de que los problemas ambientales son muy severos, lo que lleva a que el cambio de mentalidad se muestre como más necesario. En definitiva a las preguntas anteriores se añade: ¿qué derecho tenemos a usar los recursos que necesitan otras personas, también las que vivirán en el futuro?
En definitiva, cambiar nuestro enfoque, de usar el planeta a ser parte de él, no se fundamenta en lo mal que van las cosas, sino en cómo quiere Dios que vayan. Aunque fueran bien, deberíamos hacer ese cambio, porque es lo más acorde con la verdad última de las cosas. Claro cuando la verdad íntima no se respeta se encienden los pilotos rojos, pero incluso negar que haya pilotos rojos tampoco justifica negar el argumento de fondo.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Lo trivial y lo importante

Sigo de vacaciones en Colonia, ya con un pie en el avión de retorno. Además de la singularidad del
país, este año las vacaciones han tenido la novedad de la enfermedad. Tras casi quince días de mi retorno de Indonesia, caí en la cuenta de que me había traído un desagradable pasajero, muy pequeño pero susceptible de cambiar súbitamente la salud y el ánimo. Una infección bacteriana me tumbó de un día para otro a la cama, donde intento recuperar la armonía fisiológica en los últimos cuatro días. Es curioso que hagamos planes cada vez más intensos, intentando llenar el tiempo que tenemos para sacarle su máximo fruto, y de repente un animal microscópico nos altere completamente los planes. He pensado estos días en ese sencillo hecho, junto a fiebres altas y dolores de cabeza intensos: nuestra capacidad de predecir es limitada; no tenemos todo bajo control. Hace falta bien poca cosa para que se altere completamente el panorama vital. Como al fin y al cabo somos alma y cuerpo, en perfecta armonía, el desajuste biológico se marca en el estado de ánimo, por más que uno procure darle al suceso una significación más alta. Siempre es complicado entender el sentido del dolor, de la enfermedad, del mal, porque tenemos una tendencia a encontrar las razones de las cosas. Pero también es razonable considerar que somos frágiles, que no dependemos de nosotros mismos. Parece que sólo nos define lo que es fruto de la libertad, pero también hay acontecimientos que no elegimos y que influyen en nuestro carácter: el trato con personas con quienes podemos no estar de acuerdo, realizar actividades que no son agradables, y sobre todo la enfermedad, el diálogo entre nuestro cuerpo y el entorno, casi siempre en perfecto equilibrio pero que a veces se distorsiona. También del dolor puede aprenderse. Y todavía tiene un significado mayor si ese dolor tiene un sentido sobrenatural, es ocasion de entender mejor el dolor de Jesús por nuestros pecados, el de tantos inocentes, con los que entonces nos une una conexión mucho más estrecha.

lunes, 17 de agosto de 2015

Propaganda e ideología

Colonia en 1945
Estoy estos días pasando mis vacaciones en Colonia, una de las ciudades con mayor tradición histórica de Alemania. Al visitar cualquier monumento es fácil recordar el tremendo impacto que tuvo la II Guera Mundial, cuyo setenta aniversario celebramos también estos días. Salvo la magnífica catedral gótica que preside la ciudad, que salió milagrosamente ilesa de los intensos bombardeos, todos los demás edificios civiles y religiosos sufrieron de un modo u otro las consecuencias del avance aliado. Convivir estos días con el pueblo alemán, lleva casi instintivamente a reflexionar sobre el origen del conflicto. Dejando a un lado las raíces históricas de la guerra, las consecuencias de una paz mal negociada, de una tremenda depresión economica y social, sigue sorprendiendo cómo uno de los pueblos más cultos de Europa pudiera verse atraída por la barbarie del nazismo. Naturalmente la cuestión es mucho más compleja de lo que puede plantearse en estas pocas líneas, pero la cuestión de fondo sigue siendo la misma: hasta los pueblos mejor educados pueden caer en el populismo, en la perniciosa influencia de ideologías nefastas, que bajo la promesa de una redención inmediata, acaban destruyendo los valores más elementales de una sociedad. La ideología nazí consiguió encandilar a los alemanes (a una buena parte de ellos, al menos), con promesas de gloria que acabaron en el desastre. La eugenesia, la primacía racial, el control policial del estado se vendieron habilmente como soporte imprecindible de la nación, del progreso, o incluso del cuidado ambiental.
Es una buena lección para los tiempos que vivimos, un motivo de reflexión sobre la posibilidad de que cualquier pueblo sea manipulado hasta extremos que años más tarde nos parecen ridículos. El aparato estatal al servicio de una idología hueca, ya sea en nombre la raza, la nación, o la cultura propia acaba produciendo una confusión social que solo algunas personas son capaces de resistir. Son lecciones para todos los tiempos y sociedades, de los que ningún país o nación está indemne.

sábado, 8 de agosto de 2015

Cristianos en minoria

Catedral de Bogor, Indonesia
Casi todos los días aparece una noticia terrible sobre la persecución de los cristianos en países de mayoría musulmana, donde una interpretación exclusivista del Islam, está acabando con siglos de convivencia pacífica. La violencia en nombre de Dios no sólo está siempre injustificada, sino que resulta una blasfemia, pues nada es más ajeno a Dios que la violencia.
Cuando en España pensamos en países de mayoría musulmana, vienen a la cabeza instintivamente los árabes, en donde el Islam arraigó desde su nacimiento. No hay que olvidar, sin embargo, que el país del mundo con más musulmanes es Indonesia, donde ahora me encuentro por razones profesionales. Precisamente estos días se ha celebrado el congreso del partido musulmán mayoritario en el país. En la prensa han aparecido referencias a este evento, y a la necesidad de mantener la diversidad cultural y religiosa del país, donde no solo hay una minoria cristiana importante, sino también budista, hindu, y musulmana de otras orientaciones (principalmente sufíes y chiies). Por el momento, la convivencia parece tranquila, y no he notado ningún síntoma de problemas religiosos en los pocos días que he estado aquí, donde he podido asistir a misa en la catedral de Bogor, una ciudad de unos tres millones de habitantes cercana a Jakarta.
Aunque a veces tendamos a pensar, sobre la imaen que tenemos en Europa, que el cristianismo se "bate en retirada", no es realmente así, ya que en otros continentes y sobre todo en Africa y Asia está creciendo notablemente. Estos días he visto mucha gente en las muy tempranas misas (a diario a las 6 am), lo que indica un notable interés por nuesta Fe. Sin duda, Asia es el continente que va a regir el mundo en los próximos años, gracias a su empuje demográfico y a su dinamismo económico, aunque todavía hay muchas fracturas sociales, así como una enorme proporción de personas que viven en la pobreza extrema. Asia es la cuna de todas las grandes religiones (desde el Próximo al Lejano Oriente), y tiene una profunda tradición cultural y espiritual. Los cristianos de estos países parecen ser tan dinamicos como las propias sociedades, con mucha gente joven en las iglesias, incluidos sacerdotes y religiosas. Hay mucha esperanza cristiana para esta sociedad, aunque sigan viviendo -y tal vez por eso- en minoría.

domingo, 26 de julio de 2015

No es un país para viejos

No pretendo en esta entrada comentar la muy galardonada película de los hermanos Coen, sino reflexionar sobre el papel que juegan en nuestra sociedad las personas mayores, los que nos han precedido en construir la sociedad que ahora disfrutamos. Somos la especie con mejor pasado evolutivo, ya que no sólo incorporamos las mejoras biofísicas de las generaciones pasadas sino, y sobre todo, hemos sido capaces también de recibir sus valores, sus tradiciones culturales, sus progresos humanos. Si cada generación tuviera que empezar de cero, estaríamos todavía en el Paleolítico. Hemos avanzado porque hemos escuchado a nuestros mayores, hemos incorporado su sabiduría a nuestra propia inventiva, que a su vez transmitimos a los más jóvenes, en una cadena cultural que nos ha hecho colonizar paisajes tan variados como las heladas tundra asiática, el bosque exhuberane de la Amazonía o los áridos desiertos de Africa.
Aprender de quienes nos precedieron ha sido absolutamente clave en nuestro progreso, recibir su experiencia vital a través del contacto directo y de la educación, nos permite ahora disfrutar de un desarrollo tecnológico y científico sin precedentes.
Pero esa cadena de generosidad intergeneracional parece ahora interrumpirse por el individualismo moderno, que olvida la importancia de nuestros mayores, que los arrincona en residencias, que los aisla muchas veces de nietos y bisnietos, para los que sólo son una anécdota ocasional.
Envejecer y apreciar el envejecimiento es el tema del último libro que hemos publicado en Digital Reasons. Escrito por el Prof. Velayos, catedrático de anatomía y experto en enfermedades del cerebro, el libro Envejecimiento celebral revisa los cambios físicos y sicológicos asociados a la senectud, y algunas de las enfermedades que pueden aparecer en este periodo de la vida. Incluye algunas recomendaciones para prevenir algunas de ellas, para cuidar enfermos que las padezcan y para vivir esa época de la vida con plenitud. Los mayores son un tesoro de humanidad, que no podemos menospreciar. Cuantas veces se pierden esos últimos años en donde podemos sacar tantas lecciones de su debilidad. Nuestros padres nos alimentaron, vistieron, atendieron cuando eramos incapaces de hacerlo por nosotros; parece justo que hagamos algo similar, si fuera el caso. El ser humano es relación, y en la relación se enriquece como persona. Cortar esos vínculos puede hacernos la vida más confortable a corto plazo, pero acabará por erosionarnos humanamente y como sociedad. Ya lo estamos viendo; reflexionemos sobre ello.

domingo, 19 de julio de 2015

El descanso y el trabajo

Precisamente porque estamos ya en periodo estival, donde las vacaciones o se disfrutan o se esperan como inmediatas, puede ser interesante darle vueltas al concepto que tenemos del trabajo. Tanto escucho últimamente la palabra jubilarse, bien por parte de los que van a hacerlo pronto, bien por la quienes desconfian de que puedan hacerlo algún día, que parece más propio del ser humano jubirlarse que trabajar. Sin embargo, nos dice el primer libro de la Biblia que tras la creación del hombre Dios le encomendó que “labrase y cuidase” el jardín de Edén (Génesis, 2: 15). Por tanto, desde el inicio de la existencia human, y no sólo como conecuencia del pecado original, estaba previsto que trabajáramos. En este relato de la Creación, Dios concede a los primeros hombre y mujer la tarea de colaborar con él en el desarrollo de la Creación. Ese es el sentido último del trabajo para un creyente: culminar lo que Dios ha querido dejar inconcluso, permitiéndonos transformarlo. Dios nos hace partícipes de la Creación, aunque nosotros no creamos propiamente, sino que transformamos, dando belleza o utilidad a lo que ya existe.
Puesto que participa de la obra creadora de Dios, cualquier trabajo hecho cara a Dios siempre es fecundo para un cristiano, ya que contribuye a acrecentar la tarea creadora, siempre que, claro está, pueda decirse de esa actividad, como de la Creación original, “y vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis, 1: 31).
Como consecuencia del desorden que introdujo el primer pecado de Adán y Eva, y de la pérdida de la armonía original entre el ser humano y el resto de la creación, el trabajo humano se asocia al esfuerzo, se convierte a veces en contrariedad: “con fatiga sacarás del suelo el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Génesis, 3: 17-19). Siguiendo el texto sagrado, ese sudor y cansancio que acompañan el trabajo de tantos seres humanos no son parte del designio original de Dios, sino consecuencia del desorden introducido por el ser humano. Ahora el trabajo es sinónimo de esfuerzo, cansancio, fatiga, y tantas veces de contradicción, de dolor. Muchas personas –tal vez la inmensa mayoría— no trabajan en tareas que les resulten atrayentes, sino en labores mecánicas, arduas, poco gratificantes o directamente denigrantes. En conclusión, el trabajo les resulta tedioso, una obligación difícilmente asumida, que sólo se acepta porque supone un medio para conseguir el sustento propio o familiar.
Un cristiano debería tener una visión algo más excelsa del trabajo. Los seres humanos, por privilegio que Dios nos confiere, somos los únicos seres creados que tienen capacidad de transformar cosas, de inventar nuevos utensilios, de construir bellos edificios, de producir obras de arte o simplemente de ayudar a la naturaleza a generar más alimentos.
Del tronco de un árbol podemos generar un asiento confortable, construir un vehículo para navegar, sustentar un lugar para alojarnos, extraer papel para escribir o formar un instrumento para obtener sonidos musicales. Las fronteras de nuestro trabajo, de nuestro perfeccionamiento de la Creación son muy amplias. Además, el trabajo nos mejora, nos fortalece interiormente, nos brinda relaciones sociales, nos permite ayudar a los demás con nuestro servicio.
A estos argumentos podemos añadir otra razón todavía de mayor peso. El trabajo profesional para un cristiano es su marco de santidad, porque estamos imitando al mismo Jesucristo, quien pasó la mayor parte de su vida trabajando. Aunque los textos del Evangelio nos narran principalmente los acontecimientos de la denominada vida pública de Jesús, cuando decide dedicarse por completo a predicar el Reino de Dios, no hemos de pasar por alto que a esa etapa anteceden casi treinta años de vida, que podemos calificar como normal y corriente. Habitualmente se denomina a esta etapa la vida oculta de Cristo, lo que no quiere decir que la viviera encerrado en una cueva o que fuera eremita, sino simplemente que no fue una vida conocida públicamente más allá de su entorno familiar y vecinal inmediato. Jesús era un artesano más, aunque sería el mejor, porque haría su trabajo con perfección humana y con la vista puesta en el servicio a los demás. Por eso cualquier cristiano, imitando esa vida de trabajo de Cristo hacen lo mismo que hizo El en su paso por esta tierra: santificarla, convirtiendo en sublime lo que parece ordinario.

domingo, 12 de julio de 2015

Cuidar la Tierra

Desde la famosa entrevista de Mercedes Milá a Paco Umbral se puso de moda la manida frase de "yo vengo aquí a hablar de mi libro". Afortunadamente, la mayor parte de los mortales tenemos pocas oportunidades de decir esto, pues publicar libros no es tarea que haga uno todos los días. No obstante, los que disfrutamos escribiendo, de vez en cuando alumbramos alguna nueva "criatura", y en esas ocasiones, no podemos por menos que hablar de ella, sobre todo si el oyente (en este caso, el lector) entra en la categoría de amigo.
Hoy me parece razonable dedicar esta entrada dominical al último libro que he publicado, en este caso en colaboración con la Prof. María Angeles Martín, que hemos titulado: "Cuidar la Tierra: razones para conservar la naturaleza". Tenemos versión digital y en papel del libro, asi que en esta ocasión está a gusto de todos los lectores. El libro incluye un repaso de los probelmas ambientales más relevantes y de las raíces del movimiento conservacionista, desde los pioneros del s. XIX (Thoreau, Muir, Emerson...), hasta el nacimiento de las ONGs y los partidos verdes. Se detiene con más detalle a analizar las distintas posturas éticas ante la conservación de la naturaleza, desde un enfoque basado en el antropocentrismo extremo (el único interés de la conservación es el humano), hasta los extremos más ecocentristas (valor intrínseco de la naturaleza, independiente de fines humanos), incluyendo los movimientos de ecoresistencia.  También dedicamos un extenso capítulo a revisar las posturas de las grandes religiones sobre la conservación ambiental. No hemos de olvidar que una religión supone una visión cosmológica del mundo que lleva consigo unos principios morales de actuación. La reciente encíclica "Laudato si" es un magnífico ejemplo de como un lider religioso puede promover el mejor cuidado del planeta. Finalmente, dedicamos un capítulo a analizar las distintas respuestas a la crisis ecológica, señalando el interés de que sea integral, respetando la ecologia humana (nuestro propio cuerpo), las culturas (particularmente las indígenas, muy vulnerables), y las personas (eliminar a los seres humanos en beneficio del planeta es una tremenda falacia).
Animo a los lectores de este blog a que lean también nuestro libro, donde espero encuentren motivos de peso para relacionarse más armónicamente con el entorno, promoviendo el cuidado de nuestra casa común.