Sigo de vacaciones en Colonia, ya con un pie en el avión de retorno. Además de la singularidad del
país, este año las vacaciones han tenido la novedad de la enfermedad. Tras casi quince días de mi retorno de Indonesia, caí en la cuenta de que me había traído un desagradable pasajero, muy pequeño pero susceptible de cambiar súbitamente la salud y el ánimo. Una infección bacteriana me tumbó de un día para otro a la cama, donde intento recuperar la armonía fisiológica en los últimos cuatro días. Es curioso que hagamos planes cada vez más intensos, intentando llenar el tiempo que tenemos para sacarle su máximo fruto, y de repente un animal microscópico nos altere completamente los planes. He pensado estos días en ese sencillo hecho, junto a fiebres altas y dolores de cabeza intensos: nuestra capacidad de predecir es limitada; no tenemos todo bajo control. Hace falta bien poca cosa para que se altere completamente el panorama vital. Como al fin y al cabo somos alma y cuerpo, en perfecta armonía, el desajuste biológico se marca en el estado de ánimo, por más que uno procure darle al suceso una significación más alta. Siempre es complicado entender el sentido del dolor, de la enfermedad, del mal, porque tenemos una tendencia a encontrar las razones de las cosas. Pero también es razonable considerar que somos frágiles, que no dependemos de nosotros mismos. Parece que sólo nos define lo que es fruto de la libertad, pero también hay acontecimientos que no elegimos y que influyen en nuestro carácter: el trato con personas con quienes podemos no estar de acuerdo, realizar actividades que no son agradables, y sobre todo la enfermedad, el diálogo entre nuestro cuerpo y el entorno, casi siempre en perfecto equilibrio pero que a veces se distorsiona. También del dolor puede aprenderse. Y todavía tiene un significado mayor si ese dolor tiene un sentido sobrenatural, es ocasion de entender mejor el dolor de Jesús por nuestros pecados, el de tantos inocentes, con los que entonces nos une una conexión mucho más estrecha.
país, este año las vacaciones han tenido la novedad de la enfermedad. Tras casi quince días de mi retorno de Indonesia, caí en la cuenta de que me había traído un desagradable pasajero, muy pequeño pero susceptible de cambiar súbitamente la salud y el ánimo. Una infección bacteriana me tumbó de un día para otro a la cama, donde intento recuperar la armonía fisiológica en los últimos cuatro días. Es curioso que hagamos planes cada vez más intensos, intentando llenar el tiempo que tenemos para sacarle su máximo fruto, y de repente un animal microscópico nos altere completamente los planes. He pensado estos días en ese sencillo hecho, junto a fiebres altas y dolores de cabeza intensos: nuestra capacidad de predecir es limitada; no tenemos todo bajo control. Hace falta bien poca cosa para que se altere completamente el panorama vital. Como al fin y al cabo somos alma y cuerpo, en perfecta armonía, el desajuste biológico se marca en el estado de ánimo, por más que uno procure darle al suceso una significación más alta. Siempre es complicado entender el sentido del dolor, de la enfermedad, del mal, porque tenemos una tendencia a encontrar las razones de las cosas. Pero también es razonable considerar que somos frágiles, que no dependemos de nosotros mismos. Parece que sólo nos define lo que es fruto de la libertad, pero también hay acontecimientos que no elegimos y que influyen en nuestro carácter: el trato con personas con quienes podemos no estar de acuerdo, realizar actividades que no son agradables, y sobre todo la enfermedad, el diálogo entre nuestro cuerpo y el entorno, casi siempre en perfecto equilibrio pero que a veces se distorsiona. También del dolor puede aprenderse. Y todavía tiene un significado mayor si ese dolor tiene un sentido sobrenatural, es ocasion de entender mejor el dolor de Jesús por nuestros pecados, el de tantos inocentes, con los que entonces nos une una conexión mucho más estrecha.
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