lunes, 25 de diciembre de 2017

Felices ¿qué?

En estos días previos a la Navidad, todos hemos recibido múltiples felicitaciones y buenos deseos. La facilidad de las comunicaciones a veces entorpece más que ayuda, pues al menos antes la gente se tomaba un poco de tiempo e imaginación para escribir un tarjetón navideño y poner algunas palabras que tuvieran que ver algo con el receptor de la misiva. Ahora, se elige "lista de distribución", y se envía por ahí cualquier chorradilla que se le ha ocurrido a uno en los previos quince segundos, o incluso se re-envía la chorradilla que se le ha ocurido al algún otro individuo quien, por alguna razón desconocida, ha conseguido nuestra dirección de correo o de whatsapp. Parece que de lo que se trata es de enviar algo, aunque sea una foto familiar, todos sonrientes, un paisaje invernal o una
instantánea de un señor gordo vestido de rojo con pinta de vikingo.
Escribo esto mientras escucho un concierto de Navidad de los tenores, en Viena, hace algunos años. Ante tanta belleza, dirigida previsamente a celebrar lo que hoy celebramos (que Dios se ha hecho hombre para que los hombres podemos acercanos más a Dios), me resulta todavía mas preocupante el aluvión improcedente de felicitaciones sin sentido que me han llegado estos días. Pero¿ dónde estamos en la civilización occidental? ¿No nos sirve la enorme cantidad de artistas que han pintado el nacimiento de Jesús, para tener que camuflar la Navidad de una fiesta de fin de semana? ¿No nos parece eminente la música que se ha compuesto en honor del Salvador del mundo para que destrocemos los oídos con música bullanguera y petardos? ¿No es excelso contemplar las historias escritas por genios de todos los tiempos sobre el sentido de la Navidad, para que sigamos buscandolo en las rebajas de Amazon?
Sigo escuchando el concierto de los tenores, sigo contemplando el Belén que tengo ante mi vista, y sigo agradeciendo a Jesús que no se haya fijado en nuestra cazurrez, que haya preferido arriesgarse a que le tratemos así... por que si no, no habríamos tenido la oportunidad de tratarle como quiere, con la cercanía de quien abandonó su hogar de Dios, allá donde brillan las estrellas, para venirse a nuestras casa, para estar con nosotros, para que lo sintamos muy cerca...

domingo, 10 de diciembre de 2017

El legado de Lutero

Terminamos el año 2017 en el que hemos conmemorado el aniversario del cisma que partió el cristianismo occidental en dos. Digo conmemorado, y no celebrado, porque no creo que haya mucho que celebrar la mayor crisis que ha sacudido al cristianismo desde sus orígenes. Si bien el gnosticismo fue una gran amenaza para el cristianismo primitivo, o el arrianismo -unos siglos más tarde- estuvo a punto de barrer la ortodoxia cristiana, o el cisma de Oriente partió en dos mitades a la Iglesia, a mi modo de ver la mayor herida a la comunidad cristiana ha sido la mal llamada Reforma protestante. No cabe duda que la Iglesia necesitaba una reforma desde bien entrada la Edad Media, que las corruptelas de todo tipo habían deteriorado el mensaje evangélico en muchos estamentos de la Iglesia, pero lo que consiguió Lutero y los demás "reformadores" protestantes, no fue tanto reformar la Iglesia sino romperla. Romperla y, añado yo, desfigurar su doctrina hasta pulverizar la misma noción del cristianismo. No estoy diciendo que todos los protestantes estén alejados de Jesucristo, ni mucho menos: los hay muy piadosos y enormemente ejemplares en su actuar moral. Lo que estoy diciendo es que Lutero sembró el germen de una transformación doctrinal tan intensa que ha terminado por difuminar la misma esencia del cristianismo. La enorme división en las propias iglesias protestantes así lo prueba: más de 12.000 denominaciones desde el s. XVI a nuestros días, lo que indica qué pocos principios comunes dejó la "libre interpretación" de las Escrituras que preconizaba Lutero.
Hace poco estuve en Amsterdam, para una reunión de trabajo. Cuando viajo al norte de Europa, precisamente a esos países que se sumaron a la rebeldía luterana, comprobamos el resultado: son países donde el cristianismo ha desaparecido casi completamente, dejando solo al recuerdo las señales de la tradición cristiana.
No estoy juzgando las intenciones de Lutero, ni mucho menos las de los muchos cristianos que ahora siguen su tradición "reformadora", sólo me centro en las consecuencias. La reforma de la Iglesia era completamente necesaria, pero desde dentro de la Iglesia, no creando iglesias paralelas, con planteamientos doctrinales que poco tienen que ver con la tradición cristiana. Reformados son Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús, Hildegarda de Bingen y Felipe Neri. Ellos consiguieron que la Iglesia dejara muchas prácticas mundanas, que los sacerdotes estuvieran mejor formados y fueran mas ejemplares, que las órdenes religiosas buscaran la perfección espiritual. Naturalmente sigue habiendo necesidad de reforma en la Iglesia, porque donde hay seres humanos, hay debilidad y pecado, pero sobre un sustrato de valores y piedad que esté anclado en el Evangelio.
Lutero, Calvino, Zwinglio y compañía viven en el s.XVI en países cristianizados a partir del siglo VII. Si querían recuperar la pureza del cristianismo primitivo que según ellos había deformado la Iglesia romana, quizá deberían haber mirado a en qué creían los cristianos de los lugares donde nació el cristianismo. La fe en la presencia de Jesús en la Eucaristía, la importancia de la confesión o el sacerdocio, la devoción a la Virgen María o la petición a los santos, por ejemplo, son valores 100% comunes a los cristianos orientales y latinos. Sin embargo, todo eso es negado por los seguidores de Lutero. ¿Quién tiene más probabilidad de estar cerca de lo que Jesús realmente enseñó, de lo que sus primeros discípulos entendieron y practicaron, algunos cristianos del norte de Europa del siglo XVI o los sucesores de los lugares donde vivieron Jesús y sus primeros discípulos? ¿A qué tipo de sociedades han dado lugar los principios de Lutero? ¿Qué frutos de santidad, de piedad cristiana han ofrecido?

domingo, 5 de noviembre de 2017

Cambio climático y salud

Acabo de regresar de una reunión de la Academia Pontificia de las Ciencias sobre "Salud del Planeta y Salud de las Personas". El encuentro ha sido muy interesante, con el aliciente añadido de celebrarse en la sede de la Academia, la Casina Pio IV, en plenos jardines vaticanos. El encuentro ha tenido el valor añadido de juntar a especialistas muy variados de muy distintos países, tanto en el ámbito de las ciencias naturales como sociales. Además ha contado con la participación de algunos líderes políticos (el gobernador de California, el de San Luis en Argentina, el Ministro de Medioambiente chileno y algunos congresistas estadounidenses).
El tema más destacado ha sido la revisión de los impactos del cambio climático y la contaminación sobre la salud humana. A partir de un amplio informe de la Organización Mundial de la Salud y de una comisión específica promovida por la prestigiosa revista Lancet, se han ido revisando algunas manifestaciones de esos impactos, particularmente los derivados de la contaminación del aire que afecta a la mayor parte de las grandes ciudades, de modo singular en los países en desarrollo. Además de las enfermedades respiratorias, mejor conocidas, se ha puesto énfasis en las ligadas a la circulación de la sangre (infartos, ictus cerebrales,...), que causan más de 4 millones de muertes anuales. Los principales agentes de esa contaminación son los compuestos derivados de la combustión de las energías fósiles más contaminantes (carbón, diésel, gasolina con plomo), que causan la emisión de partículas sólidas, y de oxídos de nitrógeno y sulfuro, precursores del ozono troposférico.
 Además, se han revisado los impactos actuales y previsibles del cambio climático sobre la salud, tanto en lo hace referencia a fenómenos climáticos extremos (olas de calor, sequías, inundaciones), como a su impacto en la seguridad alimentaria, las reservas de agua, los vectores de transmisión de enfermedades o el incremento del nivel del océano.  Estos impactos se están observando ya y afectan a las población más pobres y vulnerables, precisamente los que menos impacto directo tienen en el origen del problema.
La causa común de la contaminación aérea y del cambio climático es el uso de combustibles fósiles, por lo que la recomendación primaria del encuentro es aumentar el esfuerzo para "decarbonizar la economía", aumentando la eficiencia por un lado (ahorro energético) y por otro promoviendo las energías de baja emisión, principalmente las renovables. Junto a esto, deberíamos fomentar los sumidores naturales de carbono (a través de la reforestación y la recuperación de tierras degradadas) y seguir avanzando en tecnologías que permitan atrapar parte del CO2 acumulado en la atmósfera hacia su almacenamiento geológico.
El encuentro ha valorado también la gran contribución de los líderes espirituales al cambio necesario para adaptar nuestro estilo de vida a un marco que considere los impactos ambientales de nuestro consumo, transporte, forma de vestir o alimentarnos. Se ha subrayado de nuevo la relevancia de la encíclica <Laudato si> como catalizadora de esta dimensión moral y espiritual, tan imprescindible para que el cambio del actual modelo social y económico tenga la profundidad requerida.

domingo, 22 de octubre de 2017

Pon entusiasmo para cambiar las cosas

"Una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie". Me encantan estas palabras del Papa Francisco que escribió al poco de iniciarse su pontificado, en la Evangelii Gaudium. Creo que hay que darle muchas vueltas cuando nos preguntamos por qué determinadas ideas prevalecen u otras se marchitan. No se trata tanto de que sean razonables (mucho mejor si lo son) o incluso coherentes (todavía mejor), sino de que se presenten con convicción, de modo positivo, festivo si se quiere. Ciertamente la manera de presentar las ideas propias no debería ser garantía de éxito, porque también puede hacerse entusiasta apología de cosas muy poco razonables, pero en la sensibilidad contemporánea, cuenta mucho más el entusiasmo con el que se presenta que la solidez del argumento.
Me parece que esta afirmación vale para casi todo, desde la transmisión de la Fe, que era en el marco en el que el  Papa Francisco presentó la frase que he citado antes, hasta la promoción de una estilo artístico, una escuela de pensamiento o un programa político. Sin entusiasmo es difícil cambiar las mentalidades. Y el entusiasmo lleva consigo imaginación para presentar el mensaje, coraje para defenderlo en todas las circunstancias, y testimonios personales que muestren el éxito de quien lo aplica con coherencia.
Pese a haber escrito un libro sobre el entusiasmo en la vida cristiana (permitanme que lo recomiende de nuevo), me sigue dando una "envidia sana" (si tal cosa existe) las personas que transmiten entusiasmo en el mensaje que propagan, sobre todo en el mundo académico en el que me muevo, porque muchas veces me reconozco como mas racionalista que emotivista. Obviamente presentar argumentos sólidos, certeros, es muy importante en la educación, pero también transmitirlos con pasión, con verdadero entusiasmo, ayuda enormemente a crear empatías, no sólo a transmitir conocimientos, sino vivencias, y por tanto, hábitos que estimulen el cambio. Y sin cambio, sin mejora, la educación -en cualquier nivel académico- se queda coja.
Me venía esta reflexión a la mente viendo estos días la situación de Cataluña. Un grupo presenta argumentos muy "serios" (la ley, la constitución, el estado de derecho); otro presenta testimonios y eslóganes que se apoyan en valores muy atractivos (libertad, autonomía, pacifismo...), que hablan de la vida, no solo de la razón, que indican lo que les gustaría ser y no lo que deberían ser. Me preocupa que los catalanes que prefieren mantenerse en España no parezcan mostrar entusiasmo por ello, mientras los secesionanistas lo ofrecen con ocasión o sin ella, sin apelar a razones de peso, que todavía no acabo de entender en profundidad. ¿Alguien puede explicarme exactamente por qué quieren separarse? ¿Qué grado nuevo de libertad adquirirían? ¿Dejarían de aplicarse las leyes, serían otras, cuáles? ¿Tendrían mejores servicios públicos? ¿Dejarían de pagarse impuestos? ¿Habría otros territorios en Cataluña que también tendrían derecho a la autodeterminación?
Me parece que si se quiere cambiar la marea que lleva a una gran parte de la población catalana al independentismo es preciso articular un mensaje ilusionante, entusiasta, de qué significa estar en España, qué aporta la Historia común, la cultura compartida, la forma de ver el mundo, los valores familiares, las tradiciones... No es solo cuestión económica, ni jurídica, sería muy poco entusiasmante que fuera solo eso.


domingo, 15 de octubre de 2017

La revolución que cambio el mundo

Se cumple este mes el primer centenario de la Revolución Rusa, iniciada en marzo de 1917 con el destronamiento del zar, y culminada en octubre con la proclamación del gobierno bolchevique que abría paso a la creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.
Llama la atención el poco impacto mediático que está teniendo esta conmemoración, quizá por haberse diluido en la vorágine informativa del secesionismo catalán, o quizá porque la izquierda ideológica es poco amiga de aceptar su pasado histórico cuando es especialmente perverso. Mis casi 57 años (los cumplo en unos días) me permiten recordar el entusiasmo con el que la izquierda valoraba el regimen soviético, incluso en los años 70 y 80, cuando ya eran bastante evidentes las barbaries que había cometido con su propio pueblo. Recuerdo una entrevista que realizó TVE a Aleksandr Solzhenitsyn poco antes de ser galardonado con el premio Nobel de literatura. Su descripción del horror de los campos de concentración mereció para algunos compañeros de carrera, que seguían empeñados en defender el marxismo, el calificativo de engañosa, el del entrevistador (José María Iñigo) de tendencioso, y el del entrevistado de "fascista", que es el apelativo coloquial de todo aquel que no está de acuerdo con las ideas de quien reparte los "carnets de progre" (por cierto hace unos días le aplicaron el mismo calificativo a Serrat a propósito de sus dudas sobre el supuesto referendum, ya se ve que la ideología marxista mantiene sus atavismos).
Volviendo a la revolución rusa, me parece grave que no se recuerde un acontecimiento de tal magnitud histórica, no sólo porque fue el primer estado donde se aplicó el sistema marxista (lo que luego se denominó el socialismo real), sino porque fue el núcleo que expandió esa ideología a múltiples países: desde Cuba hasta Camboya y China, pasando por buena parte del Este europeo y Sur asiático. El balance de estos regímenes es aterrador: 100 millones de muertos según algunos autores. Ya fuera por  flagrantes incompetencias en la gestión pública, que llevaron a enormes hamburnas en Rusia o China, ya por la represión política generalizada (el caso de Camboya es especialmente terrible, pero no hay que olvidar a Corea del Norte o, en mucho menor grado, a China, todavía actualmente), los crímenes asociados al sistema marxista son inmensos, y todavía frecuentemente banalizados o ignorados, por quienes siguen identificando al marxismo con el progreso social.
Quien quiera conocer con algo más de detalle el origen de esta maquinaría ideológica que ha impactado terriblemente la vida de cientos de millones de personas en el s. XX, y aún hoy día, les recomiendo la lectura de la obra de Vladimir Lamsdorff-Galagan: "La Herencia de la Revolución Rusa", publicado hace unos días por Digital Reasons. Describe de manera ágil y muy bien documentada el origen y desarrollo del proceso revolucionario ruso, la entronización de Lenin y Stalin, las contradicciones del sistema y su derrumbamiento a fines de los años ochenta. Un obra sencilla, de fácil lectura, pero que hará pensar a muchos intelectuales más familiarizados con la ideología que con la Historia.

domingo, 1 de octubre de 2017

¿Nacionalismo = Egoísmo?

Este verano charlaba con un buen amigo con el que nunca había comentado temas políticos, ya que nos unen otro tipo de intereses culturales y, sobre todo, ambientales. En concreto, salió el tema del nacionalismo catalán, al que mi amigo se adhería con singular entusiasmo. La conversación transcurrió en un tono cordial y razonable, pero me dejó muy mal sabor de boca, ya que suponía empañar, de alguna forma, la amistad que habíamos forjado a partir de esos intereses comunes. Es propio de amigos compartir ideas, y no sería lógico que estuvieramos de acuerdo en todas. Del diálogo surge la comprensión, ver las cosas desde otro punto de vista y aprender de quien discrepamos. Sin embargo, en las cuestiones políticas, esos intercambios de opiniones acaban resultando pegajosos, y queda el poso tras el rifirafe de que algo se ha levantado entre nosotros.
Casi dos meses después de aquella conversación, hoy se evidencia esta cuestión en el proceso independentista de Cataluña, que ha supuesto la separación de amigos y de familias, azuzados por los políticos oportunistas, remachado por los medios de uno y otro bando, y sembrados por muchos años de educación unidireccional.
En la conversación con mi amigo, lo más decepcionante fue constatar que tras las grandes aspiraciones se escondía, en el fondo, la búsqueda de la autonomía económica. Tras repasar las raíces culturales o históricas del sentimiento separatista, me vino a decir algo así como: "si nos hubieran dado algo parecido al cupo vasco, no se hubiera llegado a esto". Así que de eso se trata, pensé, de que el dinero que se genera allí se quede allí, de contribuir menos al bien común y algo más al bien de ese territorio. Es un argumento fácil de esgrimir. En tiempos de crisis, encontrar el culpable en la contribución que se realiza a otros territorios más desfavorecidos es muy sencillo. Basta además con insistir en el supuesto despilfarro de quienes reciben esos recursos. Como el asunto no es muy elegante, se tiñe de otras cuestiones: se habla de sentimiento (que entiendo, y me parece muy respetable), de historia (que convendría estudiar más a fondo, por ambos lados), de cultura (que todos valoramos, la de uno u otro lado), y, a más a más, del sacrosanto derecho a decidir nuestro futuro. No se habla de dinero, se habla de democracia, de derecho a elegir y de otras muchas cosas que son n nobles y fácilmente vendibles, sobre todo de cara al exterior. A mi me resulta cuando menos sospechoso que quien reclame la independencia sean las regiones más ricas de un país: Lombardía, Cataluña, País Vasco, Quebec... Me parecen más auténticas las que saben que pueden perder recursos si se separan, pero están convencidas de que tienen una herencia distinta: Escocia, Irlanda, Córcega...
La solución es muy compleja, pero como escribir es gratis, propongo que hablemos a fondo de ese asunto, del dinero, de cuánto y cómo tiene cada territorio de un estado que contribuir al bien común. Quizá si el estado de las autonomías no ha resuelto los problemas del nacionalismo catalán es porque nunca se ha planteado un verdadero estado autonómico, en donde quien gestiona los servicios cobre por ellos a sus ciudadanos: quien no pueda o no quiera hacerlo, que le ceda sus competencias al estado.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Spotlight: las medias verdades

Ayer vi Spotlight, ganadora del Oscar a la mejor película y al mejor guión en 2016. Cuenta la investigación realizada por unos periodistas del Boston Globe sobre los abusos sexuales de sacerdotes católicos en la diócesis de Bostón, que concluyó con un gran escándalo social y religioso,que todavía mantiene un clima de sospecha sobre el clero católico en muchos países del mundo, incluido el nuestro, pese a que no se hayan detectado casos significativos.
La película está muy bien hecha, los actores son excelentes, el guió es vivo y las diferentes historias están bien entrelazadas. Ciertamente la película merece el óscar, aunque me queda la duda de si también su sesgo anticatólico ha colaborado en el éxito. Me pregunto qué hubiera pasado si, por ejemplo, la cinta hubiera elaborado la idea de que la mayor parte de los abusos sexuales se realizaron por sacerdotes homosexuales. Seguramente, la cosa hubiera sido distinta: quizá ni siquiera se habría estrenado.
La película, como se indica al inicio, está "basada en hechos reales", los personajes son los que son y los hechos se parecen bastante a lo que ocurrieron. Como a cualquier católico razonable, me llena de profunda verguenza y pena lo ocurrido en Bostón y cualquier otro país donde se hayan producido estos abusos de niños, y me cuesta entender cómo una persona que ha entregado su vida a Dios y a los demás pueda caer en tamaña degeneración. Pero, a la vez, me parece que la película plantea una visión maniquea de un problema muy complejo. Para el guionista de Spotlight, la diócesis de Bostón, con el cardenal Law a la cabeza, no sólo no hizo nada eficaz para acabar con el problema, sino que hizo todo lo posible para encubrirlo. El film extiende esta sospecha a toda la Iglesia, presentando en el epílogo de la película la dimision y traslado a Roma del cardenal Law poco menos que como un ascenso. Poco saben de la forma vaticana de retirar a un obispo de su mandato cuando su actuación ha sido equivocada, como el mismo Law reconoció al marchar: "A todos los que ha sufrido por mis defectos y errores les pido a la vez disculpas e imploro su perdón". Nada se dice, por supuesto, del muy activo papel de Law en la promoción de los derechos civiles en los años 60 en EE.UU.: en la película se le presenta como una figura más bien frívola y superficial. 
Nada se dice tampoco de los esfuerzos internos de la Iglesia para conocer y atajar el problema (recomiendo el libro de George Weigel, El coraje de ser católico, 2002). De hecho, una parte de la opinión pública puede pensar que la pederastia se da únicamente en la Iglesia católica, simplemente porque es la única institución religiosa que ha investigado y publicado masivamente esos abusos. Los informes más concienzudos en EE.UU. realizados a partir de casos estudiados en un periodo de 50 años afectan al 4% de los sacerdotes católicos de ese país, y la mayor parte de los casos comprobados afectan únicamente al 0.002 %: esto es se trata de verdaderos desequilibrados.
Por otro lado, no queda muy claro las supuestas terribles presiones que iba a ejercer la Iglesia contra el Boston Globe para que no publicara su reportaje. Uno hubiera esperado ver en el film varios matones visitando a cada uno de los periodistas, pero esa tremenda presión parece que se concretó en un par de conversaciones de amigos católicos con el encargado del equipo. Parece que el guionista tiene una percepción equivocada del supuesto poder del catolicismo en Boston: quizá eso explique que haya sido gobernador de Massuchussets... un mormón!! (Mitt Romney: 2003-2007).

Sin quitar un ápice a la gravedad del problema, y aplaudiendo las múltiples iniciativas que tanto Benedicto XVI como Francisco han tomado en esta cuestión, un juicio objetivo sobre la pederastia en los sacerdotes católicos concluye que se trata de un fenómeno muy marginal. En ningún paso sería justo afirmar que esta patología se da más entre los católicos que entre otros colectivos religiosos, incluidos sus líderes. Ernie Allen, presidente del National Center for Missing and Exploited Children, de EE.UU. concluía en un artículo de Newsweek (2010): "Puedo afirmar sin duda que hemos visto casos en muchas instituciones religiosas, desde evangélicos a ministros de las principales denominaciones, pasando por rabís y otros". Si esto es así, la pregunta obligada es "¿por qué sólo hay noticias de los sacerdotes católicos? ¿se imaginan una película de Hollywood donde el protagonista fuera un rabino pederasta?
Insisto, no estoy defendiendo la conducta de quienes abusaron de niños con el agravante de la confianza que da un autoridad religiosa: me parece repugnante. Sólo estoy diciendo que el caso, desgraciadamente, no es exclusivo de la Iglesia, sino que afecta a muchas otras entidades, civiles y religiosas. Pero escupir sobre la Iglesia católica es gratis, en ciertos ambientes está bien visto.


domingo, 10 de septiembre de 2017

La respuesta al Islam

Hablaba ayer con un amigo sobre los recientes atentados yihadistas en Cataluña. Me indicaba su preocupación por dar una respuesta adecuada a la creciente influencia islámica en Europa. Aunque en España nuestra relación con el Islam tiene unas largas raíces históricas (700 años de convivencia, o mejor decir de confrontación), hay otros países europeos donde la influencia musulmana actual es mucho mayor que en el nuestro. Por ejemplo, en Francia o en Alemania, donde la inmigración del norte de Africa y de Turquía, respectivamente, supone ya un porcentaje elevado de su población.
La primera reacción ante esta creciente influencia puede ser muy variada. Para algunos, supone un peligro inminente, pues parten de la base que los valores islámicos no aportan nada a las sociedades democráticas occidentales, o más bien son caballos de Troya para destruirlas. Para otros, se trata de un enriquecimiento cultural, al agrandar nuestra visión con nuevas perspectivas. Otros simplemente consideran que es una tendencia inevitable: ante el agotamiento demográfico y la crisis de valores que viven las sociedades occidentales, habrá otros valores que los reemplacen.
Me parece que todos tienen algo de razón, y que no resulta fácil tener una postura (y una política) coherente y de largo plazo ante la rapidez de las transformaciones sociales y culturales que estos fenómenos de emigración masiva suponen. Históricamente, los grandes imperios, con los valores que implicaban, cayeron por su propia debilidad interna, y fueron reemplazados por otros pueblos que, paradójicamente, acabaron adoptando buena parte de esos valores. El caso del imperio romano es particularmente nítido: implicó el colapso de lo que entonces era Europa, la ruptura política y social a gran escala, la sustitución de un "estado de derecho" (con todas sus limitaciones de época, pero bastante similar a lo que ahora entendemos por este concepto), por un conjunto disgregado de poderes locales, que costó más de mil años convertir en estados nacionales. No sé si ahora occurrirá algo parecido con la inmigración africana y asiática a Europa. A mi modo de ver una de las principales diferencias sería qué institución -o conjunto de valores- quedaría tras ese debacle político. En el caso del imperio romano, fue la Iglesia quien se encargó de transmitir la cultura clásica, quien en última instancia garantizó que no se empezara de cero, y que finalmente se recuperara lo mejor del ingenio greco-romano, asumiendo sus progresos. ¿Quién haría ahora ese papel? ¿Está la Iglesia en condiciones de hacerlo? ¿Es lo suficientemente coherente, con principios morales y teológicos claros que fundamenten una economía, una cultura, una política? ¿Tendría la influencia intelectual que tuvo para sostener lo mejor de nuestra cultura actual y servir de germen de una sociedad post-europea?
No sé responder a esas preguntas, pero sí me queda claro que el problema no es tanto la influencia exterior, la inmigración de pueblos con otras culturas, sino el debilitamiento interior, la falta de capacidad del cristianismo europeo para alumbrar al mundo contemporáneo con valores que no sean contemporáneos, precisamente porque lo contemporáneo deja todos los días de serlo. Solo puede alumbrarse el presente con energía que sea permanente, porque el presente deja de serlo en cuanto lo hemos vivido. No podemos mantener una sociedad honda sin raíces, no habrá valores si mantenemos la liquidez, la vaciedad, que pretende mostrarse como fundamentadora de la convivencia. No se pierde la convivencia pacífica porque se tengan ideas sólidas, sino solo porque no sepan defenderse con razones. Más bien al contrario, sólo se emplea la violencia cuando no se tienen razones para defender las ideas o cuando las ideas se han convertido en ideología, al margen de la realidad que debería sustentarla.

sábado, 26 de agosto de 2017

La versión californiana del martirio

Acabo de regresar de vacaciones, donde he estado más perezoso de lo habitual para hacer las entradas semanales en este blog. Ya lo siento. Seguramente mis entusisastas lectores habrán estado entretenidos con otras cuestiones más relajantes en estos días.
Quería reiniciar las entradas comentando una de las películas que he visto estos días. No es reciente (eso de ver películas de estreno no va conmigo, prefiero que reposen unos meses y pasen el filtro de la banalidad), pero parecía obligado verla, por el tema que trata, la aniquilación del cristianismo en el Japón del s. XVII, y por el director, Scorsese, uno de los pesos pesados de Hollywood. La película tiene interés, no cabe duda, y trata de un tema histórico muy poco cubierto por los guionistas de la meca del cine. Sería un buen filón para películas dramáticas, pues el cristianismo ha sido perseguido en múltiples lugares y periodos de la Historia (incluido el momento presente) aunque haya algunos que parezcan no haberse aún enterado.
En mi modesta opinión, la película de Scorsese es cinematográficamente discreta y culturalmente inmadura. El metraje es excesivo (casi tres horas) para lo que se cuenta, uno tiene la sensación de que se quiere extender articialmente la película, sobre todo durante el cautiverio del padre Rodrigues. La fotografía es de lo mejor de la película, así como los tres primeros minutos, hasta las secuencias del martirio en la playa de quienes habían acogido a los dos sacerdotes jesuitas en busca del padre Ferreira, lider de la evangelización cristiana de Japón, que luego apostataría de la fe.
En mi opinión, la cuesta a Scorsese y al guionista entender lo que significa el martirio, la excelsitud de la moral cristiana, y no sabe diferenciar bien entre el heroísmo y el fanatismo, que parece apuntarse en las conductas mas coherentes del padre Garupe, y que acaban quitándole atractivo a un espectador del s. XXI. No es fanático quien muere como mártir sino que mata a los mártires. Nada más terrible que llamar martires a quien muere matando a otros, en este terrorismo que algunos quieren vincular con Dios, con Dios que siempre es Vida. 
No es fácil entender el martirio para una mentalidad contemporánea, acostumbrada a negociar todo y a no tener ninguna referencia consistente.¿Qué sentido tendría morir por una determinada fe religiosa, si todas son iguales, si no puede diferenciarse la verdad del error? ¿Alguien imagina que una persona pudiera dejar su vida cómoda y marcharse al otro extremo del mundo a predicar el amor de Dios a los hombres con esa mentalidad? Si no tiene ninguna lógica ahora, mucho menos la tenía en el s. XVII, donde la idea de Dios era mucho más cercana, donde el cristianismo se evidenciaba en el encuentro con una Persona, que daba un sentido completamente distinto a la vida.
No es fácil que un director contemporáneo, aunque tenga un cierto conocimiento del cristianismo entienda esto. Por eso su propuesta se queda a medio camino, no consigue explicar un drama interior, que sí está presente en otrs películas de temática religiosa (por ejemplo, de "Dioses y Hombres"). Por eso me parece que Scorsese se queda a medio camino y no consigue convencer a casi nadie, y una película que podría haber sido una obra de gran calado acaba convirtiéndose en un film que genera más inquietudes que respuestas.

domingo, 23 de julio de 2017

Historia o leyendas

Estoy leyendo estos días el libro de Elvira Roca sobre las leyendas negras que han acompañado a los grandes imperios de la Historia (excepción del inglés, por algo será), y de modo más especial al español. Se trata de una obra muy bien documentada y amena de lectura, donde realiza un interesante paralelismo entre cuatro grandes imperios: Roma, Rusia, EE.UU. y España, cada uno situado en distintos momentos de la Historia, pero todos con muchos rasgos en común. Qué hace que un país llegue a crecer hasta convertirse en un imperio, y qué relación plantea ese crecimiento en los países que compiten con él, son algunos de los temas que plantea Elvira. Todos los imperios han tenido sus detractores, quienes consideraban que eran fruto de un destino inmerecido y construyeron leyendas para entorpecer su imagen, leyendas que esos imperios apenas pusieron esfuerzo en desmerecer. Pasó con los griegos frente a los romanos en la Antiguedad, con los franceses frente a los rusos en el XVIII, con los europeos frente a los estadounidenses actualmente, y con holandeses, ingleses y alemanes frente a los españoles en los siglos XVI y XVII.  Los mitos son muy parecidos en todos los casos, mezclanco medias verdades con aparatosas invenciones. Esos imperios han sido acosados de incultura, degradación social o racial, crueldad, egoísmo, fanatismo o un largo etcétera. La autora, como no podía ser menos, se entretiene especialmente en el caso español, donde la acción propagandística de los enemigos del imperio española ha sido particularmente eficiente: tan eficiente que se lo han creído los mismos españoles. Describe Barea, por ejemplo, con gran detalle la campaña propagandística montada por Guillermo de Orange para desprestigiar a Felipe II, el monarca legítimo de los Paises Bajos, y preparar el camino de la secesión. Ganó ambas guerras, la de los folletos y la del campo de ballata (con bastantes reveses en los largos años del conflicto), pero sin duda la primera es la que más ha perdurado. Lo lamentable es que todavia perdure, tanto en la visión que se imparte en las aulas holandesas como -lo que es realmente inexplicable- en las españolas: supuesto carácter fanático y cruel de Felipe II, acusandole incluso de matar a su hijo Carlos, imagen distorsionada -hasta el ridículo- de la Inquisición, supuesto intento de aliarse con los turcos, impuestos abusivos y un largo etcétera.
Y para darle un color de actualidad, basta leer entre líneas los comentarios que hace Barea sobre el impacto de esa campaña propagandística en el nacionalismo holandés que acabo en la independencia. La verdad histórica importaba, y parece que importa, bien poco: lo que importa es conseguir los objetivos que se pretenden, bañándolos de un sentido de la justicia que, en toda justicia, completamente carecen. 


domingo, 2 de julio de 2017

Los mormones: sentimiento y razón

No voy a descubrir la importancia de la libertad religiosa, de que cada uno pueda ejercer la religión que estime en conciencia más verdadera. Pero el respeto a las creencias de los demás no es identificable con el relativismo religioso, que pondría en el mismo plano cualquier creencia independientemente de su sustrato teológico, de los principios morales que lo guían o de su desarrollo en la Historia. Algunas tradiciones religiosas tienen un enorme recorrido histórico, son tan antiguas como la propia  civilización humana; otras obedecen a impulsos casi contemporáneos, muchas veces como variantes de otras tradiciones espirituales que se consideran revisables. En este marco estarían lo que denominamos cultos o sectas postcristianas, que basándose en el sustrato doctrinal e histórico del cristianismo, proponen un esquema de creencias que acaba formando una ideología que poco o nada tiene que ver con el Evangelio.
Este es el caso de los Mormones o "Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días", una separación del cristianismo propuesta en el s. XIX por Joseph Smith en 1830. Tengo que reconocer que mi conocimiento de los mormones se reducía a conversaciones muy esporádicas con alguno de sus misioneros y con la curiosidad que inspira el enorme edificio que construyeron no lejos de mi casa. Por eso la lectura del último libro de Vicente Jara y Jorge Núñez sobre este movimiento religioso me ha resultado de especial interés. "Los mormones. ¿De verdad sabes quiénes son?" es un libro escribo con notable fluidez, fruto de un algo más de 300 pags. Tras su lectura, me ha llamdo poderosamente la atención, la muy débil estructura doctrinal de este movimiento.Las afirmaciones que hacen en el Libro de Mormon, su confusa mezcla con algunos elementos de la Sagrada Escritura, su escasísimo rigor en las fuentes históricas, culturales y arqueológicas, hacen de los Mormones un movimiento que se parece mucho más a un sentimiento que a una razón, porque, tras le lectura del libro, uno se pregunta: ¿cómo pueden creerse honestamente tal cúmulo de despropósitos? ¿Cómo afirmar la existencia de una cultural inexistente más allá de sus propias referencias, de un lenguaje del que no tenemos ningún otro testimonio que el afirmado por el Libro que les inspira? No tengo duda que habrá muchos mormones honestos y entusiastas de su religión, pero ciertamente sus fundamentos parecen muy débiles. Recomiendo la lectura de este libro, documentado en las propias fuentes mormonas, intentando con la mayor honradez posible mostrarlas. No se pretende ofender a nadie, sólo poner en evidencia sus creencias y prácticas.

domingo, 11 de junio de 2017

Iran, un país por descubrir (II)

Decía en mi anterior entrada que Irán es actualmente un país bastante tranquilo y seguro. Pocos días después ha ocurrido el primer atentado serio en suelo iraní, perpetrado por los mismos comandos que siembran el terror en Londres, Egipto, Irak o París. Es el primero, y espero que no sea indicio de nada, porque seguramente la población va a dar muy poco apoyo a este tipo de grupos terroristas, entre otras cosas porque son instigadores de una forma de entender el Islam que ellos no comparten.
Como es bien sabido, Irán es el país más extenso de mayoría Chii, una de las dos grandes ramas del Islam y la menos extendida: ocupa la mayor parte de ese país, el centro y sur de Irak, y partes de Yemen, Siria, Palestina y el Líbano. Muy poco en comparación con la mayoría Suni (85%), presente en el resto de los países de mayoría musulmana.
Mezquita de Vakil en Shiraz
El Islam iraní tiene muchas particularidades sobre el de otros países, no solo por la situación actual (por tratarse de uno de los pocos países del mundo gobernado por un líder religioso), sino también por sus raíces históricas. Conviene recordar que muchos siglos antes del nacimiento del Islam ya existían culturas florecientes en el actual territorio iraní (Persas, Medos, Partos, etc.) y que el Zoroastrismo nació en territorio iraní en torno al segundo milencio antes de Cristo. Aunque la conquista y conversión musulmana del país redujo notablemente la presencia de esta religión, todavía quedan seguidores en su territorio, así como en Irak, India y algunos países occidentales. Además de esta religión, conviven en suelo iraní creyentes del Islam suní, cristianos de diversos ritos, judíos y bahais. 
Catedral de Van en Esfahan
En mi reciente viaje por esas tierras me ha parecido percibir poco fervor religioso entre las personas más jóvenes, que no aceptan de buen grado la estrecha relación entre poder político y tradición islámica. Me llamó la atención que la inmensa mayoría de las mujeres en el vuelo de vuelta, que hizo escala en Estambul, se quitaron el velo al poco de aterrizar. Ciertamente los maridajes entre lo político y lo religioso acaban por perjudicar a la religión, que se deshace de su contenido más hondo.
No puedo hacer afirmar mucho sobre el respeto efectivo en el país a la libertad religiosa de las minorias, porque no he observado elementos ni a favor ni en contra de ella. Sí es evidente que se trata realmente de minorías, que apenas suman entre todos un 1% de la población del país. Para mi ése ha sido quizá el aspecto menos atrayente del viaje, ya que Irán ha sido el país de los que he visitado en el que me ha resultado más difícil asistir a la santa Misa. De hecho, ha sido tan difícil como que no he conseguido hacerlo ningún día de los cinco que estuve. Mi primera decepción fue comprobar que no había iglesias católicas en ninguna de las dos ciudades que iba a visitar: Esfahan y Shiraz, pese a estar entre los cinco núcleos más poblados del país. Escribí a la nunciatura de la Santa Sede en Teherán unas semanas antes de mi viaje y me confirmaron que no había iglesias católicas al sur de la capital. Lo intenté, no obstante con otras comunidades cristianas, en concreto los armenios, que fueron deportados a Esfahan a inicios del s. XVII desde la Armenia que se disputaban Turquía y el imperio Safavida. Allí construyeron la preciosa catedral de Van y algunas otras iglesias en el distrito de Jolfa, al sur del rio Zayandeh. Allí también hay un museo que recoge varias obras de arte de la comunidad armenia en el lugar, textos de la Sagrada Escritura en diversos idiomas locales. Tuve ocasión de visitar esa catedral y otra iglesia dedicada a Ntra. Sra. de Belén, que estaba en reparación. En Shiraz tuve menos suerte, y aunque lo intenté en varias ocasiones por teléfono y en tres presencialmente no conseguí enterarme a qué hora era la misa dominical. No sé si es debido a la escasa actividad o el miedo (el guía que me enseñó la ciudad, me comentó que tenían algo de desconfianza, quizá por haber sufrido persecución en décadas pasadas).

lunes, 29 de mayo de 2017

Irán, un país por descubrir (I)

Escribo estas líneas desde Irán, un país que pocos conocen directamente, aunque salga con tanta frecuencia en los medios de comunicación. He venido a un congreso profesional, aprovechando el fin de semana para conocer algunos otros lugares emblemáticos del país. Quizá cuando se habla de un estado religioso todo el mundo piense en Irán, donde ciertamente el máximo poder está en una autoridad religiosa (en este momento en el ayatollah Alí Jamenei), que es además elegida por una comunidad religiosa (el consejo supremo de la república islámica). Naturalmente para un europeo del s. XXI esto es difícil de comprender, pero conviene conocer un poco la historia de este país para situar el origen de esta institución, fruto de una revuelta popular contra un régimen pro-occidental (poco religioso por tanto), profundamente corrupto y con un registro atroz, al menos en los últimos años, de torturas y matanzas de enemigos políticos. La revolución islámica fue popular al inicio, pero han pasado casi cuarenta años y ahora tengo la impresión, tras hablar con varios colegas universitarios y guías de mi viaje, que el entusiasmo revolucionario ha pasado, y que una gran parte de la población quiere un Irán más abierto al exterior, más laico y más democrático. Ahí están los que votaron por el actual presidente Rohani (que ganó con el 60% de los votos), desafiando al candidato a quien había elegido personalmente Jamenei. No sé cuanto durará más este estado de cosas, pero sí tengo la impresión que el país vive de manera mucho más amable su religión y su apertura al mundo de lo que sus barbudos líderes manifiestan. Estamos en Ramadán y, aunque oficialmente no se puede ni beber, ni comer, ni fumar durante las horas de sol, la gente lo hace con cierta discreción. Las tiendas son bastante similares a las nuestras, dentro de su cultura obviamente, y el inglés sigue siendo con diferencia el segundo idioma más preferido por los jóvenes estudiantes.
Jardín persa en Shiraz
La amabilidad de los iraníes y la seguridad del país hará éste un destino muy atractivo para muchas personas que quieran disfrutar de una cultura muy distinta a la nuestra, sin olvidar las raíces históricas que precedieron al Islam: desde medos, persas y partos, hasta el Imperio sasánida. Afortunadamente, muchos de esos tesoros culturales se han mantenido, enriqueciéndose con las aportaciones del Islam en las bellas mezquitas de Teheran, Esfahan o Shiraz.
En próximas entradas abundaré un poco sobre mis impresiones de este país, aunque ciertamente sean muy elementales, ya que sin vivir años en él y conocer y lengua, siempre serán fruto de comparaciones que pueden ser más o menos acertadas. En cualquier caso, recomiendo vivamente su visita. Ahora no es un país muy turístico, pero tiene un potencial impresionante, tanto en parajes naturales como en herencia artística. Sus gentes son amables y viven con fidelidad, ésa ha sido mi experiencia y la de otros europeos que he preguntado, esa hospitalidad oriental que no sabe de intereses, sino de personas.

domingo, 21 de mayo de 2017

A vueltas con la Masonería


En  mi adolescencia todavía estaba de moda la famosa "conjuración judeo-masónica", con la que parecía justificarse cualquier tipo de desgracia, ya fuera social, económica o incluso de origen natural. Así las cosas, quedaba en la memoria colectiva que eso de ser judío o masón estaba asociado al carácter conspirador, no se sabía muy bien frente a qué o quién, ni por parte de quién o qué, pero así las cosas era terreno del que convenía alejarse por prudencia.
Luego estudié Geografía e Historia, y ya pude poner cara y actos a los judíos, aunque mucho menos a los masones, que me siguieron pareciendo a medio camino entre la ficción y la realidad. Quienes achacaban a la masonería buena parte de nuestros debacles históricos, me parecían personajes proclives a la exageración o quizá a la fantasía. La imagen se hizo algo más nítida al estudiar Historia Contemporánea, de la mano de la magnífica profesora Ruíz de Azua, en donde los masones aparecían relacionados con algunas de los movimientos revolucionarios más relevantes del siglo XIX (unificación italiana o independencia de las colonias españolas en América), para mostrar un fuerte protagonismo en la Primera y Segunda Repúblicas españolas, en donde la lista de masones, siempre dudosa por aquello de ser más bien sociedad secreta, resultaba bastante prolija.
Más allá de estas referencias, poco he profundizado, entiendo que como el común de los mortales, en las sociedades masónicas, que me han seguido pareciendo más bien cosa del pasado. Sin embargo, el último libro del Profesor Manuel Guerra da bastante luz sobre los fundamentos ideológicos, las prácticas rituales y el alcance socio-político de la Masonería, por lo que me parece muy recomendable para quienes quieran profundizar en esta temática. El Prof. Guerra lleva bastantes años trabajando en la cuestión, asi que el libro resulta de notoria autoridad. Además, el autor combina este conocimiento con una amplisima cultura teológica que le permite aportar también un juicio certero y equilibrado sobre las relaciones entre masonería y cristianismo, que siguen siendo -no lo olvidemos- incompatibles, pese a quienes quieren dulcificar el carácter ideológico de la masoneria. El Arbol Masónico resulta un libro de muy recomendable lectura, muy amplio y bien documentado, que facilita una visión actualizada y crítica de esta institución, que sigue pareciendo anónima al ciudadano medio pero que todavía cuenta con una indudable influencia social y cultural.

domingo, 14 de mayo de 2017

¿Cuidar el ambiente es de izquierdas?

Paseaba hoy por el carril bici madrileño, en una preciosa mañana dominical, disfrutando de esta infraestructura que me resulta ya muy familiar. Me sigue pareciendo una iniciativa excelente de quien fuera -en mi opinión- uno de los mejores alcaldes que hemos tenido en Madrid. Los tópicos que marcan las tendencias políticas, por alguna extraña razón que desconozco, asimilan el cuidado del medio ambiente a los partidos-personas de izquierda, pero en esto -como en tantas cosas- hay que distinguir entre teorías y hechos. El hecho concreto es que los "agujeros" del carril bici no se han rellenado por el ayuntamiento actual (tras dos años de gestión), que parece más interesado en cambiar nombres de calles que en mejorar la viabilidad sostenible del municipio. De momento, sólo he recibido del actual consistorio una encuesta donde dicen que van a hacer tal y tal cosa, pero aún no he
visto nada concreto: sigue sin cerrarse el carril bici, no se han mejorado nada sus tramos más conflictivos, y sinceramente no veo que la política de promoción del tranporte colectivo o los coches eléctricos sea más que una declaración de intenciones. A mi modo de ver la única medida de cierto calado en favor del ambiente ha sido la prohibición de circular a los coches en momentos de máxima congestión atmosférica. Gracias a eso, por vez primera muchos conductores se plantean comprarse vehículos de menor emisión o enterrar defnitivamente los diesel. La medida implica un coste cero para el ayuntamiento, asi que no puede decirse que el consistorio madrileño haya invertido gran cosa en el ambiente de la ciudad: veo los mismos jardines que antes, los mismos kilómetros de carril bici, las mismas bicicletas urbanas, las mismas bonificaciones para vehículos híbridos... en fin, la conclusión que saco es que el gobierno más emblemático de Podemos no parece evidenciar una preocupación ambiental efectiva.
Hasta aquí los hechos, que podríamos multiplicar con otros muchos ejemplos de gobiernos de izquierdas que en el pasado han tenido una lamentable trayectoria ambiental (la URSS, por ejemplo), y que ahora continúa China (con indicadores ambientales nefastos, aunque hay mejoras en los últimos años), Corea del Norte, Venezuela o Cuba (con matices, naturalmente). Sin embargo, son los gobiernos de centro o centro izquierda (Alemania, Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Noruega) los que han tomado medidas reales para cambiar su forma de relacionarse con el ambiente, para construir economías de baja emisión. Aquí, ni unos ni otros parecen interesados en la materia, y seguimos esperando que se modifique el absurdo regimen de las renovables o que los presupuestos del Estado aprueben las ayudas a la adquisición de coches eléctricos: veremos qué papel juega Podemos en esos cambios, aunque me temo que no está en lo más alto de su agenda de prioridades.

domingo, 23 de abril de 2017

¿Somos algo más que máquinas?


http://www.digitalreasons.es/libro.php?valor=Inteligencia%20Artificial.%20%C2%BFConciencia%20artificial?

El vertiginoso desarrollo de la tecnología nos asombra a cada momento, presentando cada vez más sofisticadas aplicaciones de cómo las máquinas pueden imitar o reemplazar las cosas que hacíamos hace apenas unas décadas en exclusiva los seres humanos, o incluso abordar otras muchas que serían inviables para nuestra capacidad. Son numerosas las películas que nos hablan de un futuro donde las máquinas serán casi irreconocibles de las personas, incluso para ellas mismas: desde Blade Runner, hasta Inteligencia Artificial, pasando por Yo Robot se aportan reflexiones sobre los límites de esta inteligencia "artificial", que lleva camino, según algunos, de reemplazar a la humana.
Pero no hemos de olvidar que cualquier máquina debe su capacidad a haber sido programada por una inteligencia humana, y que todavía ignoramos muchísimas cosas del cerebro humano para afirmar, con cierta base, que los engendros artificiales están imitando bien nuestro pensamiento. La clave tal vez está en considerar que un ser humano es únicamente un cerebro avanzado, una máquina igual a las que construimos pero más compleja. Incluso se llega a plantear la posibilidad de transferir el cerebro de una persona a una máquina, o de reparar el dañado con implantes artificiales. No soy especialistas en estas cuestiones, obviamente, pero sí me preocupa el impacto ético que estas cuestiones pueden llevar consigo. Sin duda una mejor referencia que las reflexiones que pueda yo realizar en esta entrada es el libro recientemente publicado de la profesora Natalia López Moratalla sobre estas cuestiones: Inteligencia Artificial. ¿Conciencia artificial?, es una obra que invita a la reflexión y que presenta el estado actual del desarrollo y las implicaciones científicas y morales que esta carrera por entender mejor y emular el cerebro humano están llevándose a cabo en buena parte de los países más desarrollados tecnológicamente. Un ensayo muy interesante para quien quiera entender mejor las diferencias entre mente y cerebro, entre máquina y persona, para comprender que no somos únicamente un material genético, sino primeramente un ser que se relaciona, que recibe del entorno (natural y humano) buena parte de su carácter, que conjuga a la perfección Biología e Historia.

domingo, 16 de abril de 2017

Escuchar la Primavera

A inicios de los años sesenta se publicó uno de los libros que ha tenido mayor impacto en la concienciación ambiental de la sociedad. Lo tituló su autora, Rachel Carson, con la significativa expresión: "La primavera silenciosa", aludiendo al impacto que tendría sobre la avifauna el uso generalizado de insecticidas organoclorados (singularmente el DDT). Tras agrios debates con la industria química, finalmente se concluyó que efectivamente ese compuesto se acumulaba en los tejidos grasos de los distintos animales que la forman la cadena alimenticia, provocando deformaciones graves o la muerte. Eventualmente ese libro generó uno de los primeros debates públicos sobre el papel del ser humano en la alteración masiva de los sistemas naturales, afectando finalmente a su propia salud, lo que llevó a prohibir el DDT y a crear una de las primeras agencias de protección ambiental del mundo, la EPA.

Me venía  a la cabeza esta idea en los últimos días, en los que he estado disfrutando del paseo en bicicleta a lo largo de dos vías verdes que atraviesan el centro-oeste de la Península: el camino natural de las Vegas del Guadiana y la vía verde de la Jara. Ambas son muy recomendables para quienes aprecian el paisaje, en España casi siempre imbricado de acción humana y presencia natural. Las dehesas de un verdor agradecido en esta época del año, las encinas recien rebrotadas, los matorrales mediterráneos -la jara, el espliego, la retama-, adornadas con sus mejores flores. Todo eso es evidente a la vista, incluso al viajero menos contemplativo. Sin embargo, no resulta tan obvio apreciar la belleza de los sonidos, quizá porque vivimos en una sociedad que huye despavorida del silencio. Una primavera silenciosa sería ciertamente muy trágico: sin las aves que nos observan desde la altura, se interrumpirían muchos ciclos naturales que nos acabarían afectando irremediablemente. Pero las aves, como cualquier otro elemento de la naturaleza, no sólo sirven para servirnos. Está ahí porque Dios ha querido que estén, porque forman una parte imprescindible del concierto de la vida: sin ellas no habría orquesta, nada sonaría igual. Necesitamos apreciarlas, escucharlas, pensar en lo que nos transmiten. Deberíamos escuchar más a menudo, no sólo a otras personas, no sólo a músicas grabadas en aparatos más o menos sofisticados. Escuchar los sonidos del ambiente, abrirnos al exterior, reconocer que hay belleza, vida, complemento de nuestra propia existencia más allá de nosotros mismos, de nuestros limitados intereses.
Me encanta la bicicleta porque es un medio silencioso, que permite recorrer distancias notables sin aislarte del entorno. Puedes escuchar, mirar, pararte, oler... También a pie, pero es difícil llegar tan lejos. Han sido 110 km de una experiencia excelente. Desde aquí agradezco a quienes mantienen esas vías verdes, esos paseos naturales, que nos permiten conocer la belleza de nuestros paisajes, apreciar lo que nos rodea y disfrutar lo que Dios nos regala.

domingo, 2 de abril de 2017

Trump y el cambio climático

Esta semana el presidente Trump nos volvía a aturdir con su verborrea "antisistema" a la vez que firmaba un decreto que echaba por tierra los compromisos de EE.UU. en la lucha contra el cambio climático. Mejor sería decir los compromisos del gobierno federal de EE.UU., por que estoy bastante seguro que muchos gobiernos estales y locales van a seguir tomándose en serio este problema ambiental. Al margen de la gravedad de la cuestión, la actitud de Trump y de quienes le rien las gracias resulta sonrojante. Que un compromiso firmado por 200 países del mundo se pretenda ahora obviar precisamente por el país más rico del mundo y el que más ha contribuido históricamente al problema es realmente vergonzoso. Apartarse unilateralmente de un acuerdo internacional que tu país
ha firmado es, cuando meno,s una actitud muy poco solidaria. Si además se hace en nombre de una supuesta recuperación de la economía nacional, precisamente en el país más rico del mundo, es moralmente impresentable. Si encima lo hace oponiéndose a la inmensa mayoría de la comunidad científica de su propio país, que le informa de la gravedad del problema y de los impactos que ya está teniendo sobre su propia economía, resulta de una estupidez proverbial.
Es una pena que el cambio climático se haya convertido en un tema partidista en EE.UU., quizá como fruto de un activismo desmedido de quien fuera candidato a la presidencia de uno de los dos grandes partidos. Lo que debería ser una cuestión científica, acaba convirtiéndose en un campo para la pelea ideológica, y para el "tu quitas y yo pongo, o viceversa" de los vaivenes políticos. Un problema global debería enfrentarse globalmente, no ya solo entre los distintos partidos de un país, sino en la comunidad de naciones. Para eso se firmaron los tratado internacionales de cambio climático, de biodiversidad y de desertificación en la cumbre de la Tierra de 1992. Rechazar los acuerdos por los intereses nacionales, muy discutibles por otra parte, suena mucho a egoísmo nacionalista, a egoísmo además miope, porque fomentar la industria del carbón o del resto de los combusibles fósiles en EE.UU. no ayuda nada a la innovación tecnológica, que en cambio está directamente ligada a las energías renovables.
Llevo ya varios años dando conferencias sobre cambio climático, la última esta semana en Avila. Para mi el asunto, dentro de la complejidad de cualquier tema científico, es bastante claro. Un elemental principio de precaución lleva a adoptar medidas contundentes que casi nadie está abordando. No nos queda mucho tiempo. Comentaba en mi última intervención sobre este tema que cuando el cambio climático sea evidente a todo el mundo, será demasiado tarde. Entonces los escépticos (permitanme la profecia, pero eso ocurrirá en menos de 10 años) sugerirán medidas de geoingeniería: reducir artificialmente la temperatura terrestre oscureciendo la luz del sol. Económicamente es más rentable que cambiar nuestra economía carbónica, pero ambientalmente las incertidumbres son inmensas y puede acabar en un desastre planetario, quizá en una nueva glaciación. ¿Por qué no tomamos las medidas ahora? ¿Seremos tan cortoplacistas para relegar la solución de los problemas a nuestros descendientes? ¿Es justo que queramos usar desmesuradamente los recursos del planeta para dejar a quienes vengan después las consecuencias de unos estilos de vida insostenibles?

domingo, 19 de marzo de 2017

¿Eso es la nueva izquierda?

Confieso que me ha resultado atractivo el ascenso de los nuevos partidos en nuestro país, porque implican que la sociedad española no está tan anestesiada como pudiera parecer a simple vista. Según se van asentando, algunos con representación parlamentaria, empiezan a tomar decisiones que les comprometen y les "retratan". Los dos que han aprovechado mejor el tirón del descontento popular con el "establishment" han sido Podemos y Ciudadanos. El primero se presenta como la "nueva izquierda", heredera de lo mejor de la tradición social de la izquierda y con nuevos aires que supuestamente corregirían los desmanes que la izquierda real causó en el mundo durante el s. XX y que todavía tienen a algunos países subyugados, como es el caso de Corea del Norte o China. Podemos se presentaba como el adalid de la lucha contra la corrupción política, contra los bancos sin escrúpulos, contra una política económica que deja a las personas al margen mientras beneficia a unos pocos, contra las viejas costumbres que convierten el poder en provecho personal. No sé qué va a quedar de estos postulados ahora que ellos mismos son parte de la "casta política", pero me resulta llamativo que ahora Podemos la emprenda contra la Iglesia, recuperando uno de los más rancios postulados de la izquierda española: el anticlericalismo.
Cualquier demócrata de EE.UU. o cualquer laborista en el Reino Unido identifica a los católicos con sus votantes mayoritarios: si se conoce bien la historia de la Iglesia se entiendo bien que el progresismo social siempre le haya estado cercano. Aunque parezca obvio recordarlo, el papa Francisco no ha inventado la preocupación social de la Iglesia: cualquiera puede revisar la Caritas in Veritate, de Benedicto XVI o la Centessium Annus de Juan Pablo II, por no irme mucho más atrás. En suma, aquellos partidos que realmente se han preocupado de los derechos de los trabajadores, de una economía social que ampare a los más marginados se van a encontrar con la simpatía de la Iglesia. Esto puede parecer contradictorio en un país donde parece que los católicos tenemos que ser, por definición, de derechas. No se entiende esta relación si no hacemos referencia a la Historia contemporánea de nuestro país, salpicada de guerras civiles, primero con las carlistas del XIX y luego en la tremenda del XX, donde el factor religioso (o anti) tuvo un peso clave en uno y otro bando.
Seguir anclados en esa dinámica: católicos-derechas, es seguir anclados en el pasado. Es preciso alumbrar un nuevo partido de izquierdas, de verdad, que mire con simpatía a la Iglesia, que reconozca sus logros sociales, que valore su dimensión cultural, su contribución al equilibrio espiritual y sus propuestas morales. Ya tenemos partidos de derecha que se van acercando al laicismo (como ocurre en EE.UU. o en el Reino Unido o en Francia), asi que solo nos queda completar el espectro con otros partidos de izquierda que puedan llamarse realmente nuevos. Lo de Podemos con su actual monserga anticlerical es volver al pasado, y para eso no necesitamos una nueva izquierda.

domingo, 5 de marzo de 2017

Los cinco enfoques de la penitencia

Los católicos hemos iniciado la Cuaresma el pasado miércoles, tiempo de conversión interior, de repensar nuestra orientación vital, de afianzar nuestros buenos hábitos y reconducir los equivocados. La tradición cristiana recomienda basar ese periodo de purificación interior en tres pilares: la oración, la penitencia y la limosna. Hoy voy a detenerme en la segunda.
Parece obvio que todos los seres humanos buscamos la felicidad. A simple vista, el sacrificio es un obstáculo a la satisfacción vital, sobre todo si hemos identificado la felicidad con el placer, que en realidad solo es una felicidad condensada y, generalmente, efímera. El sacrificio implica aceptar lo que no queremos (enfermedad, contrariedades, padecimientos físicos o morales), o incluso buscarlo activamente: eso es lo que los cristianos llamamos penitencia (también se usan otras expresiones como mortificación o renuncia). De entrada, parece que buscar el sacrificio voluntariamente sería una deformación mental. Nada más lejos del cristianismo que la búsqueda enfermiza del dolor por sí mismo. Para nosotros, la penitencia es un medio para otras cosas, no un fin en sí mismo. No somos los únicos que hacemos penitencia. Hay muchas personas que renuncian a cosas que les apetecen por otras muchas razones. Ahí los cinco enfoques que dan título a esta entrada:
1. Penitencia enfermiza, quien encuentra placer en el dolor per se. Estos serian los que llamamos masoquistas, una postura difícilmente explicable.
2. Penitencia estética: cuando se renuncia a ciertas comidas o bebidas porque engordan o se realizan ejercicios extenuantes para adelgazar simplemente para que nuestro cuerpo sea admirado por otros. Aquí podríamos incluir a buena parte de los clientes de los gimnasios.
3. Penitencia terapeútica: quien sacrifica una comida o una bebida que le apetece por que contraviene su salud, por ejemplo un diabético que le gusten mucho los dulces.
4. Penitencia filantrópica: quien prescinde de sus propios gustos para complacer o ayudar a otra persona a quien quiere. Hay magníficos ejemplos de altruismo en esta postura, desde los desvelos de una madre por sus hijos enfermos, hasta quien dedica su vida a la asistencia de enfermos o de personas sin hogar.
5. Penitencia espiritual: sin negar los significados nobles de las anteriores formas de penitencia, sería ésta la que pretende mejorar nuestras disposiciones espirituales, fortaleciendo nuestro carácter (quien no sabe decirse que no, difícilmente alcanzará ninguna meta), y orientando nuestras intenciones hacia Dios. Esto es común a todas las grandes religiones, que cuentan con el sacrificio (literalmente "hacer sagrado") para el progreso espiritual. En el caso del cristianismo, ese sacrificio adquiere una relevancia especial en la unión espiritual con Jesús, quiso sufrir por nuestra salvación, mostrando el valor redentor de la penitencia, siempre que esté unida a la Cruz de Cristo.
Como vemos, hacer penitencia no es exclusiva del cristianismo, hay muchas personas que se sacrifican por diversas razones. Para un cristiano, los sacrificios tienen un sentido mucho más profundo, que también ayuda a concretarlos. Son un buen compañero de la Cuaresma, un periodo de especial gracia y significado, que ojalá deje este año en nuestra vida un surco fecundo.

domingo, 19 de febrero de 2017

Entusiasmarse

Me comentó hace años un amigo especialista en filología clásica que la palabra “entusiasmo” proviene del griego enthousiasmós, que puede traducirse por rapto o posesión divina. En definitiva, estar entusiasmado es estar “lleno de Dios”. Me parece que es un buen título para mostrar una de las dimensiones del cristianismo que quizá los propios cristianos no consideramos con la frecuencia que deberíamos. Como una modesta contributión a repensar esa dimensión, acabo de publicar una nueva versión de un libro que saqué a la luz hace seis años en una editorial norteamericana, y que ahora adapto al lector español y actualizo. Aunque pueda parecer poco elegante hacerlo, me permito recomendaros a todos la lectura de esta obra: Entusiasmate. Diez hitos para encontrar la alegría que publica la editorial Digital reasons.
Entusiasmarse no es fruto de un placer pasajero, sino de algo mucho más permanente porque quien se llena de Dios ha encontrado la verdadera raíz de la alegría, una alegría duradera que resiste los embates de las tormentas y los terremotos de la vida. No es casualidad que el papa Francisco haya relacionado directamente con la alegría sus tres principales escritos: Laudato si, Evangelii Gaudium y Amoris laetitia. En fin, la alegría es inseparable de quien tiene un sentido en su vida, de quien ancla ese sentido sobre Dios, quien es Amor permanente, en realidad el único propiamente Permanente.
Este libro se dirige tanto a quienes consideran la fe como una referencia firme de sus vidas, como a los que tienen una imagen un tanto diluida, o quizá olvidada en el baúl de la adolescencia, de la figura de Jesucristo, del meollo de la fe, de sus consecuencias prácticas. Mi mayor entusiasmo será saber que a ambos potenciales lectores ha servido su lectura, a algunos quizá para reflexionar sobre esa fe apagada, a otros para disfrutar más plenamente esa alegría de la fe y para comunicarla a quienes les rodean.

domingo, 12 de febrero de 2017

Edad Media: ¿Periodo oscuro o ignorancia prolongada?

Estaba hace unos días leyendo un libro sobre la evolución del pensamiento ambiental, orientado a entender mejor los actuales problemas que afectan a nuestro planeta y el origen de nuestras actitudes ante los mismos. Naturalmente, el libro se detenía en comentar las primeras propuestas de los pensadores griegos sobre esta cuestión, pasando luego de puntillas sobre el pensamiento romano, obviando el oriental y ninguneando el cristianismo medieval, del que solo hacía referencia a Sto. Tomás de Aquino. Luego se extendía en el inicio de la llamada "modernidad" con Descartes y Bacon, Copernico y Galileo, Newton y Kepler, que nos habrían sacado de la ignorancia propia de siglos pasados, para enlazar con el pensamiento contemporáneo.
Me llamó la atención, una vez más, este enfoque de la Historia, tan enraizada en el pensamiento occidental, que considera el progreso como fruto de la modernidad, enlazando naturalmente con el glorioso pasado helénico. Entre medias, casi nada. Tampoco casi nada de otras culturas no occidentales, como si Asia, Africa o América no hubieran aportado nada relevante. Quizá algunas citas al periodo más brillante del califato cordobés o sirio, casi nunca apoyadas en datos concretos o restringida a los mismos sabios que sirven tan bien para hablar del pensamiento ambiental como de la cartografía o la física.
No soy historiador profesional, pero imagino que los especialistas en Historia medieval se frustarán al ver el escaso conocimiento que muestran los intelectuales occidentales de ese periodo. Parece que se asume por defecto que es un periodo que no aportó nada a la historia de la ciencia, la cultura o el desarrollo social. Tan sólo se limitó a recoger el legado clásico y pasarlo al Renacimiento, como si su único reconocimiento fuera haber copiado lo que otros desarrollaron previamente.
En mi modesta opinión, este olímpico desprecio a la cultura medieval puede deberse a una ignorancia sostenida o a un sesgo ideológico, que considera nefasto por definición lo que lleve el sello de civilización cristiana. No me parece que la medieval haya sido el ideal del cristianismo, pero ciertamente la presencia de valores cristianos en ese periodo, sobre todo si los comparamos con los periodos precedentes, parece suscitar la suspicacias de muchos intelectuales, sobre todo de los países que secundaron la Reforma-Ruptura protestante, que en el fondo intentó poner entre paréntesis todo el desarrollo del pensamiento teológico entre los siglos IV y XV, supuestamente para conectar mejor con la pureza del cristianismo primitivo.
Como digo no es mi labor reivindicar un periodo de diez siglos, pero me parece que bajo el epíteto de periodo oscuro en la consideración de la Edad Media se esconde una ignorancia prolongada y atrevida. En el campo que ahora me ocupa, el pensamiento ambiental, el autor del libro que estoy leyendo citaba únicamente a Sto. Tomás, ignorando -intencionadamente o no, no lo se- a San Agustín, San Benito, Sta. Hildegarda de Bingen y, todavía más grave, a San Francisco de Asis, que aporta una visión tan moderna de la naturaleza que justamente ha merecido el protagonismo en la encíclica del papa Francisco dedicada a estas cuestiones. En fin, quizá convendría que algunos analicen la historia medieval con un poco más de rigor y profundidad, alejándose de los tópicos. Diez siglos dan para muchas cosas, pese al colapso social que supuso la caída del imperio romano (¡¡el de Occidente, el de Oriente siguió activo hasta 1453, pero tampoco parece que aporte mucho!!.

domingo, 29 de enero de 2017

Recuperar el tiempo

Tengo un amigo que dice con cierta frecuencia que él quiere estar siempre “en tiempo real”, quizá para justificar su notable dependencia del móvil (debe consultarlo más de 100 veces diarias). No voy a explayarme ahora sobre la subordinación tecnológica que parece dominar cada vez a más estratos de la sociedad, hasta el punto de crear ansiedades y sumisiones propias de una patología. Me quiero más bien centrar hoy en el propio concepto del tiempo que manifiesta la frase de mi amigo. Estar “en tiempo real” parece que es una característica del momento en que vivimos donde todo se comunica al instante, donde no existe ni pasado ni futuro sino un permanente presente. Lo que ha ocurrido hace una hora ya es antiguo, lo que ocurrió ayer se ha perdido en la memoria. Nada es estable porque todo es efímero, como el aguacero que derrama una gran cantidad de agua sin calar la tierra y, por tanto, sin fecundarla. Cabalgamos en una vorágine temporal impropia de la condición humana que, como todo lo natural, está llamada a tener ciclos (periodos, estaciones), pausas que permitan captar lo que recibimos, entenderlo, hacerlo nuestro. Acabo de terminar un interesante libro del filósofo coreano
Byung-Chul Han que ha titulado “El aroma del tiempo”, con el significativo subtítulo de “Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse”, que expresa muy bien lo que quiero decir en los párrafos anteriores. Para este autor la civilización tecnológica presente borra el tiempo, porque borra la sucesión. Pero quien no considera el pasado o previene el futuro, no entiende lo que le pasa al presente. La tecnología nos brinda enormes posibilidades, pero también plantea muchos retos. Uno de los más significativos es el acortamiento del tiempo, hasta casi su eliminación. Dice el autor coreano: "Los intervalos son suprimidos en pos de una proximidad y simultaneidad totales. Se elimina cualquier distancia o lejanía. Se trata de hacer que todo esté a disposición aquí y ahora. La instantaneidad se convierte en pasión. Todo lo que no se puede hacer presente no existe. Todo tiene que estar presente" (p. 61).
Pero eso no es humano, porque no es natural. En la naturaleza hay estaciones, hay frutos en una época y no en otra, hay épocas frías, sin hojas, hay muerte otoñal, hay renacimiento primaveral, hay estío. Todo requiere su tiempo. Como bien dice el Eclesiastés, “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar…”. Si pretendemos eliminar el tiempo haciendo todo presente, rompiendo las interrupciones que separan unos eventos de otros, perdemos la perspectiva de las cosas, entramos en una aceleración vital que nos acabará agostando. En lugar de darnos plenitud, la eliminación del tiempo nos acaba empequeñeciendo, porque nos hace perder el control de nuestra propia vida. Como bien dice Byung-Chul Han: "Quien intenta vivir con más rapidez, también acaba muriendo más rápido. La experiencia de la duración, y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena (...) Una vida a toda velocidad, sin perdurabilidad ni lentitud, marcada por vivencias fugaces, repentinas y pasajeras, por más alta que sea la "cuota de vivencias" seguirá siendo una vida corta" (p. 57).
Necesitamos recuperar el sentido del tiempo, incluir en nuestra vida una visión más serena de nuestra actividad. El propio Han propone rescatar la vida contemplativa, que parece habernos robado el mundo trepidante en el que vivimos. No lo dice en su sentido religioso, pero en el fondo sí, ya que la contemplación siempre es espiritual. Recuperar el tiempo, desarrollar el espíritu están íntimamente ligados. Quien no contempla, no entiende lo que le pasa y no acertará a encauzar los acontecimientos. Tampoco podrá relacionarse con Dios. Es preciso pararse, volver sobre sí (reflexionar), mirar al interior.

sábado, 21 de enero de 2017

Sobre qué opinamos

Estuve ayer en una tertulia en casa de un buen amigo que organiza estos eventos desde hace algunos años. Me invitaron a hablar sobre el Cambio climático. La asistencia me sorprendió. Se vé que este amigo tiene muchos y buenos amigos, que convirtieron el evento en una agradable experiencia, mucho más nutrida de lo que pensaba inicialmente y con un ambiente excelente.
Intenté exponer los conocimientos cientificos que sobre esta cuestión existen actualmente, mostrando con diversas fuentes que considero de completa confianza (centros meteorológicos de EE.UU. y Europa, NASA, ESA, revistas científicas de indudable reputación), que se trata de un asunto serio, donde las convergencias son cada vez más claras y los impactos previsibles muy poco halagüeños. Requiere a mi juicio, por tanto, tomar medidas más contundentes para mitigar la principal causa de ese calentamiento del planeta, reduciendo la emisión de gases de efecto invernadero y potenciando a la vez los sumideros naturales (bosques y océano).
https://www.nasa.gov
No voy a resumir la larga discusión que tuvimos tras mi intervención. Simplemente me llamó la atención como, tras los abundantes datos que ofrecí a los asistentes, seguía habiendo algunas personas -afortunadamente una minoría- que desconfiaba de todo lo que les había dicho: seguían pensando que el cambio del clima no es significativo o que no se debe a causas humanas, o que no hay necesidad de tomar medidas porque ya somos lo suficientemente listos para arreglar el problema cuando se ponga más serio. Me llamó la atención que los que dudaban de la existencia del problema o de su seriedad usaban argumentos que poco tenían que ver con los que yo había presentado, escudándose en desinformaciones de los medios (ciertamente muy poco certeros cuando hablan de temas científicos), o en fuentes de dudosa confianza, o incluso en la famosa teoría de la conspiración izquierdosa-ecologista-masona que pensé era un argumento encerrado en el baúl de los recuerdos.
Ciertamente todas las opiniones son respetables y todo el conocimiento científico está sujeto a la revisión de los nuevos datos o nuevas interpretaciones congruentes con ellos, pero poner en el mismo plano a los especialistas que dedican la mayor parte de su tiempo y energías a estudiar estas cosas a fondo y a quienes disfrutan con comentarios de pasillo, me parece que no ayuda nada al debate sobre cuestiones fundamentales: cambio climático, células madre, biotecnologia, transhumanismo, energía, inmigación, etc.
Escribo esta entrada no tanto por la cuestión en sí -que es indudablemente relevante- sino porque me parece que se trata de una tendencia bastante extendida en esta "sociedad de la información". El acceso a la información en internet es una estupenda realidad, pero no es fácil discernir bien las fuentes. Uno puede encontrar opiniones dispares sobre cualquier asunto, pero no puede fiarse obviamente de todo lo que se "cuelga" en la red. Hay análisis basados en fuentes serias, en otras menos serias y en otras que no merecen más crédito que el anecdótico. Naturalmente cuando uno no es experto en algo, lo mejor es fiarse de los que lo son, o al menos de quienes trabajan en instituciones de prestigio o tienen como misión el trabajo en esa determinada cuestión. Sobre el cambio climático la información es bastante abrumadora y la proveniente de esas fuentes fiables (centros meteorológicos, universidades de primera nivel, revistas de alto impacto, academias de la ciencia,...) apuntan claramente en la misma dirección.

domingo, 15 de enero de 2017

¿Para qué sirve rezar?

Hace años leí una noticia en el periódico que resultó muy llamativa. Una señora, licenciada en Filosofía y Letras y con amplia cultura según se informaba, alquilaba su tiempo para conversar sobre los tópicos más variados con quien tuviera necesidad de compañía. El artículo aclaraba que esas conversaciones no tenían otras finalidades más o menos inconfesables, sino que eran, simplemente, citas para charlar. Me pareció preocupante que estemos creando una sociedad donde acabemos estando tan solos que sea necesario contratar a alguien para que nos escuchen.
Los cristianos no tenemos esa necesidad, porque tenemos a Alguien, con mayúscula, que siempre está esperando que nos dirijamos a Él, que siempre está dispuesto a atender nuestra conversación. En la recogida quietud de una iglesia, en un paisaje excelso o en el fragor cotidiano de un medio de transporte está Dios esperándonos, siempre dispuesto a escuchar nuestras alegrías, inquietudes o preocupaciones. Eso es precisamente la oración.
La vida cristiana no se queda en un reconocimiento más o menos vago de que existe un Ser Superior, sino que se concreta en un trato personal, de amor, de amistad, con una Persona. Dios no es un ser lejano, que contempla con indiferencia nuestros afanes, sino un Padre amoroso, que sale a nuestro encuentro, que está deseando transitar junto a nosotros el camino de la vida. Cuando los discípulos de Jesucristo le piden que les enseñe a hacer oración, les propone tratar a Dios como un Padre, con confianza, como hijos queridos. Se trata de la oración por excelencia del cristianismo y supone una radical novedad en el trato que los contemporáneos de Jesús tenían con Dios, de ahí que tanto impacto causara sobre los discípulos. Las religiones antiguas concebían a Dios como un Ser Todopoderoso, absolutamente inaccesible y frecuentemente furioso con los hombres, por lo que convenía ofrecerle oblaciones que aplacasen su ira. La meta del cristiano es amar a Dios, que por ser infinito colma nuestra capacidad de amar.
Pero ¿cómo podemos amar a Dios, a quien no vemos? De la misma forma que lo hacemos con cualquier criatura, mediante el trato. El trato con Dios se basa en la oración, que no es otra cosa que un amoroso diálogo entre nosotros y el Creador. Diálogo porque hablamos, pero también porque escuchamos. Hablamos de mil formas, pues son muy numerosas las formas de hacer oración. Escuchamos también de muchas maneras, pues Dios nos habla al corazón, sin ruido de palabras, pidiéndonos, sugiriéndonos, estimulándonos, consolándonos. Sin oración, la vida del cristiano quedaría reducida a un conjunto de prácticas externas que no tendrían armazón.