Participé ayer en una sesión TEDx en Guadalajara, organizada por entusiasta de este tipo de actividades. Se trata de un formato bastante original, donde varios ponentes presentan en un tiempo limitado (cada uno 18 m) un tema específico que han formulado antes. Yo tengo costumbre de ver estas sesiones, pero no sabía que había organizadores locales en España, así que no dude en aceptar la invitación que me hicieron hace unas semanas para participar en el evento. Se realiza en un salón de actos, con asistencia de público muy variado. Suelen ser charlas bastante inspiradoras y que además ayudan a mejorar el idioma (todas las que había visto eran en inglés), aunque en este caso se hicieron en español.
No voy a comentar ahora las ponencias que allí se presentaron, ni la magnífica organización que los voluntarios de TEDx habían desarrollado. En otra ocasión haré mención a este asunto. Mi reflexión de esta semana va en la línea de una de las charlas presentadas, donde una socióloga presentaba algunas ideas para gestionar mejor nuestras pasiones, convirtiéndolas en aliados para superar nuestras deficiencias de carácter. La ponente era muy entusiasta, y su modo de presentar el tema bastante original, basado en dibujos, pero me llamó sobre todo la atención el contenido del mensaje, que tocaba temas relacionados con el carácter y las virtudes sin citar para nada el legado cristiano donde se han interpretado en nuestra cultura. En realidad sí que lo cito, de pasada, para despreciarlo. Me llamó la atención, una vez más, que un elemento tan radical del sentido cristiano de la vida se reinterpretara de modo tan completamente ajeno, incluso a la dimensión espiritual del ser humano, que ni siquiera se mencionaba. Si la persona que hablaba viniera de sociedades culturalmente extrañas a la nuestra sería más fácil entenderlo; si viene de un núcleo de la provincia Guadalajara invita a pensar hasta dónde llega el alejamiento cultural de nuestras raíces cristianas, que no sólo se desconocen, sino que se consideran -casi por moda- negativas. Ese abandono se sustituye por nada, y se intenta insuflar entusiasmo inconsistente, en lo que antes tenía unas raíces muy profundas que sostenían una visión del ser humano capaz de superar crisis muy profundas.
Conversaba hace años con un amigo sobre sus prácticas de piedad cristianas, y me comentaba que para tratar a Dios no hacía falta ir a la iglesia. Pocos años más tarde, algunos afirmaban que para ser espirituales no hacía falta creer en Dios. Ahora parece que vamos todavía más lejos y algunos afirman que para ser humanos no hace falta ser espirituales. Pero eso es precisamente lo que nos hace ser humanos, que somos espirituales, que tenemos una dimensión que trasciende lo material, que somos mucho más que un cerebro con extremidades. Negar la dimensión espiritual no solo implica negar la religión, sino en realidad cualquier manifestación cultural, desde el arte a la literatura, desde la música a la pintura. ¿Qué nos pasa? ¿por qué nos hemos alejado tanto del cristianismo hasta considerarlo extraño, hasta negarle toda legitimidad, toda posibilidad de darnos sentido?
No voy a comentar ahora las ponencias que allí se presentaron, ni la magnífica organización que los voluntarios de TEDx habían desarrollado. En otra ocasión haré mención a este asunto. Mi reflexión de esta semana va en la línea de una de las charlas presentadas, donde una socióloga presentaba algunas ideas para gestionar mejor nuestras pasiones, convirtiéndolas en aliados para superar nuestras deficiencias de carácter. La ponente era muy entusiasta, y su modo de presentar el tema bastante original, basado en dibujos, pero me llamó sobre todo la atención el contenido del mensaje, que tocaba temas relacionados con el carácter y las virtudes sin citar para nada el legado cristiano donde se han interpretado en nuestra cultura. En realidad sí que lo cito, de pasada, para despreciarlo. Me llamó la atención, una vez más, que un elemento tan radical del sentido cristiano de la vida se reinterpretara de modo tan completamente ajeno, incluso a la dimensión espiritual del ser humano, que ni siquiera se mencionaba. Si la persona que hablaba viniera de sociedades culturalmente extrañas a la nuestra sería más fácil entenderlo; si viene de un núcleo de la provincia Guadalajara invita a pensar hasta dónde llega el alejamiento cultural de nuestras raíces cristianas, que no sólo se desconocen, sino que se consideran -casi por moda- negativas. Ese abandono se sustituye por nada, y se intenta insuflar entusiasmo inconsistente, en lo que antes tenía unas raíces muy profundas que sostenían una visión del ser humano capaz de superar crisis muy profundas.
Conversaba hace años con un amigo sobre sus prácticas de piedad cristianas, y me comentaba que para tratar a Dios no hacía falta ir a la iglesia. Pocos años más tarde, algunos afirmaban que para ser espirituales no hacía falta creer en Dios. Ahora parece que vamos todavía más lejos y algunos afirman que para ser humanos no hace falta ser espirituales. Pero eso es precisamente lo que nos hace ser humanos, que somos espirituales, que tenemos una dimensión que trasciende lo material, que somos mucho más que un cerebro con extremidades. Negar la dimensión espiritual no solo implica negar la religión, sino en realidad cualquier manifestación cultural, desde el arte a la literatura, desde la música a la pintura. ¿Qué nos pasa? ¿por qué nos hemos alejado tanto del cristianismo hasta considerarlo extraño, hasta negarle toda legitimidad, toda posibilidad de darnos sentido?
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