Hace unas semanas hice un paseo en bicicleta por una vía verde. La mañana era primaveral y el paisaje se vestía para la ocasión, con unos colores y olores maravillosos. Pero la primavera no sólo se manifiesta en la vista y en el olfato, sino también en el oído. Los cantos de los pájaros completan la sinfonía que nos ofrece la naturaleza. Cada estación tiene sus propios sonidos, como bien reflejó Vivaldí, aunque la primavera parece que nos comunica una alegría especial. Recordé otro paseo, hace muchos más años, en un bosque tropical en Venezuela, cuando al caer la tarde paramos el coche por el que nos movíamos en una pista forestal y estuchamos una maravillosa coral formada por voces de mil criaturas que despedían al sol hasta el día siguiente.
Compartían conmigo la vía verde varios caminantes y corredores, sobre todo al paso de alguna población más importante. Me llamó la atención que muchos de ellos iban embutidos en sonidos que no provenían del entorno natural, sino de sus móviles. Me llamó la atención que pasearan por un ambiente cerrando uno de sus sentidos, perdiéndose así algo tan vital como la forma en que las criaturas se comunican entre sí. Estamos tan acostumbrados al ruido que no apreciamos el sonido; estamos tan familiarizados con la música artificial que no distinguimos la natural, cuando aquélla es una simple, y tantas veces burda, imitación de ésta. Aislarse con los cascos o los auriculares es una forma de entretenimiento, de evasión, pero ¿de qué nos entretiene, de qué nos evade? Quizá de los demás: ponerse los auriculares es una forma de decir que no me interesa lo que tengas que contarme, que me basto a mi mismo para encontrar lo que me hace falta,...
En la certificación ambiental de edificios, uno de los capítulos que se verifica es la contaminación acústica: está bastante comprobado que los ruidos desequilibran a las personas. Quizá también otros ruidos, no sólo los externos, también los que usamos para aislarnos de los demás. La tecnología es excelente para muchas cosas, nefasta para otras. Tenemos tecnología del siglo XXI, pero me parece que algunos de nuestros valores son mucho más arcaicos. Quizá convendría que dejáramos los casos y escuchemos el ambiente que nos rodea, aunque sea urbano, pero sobre todo si es natural, porque hay muchas otras criaturas que también quieren comunicarnos algo, aunque sea sólo su presencia.
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