domingo, 12 de abril de 2015

Dios no se cansa nunca de perdonar

Hace algunos meses, me decían unos amigos -actualmente viven en Roma-, que tienen costumbre de ir los domingos con sus niños, todavía pequeños, al Angelus con el Papa Francisco. Ellos asumen que los niños se enteran más bien poco de lo que dice el Papa, al juzgar por los juegos que simultanean con su alocución. Una de esas visitas a la plaza de San Pedro coincidió con una comida en la que los niños estaban especialmente cargantes, así que recibieron de su madre -quien me contaba esta historia- una reprimenda y un pequeño castigo (creo recordar que consistía en no ver la tele ese día). La cosa fue aceptada a regañadientes por los niños, que pocas horas más tarde, consideraron que la penitencia estaba hecha y pidieron la exención de la "condena". La madre, que intentaba mantener la coherencia de la decisión, dijo que no correspondía todavía. El niño mayor la contestó: "pero Dios no se cansa nunca de perdonar", justo las palabras que había pronunciado el Papa Francisco en la mañana. La madre, desarmada por el razonamiento, condonó la deuda, dándose además cuenta de que sus hijos captaban mucho más las ideas del Papa de lo que ella pensaba.
Estamos hoy en el domingo de la misericoria, que quiso instaurar San Juan Pablo II para que nos quedara todavía más clara esta idea, que ha repetido en muchas ocasiones el Papa actual. Es tan cercano a la misericordia, que ha decidido instaurar un año jubilar con este propósito. Dios es infinitamente Justo, sin duda, pero también, y sobre todo, es Amor. Ese es el primer atributo del Dios en que creeemos los cristianos, y el Amor, como bien decía San Pablo: "es paciente, es benigna (...) todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera" (1 Corintios, 13,1-7). De esa paciencia de Dios surge su infinita capacidad de perdonarnos: basta que seamos conscientes del error y mostremos un sincero arrepentimiento. Esta es la raíz también del sacramento de la Confesión, un verdadero tesoro que la Iglesia católica y las ortodoxas mantienen siguien la tradición apostólica. Recuperar el valor de este sacramento me parece una tarea de singular importancia: saber que Dios siempre está dispuesto a acogernos, confirmarlo a través de las palabras de quien en ese momento le representa (el sacerdote actúa en persona de Jesucristo al perdonar: ¿quién puede hacerlo sino Dios?). Por largo que sea el tiempo que hayamos prescindido de este sacramento, siempre es momento de recuperarlo, de sentir -hasta físicamente- el abrazo de un Dios que nos da la bienvenida al hogar. "Dios es paciente con nosotros porque nos ama -decía hace nos meses el Papa Francisco en una homilia-, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos".

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