Escuchaba ayer en la radio los comentarios de un profesor universitario sobre la destrucción del patrimonio cultural que está realizando el EI en Siria e Irak. Con buen criterio comentaba que se trata de una más, y no la mayor, de las atrocidades que este grupo de bárbaros está perpetrando en las las zonas que controlan. También indicaba que la eliminación de quien disiente y de sus símbolos es una característica de quien tiene un concepto absolutista de su religión, considerando sus creencias como verdad suprema.
No tengo duda que a cualquier persona verdaderamente religiosa le repugna que alguien pueda usar el nombre de Dios para matar y destruir. Si proclamamos que Dios ha creado el mundo y todas las maravillas que contiene, incluido al ser humano, que alguien piense que a Dios agrada que se mate a sus criaturas, que se destruya su creación, me parece una aberración de singular arrogancia. Ante hechos repugnantes que se escudan en el nombre de Dios, la respuesta tópica podría ser -como de alguna manera manifestaba el profesor de la entrevista radiofónica- que es Dios, o la religión, el responsable, relatándose a renglón seguido otras barbáridades que se han cometido en la misma línea a lo largo de la Historia. De la experiencia actual se pasa a lo ocurrido hace muchos siglos, casi siempre sin reparar en las diferencias o incluso en lo que realmente ocurrió. La brevedad requerida a este texto no me permite dar argumentos históricos más sólidos para responder a esa abusiva generalización. En cualquier caso, no me parece que la violencia religiosa sea un problema de las religiones, sino del uso fraudulento de la religión, de una visión fundamentalista que pretende hacer una supuesta voluntad de Dios, aunque tenga muy poco que ver con lo que Dios realmente quiere. Por otro lado, igualar todas las religiones, como si todas sean parte de esas mismas desviaciones me parece una generalización abusiva. Acabo recomendando, en este sentido, el reciente libro del profesor Manuel Guerra (¿Por qué hay tantas religiones?), que analiza las razones últimas sobre la existencia de distintas religiones y algunos criterios para juzgarlas.
No tengo duda que a cualquier persona verdaderamente religiosa le repugna que alguien pueda usar el nombre de Dios para matar y destruir. Si proclamamos que Dios ha creado el mundo y todas las maravillas que contiene, incluido al ser humano, que alguien piense que a Dios agrada que se mate a sus criaturas, que se destruya su creación, me parece una aberración de singular arrogancia. Ante hechos repugnantes que se escudan en el nombre de Dios, la respuesta tópica podría ser -como de alguna manera manifestaba el profesor de la entrevista radiofónica- que es Dios, o la religión, el responsable, relatándose a renglón seguido otras barbáridades que se han cometido en la misma línea a lo largo de la Historia. De la experiencia actual se pasa a lo ocurrido hace muchos siglos, casi siempre sin reparar en las diferencias o incluso en lo que realmente ocurrió. La brevedad requerida a este texto no me permite dar argumentos históricos más sólidos para responder a esa abusiva generalización. En cualquier caso, no me parece que la violencia religiosa sea un problema de las religiones, sino del uso fraudulento de la religión, de una visión fundamentalista que pretende hacer una supuesta voluntad de Dios, aunque tenga muy poco que ver con lo que Dios realmente quiere. Por otro lado, igualar todas las religiones, como si todas sean parte de esas mismas desviaciones me parece una generalización abusiva. Acabo recomendando, en este sentido, el reciente libro del profesor Manuel Guerra (¿Por qué hay tantas religiones?), que analiza las razones últimas sobre la existencia de distintas religiones y algunos criterios para juzgarlas.
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