Decía Behn Johnson, un poeta y dramaturgo inglés del s. XVIII, "Qué cerca del bien está lo bello". Podemos poner con mayúsculas ambos sustantivos, para apreciar porqué las personas de Fe han apreciado el Arte. En cualquier religión, en cualquier cultura y periodo de la Historia, quien quiere mostrar lo Sagrado, lo que se escapa a nuestra percepción cotidiana, recurre a la excelsitud de una obra de arte: pintura, escultura, arquitectura, música, literatura han servido para manifestar un sentimiento y una convicción: que anhelamos el Misterio pero no somos capaces de manifestarlo. Solo quien es capaz de extraer lo mejor del espíritu humano es capaz de aproximarse a la Belleza y al Bien que es Dios se dan por excelencia. Entrar en Notre-Dame de Paris, contemplar la capilla Sixtina, escuchar la Pasión de Bach son experiencias que amplían nuestros horizontes materiales, nos aportan una dimensión que intuimos necesaria pero nos cuesta mucho captar. Por eso es tan necesaria la contemplación en cualquier tradición religiosa: el silencio es aliado de Dios, el ruido es compañero de la vanalidad.
El arte verdadero nos acerca a Dios porque saca lo mejor de nosotros mismos, nuestra mejor sensibilidad, nuestra contemplación más sublime. Alimenta nuestra imaginación más noble, la que permite imaginarnos mejores. Por eso me parece tan relevante que el arte cristiano recupere su riquísima tradición y, sin renunciar a ella, permita expresarse en términos contemporáneos. Parece que nos hemos quedado anclados en otros periodos, pues nuestras imágenes, edificios y esculturas más excelsas tienen ya siglos de vida. No es un problema, a mi modo de ver, de que la Iglesia ya no tenga recursos para ser el principal mecenas, sino más bien que los mejores artistas están lejos de la Fe. Se puede hacer un magnífico arte cristiano contemporáneo cuando hay magníficos artistas cristianos contemporáneos, como resulta evidente en el genial Gaudí. Acercarnos al Misterio a través de la Belleza, un anhelo que todo ser humano siente en el fondo de su alma, me parece que es una tarea prioritaria en la nueva Evangelización a la que nos invita el Papa Francisco. Acabo con unas palabras de Marie-Alain Couturier (1897-1954) un religioso dominico, gran impulsor del diálogo del arte contemporáneo con el cristianismo: “Esto que atrae nuestro amor en la hermosura de las criaturas o en nosotros mismos corresponde -en nuestros seres y en el propio corazón nuestro- a un Amor primero: amamos a seres que son bellos porque han sido amados; y a los vestigios de aquel primigenio amor, cuando les amamos, nuestro corazón se acoge. Aquella voz misteriosa de la belleza que incita a nuestro corazón, es eco de otra voz y de otro corazón" (citado en Fernández de Moya, 2013).
El arte verdadero nos acerca a Dios porque saca lo mejor de nosotros mismos, nuestra mejor sensibilidad, nuestra contemplación más sublime. Alimenta nuestra imaginación más noble, la que permite imaginarnos mejores. Por eso me parece tan relevante que el arte cristiano recupere su riquísima tradición y, sin renunciar a ella, permita expresarse en términos contemporáneos. Parece que nos hemos quedado anclados en otros periodos, pues nuestras imágenes, edificios y esculturas más excelsas tienen ya siglos de vida. No es un problema, a mi modo de ver, de que la Iglesia ya no tenga recursos para ser el principal mecenas, sino más bien que los mejores artistas están lejos de la Fe. Se puede hacer un magnífico arte cristiano contemporáneo cuando hay magníficos artistas cristianos contemporáneos, como resulta evidente en el genial Gaudí. Acercarnos al Misterio a través de la Belleza, un anhelo que todo ser humano siente en el fondo de su alma, me parece que es una tarea prioritaria en la nueva Evangelización a la que nos invita el Papa Francisco. Acabo con unas palabras de Marie-Alain Couturier (1897-1954) un religioso dominico, gran impulsor del diálogo del arte contemporáneo con el cristianismo: “Esto que atrae nuestro amor en la hermosura de las criaturas o en nosotros mismos corresponde -en nuestros seres y en el propio corazón nuestro- a un Amor primero: amamos a seres que son bellos porque han sido amados; y a los vestigios de aquel primigenio amor, cuando les amamos, nuestro corazón se acoge. Aquella voz misteriosa de la belleza que incita a nuestro corazón, es eco de otra voz y de otro corazón" (citado en Fernández de Moya, 2013).
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