domingo, 2 de marzo de 2014

"No tomarás el nombre de Dios en vano"

Tengo costumbre de meditar en mi oración personal los textos de la misa del día, pues me ayudan a enterarme mejor de las lecturas bíblicas que luego oiré, ya que no siempre está uno a primera hora de la mañana suficientemente lúcido para escucharlas además de oirlas.
En una de estas lecturas meditadas, me impresionó recientemente un texto del Primer libro de los Reyes. Está centrado en el periodo inmediatamente posterior al reinado de Salomón (en el s. X antes de Cristo), cuando se divide el territorio que había unificado David en dos sectores, uno al sur, que incluye Jerusalén, y se denomina reino de Judá, y otro al norte, que será el reino de Israel, donde se consolida como capital Siquem. En el primero gobierna Roboam, hijo de Salomón, y en el segundo, tras una rebelión de las tribus del norte que no aceptan a Roboam, es elegido rey Jeroboam, antiguo alto funcionario de Salomón. La cuestión que quería traer aquí a colación, y que recoge directamente el Primer libro de los Reyes, es el razonamiento que hace Jeroboam para dar una fundamentación religiosa a su territorio, que le permita consolidar su reinado. Las palabras exactas son las siguientes:



"En aquellos días, Jeroboán pensó para sus adentros:
-Todavía puede volver el reino a la casa de David. Si la gente sigue yendo a Jerusalén para hacer sacrificios en el templo del Señor, terminarán poniéndose de parte de su señor, Roboán, rey de Judá; me matarán y volverán a unirse a Roboán, rey de Judá.
Después de aconsejarse, el rey hizo dos becerros de oro y dijo a la gente:
-¡Ya está bien de subir a Jerusalén! ¡Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto!
Luego colocó un becerro en Betel y el otro en Dan. Esto incitó a pecar a Israel, porque la gente iba unos a Betel y otros a Dan" (I Reyes, 12, 26-32; 13, 33-34).
Es llamativo que un texto escrito hace más de tres mil años ilustre tan bien el uso fraudulento que se ha hecho de la Religión a lo largo de la Historia. Conscientes del hondo papel que la relación con Dios tiene para las personas, gobernantes de todos los países y de todas las épocas han intentado utilizar el nombre de Dios en beneficio personal, ya sea para levantar barreras entre los hombres, ya para solicitar su sumisión o sus recursos. Por eso, quien considera que la Religión ha causado enfrentamientos y sufrimientos, en realidad debería tener en cuenta que no es responsable la Religión propiamente dicha, sino su descarado abuso, su caricatura. Estoy convencido que no ha existido nunca propiamente un guerra religiosa, ni siquiera las que así se denominaron en Europa, entre católicos y protestantes en el s. XVII, ya que en realidad en ambos lados había ejércitos que profesaban ambas confesiones (los católicos franceses, por ejemplo, enfrentados a la monarquía católica de los Austrias). Las guerras las organizan quienes quieren enfrentar para engrandecerse a si mismos, y utilizan la religión como un argumento más, a veces como el argumento más relevante a falta de otros. Ahora bien, si Dios es padre de todos, ¿cómo puede querer que sus hijos peleen? ¿cómo podemos pensar que Dios necesita que le defendamos violentamente? ¿Quienes somos nosotros para imponer una supuesta "justicia divina" que el mismo Dios no quiere imponer? Como bien decía Juan Pablo II en 2002: "Pretender imponer a otros con la violencia lo que se considera como la verdad, significa violar la dignidad del ser humano y, en definitiva, ultrajar a Dios, del cual es imagen" (Mensaje para la jornada mundial de la paz, 2002, n 6).
Es conocido el adagio latino, la corrupción de lo mejor es lo peor, pues las cosas más nobles son las más despreciables cuando se usan torticeramente. Y da pena comprobar como, a lo largo de la Historia desde Jeroboam hasta nuestros días, con cuanta frecuencia se ha olvidado el segundo mandamientos del decálogo: "No tomarás el nombre de Dios en vano".




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