Mañana se celebra la fiesta cristiana de la Epifanía, que en griego significa "la manifestación", en este caso aplicada a la primera indicación visible de que ese niño frágil recien nacido en Belén es en realidad Dios encarnado. Esa manifestación la realiza a unos personajes exóticos, de países lejanos, que hemos tradicionalmente Reyes Magos, aunque en ningún sitio del Evangelio indica que fueran reyes, y desde luego tampoco eran magos en el sentido que le damos nosotros al término.
De esta simpática fiesta, procede uno de los momentos estelares para los pequeños, al asociarse los regalos que estos personajes ofrecieron a Jesús Niño, con los que reciben los niños en ese día. Como es una fiesta tan entrañable y tan llena de ilusiones, a veces tiende a perderse de vista el sentido más hondo que muestra, así como el papel que juegan en ella esos sabios venidos del Oriente. ¿Quién no siente simpatía por los Magos? Son desde luego personajes muy populares, que han sido parte de nuestros sueños desde la infancia. Pero, ¿quiénes eran realmente esos personajes? Poco nos dice la Sagrada Escritura de ellos, aunque a partir de ella podemos inferir un par de cosas muy importantes: por un lado, eran personas sabias, que sabían interpretar los signos de los cielos ("¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues
vimos su estrella en el Oriente y hemos venido
a adorarle", Mt, 2: 2); por otro, eran personas decididas, que supieron superar los inconvenientes que su descubrimiento les acarreó, y consiguieron llegar hasta donde estaba el Niño. Ambas cosas son muy aleccionadoras para nosotros: es preciso ser sabio (con esa sabiduria que distingue lo esencial de lo accesorio, que tal vez está más basada en escuchar a los demás que en los libros), y es preciso arriesgar. Cuando entendemos (con esa sabiduria) que debemos hacer algo que tal vez nos contraría, es muy fácil llenarse de excusas para no tomar la decisión. No sabemos cuántos sabios de las estrellas vieron la que correspondía al "Rey de los judíos", pero sabemos que solo tres llegaron a Belén, que solo ellos se pusieron en camino, venciendo las dificultades de un viaje, quizá las limitaciones de la edad, del idioma. Ellos supieron lo que había que hacer y lo hicieron. Tuvieron sabiduría y tuvieron voluntad para llevarla adelante. Esta historia, como la de nuestra vida si seguimos esos mismos principios, acabó muy bien, pues los Magos encontraron lo que buscaban: "Entraron en la casa; vieron al niño con María
su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt, 2: 11), nos dice San Mateo que es quien narra el suceso. Pero no solo consiguieron esa meta, sino sobre todo, encontraron el sentido último de su viaje y de sus vidas, pues el mismo evangelista nos dice en el versículo anterior: "Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría", una alegría que acompaña a quien procura seguir lo que esa sabiduría que viene de Dios le indica.
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