domingo, 12 de enero de 2014

Ciencia y Fe

Me habían invitado ayer noche a impartir una clase sobre la compatibilidad entre Ciencia y Fe, en los locales de una conocida iglesia del centro de Madrid. Acepté encantado la invitación, pues ese tema  me resulta especialmente atractivo, al poner en relación dos ámbitos que son para mi de una importancia vital. No sabía bien qué tipo de público podría aparecer en esa clase, aunque intuía que no podría ser muy numeroso, dado que era un sábado noche y además coincidía con un partido de fútbol razonablemente interesante. Ante mi sorpresa, la sala se llenó y además con un público muy variado (jóvenes y menos jóvenes) y bastante entusiasta (es reconfortante ver que todavía hay ciudadanos que optan porque el fútbol no gobierne sus vidas).
La cosa se alargó bastante, pues tras mi intervención hubo una amplia relación de preguntas. Las inquietudes de los asistentes podían agruparse en los tres grandes temas de actual convergencia entre Ciencia y Religión: el origen del universo, la evolución de la vida y cuestiones bioéticas, con mayor incidencia en estas dos últimas. Revisamos algunas controversias históricas, con especial mención al caso Galileo -imprescindible cuando se tratan estos temas, no sólo por su importancia, sino porque es realmente el único de confrontación propiamente dicha, al menos con la Iglesia católica-, a la esfericidad de la Tierra y al inicio del evolucionismo. 
Recordamos que muy lejos de ignorar -o como algunos dice incluso de atacar- a la Ciencia, la Iglesia católica ha sido históricamente su principal promotora:“Es claro del registro histórico que la Iglesia católica ha sido probablemente el mayor y más duradero mecenas de la Ciencia a lo largo de la Historia, que muchos de los principales protagonistas de la revolución científica eran católicos, y que varias instituciones y orientaciones católicas tuvieron una influencia clave en el nacimiento de la ciencia moderna” (Galileo Goes to Jail: And Other Myths about Science and Religion. Ed. Ronald L. Numbers. Cambridge: Harvard University Press, 2009, p. 102). No parece necesario repetir la lista de científicos católicos de primer nivel como Descartes, Pascual, Volta, Galileo, Ampere, Torricelli, Mme Curie, Lavoisier, Bartoli, Cassini, Mercalli... además de los que fueron clérigos: Copernico, Kircher, Mendel, Theilard de Chardin, Lemaitre... ni recordar la larga lista de universidades fundadas por la Iglesia entre los siglos XII y XVI (Bolonia, Oxford, Sorbona, Cambridge, Salamanca, Alcala...). Seguir acusando a la Iglesia, como se escucha con frecuencia en boca de gente que vive del tópico, de oponerse a la Ciencia es por tanto marcadamente injusto.
Estoy convencido de que el diálogo Ciencia y Religión es sumamente interesante en beneficio de ambos ámbitos. La Religión proporciona una guía ética y una motivación profunda para investigar (para conocer mejor el mundo Creado por Dios). La Ciencia empírica nos ayuda a entender la realidad material, superando interpretaciones teológicas superficiales.  Un buen científico no tiene porqué ser mas agnóstico que un buen panadero o sastre. Más bien al contrario, pues quien se acerca a la complejidad de la verdad de las cosas, de cómo funcionan, de cuáles son sus relaciones con otras, con nosotros mismos, está más abierto a la trascendencia, al asombro de contemplar una complejidad casi imposible de imaginar por nuestras pequeñas mentes. Este es, a mi modo de ver, el origen de las bellas palabras de un científico de primer orden mundial, Francis Collins, uno de los líderes de la decodificación del genoma humano: “...como científico, uno de las experiencias más gozosas es aprender algo que ningún ser humano ha entendido antes. Tener la oportunidad de ver la gloria de la creación, su complejidad, su belleza, es realmente una experiencia única. Los científicos que no tienen una fe personal en Dios también indudablemente experimentan el gozo del descubrimiento, pero tener la alegría de descubrir algo, uniéndolo a la alegría de dar culto a Dios, es verdaderamente un momento grandioso para un cristiano que es también un científico” (Francis Collins, The Language of God)
 

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