Sigo leyendo la exhortación apostólica del Papa Francisco. El tema central del texto es que los cristianos nos llenemos de un renovado entusiasmo en difundir el mensaje de Jesucristo, tan íntegro como seamos capaces de mostrarlo. Eso lleva no sólo a hablar más y mejor de ese mensaje, sino -sobre todo- a procurar en nuestra vida encarnarlo, lo más fielmente que podamos. Jesús dijo a sus discípulos en la Última cena: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los
unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los
unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos
míos: si os tenéis amor los unos a los otros". Si ese es el mensaje central del cristianismo, para comunicar la alegría del Evangelio es imprescindible que a los cristianos se nos conozca precisamente por lo que Jesús nos pide: por que nos tengamos mutuo amor. La primera Iglesia entendió bien estas palabras, y ya Tertuliano indicaba que los paganos quedaban admirados por esa fraternidad "Mirad cómo se aman", exclamaban sorprendidos.
En la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco dedica varias secciones a pedirnos a todos los católicos que enfrentemos nuestra actitud cotidiana, con ese Mandamiento nuevo de Jesús. ¿Cómo es nuestro trato con la gente que nos rodea, en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales de cualquier tipo?
Se me ocurre que podemos establecer varios niveles en ese mandato de la fraternidad cristiana. El más elemental, es la simple cortesía, que puede resumirse como una actitud amable, educada, que evita que nuestros actos o palabras (o incluso aspecto externo) sean molestos a los demás. Los campos de acción son muy variados y afectan, por ejemplo a nuestra manera de conducir, de comer, de trabajar, de hablar, de dejar hablar, de fumar o de hacer deporte. Esta sería la caridad mínima, la que al menos evita causar disgusto a los demás.
Con ser importante, para un cristiano sería una meta un tanto pobre si solo nos quedaramos ahí. Podemos ser muy corteses con los demás, y ser a la vez bastante egoistas. La educación es condición necesaria, pero no suficiente de la fraternidad cristiana, que va más allá, por ejemplo a interesarnos genuinamente por las personas que conviven por nosotros, por su salud, por sus alegrías o tristezas, por sus intereses profesionales, gustos o aficiones... Para eso hace falta escuchar con atención, mostrar empatía por los problemas ajenos, acompañar en la debilidad física o emocional, en pocas palabras, estar dispuestos a sacrificarnos por hacer la vida más amable a quien nos rodea. Esa es la condición de la nueva evangelización; nuestro propio cambio vital. La Fe se transmite por envidia, leí hace algún tiempo. Solo cuando se vive así, hacemos atractivo el mensaje de Jesús, porque le mostramos, con nuestras limitaciones, como El era en realidad.
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