Esta semana ha presentado el Papa Francisco su primer documento estrictamente suyo, ya que la encíclica Lumen Fidei la escribió "a la limón" con Benedicto XVI. El documento se llama "La Alegría del Evangelio" (disponible también en formato EPUB). No se puede empezar mejor un pontificado que como lo ha hecho el Papa Francisco: sonriendo y rezando. La imagen de su sonrisa da la vuelta al mundo todos los días: abraza a los enfermos, llama por teléfono a los abatidos, dialoga con quienes buscan la Fe perdida, ... pero sobre todo reza y sonríe, porque rezar y sonreir es parte de lo mismo: de reconocer que Dios está ahí, junto a nosotros, y que nada ni nadie, como dijo Jesús a sus discípulos, "..podrá arrancaros vuestra alegría". Me produce especial pesar escuchar a algunos sacerdotes u obispos quejarse del entorno, de las circunstancias, de las incomprensiones, del abandono de la Iglesia... porque no se están dando cuenta de que con ese tono no van a contribuir más que a seguir vaciándola. El Papa Francisco tiene muy claro que la esencia de ese abandono es el desconocimiento, una imagen distorsionada de Jesús y de su mensaje que corresponden poco con la realidad del Evangelio, por eso nos anima a entusiasmarnos con la Fe. Entusiasmarse es sinónimo de alegría, pero tiene también un significado más profundo, ya que significa literalmente llenarse de Dios (en-Theos). El entusiasmo, así entendido, no es una alegría hueca, fruto de un estímulo exterior que dura poco, sino que hunde sus raíces en algo más profundo, que es compatible incluso con la contradicción, con el fracaso, con la enfermedad, con todo eso que nos quita la alegría inmediata. Estar alegre es tener un sentido, saber porque hacemos las cosas, y saber que el fin último de las cosas no está solo en este mundo, que estamos llamados a una vida eterna, donde todas las piezas encajarán.
Como escribí en un libro sobre este tema (Entusiasmate): "El símbolo por antonomasia del cristianismo es la Cruz, que
lejos de ser sólo un patíbulo se ha convertido en el trono desde el que Jesús
nos recuerda el mayor testimonio posible de amor generoso. Quien dio su vida
por nosotros está clavado en la Cruz, sufriendo, mostrándonos que el dolor,
también el dolor del inocente, tiene un sentido profundo. Con ser
imprescindible la imagen de Jesús en la cruz, reducir su vida y
su mensaje a ese supremo momento distorsionaría el resto de su vida terrena. Jesús
no estuvo sufriendo permanentemente, también rió, cantó, trabajó, consoló,
ayudó. En varios pasajes del Evangelio leemos cómo los discípulos dejan todo,
inmediatamente, cuando Jesús se lo pide. Además de la Gracia propia del Hijo de
Dios, ese seguimiento indiscutido indica que su figura también tenía un enorme
atractivo humano: algo que ilusionaba y hacía a los hombres y mujeres que le
seguían cambiar drásticamente su vida. Jesús arrastraba muchedumbres porque su
palabra era poderosa, pero también porque su mensaje era atrayente, porque sus
oyentes se entusiasmaban al oírle hablar, y así el “ven y sígueme”, se contestaba
afirmativamente, sin titubeos, arrastrados por el amor que percibían en aquella
figura cercana, sonriente, alegre. Podemos también imaginar a Jesús riendo,
jugando con su madre o sus vecinos en la adolescencia, comentando los sucesos
cotidianos con sus paisanos, escuchando e interesándose por todos. Ese también
es Jesús Redentor, ahí también estaba salvando al género humano, porque todo lo
que hizo, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, nos devuelve la
amistad con Dios, nos enseña cómo es Dios, porque Él es Dios. Los cristianos
estamos llamados a vivir como Cristo, a imitar a Jesús, único modelo perfecto.
“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, y eso en todos los
ambientes, en todas las circunstancias. La fatiga, el trabajo, la contrariedad,
el dolor son cristianos, pero también la alegría, disfrutar de la Creación que
Dios nos regala, del amor de las personas que nos quieren, de las cosas que nos
agradan"
Tengo que leer esa encíclica. Yo por mi edad he conocido, conscientemente al menos, tres papas. Imposible elegir por que los tres me ha parecido figuras muy poderosas, extraordinarias, pero muy muy diferentes. Juan Pablo II me transmitia carisma y personalidad. Benedicto, por supuesto sabiduria, pero mucha comprension y compasión. Francisco transmite humanidad, alegria y cercania. Le deseo mucha suerte en su pontificado.
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