martes, 31 de diciembre de 2013

Revisando lo pasado

Estamos en el último día del año. Es periodo de revisión, de hacer memoria de donde estaban nuestras metas y donde están nuestros logros, de aprender de nuestros errores, de pedir perdón por tantas veces que no estuvimos a la altura, que miramos a otro lado, o simplemente que no fuimos conscientes de las necesidades de los demás. Es momento quizá de nostalgia por quienes perdimos, pero también de esperanza por quienes encontraremos. Pero sobre todo es momento de agradecer a Dios y a quienes nos quieren por tantos bienes recibidos. ¡Qué importante es el agradecimiento! Solo agradecemos cuando somos conscientes de las cosas estupendas que nos pasan todos los días, a veces tan ordinarias que las consideramos obvias (salud, familia, amigos, trabajo...). Solo cuando falten parece que las apreciaremos, pero como somos temporales, antes o después faltarán, y entonces también encontraremos alguna cosa por la que agradecer. Naturalmente hay personas que siempre andan quejándose de lo que no tienen, de los supuestos agravios que los demás les hacen; nunca se fijan en lo que reciben, porque tampoco son capaces de dar. Son personas infelices, insatisfechas, muchas veces amargadas y tantas veces amargan a quienes les rodean.
No son un tipo especial de personas: somos nosotros mismos. Cualquiera puede tener una visión optimista o pesimista de la vida: agradecer o quejarse. En las mismas circunstancias encontramos personas que tienen una y otra visión de la vida, y son ellos los primeros que la disfrutan o la sufren. El fin de año es un buen momento para cambiar el enfoque.
Me entretiene escuchar a los conferenciantes de TED, un conjunto de pensadores, de muy diversos campos, que extienden sus ideas innovadoras a través de conferencias breves, disponibles en la web. Escuchaba el otro día a uno de estos conferenciantes, que me llamó la atención por sus circunstancias, pues es un monje benedictino de origen francés. David Steind-Past. Vale la pena escuchar lo que dice sobre el agradecimiento y la felicidad. Con él te dejo. Muy Feliz Año Nuevo.

martes, 24 de diciembre de 2013

Alegrarse con todas las Navidades

Hoy celebramos los cristianos el nacimiento de Jesús, hoy de modo especial hay alegría en los hogares y en las ciudades, que se visten de fiesta para recordar el acontecimiento más importante de la Historia. Nos alegramos porque ha nacido un Niño que encarna a Dios, que une el Cielo y la Tierra en una sonrisa. Todos los nacimientos nos llenan de alegría, porque una nueva vida se alumbra al mundo.
Aunque sea un día de alegría, también la Nochebuena es un día de reflexión. Pensamos en el nacimiento de Jesús y en el de tantos niños que sufren una infancia desprotegida, que nacen en un ambiente hostil, quizá por guerras, por persecuciones, por falta de alimentos... También es hoy un día para recordar a millones de niñas y niños que no tienen ni siquiera la oportunidad de nacer. Un mundo que no admite a los niños es un mundo enfermo, que ha perdido las nociones más elementales. Una sociedad que estimula los derechos humanos, la solidaridad, la convivencia, no puede cerrar las puertas a quienes son más débiles, a quienes todavía no han tenido tiempo de sonreir. En estos días de Navidad precisamente se reaviva el debate sobre el aborto en nuestro país. Volvemos a los argumentos manidos que no explican casi nada: el derecho al propio cuerpo, a la libertad de elegir, la situación de otros países... La Biología es bastante clara: un feto no es un quiste, es un ser humano genéticamente distinto a su madre: un niño o niña que vivirá normalmente. Son muy pocos los casos extremos, con los que se pretende justificar el aborto. Muy pocos los casos de peligro para la madre, de malformaciones incurables...
Aquí, como en otros temas, se aplica con nitidez la llamada "pendiente resbaladiza". Se introducen casos extremos para justificar algo, se va admitiendo socialmente, se amplían esos casos, hasta acabar justificando lo que al inicio nos parecerían aberraciones. Seamos nítidos, si realmente un feto en gestación fuera un quiste, ¿por qué hay que regular el aborto? ¿Por qué no es completamente libre, como es quitarse un grano? En el fondo porque incluso los partidarios más nítidos del aborto saben que no es así, que hay en juego otros derechos. Y si es un ser humano en gestación... ¿qué razón hay para privarle de la vida? ¿Mantendríamos esas razones si hubiera ya nacido? Si es biológicamente tan humano como un niño recien nacido, ¿por qué admiten el aborto y no el infanticidio? Y si no ejecutamos a un violador, ¿por qué hemos de hacerlo con el resultado de su fechoría? A nadie se le puede imponer la maternidad: de acuerdo; pero hay otras vías para salvar la vida que ya existe. Ese es el punto nítido. El aborto no es un tema de derechas o de izquierdas, de creyentes o de ateos, de mujeres o de hombres; es simplemente un tema de vivos y muertos, y una sociedad avanzada, solidaria, generosa, respetuosa con la naturaleza, no puede admitir la muerte de nadie. No se trata de denunciar violentamente a quienes apoyan al aborto, sino de convencerles por la evidencia de la verdad y la belleza de la vida. En esa línea tenemos que seguir trabajando quienes amamos la vida.
Como me decía un médico inglés hace unos meses, nuestro objetivo no es conseguir que el aborto sea ilegal, sino que sea impensable.

domingo, 15 de diciembre de 2013

"Niveles" en la fraternidad

Sigo leyendo la exhortación apostólica del Papa Francisco. El tema central del texto es que los cristianos nos llenemos de un renovado entusiasmo en difundir el mensaje de Jesucristo, tan íntegro como seamos capaces de mostrarlo. Eso lleva no sólo a hablar más y mejor de ese mensaje, sino -sobre todo- a procurar en nuestra vida encarnarlo, lo más fielmente que podamos. Jesús dijo a sus discípulos en la Última cena: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros". Si ese es el mensaje central del cristianismo, para comunicar la alegría del Evangelio es imprescindible que a los cristianos se nos conozca precisamente por lo que Jesús nos pide: por que nos tengamos mutuo amor. La primera Iglesia entendió bien estas palabras, y ya Tertuliano indicaba que los paganos quedaban admirados por esa fraternidad "Mirad cómo se aman", exclamaban sorprendidos.
En la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco dedica varias secciones a pedirnos a todos los católicos que enfrentemos nuestra actitud cotidiana, con ese Mandamiento nuevo de Jesús. ¿Cómo es nuestro trato con la gente que nos rodea, en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales de cualquier tipo?
Se me ocurre que podemos establecer varios niveles en ese mandato de la fraternidad cristiana. El más elemental, es la simple cortesía, que puede resumirse como una actitud amable, educada, que evita que nuestros actos o palabras (o incluso aspecto externo) sean molestos a los demás. Los campos de acción son muy variados y afectan, por ejemplo a nuestra manera de conducir, de comer, de trabajar, de hablar, de dejar hablar, de fumar o de hacer deporte. Esta sería la caridad mínima, la que al menos evita causar disgusto a los demás.
Con ser importante, para un cristiano sería una meta un tanto pobre si solo nos quedaramos ahí. Podemos ser muy corteses con los demás, y ser a la vez bastante egoistas. La educación es condición necesaria, pero no suficiente de la fraternidad cristiana, que va más allá, por ejemplo a interesarnos genuinamente por las personas que conviven por nosotros, por su salud, por sus alegrías o tristezas, por sus intereses profesionales, gustos o aficiones... Para eso hace falta escuchar con atención, mostrar empatía por los problemas ajenos, acompañar en la debilidad física o emocional, en pocas palabras, estar dispuestos a sacrificarnos por hacer la vida más amable a quien nos rodea. Esa es la condición de la nueva evangelización; nuestro propio cambio vital. La Fe se transmite por envidia, leí hace algún tiempo. Solo cuando se vive así, hacemos atractivo el mensaje de Jesús, porque le mostramos, con nuestras limitaciones, como El era en realidad.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Esperando la Navidad

Una amiga que vive actualmente en EE.UU. me ha enviado esta simpática imagen de Jesús poco antes de tener lugar la primera Navidad de la Historia. Los cristianos creemos en un Dios que es infinitamente poderoso, inmenso, sabio, bueno... pero no es un Dios lejano, que vive al margen de las preocupaciones de los seres humanos. Dios quiso ser como nosotros, quiso tanto a esas criaturas que había hecho a "su imagen y semejanza", que compartió con ellas hasta sus limitaciones, y por eso quiso nacer como cualquier niño, creciendo durante nueve meses en el seno de su madre, María de Nazareth.
Si uno lee las fábulas de la mitología griega, rápidamente observa que los dioses que inventamos los hombres son personajes humanos, con las mismas pasiones y locuras que los seres humanos, que son solo caricaturas de seres humanos, como nosotros, pero mucho más.
Qué poco se parece eso a la imagen de un Dios real, que viene al mundo sin espectáculo, en un pueblo perdido de una provincia perdida del Imperio Romano. Así ha querido nacer Jesús, para que lo tratemos con más cercanía. Así ha querido experimentar nuestra humana condición para, si puede hablarse así, "entendernos" mejor, porque todo lo humano lo experimentó Jesús: hasta la incomodidad de un pequeño vientre materno.
Estamos en tiempo de preparación para la Navidad. Esta es una imagen muy real de lo que esperamos. Es la imagen de todos los niños del mundo, a los que deberíamos acoger con el mismo cariño que acogemos a Jesús. Ojalá no se repita la historia de la primera Navidad, ojalá no haya reyezuelos que "quieran matar al niño",  y, como no pueden -porque no se puede matar a Dios- acaben haciéndolo con otros niños, que están como Jesús, esperando su navidad.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Comunicar la Alegría

Esta semana ha presentado el Papa Francisco su primer documento estrictamente suyo, ya que la encíclica Lumen Fidei la escribió "a la limón" con Benedicto XVI. El documento se llama "La Alegría del Evangelio" (disponible también en formato EPUB). No se puede empezar mejor un pontificado que como lo ha hecho el Papa Francisco: sonriendo y rezando. La imagen de su sonrisa da la vuelta al mundo todos los días: abraza a los enfermos, llama por teléfono a los abatidos, dialoga con quienes buscan la Fe perdida, ... pero sobre todo reza y sonríe, porque rezar y sonreir es parte de lo mismo: de reconocer que Dios está ahí, junto a nosotros, y que nada ni nadie, como dijo Jesús a sus discípulos, "..podrá arrancaros vuestra alegría". Me produce especial pesar escuchar a algunos sacerdotes u obispos quejarse del entorno, de las circunstancias, de las incomprensiones, del abandono de la Iglesia... porque no se están dando cuenta de que con ese tono no van a contribuir más que a seguir vaciándola. El Papa Francisco tiene muy claro que la esencia de ese abandono es el desconocimiento, una imagen distorsionada de Jesús y de su mensaje que corresponden poco con la realidad del Evangelio, por eso nos anima a entusiasmarnos con la Fe. Entusiasmarse es sinónimo de alegría, pero tiene también un significado más profundo, ya que significa literalmente llenarse de Dios (en-Theos). El entusiasmo, así entendido, no es una alegría hueca, fruto de un estímulo exterior que dura poco, sino que hunde sus raíces en algo más profundo, que es compatible incluso con la contradicción, con el fracaso, con la enfermedad, con todo eso que nos quita la alegría inmediata. Estar alegre es tener un sentido, saber porque hacemos las cosas, y saber que el fin último de las cosas no está solo en este mundo, que estamos llamados a una vida eterna, donde todas las piezas encajarán.


Como escribí en un libro sobre este tema (Entusiasmate): "El símbolo por antonomasia del cristianismo es la Cruz, que lejos de ser sólo un patíbulo se ha convertido en el trono desde el que Jesús nos recuerda el mayor testimonio posible de amor generoso. Quien dio su vida por nosotros está clavado en la Cruz, sufriendo, mostrándonos que el dolor, también el dolor del inocente, tiene un sentido profundo. Con ser imprescindible la imagen de Jesús en la cruz,  reducir su vida y su mensaje a ese supremo momento distorsionaría el resto de su vida terrena. Jesús no estuvo sufriendo permanentemente, también rió, cantó, trabajó, consoló, ayudó. En varios pasajes del Evangelio leemos cómo los discípulos dejan todo, inmediatamente, cuando Jesús se lo pide. Además de la Gracia propia del Hijo de Dios, ese seguimiento indiscutido indica que su figura también tenía un enorme atractivo humano: algo que ilusionaba y hacía a los hombres y mujeres que le seguían cambiar drásticamente su vida. Jesús arrastraba muchedumbres porque su palabra era poderosa, pero también porque su mensaje era atrayente, porque sus oyentes se entusiasmaban al oírle hablar, y así el “ven y sígueme”, se contestaba afirmativamente, sin titubeos, arrastrados por el amor que percibían en aquella figura cercana, sonriente, alegre. Podemos también imaginar a Jesús riendo, jugando con su madre o sus vecinos en la adolescencia, comentando los sucesos cotidianos con sus paisanos, escuchando e interesándose por todos. Ese también es Jesús Redentor, ahí también estaba salvando al género humano, porque todo lo que hizo, desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, nos devuelve la amistad con Dios, nos enseña cómo es Dios, porque Él es Dios. Los cristianos estamos llamados a vivir como Cristo, a imitar a Jesús, único modelo perfecto. “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, y eso en todos los ambientes, en todas las circunstancias. La fatiga, el trabajo, la contrariedad, el dolor son cristianos, pero también la alegría, disfrutar de la Creación que Dios nos regala, del amor de las personas que nos quieren, de las cosas que nos agradan"