El Papa Francisco vista de blanco, todos los Papas lo hacen, lo han hecho desde hace muchos siglos. Identificamos el blanco como un color de paz. Los Papas de los últimos siglos han sido especialmente promotores de la paz. Benedicto XV clamó contra la guerra, Pio XII puso todos los medios a su alcance para que acabara (su escudo episcopal era una paloma con un ramo de olivo), Juan Pablo II evitó la guerra entre Chile y Argentina en diciembre de 1978, y habló muy claramente contra la guerra de Irak, y Benedicto XVI ha hablado en repetidas ocasiones de la paz entre las naciones. En esa tradición se sitúa el Papa Francisco, que ha hablado con toda claridad sobre la paz en Siria. Recomiendo vivamente que leais la homilia que pronunció con motivo del día que había convocado de ayuno y oración por esa intención.
La guerra resuelve muy poco; la violencia en general resuelve muy poco. Crea más problemas que soluciones. Son muy pocas las guerras verdaderamente justas, siempre hay otras motivaciones menos nobles, siempre intentan darse razones que no lo son. El recurso a la fuerza es solo un recurso para quien sabe que sus razones no convencen o no sabe exponerlas. En el fondo, la guerra es una manifestación de lo peor que habita en el espíritu humano, sobre todo cuando perdemos de vista que somos criaturas, hijos de un mismo Padre: "Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento".
El Papa comenta uno de los primeros capítulos de la historia violenta de la especia humana, la que describe el asesinato de Abel, a manos de su propio hermano. Nos narra el capítulo 4 del Génesis que Caín sintió envidia de la prosperidad de su hermano, hasta el punto que llegó a odiarlo y acabar con su vida. Dios le pide cuentas de una manera delicada: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?». Esta contestación la damos ahora muy a menudo, cuando justificamos nuestra indiferencia en un supuesto respeto a la libertad de los demás: "no es mi problema", no tengo por qué cuidar de los otros, de mi familia, de mis amigos, de los compañeros de trabajo... cada uno es libre de hacer lo que quiera. Ciertamente, ¿pero no será en el fondo una excusa de nuestro egoísmo?
El Papa Francisco continúa: " Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros".
Guardián significa en nuestro idioma quien vigila (policia), pero también quien cuida, quien se preocupa, quién está disponible para los demás. Siendo miembros de la misma especia, siendo hermanos, hijos de Dios, todos somos guardianes, custodios de los demás, no el sentido de controlar sus decisiones, de dirigirlas, sino de sentirnos comprometidos con su bien, de superar nuestro egoísmo, nuestro propio interés, para crear una sociedad más solidaria. Por el contrario, cuando los demás se ven como instrumentos para nuestro propio interés, se rompe la armonía y, como sigue diciendo el Papa Francisco, "... el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano".
La paz no es solo tarea de diplomáticos, nos afecta a todos, a la manera en que contemplamos a los demás, a la forma en que intentamos resolver los problemas, a cómo superamos los distintos puntos de vista, las situaciones conflictivas. Ojalá nuestra oración permita parar la guerra de Siria, ojalá nuestra actitud cambie la guerra en tantos países, los conflictos en tantos lugares de trabajo, en tantos hogares.
La guerra resuelve muy poco; la violencia en general resuelve muy poco. Crea más problemas que soluciones. Son muy pocas las guerras verdaderamente justas, siempre hay otras motivaciones menos nobles, siempre intentan darse razones que no lo son. El recurso a la fuerza es solo un recurso para quien sabe que sus razones no convencen o no sabe exponerlas. En el fondo, la guerra es una manifestación de lo peor que habita en el espíritu humano, sobre todo cuando perdemos de vista que somos criaturas, hijos de un mismo Padre: "Cuando el hombre piensa sólo en sí mismo, en sus propios intereses y se pone en el centro, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento".
El Papa comenta uno de los primeros capítulos de la historia violenta de la especia humana, la que describe el asesinato de Abel, a manos de su propio hermano. Nos narra el capítulo 4 del Génesis que Caín sintió envidia de la prosperidad de su hermano, hasta el punto que llegó a odiarlo y acabar con su vida. Dios le pide cuentas de una manera delicada: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?». Esta contestación la damos ahora muy a menudo, cuando justificamos nuestra indiferencia en un supuesto respeto a la libertad de los demás: "no es mi problema", no tengo por qué cuidar de los otros, de mi familia, de mis amigos, de los compañeros de trabajo... cada uno es libre de hacer lo que quiera. Ciertamente, ¿pero no será en el fondo una excusa de nuestro egoísmo?
El Papa Francisco continúa: " Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros".
Guardián significa en nuestro idioma quien vigila (policia), pero también quien cuida, quien se preocupa, quién está disponible para los demás. Siendo miembros de la misma especia, siendo hermanos, hijos de Dios, todos somos guardianes, custodios de los demás, no el sentido de controlar sus decisiones, de dirigirlas, sino de sentirnos comprometidos con su bien, de superar nuestro egoísmo, nuestro propio interés, para crear una sociedad más solidaria. Por el contrario, cuando los demás se ven como instrumentos para nuestro propio interés, se rompe la armonía y, como sigue diciendo el Papa Francisco, "... el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento, cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano".
La paz no es solo tarea de diplomáticos, nos afecta a todos, a la manera en que contemplamos a los demás, a la forma en que intentamos resolver los problemas, a cómo superamos los distintos puntos de vista, las situaciones conflictivas. Ojalá nuestra oración permita parar la guerra de Siria, ojalá nuestra actitud cambie la guerra en tantos países, los conflictos en tantos lugares de trabajo, en tantos hogares.
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